El ojo de Bataille nos observa desde la mirilla de la puerta de
nuestra reposada conciencia moderna; cada acto, gesticulación,
palabra o reflexión
son objeto de la inquisitiva mirada
del bibliotecario de Orléans. Así, ante la voyeurista
delectación por la masturbación ajena, asistimos
a las nupcias de lo abyecto
y lo absurdo, de esta manera el no saber asistemático y
genial de Bataille se ríe
en nuestra cara de todas nuestras cartesianas
certezas.
Es la radical heterogeneidad de lo innombrable,
que, al toparse con lo imposible de la poética racionalista,
se arroja sin prejuicios a los brazos sublimes del deseo.
Deseo que agoniza sepultado
entre los escombros de una racionalidad estatal
ya inoperante; esa racionalidad que continúa altanera fundando
en la ley de los hombres
los interdictos a la pasión y los humores indiferenciados
de la negada animalidad que nos constituye. Balbuceos, quejidos
y lamentos fracturan las estructuras del método, ya que
para Bataille, cada acto
erótico es una herramienta de la transgresión,
cada interdicto expresa así su cabal inutilidad ante la
dentellada nauseabunda de la muerte
o ante la exánime consecuencia del éxtasis
amatorio.
Cuando Bataille nos mira, es el momento
de ser incluidos en el tablero lúdico y sacrificial que
juega sus partidas fatales en la muerte o en el sexo.
Ojo de diletante fijación
que sólo se vincula con la transgresión mostrada
en una caverna de Lascaux o con la expiación del rapto
amoroso.
Para Bataille todo el
mundo es una parodia que requiere ser interpretada, pero la interpretación
es una tarea casi inútil por el carácter inaprehensible
de la experiencia que se escapa de las proposiciones racionales
y sistemáticas que intentan atraparla, en Bataille, el
objeto de conocimiento epistemológico sólo es alcanzable
en un grito agónico de placer
o en un alarido desgarrado por el dolor extático de la
muerte. Así, sus
herramientas conceptuales y metodológicas, transitan por
el difícil mundo de la discontinuidad tratando de acercarse
al universo inasible de la continuidad en donde el hombre se ve
sujeto a los libres juegos del cielo, alejado de cualquier sensación
de pertenencia a un cuarto, a unas comidas o a unos parientes.
Este ensayo pretende reflexionar sobre el posible significado
de algunas palabras que dibujan la cartografía del pensar
y sentir de Georges Bataille: erotismo,
suerte, transgresión
y muerte constituyen así, un plano cartesiano que, con
su soberana lucidez mortal, quiebra la homogénea y reposada
cotidianidad abriendo al hombre a la experiencia de la infinita
continuidad con el universo. Con estas intuiciones nuestro autor convida a la fiesta, a los
excluidos eternos de los higiénicos salones de la modernidad.
Sí, con Bataille, lo abyecto, lo execrable, lo repugnante
y lo obsceno encuentran el refugio propicio para sus dionisiacas
orgías.
Erotismo y muerte
Primera singladura y puerto
más frecuentado de la obra
de Bataille es, sin duda alguna, El Erotismo,
libro por demás leído
y que junto con Las lágrimas de eros constituye
el corpus temático más comentado acerca de Bataille,
de todos conocida es su afirmación inicial que sintetiza
el problema central del texto: "Puede
decirse del erotismo que es la aprobación de la vida hasta
en la muerte"
La existencia discontinua
de los cuerpos vestidos,
es horadada por la desnudez
que de manera obscena desordena
el estado de los cuerpos
incomunicados, revelando los senderos hacia la continuidad posible
de la piel descubierta, ya
desposeída de toda individualidad duradera y firme. Y es
que la muerte y el deseo erótico nos desnudan, nos conducen
de vuelta a la verdad de la piel macerada por los elementos de
la naturaleza y por el frotamiento de los genitales. Muerte en
vida, vida de la muerte, muerte viviente, vida que muere, muriendo
en vida, vivir de la muerte, son algunas expresiones posibles
que en sus distintas combinaciones nos evidencian la cópula
del lenguaje y la verdad
del erotismo. Cuántas veces hemos escuchado hablar del
amor o de Eros y sus
consecuencias, en términos estrechamente vinculados a la
muerte. El lenguaje amoroso, el de la pasión
cortesana o carnal, se encuentra impregnado de los olores
del sepulcro.
En este sentido, no es posible olvidar las perturbadoras imágenes del cuadro "La
fiesta de André Masson" que ilustra las páginas
de Las lágrimas de Eros, en esta pintura los cuerpos
entrelazados en orgiásticos ataques de la carne,
de pronto se pueden mirar como los abismos de las fosas comunes
de la historia. Sacrificio,
muerte y erotismo son la única manera que Bataille encuentra
para conducirnos a los solares iluminados por la luz negra de
la continuidad cósmica de lo sagrado. El lecho y la daga
del sacrificio se funden en el ciclo ilimitado del deseo.
Recordemos a Lord Auch-Bataille en la siguiente reflexión
tomada de Las lágrimas de Eros: "La violencia
nos abruma extrañamente en ambos casos, ya que lo que ocurre
es extraño al orden establecido, al cual se opone esta
violencia. Hay en la muerte una indecencia, distinta, sin duda
alguna, de aquello que la actividad
sexual tiene de incongruente. La muerte se asocia a las lágrimas,
del mismo modo que en ocasiones el deseo sexual se asocia a la
risa; pero la risa
no es, en la medida en que parece serlo, lo opuesto a las lágrimas:
tanto el objeto de la risa como el de las lágrimas se relacionan
siempre con un tipo de violencia que interrumpe el curso regular,
el curso habitual de las cosas. Evidentemente el torbellino sexual
no nos hace llorar, pero siempre nos turba, en ocasiones nos trastorna
y, una de dos: o nos hace reír o nos envuelve en la violencia
del abrazo... es debido a que somos humanos y a que vivimos en
la sombría perspectiva de la muerte el que conozcamos la
violencia exasperada, la violencia
desesperada del erotismo."
Para el fundador del Colegio
de Sociología Sagrada, la pequeña
muerte que nos consume en los actos placenteros del cuerpo
conduce, irremediablemente, al corazón mismo del horror.
Al decir de Bataille, en el erotismo y la muerte, se produce un
enloquecimiento espasmódico nos corroe y nos lleva al fin
último de todo acto erótico: ir más allá
de los límites del interdicto.
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