II. Pensamiento y Obra
A Leibniz le debemos sobre todo el optimismo, ¿pero cómo
no sentirnos más deudores de la ironía, cuando a uno le
demuestran, sobre el papel y desde la simple idea de Dios, que
éste y no otro es el mejor de los mundos posibles?. Así
lo afirma en el capítulo tres de su Discurso de Metafísica:
"Tampoco
podría aprobar la opinión de algunos modernos que
sostienen audazmente que lo que Dios hace no tiene última
perfección, y que hubiera podido obrar mucho mejor [...] yo creo, en cambio, que Dios
no hace nada por lo que no merezca ser glorificado."
Cualquier otra suposición, por halagüeña que
sea, no haría más que atentar contra algún
atributo divino. A saber: si Dios no lo hizo mejor por no poder,
no es omnipotente; y si pudiendo, no quiso, no es infinitamente
bueno. Habría que remontarse, en efecto, hasta el momento
mismo de la creación, para hallar, perdido en el magno
vacío celeste, qué otro mundo se contraponía
al nuestro y espetarle, con infinito desdén: "¿Por
qué éste y no aquél?".
Así tengamos que recurrir a los avales del propio autor,
quien defendía ya en su Principio de Razón Suficiente
que todos los actos, incluso los de Dios mismo, deben tener una
razón para ser así y no de otro modo.
"no
hay que preguntar por qué peca Judas [...], sino sólo por qué Judas
el pecador es admitido a la existencia de preferencia a algunas
otras personas posibles" (Ibid., c. 30)
Ante lo mirada atenta de la Santa Madre Iglesia, las objeciones
que planteábamos en el párrafo anterior, que indirectamente
cuestionan la justicia divina, encienden de inmediato el presagio
de un controvertido debate. Y son, ya se sabe, el habitual corolario
a toda catástrofe natural, que no amenaza tanto con erradicar
la vida humana como la fe en la bondad de Dios. Si bien la
propia disyuntiva, como recordaba cierto autor inglés,
no se plantea con aquella fatalidad pretérita que el tiempo
ha sepultado: hubo una secta de los asesinos (hashihi), un dictador en
Alba y un Antíoco Epífanes en el trono de Siria(*)... sino con la inmediata brutalidad
del hecho. El hecho no fue otro que el gran terremoto de Lisboa
de 1755, en el que perecieron más de cincuenta mil personas,
prologando un encendido debate moral que involucró a dos
genios de la época, Voltaire y Rousseau. El primero, haciéndose
eco de esta desgracia, atacó la Teodicea de Leibniz
y en ella su teoría de la necesidad: los actos de Dios
no sólo no pueden ser malos sino que son "directa
y concretamente buenos". Cualquier cuestionamiento a
la justicia divina es producto de nuestra incapacidad, como seres
finitos, de comprender las causas finales de cada uno de sus actos.
Según la teoría de Leibniz debe existir un bien
superior en el plan general de Dios.
Por otro lado, el utopista dejaba zanjada
la cuestión al demostrar que Voltaire o bien negaba la
Providencia, suponiendo que Dios es capaz de ejercer el mal, o
bien admitía que todos sus actos eran buenos. No le quedó
pues a Voltaire otra elección que este último camino.
Cualquier nueva réplica le hubiera acercado peligrosamente
al spinozismo (una
anatema por aquel entonces), es decir, a admitir que el bien y el mal
no existen en sí mismos, sino sólo en nuestras ideas
de las cosas. En definitiva se impuso, contra toda palpable desgracia,
el príncipe du mellieur leibniziano, según
el cual, Dios, de entre todas las combinaciones de mundos posibles,
ha elegido el mejor en su infinita sabiduría.
Creamos o no en la idoneidad de este mundo, nos resultará
fácil aceptar que ha sido creado al menos una vez. Recurrir
al sueño de otro, como Chuang Tzu, dice tanto o tan poco
como suponer, con los cartesianos, que tras cada verdad se esconde
un genio maligno, tan decididamente caprichoso y mal intencionado
que debamos hacer necesaria la inmediata presencia de Dios. ¿Y
qué si ese buen Dios es otro genio disfrazado?
