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Amir Hamed
ISSN 1688-1672

 



TANGO - TANGO CRIOLLO - TANGO "MALEADO POR GRINGOS" - POESÍA TANGUERA - BORGES, JORGE LUIS - INDUSTRIA CULTURAL -

Georgie, Evaristo, Celedonio y Homero: la poesía tanguera (I)

Susana Ibarburu
La época y el lugar también refieren a una sociedad en construcción, y por lo tanto en busca de su propio lenguaje y su literatura, en el primer tramo del siglo XX, y al proceso de una búsqueda de una “identidad nacional” que era al mismo tiempo un hecho social y cultural y una visión promovida por los gobiernos como necesidad política

Introducción
 

En una gozosa etapa de peinado de la literatura relacionada con la vasta área temática de las relaciones entre el tango y la literatura, como necesidad de ordenar, intentamos encontrar la punta de algún hilo para devanar.  Sobre cada uno de los temas que consignamos en este texto se pueden escribir –y se han escrito- muchas páginas, pero trataremos de atenernos al hilo fino.

La tesis, va a ser entonces que tanto Borges, como Evaristo Carriego, como Celedonio Flores y Homero Manzi, en representación de la letra del tango, contribuyeron a crear una mentalidad, un lenguaje y una poética para ese arrabal extendido que fue Buenos Aires.  Con esa poética y ese lenguaje crearon para varias generaciones una visión de aquel mundo, y por lo tanto se puede decir que lo crearon para su tiempo y para el nuestro también.  No es una tesis original, pero es útil en tanto vertebra los materiales recogidos para la exploración.

Citamos una vez más palabras del propio Borges para respaldar y sintetizar la noción de creación de un mundo a partir de lo cultural:

“El tango es lo que es Buenos Aires, y será lo que Buenos Aires sea” (El Tango)
 

No hemos podido evitar la acumulación de citas.  En plena redacción de estas páginas, surge el texto de Beatriz Sarlo, en el que asevera, hablando de la predilección de Borges como crítico por ver el detalle más que la totalidad de una obra, que “Borges elige algunos hilos sueltos, como si el texto necesitara ser liberado de su sometimiento a una masa de lecturas previas”.  De todos modos, la hiper-abundancia de información producida y accesible, más allá de obligar a citar a abundantemente, para evitar el plagio, hace imposible relevar ya no todo sino siquiera un sector representativo de la bibliografía sobre un tema.  Esto conlleva la tentación de convertirse en una buena excusa para escribir de manera caprichosa y sesgada, con el respaldo de una selección personal de las fuentes – como parece que deliberadamente era el caso de Borges.

Para enmarcar esto en el tiempo, pensamos en la letra del tango entre 1917, marcado por “Mi noche triste” de Contursi y de la legitimación por parte de Gardel de ese tipo de tango cantado, y 1947 el año de nacimiento de quien esto escribe y de la composición de “Sur” por Homero Manzi.  El lugar es, por ponerlo provocativamente, Buenos Aires extendido hasta Montevideo.  Siguiendo en esto a Daniel Vidart en cuanto a que: entre Buenos Aires y Montevideo se produce “un fenómeno de transculturación que conocen muy bien los antropólogos, pero que repugna a los chovinistas”.

La propia selección del período a partir del 17 deja afuera la letra de los tangos anteriores, las que le gustaban a Borges, y es allí que encontramos un hilo interesante a seguir: los puntos de contacto y rechazo entre Borges y las letras de tango de ese período, con el trasfondo de la sociedad y cultura de la época, incluyendo el gusto literario predominante.  Quedan afuera también las letras más influidas por la poesía de las vanguardias, las de Cátulo Castillo y los hermanos Homero y Virgilio Expósito, entre otros.

Nos esforzaremos por evitar, en adelante, para desviarnos del hilo, toda consideración sobre distintos niveles de poesía o sobre si la letra del tango o de la canción en general es o no poesía, o la esterilizante diferenciación entre poesía culta y popular.  En una aproximación amplia y pragmática, asumimos el supuesto de que hay muchas letras de tango que no tienen un ápice de poesía, otras que logran estatura poética sin proponérselo, otras que se lo proponen con mejor o peor suerte, y aún otras que son meras letras con destellos de poesía.  En este sentido, nos gusta algo que dice Julio María Aguirre, miembro de la Academia del Lunfardo (citado por Astarita en todotango.com) en cuanto a que el tango “constituye el ámbito cultural que acoge, providencialmente, a la poesía.  Un ámbito donde ella se recoge para brindarse a los que menos tienen y más la necesitan.”

