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ISSN 1688-1672

 



CULTURA - CULTURA URUGUAYA - SÓCRATES - LEY DE IMPUNIDAD VS. LEY DE CADUCIDAD - TRASMISIÓN CULTURAL - MUTACIÓN - OBRAS COMPLETAS DE SÓCRATES - TIEMPO LOCO - CERVANTES SAAVEDRA, MIGUEL DE -

Tiempo loco*

Carlos Rehermann

La enemistad de Sócrates con la escritura no fue obstáculo para que algún funcionario uruguayo haya ordenado que se colocara su efigie a la entrada de la Biblioteca Nacional.
Si haber puesto una estatua de Cervantes flanqueando esa puerta es poco imaginativo, tiene la ventaja de tener alguna relación con el sentido de la existencia de una biblioteca, especialmente en un país que habla castellano

Caducidad de la pretensión expresiva

Nada hay más uruguayo que la manera de referirnos al clima. "Tiempo loco", decimos, como si la naturaleza fuera una entidad caprichosa que la tiene tomada con nosotros con la finalidad de arruinarnos el fin de semana.
También nos caracteriza el amplio surtido de palabras tabuadas. No decimos "cáncer" por temor a que el mero sonido sea una invocación. Nos parecemos a esos pueblos primitivos que mantienen en secreto los nombres propios de las personas, por miedo a que su pronunciación sea empleada por el enemigo para apropiarse del alma del nombrado.

No podemos siquiera nombrar al propio territorio: somos una república que está al lado de cierto río.
En la República Oriental del Uruguay decir las cosas por su nombre se percibe, tanto por quienes dicen como por quienes escuchan, como actos agresivos.

El caso de la ley que prohíbe juzgar a personas acusadas de ciertos delitos durante la dictadura es paradigmático de esa relación ofuscante que tenemos con las palabras. Tanto los opositores a la ley como sus defensores empleamos las palabras con tanta concentración en la forma, que el contenido de la ley
(ese gesto de sumisión y ojos bajos que hay que adoptar cuando uno se acerca, en la selva, al gorila macho) no se discutió. El tema, en aquel momento, no era una cuestión de justicia, sino qué hacer cuando un empleado que tiene porte de armas le dice a su jefe que no le va a hacer caso. En cambio, la atención se centró -y se sigue centrando- en la semántica: Ley de Impunidad o Ley de Caducidad.

La primera expresión tiene la ventaja de ser justa y sobria; la segunda no tiene nada para elogiar, salvo que es menos ridícula que el título completo de la norma.
Cuando los opositores emplean la expresión "ley de impunidad", enfatizan intensamente el acto transgresor de usar una palabra no admitida por los redactores de la ley. Cuando los defensores hablan de "ley de caducidad", parece que bañaran al mundo con un ablandador universal que conjura la realidad. De esa forma, la discusión se torna imposible, porque la verdad es que ni es agresivo decir impunidad, ni se evita la realidad poniéndole sobrenombres a las cosas.

Ese infantilismo que no permite nombrar las cosas so pena de que se conviertan en realidad es un carácter dominante de nuestra cultura, que se resiste a las mutaciones y se trasmite verticalmente, como ocurre con algunas enfermedades.

Trasmisión cultural


La epidemiología distingue dos modos de trasmisión de las enfermedades: vertical, cuando ocurre de padres a hijos, y horizontal, cuando se produce entre individuos no emparentados, frecuentemente coetáneos. Según el genetista italiano Luigi Luca Cavalli-Sforza, la trasmisión cultural se comporta de manera similar. Los padres trasmiten a sus hijos enseñanzas y tradiciones
(verticalmente); los ciudadanos intercambian novedades (horizontalmente).

La trasmisión cultural tiene dos fases: primero se da la comunicación de una novedad; luego, su aceptación. La aceptación es la parte más difícil de la trasmisión. Está lleno de ejemplos de las dificultades de aceptación que impiden o retrasan la trasmisión, tanto en el área de la ciencia
(las ideas de Copérnico acerca del universo o la explicación de Semmelweiss de la causa de la fiebre puerperal) como del arte (la poesía de Blake o la pintura de Modigliani). En otras áreas de la cultura, como la religión, la aceptación de novedades es prácticamente inexistente y cuando se produce es al coste de grandes cismas, guerras y calamidades.

La trasmisión cultural vertical tiende a ser tan conservadora como la trasmisión de caracteres genéticos. Cavalli-Sforza dice que los cambios culturales trasmitidos verticalmente se producen de la misma manera como se producen los cambios genéticos: por mutación, es decir, por lo que podría llamarse errores de copia en la duplicación de las moléculas de ácido desoxirribonucleico. Si esto fuera así, las dificultades de comunicación, el ruido y la incapacidad de comprensión de los mensajes serían los principales responsables del cambio cultural en sentido vertical.

