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Amir Hamed
ISSN 1688-1672

 



BORGES, JORGE LUIS - ESCRITURA -


Al Este de Borges (I)*

Gerardo Ciancio
Borges sintió desde muy joven la necesidad de saber sobre las literaturas, las cosmogonías, las religiones y los modos de idear, de los hombres de India, China, Japón



Borges y Oriente

Jorge Luis Borges ha escrito, leído y hablado mucho. Recorrió el siglo a caballo de las palabras, por entre los anaqueles de una biblioteca personal infinita y laberíntica. Atravesó ocho décadas construidas sobre la palabra leída, escrita y dicha. Fundó una nueva escritura, una nueva actitud lectora, una forma original del diálogo -cruzado por la ironía y la inquisición del dato erudito-, y se enroscó, vocacionalmente, en inumerables polémicas, a pesar de que alguna vez haya declarado que la ironía es "una cosa que aprecio y agradezco y de la que soy del todo incapaz". Y, a pesar de que, ya octogenario, respondiera, a la pregunta "¿Qué es la humildad?": "En mi caso, una forma de lucidez. Prefiero, como los japoneses y los chinos, que los otros tengan razón. Detesto las polémicas."

Ese Borges hablador, lector y escritor, que tradujo a los diez años El Príncipe feliz de Oscar Wilde, y que, ya en el otro extremo del arco de la vida, enunció,

A los otros les queda el universo;
a mi penumbra, el hábito del verso.


recorrió furtiva y arduamente, el universo del pensamiento de la humanidad. La filosofía, los textos cosmogónicos, los discursos metafísicos, los libros considerados sagrados, los sistemas de pensamiento, fueron visitados por su afán lector, así como fueron recreados por su inquieta y caprichosa pluma
(valga esta hipálage, figura tan cara a Borges).

Los abundantes exégetas y críticos del orbe literario levantado por Borges no pierden ocasión de referir los sustratos filosóficos que, supuestamente, sustentan muchas zonas de su escritura. Si recorremos la historia de sus libros observamos que, desde los comienzos, en diversos lugares de la inscripción borgeana, asistimos a la deriva filosófica. Sirvan como ejemplo estos versos del fundacional poemario Fervor de Buenos Aires
(1923):

Curioso de la sombra
y acobardado por la amenaza del alba
reviví la tremenda conjetura
de Schopenhauer y de Berkeley
que declara que el mundo
es una actividad de la mente,
un sueño de las almas,
sin base ni propósito ni volumen.


Hace diez años, Ezequiel de Olaso, escribía para La Nación de Buenos Aires: "La obra de Borges nació abrazada a la filosofía. Ya en su primer libro de versos aparece la joven flor platónica
(Borges no sentía que la eternidad fuera atemporal sino más bien un adjetivo de la juventud) Sabemos de sobra que los escritos de Borges rondan e interrogan temas tradicionales de la filosofía: el tiempo, la identidad personal, las relaciones del lenguaje con el mundo. También nos consta que Borges no quería ser filósofo. Entonces, ¿qué hacer? Los profesores de literatura se han mostrado remisos a penetrar en un territorio desconocido. Los profesores de filosofía presintieron que podían exponerse a una sensacional tomadura de pelo [...] Y sin embargo las relaciones de la obra de Borges con la filosofía son un tema legítimo y cautivante que ha comenzado a ejercitar inteligencias sensibles y disciplinadas."


Enciclopedias, atlas, el Oriente / y el Occidente, siglos y dinastías

En estas páginas nos interesa abordar panorámicamente al Borges que, en puntillas de pie y, muchas veces, a contrapelo de las diversas modas amontonadas en el siglo, se asomó al otro lado del mundo, al Oriente. Como Octavio Paz, Borges sintió desde muy joven la necesidad de saber sobre las literaturas, las cosmogonías, las religiones y los modos de idear, de los hombres de India, China, Japón, así como de los que se abrazaron al Islam o practicaron ese complejo sistema de interpretación y explicación del mundo que es la Cábala. Paz vivió años en la India y recorrió los países orientales. Borges viajó por muchos países de Oriente: "Yo conozco los dos extremos del Oriente: conozco Egipto y conozco Japón, pero querría conocer, la China y la India, y me gustaría conocer Persia, también..."

Paz y Borges han leído innumerables libros de tema oriental. Paz aprendió lenguas orientales in situ; Borges, ya en Ginebra, le dijo a María Kodama que deseaba aprender japonés. En la ciudad suiza no se encontraba ningún profesor de esa lengua, y su mujer le ofrece una alternativa: "- No hay profesor de japonés pero sí uno de árabe[...] - El árabe, claro, Las mil y una noches, me parece muy bien, llámelo inmediatamente." Borges terminó sus días estudiando árabe con un profesor egipcio que habia leído su obra en inglés y en árabe.

Paz leyó, tradujo y escribió poemas y modalidades estróficas chinas y japonesas; Borges escribió diecisiete haiku y media docena de tankas, siendo ya un escritor consagrado:

Bajo la luna
la sombra que se alarga
es una sola
. ( 1981)

Bajo la luna
El tigre de oro y sombra
Mira sus garras.
No sabe que en el alba
Han destrozado un hombre.
( 1972)


Es curioso e interesante observar esa suerte de afán didáctico que a veces emerge de los textos de Borges. Al final de El oro de los tigres
(1972), anota: "He querido adaptar a nuestra prosodia la estrofa japonesa que consta de un primer verso de cinco sílabas, de uno de siete, de uno de cinco y de dos últimos de siete. Quién sabe cómo sonarán estos ejercicios a oídos orientales. La forma original prescinde asimismo de rima."

La lectura que Borges realizó de Oriente no ha dejado de ser una lectura hecha desde Occidente. Borges no dejó de ser el mismo para acceder al otro. Soñó la cultura oriental desde su mesa de trabajo occidental. Estudió, con bastante sistematicidad, el pensamiento oriental, confirmándose como pensador occidental. Empero, hurgó entre las tramas simbólicas de Oriente y Occidente para poder encontrar los nudos comunes:

La lenta mano de Virgilio acaricia
la seda que trajeron
del reino del Emperador Amarillo
las caravanas y las naves.
(1981)


Muchos años después vinieron los viajes a esos lejanos países conjeturados en el papel. También vino la ceguera:
"Hice dos viajes al Japón, y debo eso al azar -si es que el azar existe- [...] Estoy en Nara, la antigua capital del Japón, muy cerca está la gran imagen del Buda...es muy grato eso, aunque yo no pueda ver la imagen, por razones obvias."


* Publicado originalmente en Insomnia

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