De todos modos, creemos que es bueno mantener en mente la percepción de Idea Vilariño en cuanto a que, sobre la letra del tango caía la censura social de los hogares modestos, de las clases media y alta, y de los intelectuales.

“Aún cuando llegó el momento en que los excelentes letristas y la aceptación de gente prestigiosa fueron provocando una revaloración y cierto interés, o por lo menos cierta resignación frente a ese hecho cultural, quedó aun entre algunos de los más empinados intelectuales de ambas márgenes del Plata un franco o recóndito desdén por el tango cantado.”
 

Adherimos también al criterio de la antología de poesía argentina de Isaacson, que afirma en el prólogo “La poesía popular de Buenos Aires no podía estar ausente de esta geografía pues, como muy bien apuntó alguna vez Adolfo de Obieta, 'no es posible renunciar a la realidad por la caligrafía`” 

Surge un inevitable convidado, y no de piedra sino de literatura, para sentar entre Borges y la letra del tango: es Evaristo Carriego, a quien el joven Borges dedicó un artículo en 1928 “Carriego y el sentido del arrabal” en el libro El tamaño de mi esperanza, que luego desarrolló como biografía en Evaristo Carriego (Gleizer, 1930; Emecé 1954). Deliberadamente queremos referirnos al joven Borges, y no sólo al posterior que tanto jugó con renegar del joven; esto nos parece legítimo ponerlo dentro de los límites de la época elegida, sin usar el "retroscopio" que en el caso de Borges llevaría a un juego interminable de contradicciones.

La época y el lugar también refieren a una sociedad en construcción, y por lo tanto en busca de su propio lenguaje y su literatura, en el primer tramo del siglo XX, y al proceso de una búsqueda de una “identidad nacional” que era al mismo tiempo un hecho social y cultural y una visión promovida por los gobiernos como necesidad política.  Un período que al comienzo vivía en carne viva la convivencia del criollo con el gringo y, por lo tanto, la construcción de una sociedad y de un imaginario que, a su vez, la refleja y la impregna: “el diálogo del hombre con su tiempo” de Juan de Mairena.  En este caso es la construcción del mundo del arrabal, y no ya sólo el de las orillas cuchilleras y sus prostíbulos piringundines, sino el que se extiende a la vida del conventillo y los patios emparrados, y llega hasta las salas de la pujante pequeño-burguesía donde las muchachas escuchaban la radio y tocaban al piano las partituras del tango, legitimado ya en España y Francia, que sus hermanos mayores habían bailado en sus escapadas al suburbio. 

El período es partido al medio por la onda expansiva de la crisis del 29 (que incorpora al tango la sensibilidad discepoliana) y los años posteriores, en particular los de la década del 40, en que ya en la letra del tango, en particular las de Manzi, lo que se hace con el arrabal es evocarlo y reconstruirlo más que construirlo, integrándolo así como mitología a esa rama de la identidad colectiva.

Creemos, al igual que Roberto Selles, que el futuro del tango como forma musical con letra –más allá de las modas en el baile- es dudoso, al menos como futuro creativo y no como arqueología.  Pero una señal de lo significativo de una poética es la marca que deja en la lengua, que guarda en sus entrañas todos los aportes y los propone como “naturales” y no históricos.  Véanse por ejemplo los puntos de contacto entre la letra del rock and roll rioplatense y la del tango, en sus formas de decir la realidad.  Acotamos que, en materia de lenguaje, dejamos de lado expresamente el lunfardo como jerga, aunque ese también se entretejió en la mejor poesía tanguera y en lengua rioplatense.

