Oscar
Portela(1)
pertenece
también en su talante vital y en su obra toda, a esa legión
que no sólo es americana sino que reclama el derecho a
serlo plenamente. Esto no lo priva, sino que por el contrario
lo obliga a un diálogo permanente con el mundo de las ideas, a una elaboración
profunda, desde su acá, de toda incitación filosófica
y de todo estímulo creador. Su confrontación con
el deconstructivismo de Jaques
Derridá,
será pues una confrontación creativa, poiética,
capaz de extraer de su ejercicio dialéctico abierto a últimos
confines de la razón su cuota instauradora
de sentido, su nueva "imago
mundi".
Oscar Portela, con el talento y la creatividad profunda que viene
desplegando en su obra, recobra órficamente el
valor genesíaco de la tiniebla, no para gozarse en un universo
sígnico despojado de realidad, sino para incorporar plenamente
a su visión, el polo negativo.
He dicho de él -y lo han afirmado otros-, como de Ramponi,
Castilla, Solá González, que son poetas nacionales
por venir de su región, sin que esto se entienda como un
mero apuntar a lo descriptivo o lo folklórico. Hay un pensamiento
en la poesía de Portela como
la hay en la de Novalis, Goethe, Huidobro, Neruda, Molinari.
Un pensar hecho de intuiciones, percepciones, afectividad, pulsión,
intelección. No es la suya la vía de un
tanteo onírico o de una vaguedad sensorial, sino la riqueza
de un intelecto amoroso que no renuncia en ningún momento
a la tarea de comprender. Ejercicio activo de la memoria-desmemoria, del saber que
acrecienta el no saber, del juego de la presencia y de la ausencia.
Lo diurno y lo nocturno alternan vivamente en la poesía de Portela; digamos
que en sus últimos poemas, se inscribe decididamente en
la vertiente nocturnal. Y no es la primera vez que asoma lo nocturno
en su poesía. La noche, la oscuridad,
la ausencia, la concavidad del no ser, es un latido permanente
en los ritmos con que este lenguaje se manifiesta.
En esa entrega total al conocer y al ser, no puede eludirse el
paso por los infiernos, la morada en el desierto de donde se vuelve
con la aridez de la pérdida o con la riqueza del encuentro.
Es la salida a lo abierto, el momento de riesgo que significa
entrar en lo vedado. El caso de Portela nos autoriza a pensar
que no es América el ámbito donde los signos se
fecundan en el antí-logos de las superficies textuales
que se entrecruzan como diría Kristeva, sino el lugar auroral
donde las escrituras se consumen y se consuman, es decir,
se realizan. Discípulo de Nietszche, Heidegger, Derridá,
Deleuze, Blanchot, Klossowsky
y Bataille, Portela da aliento
a una deconstrucción arrasadora, acepta el desafío
de las cifras, se hunde en la babélica superposición
de los discursos, pulveriza los signos de infinitos lenguajes.
Espera finalmente el "golpe de gracia " de la imagen final, el poder
de los nombres y enfrenta audazmente lo demoníaco, en un trance de
desnudamiento absoluto. Se desnuda
de velos y redes, del recuerdo y la voz, de los colores
y de los ritos. Pretende dejar de lado cuanto a existido, su palabra y vivencia, para
albergar en si la no-vida de las escrituras, la concavidad
de la muerte, el Eros sombrío
de las nupcias con la nada. Una apetencia de absolutez lo lleva
a la frecuentación de abismos, transposiciones, migraciones,
autodestrucciones, de las que sale vivo, renovado, ave fénix.
Oscar Portela percibe claramente como el poema mismo es
vida y muerte, construye su propio
sarcófago formal que es necesario cerrar y abrir continuamente
porque esos nombres a de borrarlos el "adviento".
Un estudio de la expresión poética de Portela mostraría
la naturaleza ritual y religiosa de su lenguaje, donde se manifiesta
permanentemente la búsqueda del Uno, la realización
de una minuciosa liturgia, la intensidad de la
plegaria, que asume también
la forma de blasfemia.