Cuando la trasmisión es horizontal, el fenómeno, si se torna social, es comparable a una epidemia, y se llama moda.
A veces nos disgusta tanto un fenómeno cultural masivo que nos negamos a aceptar que se trate de una trasmisión horizontal; preferimos imaginar conspiraciones de alguna multinacional de la industria editorial, y convertir ese éxito popular en una trasmisión vertical. Pero la moda es un fenómeno horizontal, aunque en el origen haya un microproceso vertical
(por ejemplo, una multinacional del disco que impone a Shakira puede considerarse una figura genética paterna que incide sobre un grupo de figuras filiales: periodistas de radio y televisión, discjockeys de salas de baile, que luego trasmiten la novedad en horizontal).

Muchos éxitos masivos no tienen nada de novedoso, por lo cual hay que preguntarse si se trata de un auténtico fenómeno de trasmisión cultural, o si es más bien una amplificación de la aceptación -la extensión de una epidemia originada tiempo atrás. El caso de Paulo Coelho, por ejemplo, es claramente el de una ampliación de la aceptación de los discursos de Jiddu Krishnamurti
(con una severa pérdida de calidad de escritura), cuya mayor influencia ocurrió entre grupos universitarios de los años sesenta.
Una forma de trasmisión horizontal que siempre tuvo una gran importancia es la que ocurre cuando varios emisores comunican y producen la aceptación de un solo receptor. Las sectas de fanáticos operan de esta forma. Un grupo instruye concertadamente a un aspirante hasta que se completa la aceptación.

Paradójicamente, este fenómeno puede ocurrir masivamente, puesto que un conjunto grande de medios de comunicación masivos, actuando en coordinación, trasmite información a un mismo receptor multiplicado por millones en sus respectivos sofás. Las grandes corporaciones de medios estadounidenses informan que los terroristas operan de esa manera, pero el conjunto de esos mismos medios, que difunden idénticas verisiones de algunos hechos, hacen exactamente lo mismo con sus receptores, y esta es quizá la forma dominante de trasmisión cultural actual.

Sócrates bibliotecario


No se conoce un enemigo de la escritura comparable a Sócrates. El filósofo consideraba nefasto que el conocimiento se confiara a una grafía quieta, ya que, según comentó
(y su discípulo Aristocles el Ancho se ocupó de escribirlo en una prosa cada día más legible), la escritura es el acabóse de la memoria, y para abundar más dijo que nadie que lea podrá engañarse acerca de que la letra escrita sólo permite recordar al lector lo que ya sabía.

La enemistad de Sócrates con la escritura no fue obstáculo para que algún funcionario uruguayo haya ordenado que se colocara su efigie a la entrada de la Biblioteca Nacional.
Si haber puesto una estatua de Cervantes flanqueando esa puerta es poco imaginativo, tiene la ventaja de tener alguna relación con el sentido de la existencia de una biblioteca, especialmente en un país que habla castellano.
Pero no existe relación posible entre lo que representa Sócrates y lo que significa una biblioteca, lo cual permite plantear dos hipótesis, una optimista y otra pesimista, que conducen, desgraciadamente, a la misma célebre tesis del más grande de nuestros filósofos, Arthur N. García: no somos nada.

La hipótesis pesimista es que el instalador de la estatua era un ferviente admirador del ex presidente argentino Carlos Menem, que, como declaró en sus tiempos de gloria, tiene como libro de cabecera las Obras Completas de Sócrates, a no dudar el único ejemplar que existe en el planeta. Nuestro hipotético funcionario menemista habría llevado su celo hasta extremos de fervor extático que lo indujeron a recorrer el arduo camino que va desde el surgimiento de su idea, en alguna porción del duodeno, hasta su realización en bronce. La elección del escultor, la elección del fundidor, la elección del lugar, la elección de la fecha de descubrimiento, y adecuadas dosis de dinero de los contribuyentes administradas con amoroso desinterés, dificilísimos trabajos para homenajear al gran filósofo, a la gran biblioteca o al gran ex presidente.

La hipótesis optimista establece que el promotor del monumento es un sedicioso anarquista que busca socavar las bases de nuestra cultura introduciendo un error furtivo, una cáscara de banana epistemológica, el virus de la equivocación, en fin, una voraz termita gnoseológica que liquide nuestro andamiaje cultural.

Con Sócrates de bibliotecario, se entiende que ya no se compren libros para la biblioteca; con la abundancia de palabras tabú en este costado del río, es comprensible que creamos estar hablando de una cosa mientras hablamos de otra; sólo resta la esperanza de que haya un error de copia en el código genético de nuestra cultura, a ver si cambiamos. Los genetistas no se ponen de acuerdo acerca de si el clima tiene alguna influencia en las mutaciones. Pero con el tiempo, en este país, nunca se sabe.


* Publicado originalmente en el Semanario Brecha

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