Como proceso paralelo, podríamos pensar en la poesía popular que pasa a convertirse en folklore, siguiendo la definición de Ayestarán:

“En los dominios del Folklore hay portadores y hay creadores; los primeros forman la mayoría normal e inmensa; usted mismo, culto lector, es el portador de innumerables hechos folklóricos que acaso practica sin tener cabal conciencia de ello; los segundos, los creadores, son escasos y por lo general su nombre no ha llegado hasta nosotros.  Además, para que la creación sea tal y tenga vida, validez funcional, tiene que ser votada en invisibles comicios por la colectividad.  De donde, recién cuando ha sido aprobada e irradiada se sabe de su existencia; pero entonces el nombre propio del creador se ha extraviado en la memoria múltiple del pueblo, acaso porque el derecho de propiedad de ese acto de creación ha pasado del individuo al grupo que lo utiliza.”
 

Borges decía, a su modo, que “lo popular, siempre que el pueblo ya no lo entienda, siempre que lo hayan anticuado los años, logra la nostálgica veneración de los eruditos...”

Es dable creer que ya en este tiempo de hoy mucho del tango ha pasado a ser folklore, aunque todavía sea posible averiguar quién es el autor de una letra de tango.  Nótese que esto no necesariamente se contradice con la apreciación de Borges sobre lo tradicional, ya que empieza a convertirse en materia de interés para los eruditos

Daniel Vidart, que ha incorporado con entusiasmo el estudio del tango al campo de la antropología dice a su vez, coincidiendo con Borges:

“Las élites criollas <...> se adueñan del arte popular <...> Es una folklorización al revés, una apropiación consciente de un legado sin destinatario, o mejor, con un solo y plenario destino: el de pertenecer por entero a la única, a la verdadera cultura rioplatense”
 

El folklorólogo Paulo de Carvalho Neto sostiene que las condiciones para que un hecho sea folklórico son que reúna por lo menos tres de las siguientes: Cultural; Tradicional; Funcional; Superviviente; Anónimo; Colectivo; Espontáneo; Vulgar.

¿Caben hoy las letras del tango en esta definición de folklore?  Creemos que sí, pero, más allá del examen que de este aspecto hagan antropólogos y musicólogos, nos interesa pensar en qué medida la letra del tango incidió en la creación de una nación y sigue incidiendo en forma inconsciente en nuestra forma de ser, de ver el mundo.

Dice Silvia Rodríguez Villamil definiendo lo que llama “mentalidad”:

“El primer aporte valioso en este sentido, provino de la psicología social, que nos proporcionó los elementos básicos para distinguir los diferentes fenómenos que conforman lo que podríamos llamar la “estructura interna” de una mentalidad, la cual -prescindiendo de sus contenidos particulares- quedaría definida como un conjunto coherente de opiniones, sentimientos y actitudes, que configuran una modalidad unificada de respuesta ante las diversas solicitaciones del medio ambiente”
 

GEORGIE

El tango
 Jorge Luis Borges
(1958)

¿Dónde estarán? Pregunta la elegía
De quienes ya no son como si hubiera
Una región, en que el Ayer pudiera
Ser el Hoy, el Aún y el Todavía.

¿Dónde estará (repito) el malevaje
Que fundó, en polvorientos callejones
De tierra o en perdidas poblaciones,
La secta del cuchillo y del coraje?

¿Dónde estarán aquellos que pasaron
Dejando a la epopeya un episodio,
Una fábula al tiempo, y que sin odio
Lucro o pasión de amor se acuchillaron?

Los busco, en su leyenda, en la postrera
Brasa que, a modo de una vaga rosa
Guarda algo de esa chusma valerosa
De los Corrales y de Balvanera.

¿Qué oscuros callejones o qué yermo
Del otro mundo habitará la dura
Sombra de aquél que era una sombra oscura
Muraña, ese cuchillo de Palermo?

¿Y ese Iberra fatal (de quien los santos
se apiaden) que en un puente de la vía,
Mató a su hermano el Ñato, que debía
Más muertos que él, y así igualó los tantos?

Una mitología de puñales
Lentamente se anula en el olvido;
Una canción de gesta se ha perdido
En sórdidas noticias policiales.

Hay otra brasa, otra candente rosa
De la ceniza que los guarda enteros;
Ahí están los soberbios cuchilleros
Y el peso de la daga silenciosa.

Aunque la daga hostil o esa otra daga,
El tiempo, los perdieron en el fango,
Hoy, más allá del tiempo y de la aciaga
Muerte, esos muertos viven en el tango.

En la música están, en el cordaje
De la terca guitarra trabajosa,
Que trama en la milonga venturosa
La fiesta y la inocencia del coraje.

