El escritor argentino
Roberto Juarroz (1925-1995) publicó
en vida trece libros de poesía, y un catorceavo
volumen apareció póstumamente en 1997. Como momentos
de una misma, obstinada meditación, todos estos libros se denominan
Poesía Vertical(1), diferenciándose entre sí
sólo por sus números: Poesía Vertical
en 1958, Segunda Poesía Vertical en 1963, Tercera
Poesía Vertical en 1965, Cuarta Poesía Vertical
en 1969, y así sucesivamente. De la misma manera, sólo
un numeral identifica a cada poema en cada uno de los libros.
Su poesía, en efecto,
se distingue por una remarcable unidad de forma, tono, tema
y estilo.
Juarroz
escribió exclusivamente
poemas breves y conceptualmente densos, los que, pese a carecer
de rima o regularidad métrica, exhiben no obstante un
cuidadoso diseño. Concisos y austeros, despojados e impersonales,
estos poemas poseen un ritmo interior que el lector pronto reconoce
como característico. La poesía de Juarroz prescinde de referencias
geográficas o históricas, de localismos verbales,
de euritmia o eufonía, de efusiones sentimentales, de
anécdotas, del uso de voces prestigiosas o a priori
poéticas. Típicamente, sus depurados textos tienden
a adoptar un modo asertivo, simétricamente estructurado,
con significaciones frecuentemente enigmáticas o paradojales.
Por
su desmedida ambición así como por la adhesión
obsesiva a su tema, la poesía de Juarroz bien podría
catalogarse como "poesía pura", dejando constancia
que, contrariamente a la mayoría de los poetas "puros",
al argentino no le interesa la búsqueda de la musicalidad
verbal ni la experimentación formal per se. No
hay aspiración en Juarroz a construir una "poesía blanca"
en la que el referente es accesorio y lo más importante
es el juego de los significantes. Por el contrario, la obsesión
de Juarroz está localizada en el fundamento último
de esa "realidad exterior" a la que su poesía trata de dar
cuenta con el verso más límpido posible, con un
lenguaje enteramente supeditado a su objeto, enteramente vehicular.
Esa realidad exterior, empero, asume protagonismo en tanto reveladora
de un ámbito metafísico que constituye el inquietante
núcleo temático de su poesía. En medio de las turbulencias
políticas y sociales que vivió su país y
todo el continente en la segunda mitad del siglo XX, el silencio
absoluto de Juarroz respecto de estos temas lo convierte indudablemente
en un rara avis entre sus pares regionales.
Nadie parece hablar en estos poemas; usualmente éstos
comprenden un conjunto de proposiciones impersonales, como si
alguien estuviese evaluando la verdad de cierta idea, mientras
que otras reflexionan acerca de un tópico abstracto o
avanzan observaciones en que la cotidianidad está traspasada
por un fuerte extrañamiento. Ni una vez encontramos un
"Yo"
lírico;
a veces una distante tercera persona, un colectivo "nosotros"
o un anónimo "uno" sostienen la estructura verbal
de los poemas.
Temáticamente, los poemas de Juarroz asemejan una pesquisa
intelectual cuyo objeto es indeciblemente huidizo, esto es, el
mayor y el más oscuro de los temas, el Ser ontológico.
Debido a estas características, la poesía de Juarroz
ha sido llamada "filosófica", "cerebral",
"metafísica", "abstracta" y aún
"mística". Su pasión, sin embargo, sobrepuja
su severa constricción formal y se manifiesta como disciplina
creativa
impelida a lo largo de una vida entera por esa búsqueda
que intentaremos dilucidar a través del análisis
del poema primero de la Doceava Poesía Vertical.
Corresponde primero introducir dos precisiones terminológicas
en el título de este ensayo. Poética se refiere
a un conjunto de nociones acerca de la naturaleza del discurso
poético. Como tal, constituye una reflexión
crítica
que, ora implícita, ora explícitamente, realiza
el poeta simultánea y consustancialmente con su labor.
