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Amir Hamed
ISSN 1688-1672

 



ESCRTURA - CERVANTES SAAVEDRA, MIGUEL DE - BORGES, JORGE LUIS - MENARD, PIERRE - SECUESTRO -

La dicha del secuestro*

Amir Hamed
La verdadera creatividad de Menard, en pleno siglo XX, fue plantearse una impronta semejante a la de un músico


El simbolista francés Pierre Menard, relata Borges, escribió el Quijote. Como se recuerda, la narración borgeana abunda en agudezas, prestidigita hipótesis, arremete contra épicas del origen -como la historia y la filología- y dentro del paquete, como siempre irónico, contra Cervantes. Pasados los años se leyó, con justicia, al relato del argentino como una vuelta de tuerca a la modernidad. A diferencia de Cervantes, Menard sólo llegó a escribir un par de capítulos y, en su proyecto inconcluso, había ya suprimido la vindicación autobiográfica -ésa que pariera al autor moderno, que reclama la propiedad intelectual de una obra.

Tal vez el hecho de que Menard fuera simbolista dé una clave subterránea que Borges prefirió omitir o que simplemente no vio: la verdadera creatividad de Menard, en pleno siglo XX, fue plantearse una impronta semejante a la de un músico.

En efecto, la mayor felicidad de monsieur Pierre fue ejecutar, puntualmente, como aquel que ejercita los dedos en un encordado, en un teclado, en los huecos sibilantes de los vientos, un surco hecho por otro. Para un músico -también para aquel pletórico que se abandona a la ducha- la dicha suele darse en reiterar, con pormenor, un trazo previo, generalmente de otro. A mayor fidelidad, mayor triunfo: a lo sumo, la instancia individual consiste en ser intérprete, en traducir. Así la ópera, la música lírica, pero también Joe Cocker tambaleando en Woodstock y vociferando "With a little help from my friends", Divididos haciendo "El arriero va" o Madonna repitiendo "American Pie".

En el terreno de la escritura, un diezmo de esa dicha ha quedado en manos de los traductores (pero para evitar confusiones Menard llenó sus páginas en castellano). Acaso en tiempos previos a la imprenta los copistas sintieran esa beatitud del niño que martilla penoso, hasta que la remata, las corcheas de "Para Elisa": ser un instrumentista, un mero actualizador de un riel o escritura que nos precede.

Después de Gutemberg y Cervantes, la escritura no tiene otro hacerse que el combate con lo blanco. En tiempos de digitalización, copiar -trasvasar al pulso propio la grafía de otro- ni siquiera es ejercicio para colegiales. Quedan, de todos modos, ciertas adolescentes que insisten en transcribir, en sus cuadernos, algún poema que los demás olvidamos.

Acaso se trate de una menardización más. Cervantes, en el cierre, reclamaba su "para mí nació" Don Quijote (y por ello también muere, para que no haya otro Avellaneda que me lo secuestre); ellas, al calcarlo, también afirman "para mí nació", aunque esto quiere decir "para mí nació, pero también para cualquier Avellaneda que quiera duplicarlo".

* Publicado originalmente en Insomnia

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