Gira en el hueco la amarilla rueda
De caballos y leones, oigo el eco
De esos tangos de Arolas y de Greco,
Que yo he visto bailar en la vereda.

En un instante que hoy emerge aislado,
Sin antes ni después, contra el olvido,
Y que tiene el sabor de lo perdido,
De lo perdido y lo recuperado.

En los acordes hay antiguas cosas:
El otro patio y la entrevista parra.
(Detrás de las paredes recelosas
El Sur guarda un puñal y una guitarra)

Esa ráfaga, el tango, esa diablura,
Los atareados años desafía;
Hecho de polvo y tiempo, el hombre dura
Menos que la liviana melodía.

Que sólo es tiempo. El tango crea un turbio
Pasado irreal que de algún modo es cierto.
Un recuerdo imposible de haber muerto
Peleando, en una esquina del suburbio.
 

Aclaración temprana: Cuanto más se lee de y sobre Borges, es más imposible construir una sola figura coherente, lo que puede resultar frustrante pero también liberador, en tanto que cada uno de nosotros puede sentirse libre de “elegir” al Borges que más le gusta y, quien escribe, gusta del Borges que se ocupaba de los géneros y los poetas “menores”.

Burgstaller habla en esta dirección de que “una extraña complicidad de ironías y contradicciones envuelven la relación del escritor <Borges> con el tango”.

De lo que Georgie pensaba sobre el tango escribió él mismo y se escribió mucho después, generalmente en el sentido de sostener que a Borges no le gustaba el tango posterior a 1917.  En este, como en otros temas, Borges –siempre, en sus propias palabras, el otro y el mismo -dijo y se desdijo con el correr de los años –en alguna medida nos pasa a todos- y dejó huellas en toda su obra sobre lo que le importaba como materia de su literatura y lo que no. 

La versión de un Borges enemigo del tango y de lo popular está viciada por la visión de cierta crítica de izquierda.  La relación de Borges con lo popular y con el tango es mucho más ambigua y mucho más rica. (véase el trabajo de Beatriz Sarlo citado en las "Fuentes" de este trabajo).  Junto con Ostuni, creemos que es siempre preferible explorar las actitudes de Borges en su literatura, más que en sus declaraciones.  Nos parece imposible, además, separar la relación de Borges con el tango de su relación con Buenos Aires.  Declara en el prólogo a sus obras completas de 1960 que en sus primeros poemas de “Fervor de Buenos Aires” publicados en 1923 “Para mí "Fervor de Buenos Aires" prefigura todo lo que haría después”.

Una de sus afirmaciones más generales sobre el tango está en su Evaristo Carriego,

“Musicalmente, el tango no debe ser importante, su única importancia es la que le damos.  La reflexión es justa, pero tal vez es aplicable a todas las cosas.  A nuestra muerte personal, por ejemplo, o a la mujer que nos desdeña.  El tango puede discutirse y lo discutimos, pero encierra, como todo lo verdadero, un secreto.”
 

Es sabido que prefería las milongas y los que él definía como “tangos dichosos” (los que “nunca llevaron letra lunfarda” - El Idioma de los Argentinos) anteriores a Pascual Contursi, y menospreciaba al “tango posterior”

“(...) el tango posterior es un resentido que deplora con lujo sentimental las desdichas propias y festeja con diabólica desvergüenza las desdichas ajenas”.  

cita Ricardo Ostuni. 

Sigue Ostuni: Borges atribuye a los italianos (y más concretamente a los genoveses del barrio de la Boca) la degeneración de los tangos. En tal sentido, dice “podríamos hablar de un “tango criollo” y de otro tango “maleado por los gringos",

 “En el tango de las veladas familiares y de las confiterías decentes hay una canallería trivial, un sabor de infamia que ni siquiera sospecharon los tangos del cuchillo y del lupanar”  
 

Parte del interés de este posicionamiento reside en cómo era vivido por un testigo de la época el revulsivo que significaba la irrupción de las familias de inmigrantes en la vida ciudadana.

Ostuni consigna luego a Daniel Vidart como coincidiendo con Borges:

(...) la inmigración italiana injerta los organitos y los acordeones y con ellos el tango empieza a llorar, a prepararle el camino a las letras lacrimosas, a las elegías con cornudos y minas espiantadas. (El Mundo del Tango-Ed. Tauro-Montevideo 1967). 
 

