I
Transfiguraciones de una apariencia
¿Cuál
es el rasgo determinante de la alegoría que tradicionalmente
se ha dado en llamar "las edades del hombre"? ¿La
muerte inmanente, acechando
en cada resquicio, o acaso esperando, que también es una
forma del asedio? ¿El hambre y la avaricia de los años
y los detritus que dejan bajo un mismo, aparente sol? ¿La
mera perplejidad ante los ambiguos enigmas de toda vida? ¿O
sólo el espacio que dibuja ese enigma insoluble sobre las
rotaciones del tiempo?
Dentro de esa alegoría, la juventud ha simulado siempre -al menos,
en Occidente- un espacio epifánico tramposamente seguro
y triunfante, por más que se omitiesen, en ciertos períodos,
sus rasgos más notorios. Aun con sus temeridades y el siempre
sospechado pathos, el joven Prometeo simula vida
frente al ataque del buitre. Dionysos, portador de la primavera,
conoce de antemano su ciclicidad. Cristo (de muchas maneras, un nuevo Dionysos y un
Prometeo transfigurado) muere a los treinta y tres años, legando
a sus seguidores una promesa eternal exudante de parábolas
fervorosas. ¿Cómo entender al Paraíso sino
como el arquetipo platónico de la juventud? ¿Leerlo
como la perpetua sombra de un Paraíso Perdido jamás
reencontrado?
Dilatada en los siglos, entretejida por la apología o el
rechazo -momentos extremos de las redes del poder según
Michel
Foucault-,
la juventud obstina vida. Desnuda vida. Desordena vida.
Se sumerge en la sed de un mar de sangre. Allí reside la
transfiguración de su tragedia: su máxima aspiración.
II
¿Infiernos de una hermosura perdurable?
Oscar
Wilde
redescubrió los misterios irisados del infierno en la amenazadora
belleza de Dorian Gray.
"Ahora bien: la belleza de Dorian era de ese género
cuya seducción proviene del color y de la expresión
(...) Pertenecía a esa clase de jóvenes que hacen
que el mundo parezca jovial aunque sople el infortunio. La bondad
y la dicha irradiaban de él visiblemente; la habitación
más sombría parecía iluminarse suavemente
y animarse cuando él entraba", aclara Basil Hallward,
uno de tres espejos arúspices del irlandés, del
mismo modo que el esplendente Lord Henry o el amargado Gray en
el prefacio del artista, para rematar inmediatamente, "Lástima
que un ser tan magnífico deba envejecer algún día-
suspiró Wilde."
La esfinge calla y se precipita al abismo.
III
Inutilidades del Yo
La juventud resultaría, entonces, un larguísimo
concepto en su tribu inquieta de significantes. Un coup de
des, para parafrasear a Mallarmé, pero vindicando la
etimología árabe de dado: Azar. También
parecería lamer en las márgenes de su propia alteridad, de los "desechos"
de un yo inasible, furiosamente
mutable, para descomponerse luego en un doble extrañamiento
que la revele ilusión de integridad y memorial sísmico.
Porque si todas "las edades del hombre" son posesas
de un hambre que las nutre o las desquicia por igual, dentro de
ellas la juventud se erige en espejo azogado de esta obsesión:
alienante rebeldía adorada por el mismo sujeto que la padece,
busca de verdad a pleno sol de los deslumbramientos, conjunción
tanática y orgásmica danzando por encima de un panteón
de dioses falibles cada vez, crasa e incompleta cuando explora
-sobre todo, navega- la fresca piel criminal de la
especie. Yo es tú, nos recuerda quien
precisamente abjuraría de sus preocupaciones juveniles:
Arthur Rimbaud.
IV.
Inutilidad de una agonía
Tan inútil como una niebla clara alrededor de un bosque.
Así se me presenta la agonía de la juventud: la
música de su éxtasis,
y luego el golpe en la piel.
V.
Un territorio de contraluces extremas
No es
posible al fin que el milagro no estalle.
Antonin
Artaud,
Otros Poemas.
Quiero acercarme a la emboscada. La escritura de la juventud -las variaciones
de la idea- dibuja un archipiélago
donde las sombras se igualan con el día. El archipiélago
puede simular una mazmorra. ¿Por qué esta sociedad
post-industrial cotiza tanto una muerte joven? ¿Por
qué los mitos jóvenes demoran en borrarse del imaginario
colectivo? Vemos sus increíbles mutaciones. Las escuchamos.
Nos rozan. ¡Qué patético desamparo el de un
James Dean, de 24 años, bajo una lápida pisoteada
por las muchedumbres! ¡Cuánta Silvia Plath oculta
bajo almibaradas e incontables páginas!
VI.
In signo balbus
Los equívocos diccionarios vienen definiendo la juventud
(entiéndase
a la definición en tanto otra falacia) como aquella "etapa entre
la niñez y la edad viril". Luego, no agregan sino
unos torpes ejemplos del tipo "la flor de la juventud".
Si viril vale por varonil o lo propio del género masculino,
¿qué no-espacio se reserva a las mujeres? ¿Una
niña daría, por ejemplo, un salto abrupto hacia
la vejez? ¿O simplemente remplazaría ese "período"
por dosis más largas de infancia y vejestud?
En pleno siglo V un monje de Suiza le envía una carta a
otro de Alemania, diciéndole "te escribo in signo
balbus", es decir con los signos del balbuceo. Los bárbaros
estaban a las puertas de una Roma incendiada, se esperaba un seguro
apocalipsis. Hoy asistimos
desasosegados a las múltiples invasiones de ese Leviathán
llamado globalización. La globalización vomita estadísticas
económicas
y balbucea. Los diccionarios también.
VII.
Juvencia**
Aunque lo hacen a pleno sol, parecen "sombras talladas por
un relámpago negro" (como aquellas damas del Breton de Nadja). Son varias las
que cruzan la fuente de la juventud en el cuadro de Lucas Cranach.
Viejos caballeros armados las esperan en la otra orilla con la
casi seguridad del contagio. Ellas son, a la vez, sacrificadas
y poseedoras: autómatas desatinadas.
Dicen que el rey Salomón se rodeaba también de numerosas
adolescentes en busca del contagio,
de ese emigrar hacia lo prematuro.
VIII.
Transcronologías
Por eso el simulante y joven Tom de El Zoo de Cristal,
excediendo los meros usos y costumbres de su época, dará
con la feliz metáfora del arcoiris roto,
los delicados fragmentos que hacen al cuerpo y al alma de esta
insaciable peregrina. La que nunca se cansa. La que apuñala
muerte con todo su temblor.
Con las heridas del grito.
Buenos
Aires, abril de 2002
(**) El apartado
VII fue agregado a posteriori.
(*) Este trabajo
fue seleccionado y publicado para la edición especial
de "Eccus" (Madrid, mayo de 2002), fue distribuida
en las universidades y centros académicos de España
y de otros países europeos.
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