El aspecto crítico es indisociable de su producción
poética. Difícil es hallar un poema suyo que no
contenga ideas o imágenes acerca del
lenguaje en general
y de la poesía en particular. Además, Juarroz publicó
tres libros (uno
en forma de conferencia, los otros dos como entrevistas) en que dio
forma a su ideario poético-estético-existencial-filosófico.
La palabra Ser en el título es el objeto fundamental de
la especulación metafísica, el sustrato
común a todos los seres en tanto existentes. La tesis
que adelanto en lo que sigue es que la poesía de Juarroz
está moldeada por la obsesión de trascender la
alienación ontológica
tratando de nombrar una realidad intuida e hipotéticamente
ubicada más allá de nuestra cotidianidad.
Pero
más que defender esta tesis que resultará bastante
obvia para quien haya leído así sea sumariamente
su obra, lo que me
interesa demostrar es cómo Juarroz hace ostensibles en
el texto poético esas premisas subyacentes. En este sentido,
el poema elegido es ejemplar de su obra.
Pese a estar inmerso en la atmósfera del post-estructuralismo, o tal vez
debido a ello, mi análisis de este poema será deliberadamente
pragmático: no interpreto el poema para probar las virtudes
de ninguna escuela de crítica literaria;
en cambio, he dejado que la lectura (que, por supuesto, no pretende ser inocente
o incontaminada por lecturas y experiencias previas) sugiera sus
propias avenidas de interpretación mientras ofrezco mi
respuesta al texto en tanto éste
discurre en el tiempo. En una era signada por la inestabilidad
de los textos y por la inexistencia de los significados definitivos,
parece juicioso declarar este ensayo tentativo y necesariamente
parcial, así como también resulta pertinente explicitar
los sesgos del lector.
Quien
esto escribe no cree que los significados de un texto aniden en
éste, aguardando ser extraídos por la lectura. Creo que
el significado depende del contexto (de la producción del texto, y
sobre todo, del contexto de la lectura), y que éste es virtualmente
infinito, razón por la cual los textos son polisémicos
y pueden dar a múltiples y bien fundadas interpretaciones.
Los lectores crean ese significado, pero sus capacidades interpretativas
están histórica e institucionalmente determinadas.
En palabras de Stanley Fish, "Nuevamente el punto es
que aunque hay siempre mecanismos para invalidar lecturas, su fuente
no está en los textos sino en las reconocidas estrategias
interpretativas vigentes para producirlos."(347)
Leeré
el poema de Juarroz a la luz de la obra del filósofo alemán
Martín
Heidegger
(1889-1976), con quien
comparte una aguda conciencia de las posibilidades y límites
del lenguaje y una marcada
disposición a pensar exhaustivamente los temas más
vastos desde una perspectiva secular. No obstante, más
que señalar una influencia del uno sobre el otro, sería
más apropiado hablar de una convergencia temática
(y acaso
temperamental)
entre el poeta argentino que buscó en la metafísica alimento para
su búsqueda espiritual, y el filósofo alemán,
cuya novedosa re-lectura de la tradición metafísica occidental
tanto ha inspirado a los poetas alrededor del mundo.
Parafrasear un poema siempre es frustrante, si no directamente
absurdo. Más que cualquier otra forma discursiva, el poema
es "intraducible"(2). Lo que el poema tiene para decir, ya
lo ha dicho en la manera única e intransferible del poema.
No importa cuán devota la tarea, la glosa y el comentario
desnaturalizan la experiencia poética. Dicho todo lo cual,
afrontamos este análisis en la esperanza de poder alertar
al lector acerca de las complejidades del texto que se somete
a su consideración, explicitando aquello que un lector atento asume
al leerlo, a veces inconscientemente. Es entonces en ese espíritu
que abordamos el poema primero de la Doceava Poesía
Vertical.
1.
Sacar la palabra del lugar de la palabra
y ponerla en el sitio de aquello que no habla:
los tiempos agotados,
las esperas sin nombre,
las armonías que nunca se consuman,
las vigencias desdeñadas,
las corrientes en suspenso.
