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ISSN 1688-1672

 



SCHWARZENEGGER, ARNOLD - METAMORFOSIS - CUERPO/PRÓTESIS - EMASCULACIÓN -

Ceci n'est pas Schwarzenegger*

Lautaro Lamas

Una fatigosa y prolongada estética de aparatos de musculación, hipertrofia desplazada de la virilidad, es barrida de un plumazo (pero solamente para hacerla volver con más fuerza) por un gemelo enano y gordito, por una profesión femenina, y finalmente, triste y esperable final, por una biología femenina

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Schwarzenegger encinta. Un oxímoron más. Esta
figura literaria, el oxímoron, parece haber sido la clave de buena parte de su composición actoral. Si fue gemelo de Danny de Vito y luego maestro de preescolares, finalmente era de esperar que terminara embarazado. Lo cómico aparece aquí como una especie de virus antimimético después del terminator. Este cómico no es pariente del travestismo de Dustin Hoffman o Robin Williams, himnos al desempeño actoral, juegos de verosimilitud, juegos miméticos: sabemos que son ellos, (y por eso) nos sorprendemos por lo bien que están ellas.

Acá, la descorporeización es una despersonalización: es el strip tease de un cuerpo que parece funcionar como una vestimenta. Pero este strip es conceptual, como el cartel de Magritte (ceci n'est pas une pipe). Una fatigosa y prolongada estética de aparatos de musculación, hipertrofia desplazada de la virilidad, es barrida de un plumazo (pero solamente para hacerla volver con más fuerza) por un gemelo enano y gordito, por una profesión femenina, y finalmente, triste y esperable final, por una biología femenina. Ceci n'est pas Schwarzenegger. Juego de lo inverosímil, juego grotesco o barroco.

Un crescendo adjetival desdice, cada vez con más énfasis, la identidad del grandote musculado, es decir su cuerpo.


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Una estética militar, maciza, de carro blindado, especie de realismo socialista de show business, cambia rápidamente. Cameron, el director de los dos Terminator, sacrifica a la severa máquina blindada que había usado en la primera versión (un tanque) por una máquina más fina, proteica y ligera (un Porsche). Entonces, Schwarzenegger, el viejo tanque, se recicla, se biodegrada: en Terminator II se ha vuelto bueno. Primer paso de una metamorfosis, de una mutación silenciosa que, de hecho, no modificará nada.

El cuerpo de Schwarzenegger empieza a dejar de funcionar como totalidad estético-funcional. Ya no es más aquella máquina, helada y deslumbrante, de exterminar. El cuerpo (más que nunca, curiosamente, un artefacto musculado) empieza a funcionar como una verdadera prótesis, o mejor, como fortaleza, como bunker, como escondite -algo distinto, y, en rigor, opuesto a aquello que "lleva adentro".

El ingeniero acorazado esconde, y también disimula, a un alma buena, a un enano feo, a una maestra de jardinera, a una madre, a un bebé (el último monstruo, el de Junior, es complejo: el cuerpo de Schwarzenegger lleva adentro a una madre que lleva adentro un bebé).

En algo se parece esta peripecia ilusoria al célebre delirio del presidente Schreber. Burócrata notarial con poder o prestigio en la Alemania finisecular, Schreber debe (desea) aparearse con Dios y parir una nueva raza, schereberizada, que lavará los pecados y las culpas del mundo. Pero antes debe (desea) convertirse en mujer.
Este proceso cabe en una palabra inquietante: emasculación
(más que la simple castración).

La emasculación, para Schreber, es, ciertamente, humillante, es una caída, un deterioro, un envilecimiento. Solamente su noble propósito hace tolerable su carga de sufrimiento moral y físico.

Es un Cristo: la humillación y el dolor son precios que deben pagarse para cumplir la misión sagrada encargada por el padre (aunque, en medio de la tormenta dolorosa, el desconcierto y la duda están autorizados: ¿por qué me has abandonado?).


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Schreber, al igual que Schwarzenegger, es también hijo de una estética militar: disciplina, rigor, resistencia, armonía anatómica. El padre de Schreber se ha hecho famoso por inventar métodos severos de disciplinamiento para
niños, con fines educativos, donde la abstinencia y el castigo son usados como condicionadores simples y terribles: ha diseñado y hasta construído con metal y madera, algunas prótesis de corrección postural.

Para esta estética, el cuerpo torcido es el cuerpo desnudo: la perfección anatómica y postural debe entenderse, rigurosamente, como una especie de vestimenta -una prótesis. la desnudez suele exponer a Schreber a la forma misma de lo desviante: voluptuosidad, nervios femeninos, senos, mutación, tránsito inevitable y desesperante hacia la mujer que su propio cuerpo contiene y esconde.

La emasculación es, precisamente, el proceso que transforma al robot Terminator (cuyo cuerpo imponente se apoya en un esqueleto metálico: la prótesis correccional del padre de Schreber) en un hombre embarazado. Va de la máquina anatómica al monstruo fecundado, al panzón. Del cuerpo macizo, cerrado y concluído, al cuerpo abierto, hueco y tomado por otros cuerpos.

Desde Terminator empieza el deterioro y la caída de Schwarzenegger. Los hombrecitos del cine (directores, guionistas, maquilladores, vestuaristas) le hacen maldades al grandote, así como rayos, nervios y pájaros bromean con Schreber, mientras preparan su cuerpo -pequeñas y crueles casamenteras- para entregárselo a Dios. La estética militar (el padre) lo abandona. Solamente conserva el cuerpo, pero como una cáscara. Un itinerario sacrificial: la vieja máquina de exterminar se convierte en una máquina de hacer reír.


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La
metamorfosis delirante tiene, probablemente, una causa: la implasticidad. Allí donde no puede ocurrir un proceso opera un delirio.

Robert De Niro, Dustin Hoffman o John Malkovich son puro y voluble physique du rôle: se hacen altos, bajos, gordos, flacos, rubios, morochos, negros. Trasmiten la sensación de poder gobernar el cuerpo, manipularlo y someterlo a su antojo.

Schwarzenegger, en cambio, en el otro extremo, parece estar ahí, clavado, monumental y antiguo como las pirámides. Su cuerpo, armazón metálica correctiva o aparato musculado, es inmodificable. La emasculación, violenta mutación que lo arrastra hacia la condición biológica del otro sexo, no toca su cuerpo, excepto al final, y solamente para enfatizarlo. Una máquina está embarazada: el asunto es cómico, o por lo menos curioso, solamente a condición de que la máquina sea inequívoca, rotunda, inocultable.

La desviación anatómica
(el vientre crecido) no desmiente ni arruina el trabajo ortopédico de militarización del cuerpo, sino que se le agrega, se le adhiere -y lo subraya. Pues ese trabajo ha sido tan importante, tan intenso, tan disciplinado, que ya no hay forma de negarlo, de olvidarlo o de tacharlo. La metamorfosis entonces, es, obviamente, imaginaria. Schwarzenegger, el último gran héroe del eleatismo, seguirá resistiendo (idéntico, inmodificable, monumental) ante los embates humillantes de los hombrecitos del merchandising cinematográfico.

* Publicado originalmente en la República de Platón Nº 72

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