Según Ostuni, lo singular de estos juicios es que olvidan que los tangos primitivos, fueron también compuestos, en su inmensa mayoría, por los primeros inmigrantes italianos o por sus descendientes y que el organito fue quien los difundió en las mismas veredas donde Borges vio bailar a los guapos.

Esa misma mirada es fuente de conflicto dramático en Florencio Sánchez, pero en Georgie se incorpora como interés agregado el punto de vista de la clase social de la que provenía, que él mismo define mejor que nadie:

Por ejemplo, en el "Prólogo para Evaristo Carriego" en su Prosa Completa (Barcelona, Bruguera, 1980), Borges dice:

 “Yo creí, durante años, haberme criado en un suburbio de Buenos Aires, un suburbio de calles aventuradas y de ocasos visibles.  Lo cierto es que me crié en un jardín, detrás de una verja con lanzas, y en una biblioteca de ilimitados libros ingleses <…>  ¿Qué había, mientras tanto, del otro lado de la verja con lanzas?  ¿Qué destinos vernáculos y violentos fueron cumpliéndose a unos pasos de mí, en el turbio almacén o en el azaroso baldío?  ¿Cómo fue aquel Palermo o cómo hubiera sido hermoso que fuera?  A estas preguntas quiso contestar este libro, menos documental que imaginativo”
 

En relación con ese tango cantado que Borges consideraba aborrecible, son conocidas sus declaraciones sobre que no le gustaba Gardel: “Como el mismo Gardel, que, afrancesado, llega en muchos casos a concluir en un sollozo grotesco, ¿qué le encontrará la gente?” dice (citado por Verdugo). Sin embargo, Alejandro Michelena cita un reportaje que le hizo Antonio Carrizo para la televisión en 1981 en que Borges dijo para sorpresa del entrevistador: “Más allá de mi opinión personal, el hecho de que Gardel siga cantando en la memoria de los hombres no es poca cosa. ¿Cuántos lo han logrado de esa manera, y a tantos años de la muerte...?”

Dice Michelena que lo más asombroso es otra frase borgeana en relación a Gardel, “Era tan perfecto que a menudo dejaba deslizar algún error para no parecer extraordinario”.  Para esta afirmación Michelena cita como testigos a Bioy Casares y a Enrique Estrázulas.

Una de las anécdotas que mejor sintetiza la ambigüedad del Borges humano con respecto a la letra de los tangos posteriores es aludida por Ostuni: 

En Texas, en casa de un ocasional amigo, profesor de letras, de nacionalidad paraguaya, que una noche lo invitó a escuchar Tangos. Borges aceptó por cortesía y soportó la audición de todos los Tangos aborrecidos por él:

“flaca, fané y descangayada... La cumparsita...Yo me decía qué vergüenza, estos no son tangos; que horror es esto. Y mientras yo estaba juzgándolos intelectualmente, sentí las lágrimas, estaba llorando de emoción. Es decir, yo condenaba aquello intelectualmente, pero al mismo tiempo aquello me había llegado y estaba llorando.”
 

Borges y la cultura popular
 

Nos sumergimos conscientemente en este berenjenal que creemos central a la preocupación que subyace en esta “tesis”.

Cada encuentro de Borges con el tango no hace sino acrecentar la sensación de ambigüedad y complejidad (“ironías y contradicciones”) de cómo el hombre, el intelectual y el artista se enfrentaban no ya sólo al tango, sino a sí mismo, a Buenos Aires, y a la cultura popular, donde está un nudo fundamental de su temática.

Señala Gamerro que:

En el Evaristo Carriego, antes de escribir sus ficciones sobre malevos y gauchos, Borges establece las bases para fundar su mitología criolla en la epopeya tradicional: del capítulo XI proviene la idea de que las letras del tango puedan llegar a constituir nuestra épica (en la línea de la lectura lugoniana del Martín Fierro)
 

Allí decía Borges:

“Tendríamos pues, a hombres de pobrísima vida, a gauchos y orilleros...creando, sin saberlo una religión, con su mitología y sus mártires, la dura y ciega religión del coraje de estar listo a matar y a morir. Esa religión es vieja como el mundo, pero habría sido redescubierta y vivida, en esta república’...Su música estaría en los estilos, en las milongas y en los primeros tangos” 
 

