El simbolista francés Pierre Menard, relata Borges, escribió
el Quijote. Como se recuerda,
la narración borgeana abunda en agudezas, prestidigita
hipótesis, arremete contra épicas del origen -como
la historia y la filología-
y dentro del paquete, como siempre irónico, contra Cervantes. Pasados los años
se leyó, con justicia, al relato del argentino como una
vuelta de tuerca a la modernidad. A diferencia
de Cervantes, Menard sólo
llegó a escribir un par de capítulos y, en su proyecto
inconcluso, había ya suprimido la vindicación autobiográfica
-ésa que pariera al autor moderno, que reclama la propiedad
intelectual
de una obra.
Tal vez
el hecho de que Menard fuera simbolista dé una clave subterránea
que Borges prefirió omitir o que simplemente
no vio: la verdadera creatividad de Menard, en pleno siglo XX,
fue plantearse una impronta semejante a la de un músico.
En efecto,
la mayor felicidad de monsieur Pierre fue ejecutar, puntualmente,
como aquel que ejercita los dedos en un encordado, en un teclado, en
los huecos sibilantes de los vientos, un surco hecho por otro. Para
un músico -también para aquel pletórico que
se abandona a la ducha- la dicha suele darse en reiterar, con
pormenor, un trazo previo, generalmente de otro. A mayor fidelidad,
mayor triunfo: a lo sumo, la instancia individual consiste en
ser intérprete, en traducir. Así la ópera,
la música lírica, pero también Joe Cocker
tambaleando en Woodstock y vociferando "With a little help
from my friends", Divididos haciendo "El arriero va"
o Madonna repitiendo "American Pie".
En el
terreno de la escritura, un diezmo de esa dicha ha quedado
en manos de los traductores
(pero para evitar confusiones
Menard llenó sus páginas en castellano). Acaso en tiempos
previos a la imprenta los copistas sintieran esa beatitud del
niño que martilla penoso, hasta que la remata, las corcheas
de "Para Elisa": ser un instrumentista, un mero actualizador
de un riel o escritura que nos precede.
Después
de Gutemberg y Cervantes, la escritura no tiene otro hacerse
que el combate con lo blanco. En tiempos de digitalización, copiar -trasvasar
al pulso propio la grafía de otro- ni siquiera es ejercicio
para colegiales. Quedan, de todos modos, ciertas adolescentes que insisten en
transcribir, en sus cuadernos, algún poema que los demás
olvidamos.
Acaso
se trate de una menardización más. Cervantes, en
el cierre, reclamaba su "para mí nació"
Don Quijote (y
por ello también muere, para que no haya otro Avellaneda
que me lo secuestre);
ellas, al calcarlo, también afirman "para mí
nació", aunque esto quiere decir "para
mí nació, pero también para cualquier Avellaneda
que quiera duplicarlo".
* Publicado originalmente en Insomnia
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