Borges y Oriente
Jorge
Luis Borges
ha escrito, leído y hablado mucho. Recorrió el siglo
a caballo de las palabras, por entre los anaqueles de una biblioteca
personal infinita y laberíntica. Atravesó ocho décadas
construidas sobre la palabra leída, escrita y dicha. Fundó
una nueva escritura,
una nueva actitud lectora,
una forma original del diálogo -cruzado por la ironía
y la inquisición del dato erudito-, y se enroscó,
vocacionalmente, en inumerables polémicas, a pesar de que
alguna vez haya declarado que la ironía es "una
cosa que aprecio y agradezco y de la que soy del todo incapaz".
Y, a pesar de que, ya octogenario, respondiera, a la pregunta
"¿Qué es la humildad?": "En mi
caso, una forma de lucidez. Prefiero, como los japoneses y los
chinos, que los otros tengan razón. Detesto las polémicas."
Ese Borges hablador, lector y escritor, que tradujo a los diez
años El Príncipe feliz de Oscar
Wilde, y que, ya en el otro extremo del arco de la vida, enunció,
A los otros les queda el universo;
a mi penumbra, el hábito del verso.
recorrió furtiva y arduamente, el universo del pensamiento
de la humanidad. La filosofía, los textos cosmogónicos,
los discursos metafísicos, los libros considerados sagrados,
los sistemas de pensamiento, fueron visitados por su afán
lector, así como fueron recreados por su inquieta y caprichosa
pluma (valga esta hipálage,
figura tan cara a Borges).
Los abundantes exégetas y críticos del orbe literario
levantado por Borges no pierden
ocasión de referir los sustratos filosóficos que,
supuestamente, sustentan muchas zonas de su escritura.
Si recorremos la historia de sus libros observamos que, desde
los comienzos, en diversos lugares de la inscripción borgeana,
asistimos a la deriva filosófica. Sirvan como ejemplo estos
versos del fundacional poemario Fervor de Buenos Aires
(1923):
Curioso de la sombra
y acobardado por la amenaza del alba
reviví la tremenda conjetura
de Schopenhauer y de Berkeley
que declara que el mundo
es una actividad de la mente,
un sueño de las almas,
sin base ni propósito ni volumen.
Hace diez años, Ezequiel de Olaso, escribía para
La Nación de Buenos Aires: "La obra
de Borges nació abrazada a la filosofía. Ya en su
primer libro de versos aparece la joven flor platónica
(Borges no sentía
que la eternidad fuera atemporal sino más bien un adjetivo
de la juventud) Sabemos
de sobra que los escritos de Borges rondan e interrogan temas
tradicionales de la filosofía: el tiempo, la identidad
personal, las relaciones del lenguaje con el mundo. También
nos consta que Borges no quería ser filósofo. Entonces,
¿qué hacer? Los profesores de literatura se han
mostrado remisos a penetrar en un territorio desconocido. Los
profesores de filosofía presintieron que podían
exponerse a una sensacional tomadura de pelo [...] Y sin embargo
las relaciones de la obra de Borges con la filosofía son
un tema legítimo y cautivante que ha comenzado a ejercitar
inteligencias sensibles y disciplinadas."
Enciclopedias, atlas, el Oriente / y el Occidente, siglos y dinastías
En estas páginas
nos interesa abordar panorámicamente al Borges que, en
puntillas de pie y, muchas veces, a contrapelo de las diversas
modas amontonadas en el siglo, se asomó al otro lado del
mundo, al Oriente. Como Octavio Paz,
Borges sintió desde muy joven la necesidad de saber sobre
las literaturas, las cosmogonías,
las religiones y los modos de idear, de los hombres de India,
China, Japón, así como de los que se abrazaron al
Islam o practicaron ese complejo sistema de interpretación
y explicación del mundo que es la Cábala. Paz vivió
años en la India y recorrió los países orientales.
Borges viajó por muchos países de Oriente: "Yo
conozco los dos extremos del Oriente: conozco Egipto y conozco
Japón, pero querría conocer, la China y la India,
y me gustaría conocer Persia, también..."
Paz y Borges han leído innumerables libros de tema oriental.
Paz aprendió lenguas orientales in situ; Borges,
ya en Ginebra, le dijo a María Kodama que deseaba aprender
japonés. En la ciudad suiza no se encontraba ningún
profesor de esa lengua, y su mujer le ofrece una alternativa:
"- No hay profesor de japonés pero sí uno
de árabe[...] - El árabe, claro, Las mil y
una noches, me parece muy bien, llámelo inmediatamente."
Borges terminó sus días estudiando árabe
con un profesor egipcio que habia leído su obra en inglés
y en árabe.
Paz leyó, tradujo y escribió poemas y modalidades
estróficas chinas y japonesas; Borges escribió
diecisiete haiku y media docena de tankas, siendo
ya un escritor consagrado:
Bajo
la luna
la sombra que se alarga
es una sola.
( 1981)
Bajo la luna
El tigre de oro y sombra
Mira sus garras.
No sabe que en el alba
Han destrozado un hombre.
( 1972)
Es curioso e interesante observar esa suerte de afán didáctico
que a veces emerge de los textos de Borges. Al final de El
oro de los tigres (1972), anota: "He querido
adaptar a nuestra prosodia la estrofa japonesa que consta de
un primer verso de cinco sílabas, de uno de siete, de
uno de cinco y de dos últimos de siete. Quién sabe
cómo sonarán estos ejercicios a oídos orientales.
La forma original prescinde asimismo de rima."
La lectura que Borges
realizó de Oriente no ha dejado de ser una lectura hecha
desde Occidente. Borges no dejó de ser el mismo para acceder
al otro. Soñó
la cultura oriental desde su mesa de trabajo occidental. Estudió,
con bastante sistematicidad, el pensamiento oriental, confirmándose
como pensador occidental. Empero, hurgó entre las tramas
simbólicas de Oriente y Occidente para poder encontrar
los nudos comunes:
La lenta mano de
Virgilio acaricia
la seda que trajeron
del reino del Emperador Amarillo
las caravanas y las naves. (1981)
Muchos años después vinieron los viajes a esos
lejanos países conjeturados en el papel. También
vino la ceguera:
"Hice dos viajes al Japón, y debo eso al azar
-si es que el azar existe- [...] Estoy en Nara, la antigua capital
del Japón, muy cerca está la gran imagen del Buda...es
muy grato eso, aunque yo no pueda ver la imagen, por razones
obvias."
* Publicado originalmente en Insomnia
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