Y luego, en el mismo libro, esboza una definición y un vaticinio sobre las letras del tango en el terreno de lo artístico convertido en tradición, que incluye la cita que hicimos más arriba sobre lo popular, los años y los eruditos:

"De valor desigual, ya que notoriamente proceden de centenares y millares de plumas heterogéneas, las letras de tango que la inspiración o la industria han elaborado, integran, al cabo de medio siglo, un casi inexplicable corpus poeticum que los historiadores de la literatura argentina leerán o, en todo caso, vindicarán. Lo popular, siempre que el pueblo ya no lo entienda, siempre que lo hayan anticuado los años, logra la nostálgica veneración de los eruditos y permite polémicas y glosarios; es verosímil que hacia 1990 surgiera la sospecha o la certidumbre de que la verdadera poesía de nuestro tiempo no está en La urna de Banchs o en Luz de provincia de Mastronardi, sino en las piezas imperfectas y humanas que se atesoran en “El alma que canta”. Una culpable negligencia me ha vedado la adquisición y el estudio de ese repertorio caótico, pero no desconozco su variedad y el creciente ámbito de sus temas." (Evaristo Carriego, 1955)
 

Ofrece aristas interesantes la consideración de Oscar Conde, a partir de esa cita de Borges, es que:

Por su parte, la letra de tango ha dejado atrás la marginalidad, para insertarse en la tradición. Y acerca de esto merece decirse algo que muchos tal vez no quieran escuchar. En el siglo XIX, los “cultos” de Occidente etiquetaron como cultura popular a todas aquellas manifestaciones producidas fuera de su élite intelectual. Estas “otras culturas”, diferenciadas de la oficial en sus formas de creación y transmisión, por décadas despertaron en la intelligentzia un sentimiento de pedante ajenidad. En algunos –los románticos, por ejemplo– se manifestó como una mitificación de lo exótico y en la mayoría, como una minimización (en un status de subproductos) de la producción cultural de las masas incultas. La “literatura popular”, ajena al mundo de los libros, debía ser poco evolucionada, anónima y de transmisión oral. Todo producto no codificado y transmitido por la escritura resulta así marginado. Con el tiempo, se creó la categoría de “lo tradicional”, en la que entrarían, según criterios poco claros, las producciones –anónimas o no, orales o no– con determinado consenso comunitario y una cierta, aunque nunca bien definida, antigüedad. De este modo, la poesía burlesca, el romancero español y los diversos cancioneros de Europa van a ser legitimados, y otro tanto ocurrirá en el siglo XX con algunos sub-géneros, como la narrativa policial, la novela rosa, el folletín o la historieta. En la Argentina, el mismo proceso sufrieron la poesía gauchesca, las formas teatrales del circo criollo, el sainete y, por último, la letra de tango, valorada hoy como la forma por antonomasia del folclore urbano rioplatense.”
 

La teoría cultural actual recoge al tango como constructor de identidad:

“Las industrias culturales han jugado un papel importante en la historia de la consolidación de la identidad nacional de los países latinoamericanos. Primero la industria de periódicos en el Siglo XIX y la del libro en las primeras décadas del siglo XX. Piénsese, por ejemplo, en el aporte de los millones de ejemplares de los Clásicos de la Literatura Universal” publicados por José Vasconcelos, director de la Secretaría de Educación Pública mexicana hacia 1920, que a la vez que proporcionaron un incremento repentino en la producción y en el empleo editorial, también contribuyeron a la formación de los nuevos ciudadanos incorporados a la sociedad posrevolucionaria. El auge de la radio y la música popular en hacia 1930, el cine en las décadas de 1940 y 1950 y luego la televisión a partir de 1960 también cumplieron el doble beneficio de crear empleo y generar el imaginario cultural de la nación. Tango, samba, son y ranchera transpiran ritmos y movimientos asociados indeleblemente a la argentinidad, la brasileñidad, la cubanidad y la mexicanidad" George Yúdice.
 

