Pocos habrán
dejado de notar la desesperación de los animadores de
televisión. Los pobres están realmente necesitados
de aumentar las ventas. Aparecen con expresión demudada
en la pantalla, señalan con el dedo a los telespectadores,
y les dicen, con tono apocalíptico, que HAY que LLAMAR.
La televisión ha recorrido un largo camino y finalmente
ha reconocido que Kierkegaard tenía razón. Para
el danés, la peor desesperación era la desesperación
de no estar desesperado. La televisión, acorde a su naturaleza
fulminante y meteórica, más acorde a la acción
que a la especulación, se ha lanzado de lleno a militar
en pro de la desesperación.
La televisión
es desesperación en relación a la necesidad y lo
posible. En efecto, Kierkegaard escribía:
"Si lo posible derriba
la necesidad y de este modo el yo se lanza y se pierde en lo
posible, sin vínculo atrayéndole a la necesidad,
se tiene la desesperación de lo posible[...] Entonces
el campo de lo posible no deja de agrandarse a los ojos del yo,
en él halla siempre más posible, puesto que ninguna
realidad se forma allí. Al final lo posible abarca todo,
pero entonces se trata de que el abismo se ha tragado el yo".
La desesperación
del animador televisivo es una explicitación de la desesperación
de lo posible. Lo posible es hacerse rico, o por lo menos tener
un pedazo de oro. Cierto presentador ofrece un premio, que no
es un cheque por determinada suma de dinero, sino un trozo de
oro (que por otra parte no tiene la forma de los lingotes de
oro que se comercializan en los circuitos especializados, sino
más bien la de las piezas que vemos en las películas
de vaqueros o de piratas, o, para ser más realistas, de
Rico McPato, es decir, es un pedazo de oro de ficción).
Si ganamos el trozo de oro, será porque la televisión
se materializa para nosotros, nos toca y nos transforma.
El directo televisivo
es diferente al cine porque nos muestra -por ejemplo, en el transcurso
de un informativo- una realidad que nosotros podemos modificar,
abandonando el rol de telespectadores para asumir el de ciudadanos,
con el simple trámite de ir hasta el lugar de los hechos
(cosa que no podemos hacer en el cine de ficción, ni siquiera
en el cine documental, que muestra cosas del pasado). Pero la
televisión ha revertido el mecanismo, y ahora es ella
la que nos viene a buscar para cambiar nuestra vida, del único
modo posible en esta sociedad desesperada por lo posible: mediante
el incremento de nuestra fortuna personal.
Esta desesperación
mostrada por los animadores pidiendo angustiosamente que participemos
en lo posible televisivo puede ser aún más iluminada
por Kierkegaard:
"Lo que falta ahora es
lo real, como también lo expresa el lenguaje ordinario
cuando dice que alguien ha salido de la realidad. Pero observando
de más cerca, lo que le falta es necesidad. [...] Tampoco
es por falta de fuerza, al menos en el sentido ordinario, por
lo que el yo se descarría en lo posible.[...] La desgracia
de un yo semejante tampoco reside en el hecho de no haber llegado
a nada en este mundo, sino en no haber adquirido conciencia de
sí mismo.[...] el hombre se ha perdido a sí mismo
dejando que su yo se refleje imaginariamente en lo posible".
* Publicado orginalmente
en Insomnia, número 11.
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