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Amir Hamed
ISSN 1688-1672

 



HERNÁNDEZ, FELISBERTO - LAS HORTENSIAS - IMAGEN - ESPEJISMO - FLASH -

Ese silencio tan exigente*

Amir Hamed
Solos nuestros ojos y la imagen, se da el prodigio de la ausencia de significación, y la virtualidad de atribuir mil sentidos (o mil historias) a ese flash


La imagen es una fascinación, por sobre todo; casi el convite del desierto. De la imagen al espejismo tal vez no haya demasiado trayecto, porque la imagen no tiene historia. Lo que se hace, normalmente, es proyectar en esa ilusión una biografía. El pie de foto, digamos, que atrinchera un significado en esa cosa que nos convoca y nos mira en silencio, la escritura que arraiga una historia. Solos nuestros ojos y la imagen, se da el prodigio de la ausencia de significación, y la virtualidad de atribuir mil sentidos
(o mil historias) a ese flash. Será entonces lo que queramos que sea (o que diga), y participaremos entonces en una escena arrebatadora, porque también seremos nosotros, por un instante, lo que queramos que ese espejismo nos diga.

Dicho de otro modo, la imagen, borroneando la fragilidad búdica del satori, está al borde mismo de la ausencia de lenguaje, aunque se pulveriza sin la posibilidad del lenguaje.
Por supuesto, dentro del arrebato de la imagen hay que contar la difundida vulgaridad de las muñecas inflables, creadas al parecer para nuestro antojo. Sin embargo, como se sabe, esos maniquíes tienen mucho de desconsolador, como se advierte en Las Hortensias, el relato en el que Felisberto Hernández tropezó, mezclando maniquíes con escritura, con un nuevo tipo de autómatas
(heredados de la Olimpia de Hoffman, pero a diferencia de Olimpia, desprovistos de linaje).

Felisberto probablemente supiera que la vinculación de los autómatas con la pesadilla es vieja como el mundo, y que el empecinamiento de éstos por rebelarse es una costumbre incluso menos abrumadora que la de contagiarnos su docilidad. Los protagonistas del relato, Horacio y María Hortensia, no habrán de tener hijos y están congelados en las instantáneas que, noche a noche, les dan unas muñecas mudas, que son como hijas, que son como hermanas, que todas las noches -en vitrinas o en mitad de la cama- "relatan" las historias que la pareja pretende que digan. Horacio y María Hortensia, para decirlo de otro modo, todos lo días "se hacen la película", porque el arte es en general más seductor que la vida.

Todo podría seguir bien si las muñecas no fueran tan seductoras, si, invencibles en su pasividad, no confrontaran a Horacio y su esposa con el páramo del deseo. Tal vez sin proponérselo, la pareja terminará por descubrir lo más evidente; que ellos también son maniquíes, manipulados por el silencio de sus Hortensias. Y sucede que esas Hortensias -sordas, insondables- son un inmejorable recordatorio de que hemos venido al mundo de la imagen para exprimirnos entre trastos insaciables.

* Publicado originalmente en Insomnia

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