Afirma José Gabriel

“Siendo tal la naturaleza del arte, la condición principalísima de su originalidad no puede ser otra que el contenido de la emoción del medio circunstante al artista. Ricardo Rojas, precisamente, tan mal poeta, lo ha formulado concluyentemente como crítico: "El arte que se universaliza es el que vive por el aliento de la tradición y por la emoción del paisaje nativo, como los poemas homéricos o el Romancero del Cid"
 

Borges señala en el prólogo a la antología que publicó con Silvina Bullrich:

 “La creación de arquetipos que exaltan y simplifican la suma de las cosas concretas es un hábito, acaso inevitable, de nuestra mente. Buenos Aires, apoyada con fervor por Montevideo, sigue proponiéndonos dos: el gaucho y el compadre”.

Sobre la actividad de Borges como crítico, es muy enriquecedor el ensayo de Beatriz Sarlo, del que destacamos las siguientes afirmaciones:

“A estos temas 'mayores' de la teoría crítica, Borges los abordó, sin embargo, desde una perspectiva que podría llamarse 'menor'. A lo largo de toda su vida, Borges se preocupó por escribir ensayos y críticas sobre textos 'menores'. En verdad, la inclinación por lo 'menor' es, en Borges, algo característico: como crítico hace ingresar a la literatura 'menor' en el canon de la literatura argentina y anticipa, también por este camino, otros temas de la reflexión contemporánea. Al mismo tiempo, la teoría de lo 'menor' le permite una lectura original de lo popular literario y cultural.”

<…>

 Coherentemente, subrayará siempre el momento en que se despierta el imaginario del lector en la lectura o en la escucha: es un momento de revelación directa, donde el efecto de la escritura se independiza milagrosamente de la 'calidad' literaria. Borges rememora un domingo en que, teniendo él más o menos doce años, Evaristo Carriego recitó en el patio de su casa "una tirada acaso interminable y ciertamente incomprensible de versos" de Almafuerte (un poeta popular entonces de quien el mismo Borges opina que "los defectos son evidentes y lindan en cualquier momento con la parodia"). Sin embargo, esos versos recitados por Carriego (el poeta 'menor' que Borges estudiará años después) actúan no sobre el intelecto sino sobre la relación poética, esa posibilidad de captar el lenguaje en su desborde no comunicativo:

"De lo que estoy seguro es de la brusca revelación que esos versos me depararon. Hasta esa noche el lenguaje no había sido otra cosa para mí que un medio de comunicación, un mecanismo cotidiano de signos; los versos de Almafuerte que Evaristo Carriego nos recitó me revelaron que podía ser también una música, una pasión y un sueño" (1975, Prólogos con un prólogo de prólogos, Buenos Aires, Torres Agüero Editor.) 

<…>

La vulgaridad de la forma, que Borges no perdona jamás en los escritores considerados 'mayores' y de allí el encono con que critica a Lugones en El tamaño de mi esperanza (1926), es aceptada en los 'menores'. La literatura 'menor' puede no ser convencionalmente virtuosa pero hay en ella momentos de felicidad, "una íntima virtud que se abre camino a través de una forma a veces vulgar" (1975, Prólogos con un prólogo de prólogos, Buenos Aires, Torres Agüero Editor.). Virtud: en el sentido latino de fuerza, vigor.

 <…>

En esta política de la escritura y de la lectura crítica, Borges se comporta como un vanguardista (rearmando el sistema literario) y sus textos anticipan el lugar que lo 'menor' va a tener en la teoría de las décadas siguientes. No hay en Borges una teoría de lo 'menor' como encontramos en Deleuze. Más bien hay la construcción de un lugar lateral desde donde sea posible la escritura en un país 'menor' y marginal como es la Argentina. En este movimiento, Borges encara un conflicto doble: cómo se escribe literatura, cómo se habla de literatura, por una parte; qué son estas prácticas en una nación secundaria, colocada en las orillas de occidente. Borges diseña un lugar 'menor' en una lengua y una tradición literaria 'mayores': de ahí su carácter profundamente trasgresor, que no deviene de sus ideas políticas, sociales o morales, sino de sus posiciones literarias.

<…>

Borges, escritor hiperliterario, se comunica de manera sorprendente con el debate sobre la naturaleza y el origen de una literatura que hundía sus raíces en el mundo popular campesino o suburbano. Esta intervención de Borges no puede ser pensada al margen del largo debate que, en el siglo XX, realizan los intelectuales sobre la posición de la cultura letrada frente a las culturas orales y el proceso de contaminación de las producciones destinadas a públicos populares por la intervención de las elites intelectuales primero y de la industria cultural después.