El suyo es un verbo incandescente que expresa el dolor de la noche
de la razón. La voluntad del Angel Exterminador que tiene
sed de absoluto y despojamiento. Se propone buscar algo más
que el "acuerdo de los sonidos y las natalidades",
avanzar más allá, en la negación de la negación
misma y se ofrece como víctima, canta a las bodas con la
muerte purificadora: "muerte que nos proteges
contra el exilio del cielo", como un
ángel maldito entregándose a un destino inexorable.
Su pasión, como toda pasión intensamente vivida,
es salvadora. La intensidad amorosa de la entrega lleva en sí
misma su escala de reencuentro. Se siente despeñarse al
ritmo musical del versículo, se percibe el jadeo de ida
y
vuelta en el trabajo poético, se descubren tesoros
que la marejada viene a depositar en la playa.
La lucidez del poeta es el primer ejemplo del vigía
que atiende a cada dádiva del mar: "nada abolirá
el movimiento del azar". Aunque Oscar
Portela haya tomado sus impulsos más íntimos de
los filósofos citados, su impulso
más profundo le viene de su propio lenguaje, de una cultura que es muerte y
resurrección de una tradición cuyo padre es Orfeo;
en este punto el canto mismo se hace escala salvífica.
Las palabras, las imágenes, son el hilo
de Ariadna
que han permitido al poeta héroe sobrepasar las orillas de la desmesura,
para ofrecernos una obra que es al fin sólo el cuerpo, el sema, las huellas de la aventura
poética.
La palabra de éste gran poeta argentino, es siempre una palabra
plena, es decir el signo de una vida interior incesantemente fecundada
por la pasión y la inteligencia. Se da en ella un doble movimiento
de fuga y pertenencia que
nos hace pensar en aquella metáfora marechaliana del
pez en el anzuelo.
Fuga hacia lo abismal
y abierto, hacia la nada que atrae con la fuerza de un sol oscuro,
y es también una de las formas de lo sagrado. Pertenencia
al mundo encarnado, a la tierra, a la corporeidad destinada a
sentir sus dones. Protagoniza así ese retorno al Origen que Heidegger llama
Khere y que no
puede ser comprendido simplemente como vuelta, ni tampoco como
regresión, sino como transformación espiritual
y apasionado reclamo del sentido de la vida.
Se trata de la conversión del poeta a su ser más profundo, del
despertar del yo trascendente, cuya búsqueda
era, según Novalis, la más profunda tarea del artista.
Así las imágenes, desgranadas en
escala semántica y musical, se ofrecen como escalera de
realización, siempre en camino de ida y vuelta, entre el
tiempo y la eternidad, entre el ser y la nada, entre el goce del
mundo y el sordo llamado de la muerte. El poema es remanso de
felicidad en que se revela la plenitud del instante, y es a la
vez el hueso en que la sed vuelve a despeñarse inagotable.
La obra espléndida de Oscar Portela pertenece a la poesía
americana
con sus mejores fueros. Tiene el carácter ritual de una
ofrenda en que el oficiante va desvelando el misterio cósmico
y la secreta ambigüedad de su propio rostro.
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*La
primera parte de este texto fue leído en la presentación
de "Golpe de Gracia", en la galería de Arte
Centoira de Buenos Aires y figura como prólogo de Selectión-Poetic-
Selección Poética editado en Buenos Aires por
"Correo Latino" con dibujo de tapa de la plástica
argentina Graciela Cassel |
(1) Oscar Portela, nacido
en la provincia de Corrientes (República Argentina) el
5/13/50, es considerado hoy por las más importantes voces
de la literatura de su país, como una de las más
potentes voces de la poesía y el pensamiento latinoamericano.
Autor de Senderos en el Bosque, Los Nuevos Asilos,
Memorial de Corrientes, La Memoria de Láquesis
entre otros títulos.
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