Pero con el mundo en marcha las posibilidades tampoco dejan de
asombrarnos. Por un lado Leibniz nos sugiere, en su Teodicea,
como quien invita a un incrédulo a asentir:
"Tengo
motivos para creer que no todas las especies posibles son composibles
en el universo [es decir, existentes a la vez o no mutuamente
excluyentes], por grande que sea, y eso no sólo en relación
a las cosas que aparecen juntas simultáneamente, sino
incluso en referencia a su total sucesión [...] Pero, en cambio, creo que
todas las cosas que pueden ser admitidas dentro de la perfecta
armonía del universo, efectivamente, están ahí."
Esto de que "están ahí" resulta un tanto
inquietante. Nos detendremos un momento en ello. Malebranche
creía que nuestras ideas estaban en Dios, es decir, que
nosotros pensábamos en Dios. Tal vez no sea descabellado
suponer, siguiendo este razonamiento, que cualquier producto
de la imaginación humana está en Dios. Por lo tanto,
convendremos, sería bien admitido dentro de la perfecta
armonía del universo, ya que es él el principal
responsable de que esta armonía funcione y jamás
alcanzaríamos, aunque quisiéramos, a limitar su
omnipotencia. Basta con que Él lo piense para que de inmediato
sea. Si estamos de acuerdo hasta aquí, el resultado podría
ser francamente amenazador: Tal vez el Simurg, ese pájaro
fantástico, aguarde todavía en una brumosa montaña
del punjab o el único ojo del Cíclope aún
nos mire inquisitivamente desde una ignorada isla del mar Tirreno.
Lo cierto es que nada tranquilizará a Sócrates
-ese espíritu inquieto- el no haber dedicado más
tiempo a todas estas meditaciones (Fedro, 228).
Bibliografía:
- Nuevos ensayos
sobre el entendimiento humano, Introducción y
traducción de J. Echeverría Ezponda, Ed. Alianza,
Madrid 1992.
- Tratados Fundamentales, incluye Nuevo sistema de la Naturaleza,
Monadología, Principios de la Naturaleza y de la Gracia,
etc.
Ed. Losada, Bs. As. 1946.
- Discurso de Metafísica, Introducción y notas
de Julián Marías, Ed.
Alianza, Madrid 1986 (artículo original en "Revista
de Occidente",
1942).
- Teodicea, ensayo sobre la bondad de Dios, la libertad del hombre
y el
origen del mal, Ed. Claridad, Bs. As. 1946.
- Observaciones críticas sobre los Principios de filosofía
cartesianos, Ed.
Gredos, Madrid 1989.
ESTUDIOS Y CONSULTA
- RUSSELL, Bertrand,
Exposición crítica de la filosofía de Leibniz,
Siglo
Veinte, Bs. As. 1977.
- BURNHAM, Douglas, G. W. Leibniz (1646-1716) Metaphysics, The
internet Encyclopedia of Philosophy.
- COPLESTON, Frederick, Historia de la Filosofía vol.
IV, Ariel, Barcelona 1996.
* Artículo
publicado originalmente en la Revista "mandala" -cuaderno
de artes y letras-, abril 2002.
(*) La primera fue una secta adoradora del hashish. Nació
en Arabia en el siglo XI y a sus jefes se les daba indistintamente
el apelativo de Hombre Viejo de la Montaña. Asolaron Siria
bajo las órdenes de Hassan ben Sebbah y asesinaron, propiamente,
al cruzado Conrad de Montferrat. (Hay testimonios de ello en
el libro Description of the World, atribuido a Marco Polo). Respecto
al dictador de Alba, nos referimos a Meto, despedazado por dos
cuadrigas. Traicionó a los romanos en tiempos de Tulio
Hostilio ("Albano infiel, ¿por qué no cumplías
tus juramentos?" Eneida, VII, 705). Por último, Antíoco
Epífanes mandó exterminar a los judíos aproximadamente
en el siglo IV a.C. (Véase Primer libro de los Macabeos).
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