<…>

En las tres primeras décadas de este siglo, la industria cultural se convierte en una usina poderosísima del imaginario colectivo. Los intelectuales de las elites letradas no permanecen indiferentes ni al margen de estas transformaciones. Por un lado, se incorporan como productores a los medios de comunicación masivos (este es también el caso de Borges que colabora en el diario de mayor tirada de la Argentina, Crítica, donde publica los relatos de Historia Universal de la Infamia y decenas de pequeñas notas). Por el otro, comienzan a reconsiderar la posición de la literatura 'alta' en el marco de un mundo simbólico cada vez más estratificado.

 <…>

Lo que Borges opina de la gauchesca, del Martín Fierro, del tango, de los refranes populares, de la oralidad criolla y sus inflexiones, de la novela popular rioplatense en el siglo XIX, tiene gran originalidad argumentativa pero, también, puede ser reconducido al teatro más amplio del debate en curso. Sus intervenciones sobre la gauchesca en la década del 20 hacen un neto corte polémico respecto del discurso intelectual nacionalista y esencialista. Esta posición Borges va a subrayarla en las décadas que siguen, desconfiando irónicamente de un discurso 'mayor' sobre la fundación gauchesca de la cultura argentina. Sus operaciones van siempre en el sentido de una fundación alternativa y 'menor'.

<…>

Hobsbawm señala que las tradiciones inventadas (es decir, todas las tradiciones, que en eso se diferencian de las costumbres) cumplen tres tipos de función: cohesionan el sentido de comunidad; establecen o legitiman instituciones y relaciones de jerarquía o de autoridad; socializan en el marco de una cultura, inculcando creencias, sistemas de valores y convenciones prácticas (1983: 9). Borges no tiene ninguna duda sobre este carácter artificioso de la operación cultural por la que un mito, un relato, un tipo se inscribe en el imaginario social. En este sentido, su perspectiva es perfectamente antiesencialista y difiere de la naturalización del mito gaucho, tal como de algún modo había sido propuesta en el debate cultural de las primeras dos décadas del siglo. Borges afirma siempre el carácter deliberado y conciente de la operación cultural, colocándose de este modo, en una perspectiva convencionalista: no hay verdad hacia donde retroceder, sino construcciones imaginarias que desde el presente pretenden sustentar una lectura del pasado. 

<…>

Sólo Borges, sensible como nadie a la voz 'menor' de un verdadero marginal, captura en una de sus novelas <de Eduardo Gutiérrez, el autor del folletín que dio origen a “Juan Moreira”> el destello de la verdad:

"Eduardo Gutiérrez, autor de folletines lacrimosos y ensangrentados, dedicó buena parte de sus años a novelar el gaucho según las exigencias románticas de los compadritos porteños. Un día, fatigado de esas ficciones, compuso un libro real, el Hormiga Negra. Es desde luego, una obra ingrata. Su prosa es de una incomparable trivialidad. La salva un solo hecho, un hecho que la inmortalidad suele preferir: se parece a la vida" (Textos cautivos; Ensayos y reseñas en "El Hogar" (1936-1939). Edición a cargo de Enrique Sacerio-Garí y Emir Rodríguez Monegal. Barcelona, Tusquets Editores, 1986: 119).

 
“Se parece a la vida” como criterio, es algo que, paradojalmente, caracteriza a este Borges que preferimos.

Dice, a su vez, Josefina Ludmer:

Porque Borges [como Gardel, Eva Perón, etc.] también cultivó ese elemento popular que, para él, era el gaucho o el compadrito y escribió milongas; para él lo popular se situaba en el pasado y era lo nacional-popular literario, Juan Moreira, las masas de la literatura gauchesca y las del barrio de Carriego. En 1940, Borges podría estar al lado de Eva Perón pero en el polo opuesto del equipo nacional exportable por su representación opuesta de las masas.

Luego, afirma que Borges sintetiza culturalmente, entre otras historias económicas, sociales y políticas de la época (del 20 al 60) “la historia de la "alta" cultura nacional [de uno de sus rasgos: combinación de lo criollo y la enciclopedia: La conjunción de lo local con lo global.]”.
 

(sigue)

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