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CIBERCULTURA
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Devenires
biomecánicos*
Fabián
Giménez Gatto |
Una nueva orgía para "después
de la orgía", el futuro se nos ofrece como un paisaje
mecano-orgánico, cargado de intensidades, una economía
libidinal de cuerpos maquínicos en una orgía transexual
y post-histórica, fantasías sexuales más
allá de la historia y de la biología |
Es claro
que el cyborg ya está entre nosotros,
basta contemplar a nuestra abuelita, extraño ser proteico:
marcapasos, prótesis de cadera, prótesis
dentales, prótesis auditivas, gafas. El híbrido de
la ciencia ficción ya está
aquí y no ha bajado de un platillo volador, es parte de la
familia. La abuela, quién no sabe nada de computadoras, es, sin embargo,
la figura arquetípica de la cibercultura. Muchos adorables
ancianitos están más cerca del cuerpo amplificado
de Stelarc que lo que sus nietos estarían dispuestos a aceptar.
En el cruce de milenios, la vejez se convierte en una performance.
Desde nuestro espacio mitológico, constituido por los pequeños
relatos de la cultura masiva, la máquina como otro y sus
perversos entrecruzamientos con el tejido humano genera toda una
nueva estirpe de monstruos del Dr. Frankenstein, quizás
Terminator, Robocop y los Transformers
sean algunos de sus más famosos representantes. Sin embargo,
otros personajes más radicales trazan el horizonte simbólico
de las obsesiones tecno-fetichistas de la cibercultura, en este
sentido, la magia de la técnica tiene más relación
con el carácter
erótico
de la misma que con su funcionalidad, del gadget a la
petit mort no hay más que un paso.
En este sentido, un recorrido por la obra del artista
plástico
H. R. Giger puede resultar bastante ilustrativo de algunas de las
obsesiones más profundas en torno a la metamorfosis del cuerpo, plasmadas en el
arte contemporáneo.
Giger nace en Chur (Suiza)
en
1940 y ocupa un lugar privilegiado en la historia del arte fantástico,
gracias, principalmente, a sus creaciones biomecánicas. La
obra de Giger, amplia
y ubicua, puede apreciarse en portadas de discos (Koo Koo del grupo
punk Blondie, por ejemplo), películas (Alien, Alien III, Species,
Poltergeist II, entre otras) y en una infinidad de exposiciones
de su obra
plástica
(entre las que
se destacan Necronomicon, Biomechanics, Erotomechanics,
Passagen);
a su vez, buena parte de su obra puede encontrarse en libros que
dan cuenta de su producción artística a lo largo de
más de 30 años (HR Giger Retrospective 1964-1984,
HR Giger Arh+ y www HR Giger com, pueden señalarse
como algunos de los más representativos).
Giger nos ofrece una serie de figuraciones del cuerpo en donde la distinción
entre organismo y mecanismo se diluye, el biomecanoide
es definido por su creador como "una fundición armónica
de la técnica, la mecánica y la criatura", es decir,
el biomecanoide ilustra el triunfo de la prótesis, la invasión
y colonización del cuerpo por la máquina, un entrecruzamiento
de lo orgánico y lo inorgánico, un devenir biomecánico
que tiene a H.R. Giger como profeta.
Nuevas figuraciones, esta supuesta fundición armónica
no es otra cosa que la desaparición del límite entre
hombre y máquina, a favor de una
alquimia
erótica
que juega con la fluidez de los cuerpos convertidos en
máquinas de placer tecnofílico. Un paso más
en la evolución post-humana iniciada en el cuerpo de nuestra
abuelita.
La diferencia radica en el carácter erótico que reviste la
tecnología en Giger, las prótesis de la abuelita no
van en contra de la moral y las buenas costumbres, en cambio, esta
fusión sensual con la máquina que nos propone Giger
prefigura las profecías post-apocalípticas y los sueños
húmedos de la cibercultura.