Lograr que
la palabra adopte
el licor olvidado
de lo que no es palabra,
sino expectante mutismo
al borde del silencio,
en el contorno de la rosa,
en el atrás sin sueño de los pájaros,
en la sombra casi hueca del hombre.
Y así
sumado el mundo,
abrir el espacio novísimo
donde la palabra no sea simplemente
un signo para hablar
sino también para callar,
canal puro del ser,
forma para decir o no decir,
con el sentido a cuestas
como un dios a la espalda.
Quizá
el revés de un dios,
quizá su negativo.
O tal vez su modelo.
El
poema tiene cuatro estrofas de siete, ocho, nueve y tres versos
respectivamente. Carece de rima, aunque un paralelismo sintáctico
lo recorre y le confiere un reconocible patrón sonoro.
El léxico se mantiene en un registro intermedio entre
lo coloquial y lo formal; en su brevedad, el poema se desenvuelve
sin sorpresas lógico-sintácticas; las unidades
métricas coinciden con las semánticas.
Este
conservadurismo formal ha de contrastar abruptamente con los
significados exorbitantes que el poema comunica. Las estrofas
se organizan en torno a un verbo en infinitivo (sacar, lograr, abrir); cada una de ellas comienza
con una proposición luego amplificada por un conjunto
de frases nominales en la primera estrofa, y de frases preposicionales
en la segunda. En la primera estrofa, los dos puntos separan
a las frases nominales de la aserción, de la que son ejemplos.
En la segunda, las frases preposicionales se agrupan en torno
a la conjunción adversativa sino. En la tercera hay una
cláusula negativa seguida por la misma conjunción
adversativa y un conjunto de frases que culminan en un símil.
La cuarta y última estrofa tiene sólo tres versos,
cada uno de los cuales evalúa el enigma sugerido por el
símil.
Este es indudablemente un poema autotélico -es lenguaje refiriéndose
al lenguaje, o más
exactamente, a la función referencial del lenguaje, sus límites
y su eventual trascendencia-. Su asunto es, explícitamente,
palabras y cosas, nombres
y objetos de discurso, signos y referentes.
Más aún, el poema habla de un esfuerzo por acortar
o abolir la brecha existente entre el orden de las palabras y
el orden de las cosas. Hay cinco repeticiones de la voz "palabra" en un
poema de veintisiete líneas, donde, además, aparecen
otras tales como "hablar" y "no hablar",
"mutismo", "silencio", "signo",
"decir" y "sentido", para
hacer de su tema algo por demás evidente. Los enunciados(3) que comienzan
cada estrofa se refieren todos ellos al lenguaje: apuntan a corregir
sus omisiones o imperfecciones, mientras que las frases complementarias
intentan definir aquéllas áreas que se consideran
más allá del alcance normal del lenguaje. La auto-referencialidad
del poema, sin embargo, es ambigua, por cuanto todo su énfasis
está desplazado hacia el "exterior", de donde
supuestamente ha de provenir el "remedio" para la señalada
aflicción del lenguaje.
Es
decir, que aunque meta-lingüística, la tensión
entre el signo y el referente está totalmente volcada
hacia éste último. Sólo debido a que el
poema plantea un "mundo exterior" en marcado contraste
con la palabra que lo nombra, y sólo porque concibe a
la palabra no como forma sino más bien como sustancia,
es que el poema puede simultáneamente comprender ambos
polos de la díada sujeto/objeto, palabra/cosa, dentro/fuera.
En este sentido, podría decirse que el poema es pre-Sausureano(4) en sus premisas
subyacentes.
Las primeras dos líneas dicen Sacar la palabra del
lugar de la palabra/ y ponerla en el sitio de aquello que no
habla. A través de la reificación poética
(aquello
que Alfred N. Whitehead llamó "la falacia de la concreción
descaminada")
las abstracciones ganan estatus material. Así, metafóricamente, las cosas
percibidas hablan, mientras que las no percibidas son mudas.
