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ISSN 1688-1672

 



GUÉNON, RENÉ - TRADICIÓN -

El servidor del Único*

Carlos Rehermann
Guénon abordó tres grandes temas: el carácter del mundo moderno, que él llamaba “el reino de la cantidad”; la metafísica, que para Guénon era la Verdad, asunto que trasciende la materia y al individuo y finalmente, el área que le abrió las puertas a una tímida lectura académica: el estudio de los símbolos

Por qué Guénon

Uno de los problemas que se le plantean a quien decide hablar de René Guénon es el de los motivos. Se habla de alguien cuando se considera necesario darlo a conocer, aprobar o discutir sus ideas, en razón de su importancia. Pero no es fácil establecer el grado de importancia de la obra de Guénon. No resulta en absoluto evidente que haya influido en ningún filósofo (más allá de ciertas llamativas coincidencias entre algunos de sus textos y obras posteriores de Heidegger). Tampoco parece pertinente buscar en sus escritos rastros de filósofos anteriores; Vico, Marx, Nietzsche o Bergson aparecen en la imaginación del lector de Guénon, pero sólo para notar, a las pocas líneas, la separación abismal que los emparenta.

No abundan comentarios de terceros acerca de la obra de Guénon; muy pocos lo elogian; menos aun lo atacan. André Gide, en su Diario, resumió así esta curiosidad: “Si Guénon tiene razón, bueno, toda mi obra cae. No tengo nada, absolutamente nada que objetar a lo que ha escrito Guénon. Es irrefutable”.

La pregunta por el motivo parece comenzar a contestarse: ¿qué mejor razón para hablar de un hombre y su obra que el hecho de ser ambos inefables?

La decadencia de Occidente

La obra de Guénon consta de una veintena de libros y casi 400 artículos, aparecidos casi todos ellos en tres revistas francesas durante los años veinte, y en una publicación de la tradición sufí publicada en Egipto, donde Guénon vivió los últimos 20 años de su vida.

Nacido en 1886 en una familia de clase media, Guénon se educó en colegios católicos. En el París cosmopolita anterior a la Gran Guerra de 1914 se relacionó con varios grupos esotéricos, hinduístas, islámicos y masónicos. Luego de pasar un tiempo en la Escuela Hermética de Gérard Encausse (que firmaba sus libros sobre magia con el seudónimo Papus), en 1912 fue iniciado en el islamismo sufí. Su primera obra, Introducción general al estudio de las doctrinas hindúes, fue su tesis de doctorado en filosofía, al parecer inspirada directamente por maestros de la escuela Vedanta.

En 1930, poco después de la muerte de su esposa, Guénon se radicó en El Cairo, donde adoptó el nombre Abdel Wahed Yahia (que significa “el servidor del Único”), y procuró vivir retirado. Algunos allegados creen que temía ataques de grupos espiritistas, cuyo fraude sistemático había sido expuesto en El error espiritista, publicado en 1923.

En la época en que comenzaba a publicar sus primeras obras, los espiritistas de Blavatski hacían furor, y los Rosacruces adquirían fuerza y generaban gran cantidad de epígonos. Pasada la guerra, la Iglesia Católica intentó recuperar el esoterismo perdido de su rica herencia medieval, como medio de reencauzar feligreses descarriados. En Francia el medio empleado fue la revista Reignabit, y en España, El mensajero social del Sagrado Corazón.

Fue desde esas páginas que comenzó la crítica al mundo moderno que luego Spengler, con su muy influyente La decadencia de Occidente, y Ortega, con La rebelión de las masas, difundirían como denuncia que rápidamente encendió polémicas en todo el mundo. Casi simultáneamente con el libro de Ortega, Guénon publicó La crisis del mundo moderno. Ambos autores centran sus ataques contra asuntos similares: la manía por la cantidad en desmedro de la cualidad; la invención de nuevas y artificiales necesidades para sostener un consumo creciente, y la celebración de un individualismo exacerbado. Pero la interpretación de las causas y la propuesta de soluciones de ambos son radicalmente diferentes.