"¿Qué hacer después de la orgía?"
nos pregunta el pensador francés Jean
Baudrillard
desde sus ejercicios de socio-ficción, Giger parece contestar
a esa pregunta delineando nuevos devenires orgiásticos,
nupcias de lo orgánico y lo inorgánico, del carbono
y del silicio. Una nueva orgía para "después
de la orgía", el futuro se nos ofrece como un paisaje
mecano-orgánico, cargado de intensidades, una economía
libidinal de cuerpos maquínicos en una orgía transexual
y post-histórica, fantasías sexuales más allá
de la historia y de la biología.
Según Roland Barthes, la máquina puede resultarnos
poco simpática en tanto representa, en la figura del robot,
"la terrible amenaza de la pérdida del cuerpo",
sin embargo, la pérdida del cuerpo nos remite, desde otra
perspectiva, a una aventura fuera de los límites de
nuestra piel, un salto cuántico a un futuro contrautópico.
El alien gigeriano es un extranjero del tiempo más que del
espacio, no un ser extraterrestre sino una criatura post-histórica;
viene de otro tiempo, no de otro lugar, es un ser ucrónico,
no necesariamente utópico. Timothy Leary
no contuvo su entusiasmo en su prólogo de Giger`s Alien,
al contemplar las oscuras imágenes surgidas de la fecunda
imaginación de Giger, nos enfrentamos, según el gurú
de la psicodelia, a visiones del futuro, un futuro que nos habla de
un devenir post-humano.
En este sentido, recordemos que la ciencia ficción de los
setenta termina permeando el imaginario de los ochenta y los noventa;
el novelista Ballard gustaba pensar a la ciencia ficción
como "el sueño del cuerpo de convertirse en una máquina",
este sueño se ha convertido en el leit motiv de la cultura
contemporánea, obsesionada por resignificar la corporalidad
desde un horizonte configurado por extrañas visiones del
futuro, paisajes biomecánicos donde metálicos cuerpos
se mezclan en un éxtasis erótico, producto del sex
appeal de lo tecnológico. Del organismo al mecanismo y de
regreso, hibridaciones, las fronteras se disuelven, la
prótesis es el masaje.
Detengámonos un instante frente a la obra Erotomechanics
V: un trasero metálico, iluminado por un extraño resplandor,
se alza al cielo mientras un pene de considerables
proporciones penetra una vulva que se abre gustosa para recibirlo,
promiscuidad de unos cuerpos donde la piel brilla por su ausencia,
siendo sustituida por algo parecido a un exo-esqueleto surcado por
un complejo entramado de líneas que evocan el fuselaje de
una máquina. Las visiones gigerianas de cuerpos fríos
y susurrantes, como todas las máquinas que funcionan bien
(Barthes dixit),
nos acercan a una noción de erotismo tecnofílico donde no es el contacto
con la máquina sino el cuerpo como máquina lo que
nos seduce. Los paisajes biomecánicos son fascinantes, ilustraciones
de una geografía orgánica, pero, al mismo tiempo,
plagada de mecanismos de relojería que convierten esos fragmentos
de cuerpos sin rostro en formas intrigantes, donde nos fascina esa
indeterminación de extrañas máquinas supurantes,
cubiertas de óxido y secreciones sexuales a la vez.
Máquinas, máquinas de máquinas, flujos y cortes
de flujos, este paisaje tecno-cárnico hace de la obra de
Giger un fenómeno que trasciende el reducido espacio simbólico
ocupado por los tatuajes tecno-tribales y la infinidad de rip offs
de Alien.
