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AZAR - WAGENBERG, JORGE - COROT, ANTOINE-

El cubilete de Dios*

Rafael Mandressi
La cuestión es, como se supondrá, proporcionar una definición del azar que no sólo sea precisa, sino que permita trabajar con ella. Una de las más sugestivas fue introducida por el economista, matemático y filósofo Antoine Cournot en el siglo pasado. Según la misma, el azar es el encuentro de dos o más series causales independientes.

«Gott würfelt nicht!», bramó alguna vez Albert Einstein.
La frase, «¡Dios no juega a los dados!», dicha no hace demasiado tiempo y por uno de los más grandes científicos de la historia, demuestra que la existencia del azar no es una idea fácil de aceptar. Sin embargo, las teorías de la autoorganización le atribuyen un papel fundamental, y por lo tanto, dan por bueno que lo aleatorio existe.

La cuestión es, como se supondrá, proporcionar una definición del azar que no sólo sea precisa, sino que permita trabajar con ella. Una de las más sugestivas fue introducida por el economista, matemático y filósofo Antoine Cournot en el siglo pasado. Según la misma, el azar es el encuentro de dos o más series causales independientes.
La independencia se refiere a que los sucesos de cada una
de las series están causalmente conectados entre sí, pero
no influyen en los sucesos de la otra.

La ilustración clásica de este concepto es la de la teja que cae del techo sobre la cabeza de un paseante: la caída de la teja sigue una causalidad perfectamente determinista que puede eventualmente reconstruirse (la falta de mantenimiento la ha aflojado, un golpe de viento termina de desprenderla, etcétera); lo mismo ocurre con el hecho de
que el paseante caminase bajo el techo (es, por ejemplo, su camino habitual cuando sale a pasear al perro, o el recorrido más corto para dirigirse a su trabajo). Pero nada imponía que la teja se despegase justo en el momento en que el individuo pasaba: si bien los encadenamientos parciales son inteligibles y su encuentro es también comprensible, la sincronización entre ellos, en cambio, no puede ser interpretada como el producto de un determinismo riguroso.

Otra definición lógicamente impecable del azar puede encontrarse en el libro Ideas sobre la complejidad del mundo, de Jorge Wagensberg. Para esta definición, que Wagensberg califica de «formal», pueden considerarse las dos series siguientes de dígitos binarios:
101010101010101010
110000100111010110

La primera de ellas puede ser especificada mediante un algoritmo sencillo: «escríbase 10 nueve veces», y ello es posible porque puede detectarse en esa serie una regularidad. La ventaja de este procedimiento no se ve tan claramente en una serie breve como es ésta, pero puede apreciarse sin dificultad si el algoritmo fuese: «escríbase 10 mil millones de veces», sin duda sustancialmente más económico que escribir realmente dicha serie. El tamaño del algoritmo crece mucho más lentamente que la propia serie.

En el segundo caso, por el contrario, el mejor algoritmo para escribir la serie es: «escríbase 110000100111010110». No hay regularidad alguna, y extender la serie significa extender paralelamente su algoritmo. La segunda serie, en otras palabras, no puede ser comprimida. Más aún: no admite predicción, no puede saberse cuál será el próximo dígito en aparecer hasta que aparezca efectivamente, mientras que en el primer caso, si el último dígito es un 0, el siguiente será un 1, y viceversa.

La segunda serie es aleatoria, generada al azar, mientras que la primera es determinista. Así, concluye Wagensberg, lo contingente es aquello que no soporta ulteriores compresiones, aquello que comprimido al máximo es igual
a sí mismo. Dicho en términos de información, una serie de dígitos es aleatoria si el menor algoritmo capaz de generarla contiene aproximadamente los mismos bits de información que la propia serie.

* Publicado originalmente en Insomnia, Nº 3

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