De ahí que el texto enumere objetos o situaciones imperceptibles
usando la figura retórica denominada metalepsis o causalidad
invertida, mediante la cual las cosas hablan o se abstienen de
hablar en tanto un sujeto reconoce o desconoce su presencia.
Por esta misma razón, las metalepsis operan asimismo como
prosopopeyas en la medida que proyectan una impresión
del mundo casi animista.
Al
convertir un proceso intangible -el acto de decir o nombrar (ya que el poema en ningún
momento reconoce su condición de escritura)- en un desplazamiento físico
de entidades (las
palabras que "viajan" desde, presumiblemente, el lugar
de elocución hasta el lugar del objeto), el poema exhorta a efectuar
una imposible mudanza del orden de los signos hacia el orden
de los objetos. La espacialización de la función
referencial del lenguaje que la convierte en una migración
de entidades, actualiza así el anhelo de fusión
que desde siempre le es inherente. El uso de artículos
determinados y singulares precediendo a "palabra" en
las dos primeras estrofas nos dice que el poema no se refiere
a ciertas palabras del diccionario, o al repertorio de que dispone
el poeta, sino que se refiere a la aptitud humana de simbolización
que permite hacer al mundo inteligible. La palabra es sinécdoque
por todo el lenguaje, el símbolo de la aptitud simbólica
general.
La labor
metafórica
de transferir las palabras desde su lugar de elocución
hacia el lugar del objeto es interpretada como reparadora, porque
lo que los cinco versos que siguen a la proposición de
la primera estrofa tienen en común, además de nombrar
mudas abstracciones, es su connotación negativa (agotamiento, anomia,
impotencia, desdén, indecisión). Las palabras necesitan interpelar
a sus referentes en sus propios lugares para de esta forma redimirlos
del olvido. Al poner las palabras en contacto con lo que nombran
repararemos esa omisión. Parafraseando entonces, la estrofa
dice "pongamos las palabras en esos lugares silenciados
para que así éstos puedan hablar". Lo que
no se encuentra en la acción es el agente: las situaciones
olvidadas tendrán que redimirse a sí mismas, dado
que ningún pronombre personal (inexistentes en el poema) podrá
llevarlo a cabo. La ausencia de pronombres personales, empero,
universaliza el "hecho" y, de alguna manera, profundiza
la "soledad" del mundo. Y, si tomamos a Juarroz literalmente
y asumimos el poema como un acto de habla (hablar, decir), la impersonalidad del mismo
lo vuelve un pronunciamiento de tipo casi oracular.
Notas:
(1) Verticalidad para Juarroz
representa la dimensión original de la poesía,
un corte extático en el incesante flujo temporal (una
idea que probablemente Juarroz leyó en Gaston Bavhelard,
tal vez mientras estudiaba Filosofía y Letras en La Sorbonne).
De acuerdo con las propias palabras de Juarroz, la poesía
es inversión de la ley de gravedad, un contrapunto a la
caída general de todas las cosas (Bravo, http://www.ucm.es/info/especulo/numero11/juarroz.html).
Verticalidad alude asimismo a cierta moral de la forma poética
caracterizada por la inflexible disciplina de la búsqueda,
y por la gravedad invariable de su tono.
(2) Uso el término en el sentido general de Paul de Man,
como el fracaso de una actividad derivada, como la filosofía
de la percepción, o la crítica respecto de las
obras de arte.
(3) "Primariamente, enunciado significa señalar hacia
fuera. Con esto adherimos al significado primordial de Logos
como apophansis: dejar que los seres sean vistos en sí
mismos" (Heidegger, Sein und Zeit, 144; los énfasis
(itálicas) corresponden siempre a los autores citados).
Contrariamente al lugar común que halla en la poesía
un lenguaje más connotativo que denotativo, la poesía
de Juarroz abunda en aseveraciones directas.
(4) Para Ferdinand de Sausure "el signo lingüístico
une no una cosa y un nombre, sino un concepto y su imagen acústica"
(102). Tanto es así que la lingüística como
disciplina no comprende estudio alguno acerca del referente.
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