Ocurre que las patrias, las fronteras
y las nacionalidades son estrategias para lograr ser "uno",
pero esto no se lograría si no existiese la posibilidad
de un "otro", el "otro" niega la supuesta
originalidad de raza o nación que alega el "uno",
al hacerlo rompe con los ideales de totalidad y sorda univocidad
de lo que Max Stirner llamaba lo "único y su propiedad".
Es así como se van construyendo fronteras que promueven
la separación, a veces irreductible, entre las razas, las
religiones, los pueblos, las castas, las tribus y las familias.
El Gringo viejo, aquel paradigmático personaje de la novela
homónima de Carlos
Fuentes sostenía que: "Hay
una frontera que sólo nos atrevemos a cruzar de noche,
la frontera de nuestras diferencias con los demás, de nuestros
combates con nosotros mismos."
En efecto, la frontera
carente de palabras para dialogar, comunicar y comprender al "otro",
puede orillar al exilio. El
siglo XX se nos presenta como el siglo de los grandes exilios.
Desde los millones de judíos y gitanos expulsados por los
nazis de su tierra
en Europa Central, hasta las hordas de africanos, chinos y latinoamericanos
que huyen de las atrocidades del hambre y la intolerancia sordomuda
que no sabe hablar ni escuchar, y que en algunos casos extremos
no tiene ni siquiera la cualidad de mirar.
Los exiliados, los hijos
"del camino", aquellos cuya patria es la caravana, son
los que mejor pueden valorar la urgencia de recobrar el poder
de las palabras, las cuales, hilvanadas con destreza, pueden tejer
un tapete de comunicación
entre los hombres. En
este contexto, me inclino por la postura que sostiene Fernando
Savater cuando dice: "Toda
identidad nacional es peligrosamente
abstracta, todo lo que nos define, precisa excesivamente lo que
más interés debemos tener en conservar abierto:
pues si de alguna patria hemos de reclamarnos, que sea del campo
abierto y no de los
roturados esquemas en varios colores que dibujan en los mapas
de la bien llamada geografía política."
Esto implica la posibilidad
de apelar a la diferencia que permanece conculcada para edificar
las abstracciones nacionales y patrióticas que tantas catástrofes
han causado. Claudio Magris en su brillante obra El Danubio nos
lleva a viajar por un río que es el símbolo de la
aventura hacia la pluralidad y la diferencia, en tanto que su
corriente no está limitada a un solo país, sino
que cruza a Europa Central, bañando con sus aguas, no tan
azules, los meandros de la vida cultural, política, religiosa
y económica de muchos pueblos, en suma, un mundo sin fronteras,
pero cargado de significados, de palabras... de memoria:
"La identidad
de ese mundo parece residir precisamente en su imposibilidad
de ser definido, en su irreductibilidad a cualquier identidad
demasiado precisa."
En 1989 el mundo asistió
a la caída del llamado "Muro de Berlín",
la conocida cortina de hierro se derrumbó, y con ella,
las esperanzas de un socialismo que hiciera las veces de contrapeso
al aplastante poderío económico-militar del capitalismo.
Paradójicamente, así como se derrumbó el
bloque socialista, así tambíen se articuló
un bloque de mayor antigüedad y de componente rocoso, me
refiero a la pared construida por las manifestaciones culturales,
religiosas, raciales y políticas que apelan al nacionalismo
y al mito del origen.
Los nómadas de la modernidad o del milenio, con sus objetos
portátiles o "nómadas"
-como los llama Jaques Attali-, ya son parte del paisaje
urbano cotidiano; los cyborgs
de segundo orden son habitantes multitudinarios de los Burger
King y las Casas de Bolsa, en el "metro", en las "combis",
en los "peseros", en todas partes, la fauna hipertecnológica
se ha apropiado de la vida y la
muerte de los hombres; hoy no se es nada sin un DVD, un decente
playstation o demás bisuterías tecnológicas.
Asistimos al surgimiento de los últimos caballeros -lamentablemente
no del zodiaco- que en esta nueva edad de oscuridad sordomuda,
pelean las batallas contra el dragón milenario usando los
discman, las laptop, las palm III o IV -según el presupuesto-,
los biper, los celulares y los condones.
Todo es portátil, menos el alma que en su incomensurable
presencia nos demanda día a día el retorno a la
palabra que nos rescate de la precaria existencia ultramoderna.
Ya Friedrich Hölderlin lo veía cuando en su poema
"Hiperión" nos recordaba que:
"A nosotros, en cambio, nos ha sido dado
no descansar en ningún sitio.
Los dolientes hombres
Desaparecen y caen
Ciegamente, de una
Hora en otra,
Como el agua se derrama
De una roca en otra,
Camino de lo incierto."
"Mutuos rechazos
configuran el panorama del mundo, las catástrofes no son
privilegio de los años pasados, para evitarlas se precisa
de una permanente vigorización del lenguaje que se abra
a los otros lenguajes; los monólogos sólo pueden
conducir a metáforas
de masacre e intolerancia. La sangre de la plaza de Tian an
Men todavía se pega en las botas de los soldados que
la resguardan.
Sin duda alguna no es fácil construir las gramáticas
para la democracia y el diálogo, pero ahi está el
desafío para la política como arte de lo posible,
arte que no puede continuar siendo analfabeta, ciego, sordo y
mudo. Simular el genocidio, el hambre, la estupidez del discurso
y la barbarie, es optar por
el abismo o por nuevas torres
de Babel que nos hundan debajo del diluvio de nuevos totalitarismos
o en el silencio de la muerte."
|
|