Me parece que la argumentación del crítico
cultural
Scott Bukatman a propósito del filme Tetsuo del director
japonés Shinya Tsukamoto (un filme de bajo presupuesto estrenado en
1989, que se ha convertido, a lo largo de los años, en una
obra de culto del movimiento cyberpunk) puede extenderse a las imágenes
que conforman la serie Erotomechanics de Giger, dónde
nuestra mirada recorre cuerpos
de apariencia maquínica entregados a los goces del amor (¿carnal?), en ellos también
podemos leer "un discurso de y sobre
el cuerpo blindado en la tecnocultura". Tecnosurrealismo
comparable al del director japonés Tsukamoto, la obra de
Giger traza la discursividad erótica del metal en el imaginario
cyber, en la discursividad del filme Tetsuo, así como
en los paisajes biomecánicos de H. R. Giger, el metal tiene
la última palabra. Escuchemos a Tsukamoto referirse al erotismo:
"La tradicional idea de erotismo está estrechamente
asociada con la carne humana, pero yo
quise contrastar esa carne humana, qué es frágil y
cálida, con el metal, que es duro y frío. Lo que a
mí me parece realmente excitante es ese encuentro entre la
carne y el metal: la mutación, por tanto, es
aquí sumamente sugerente."
Un erotismo que se nos presenta como el correlato oriental del biomecanoide
gigeriano. Hardware y wetware, metal y carne, he ahí el objeto
sexual de una pulsión más allá del deseo freudiano.
Nuevos desafíos para los que continúan en la dura
lucha por la liberación de su deseo: de la vagina dentada
del psicoanálisis a la vagina metalizada de la tecnocultura.
De las "máquinas deseantes" de los filósofos
Gilles
Deleuze
y Félix Guattari a la "máquina de follar"
que da título a uno de los relatos más divertidos
del escritor norteamericano Charles Bukowski hay sólo un
paso, uno de los méritos de la obra de Giger es que conjuga,
paralelamente, la ontología de la filosofía del deseo
y el materialismo sucio de fin del siglo XX desencantado, quizás
ahí radique parte del encanto de las imágenes de Erotomechanics.
Estamos más allá de los pin up hiper-realistas
del artista Hajime Sorayama, donde los cuerpos
femeninos,
más o menos fetichizados por la tecnología, recuperan
su subjetividad en un rostro, una sonrisa, una mirada. En cambio, el gigeriano
medical shot de una penetración chirriante y oxidada
presenta al cuerpo ya no desde la apacible visión soft-core
de brillantes cuerpos erotizados por el metal, sino que prefigura
la apertura del cuerpo maquinizado a un devenir post-humano. Hard-core cyberpunk, porno-tecnología
para mutantes del nuevo milenio.
Veamos, las gynoids (término
acuñado por Sorayama para señalar, todavía
más explícitamente, el carácter femenino de
sus sensuales robots) son la versión femenina del androide, pero, en ese sentido,
no hacen más que espejear el deseo masculino en un espectáculo
voyeurístico. Las gynoids de Sorayama no son más
que barbies electrónicas, muñecas de placer y máquinas
de follar, objetos-fetiche que yuxtaponen la piel femenina, la seda
y el metal en una vecindad no carente de sensualidad, pero donde
la radicalidad del cyborg propuesto por Donna Haraway como metáfora de la mutabilidad
cultural de lo femenino está supeditada a las predecibles
fantasías masculinas.
En lugar de cyborgs, las gynoids no son más que diosas
sexuales, y, como sabemos, la ciberfeminista Donna Haraway prefiere,
según nos dice en su Manifiesto, ser un cyborg
en lugar de una diosa.
¿Cómo ser cyborg y no morir en el intento? Quizás
Sil, el alien erótico de la película Species,
se convierta en un mito fundacional del ciberfeminismo, este personaje
extraterrestre y biomecánico nos presenta la sugerente paradoja
de una figura femenina que es, al mismo tiempo, madre y depredadora
sexual, una máquina-madre liberada del poder de lo masculino.
Cartografías del futuro, la obra de Giger nos seduce en tanto
prefigura un devenir más allá de lo humano, el biomecanismo
es un post-humanismo, una ontología high-tech donde
la carne se libera de la subjetividad y se conecta a la intensidad
de lo
maquínico.
Un nuevo futurismo para la época del fin de las vanguardias.
*Publicado originalmente
en El Huevo (Revista cultural de México) |
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