Ortega era un defensor del progreso; para Guénon, tal idea no existe. Para Ortega, el hombre masa dejará de serlo cuando comprenda el verdadero valor del progreso; para Guénon, en ese punto exacto se encuentra el fin del mundo tal como lo conocemos.

Los temas

Guénon abordó tres grandes temas: el carácter del mundo moderno, que él llamaba “el reino de la cantidad”; la metafísica, que para Guénon era la Verdad, asunto que trasciende la materia y al individuo, es universal e inmutable y sólo se puede aprehender a través de lo que él llamaba intelectualidad pura, una forma de intuición muy distinta a la de Bergson; y finalmente, el área que le abrió las puertas a una tímida lectura académica: el estudio de los símbolos, disciplina en la que sobresale su claridad expositiva y su enorme erudición.

Sus primeras obras están dedicadas a la exposición de doctrinas orientales, y a la puesta de manifiesto de lo que Guénon considera el problema esencial del mundo moderno: el olvido de la Tradición. La Tradición de Guénon no tiene nada que ver con el tradicionalismo superficial de los defensores de viejas costumbres, que consideraba conservador en el peor de los sentidos. La Tradición que postulaba Guénon es un conocimiento “no humano”; no es una idea acerca de la divinidad, sino de un Único del que el hombre es manifestación y no reflejo. Ese conocimiento no proviene de ningún aprendizaje (meta de la educación occidental), sino de una comprensión (fin de la meditación oriental) que se resiste a la razón y sólo aflora mediante el ejercicio de la intelectualidad pura.

Su sentencia sobre la crisis del mundo moderno se apoya en la concepción hindú acerca de las edades del hombre. Para Guénon vivimos en la etapa final —y más degradada, el Kali-Yuga, o “edad sombría”—de un ciclo de cuatro edades. La actual etapa comenzó en el siglo VI antes de nuestra era, con el abandono del orfismo y los misterios en Grecia, el cambio que sufrió en Persia el mazdeísmo, el surgimiento del budismo en la India y la implantación del confucionismo en China. Dentro de esta última etapa la peor crisis surge alrededor del siglo XIV, cuando comienza la caída del feudalismo en Europa y se sientan las bases del humanismo, que para Guénon es simple y crudo individualismo. Guénon sostiene que el cristianismo es la vertiente occidental del saber tradicional, y que la Iglesia Católica fue su auténtico depositario hasta el nacimiento del humanismo renacentista. Como Nietzsche, condena la reforma protestante por su acento en lo que llama moralismo (y aquél nombraba moralina).

Guénon habla del fin del mundo moderno sin intención apocalíptica. Así como han desaparecido incontables civilizaciones, la nuestra ha de desaparecer; nacerá otra nueva, quizá una edad de oro; también es posible que no desparezca todo rastro del presente, y que la sabiduría de algunos logre preservar lo poco que todavía tenemos de valioso.

Su tesis es que la única esperanza radica en la formación de una élite que ponga en funciones la pura intelectualidad. Guénon (que condena la democracia como aparato de dominación de las masas a través de la sugestión), aclara que esa élite no tiene nada que ver con los gobiernos o con los Estados. Se trata de un núcleo de auténticos gurús capaces de dotar al mundo de una luz de verdad.

Asentado el dato del desastre contemporáneo, que perdió toda o casi toda conexión con la Tradición, busca su reducto último, y lo encuentra en Oriente, en tres lugares: el sufismo, el vedanta y el taoísmo. Sus trabajos sobre el Hinduismo y el Islam merecieron, si no la difusión en Europa, sí traducciones y aprobación tanto en la India como en Egipto; este último albergaba en su época a la casi totalidad de los eruditos coránicos.

El Occidente tradicional mereció gran parte de su dedicación, plasmada en abundantes trabajos sobre el simbolismo. La esvástica, el Grial, el lenguaje de los pájaros (o los ángeles), el laberinto, el rey del mundo, el crismón, el zodíaco, la mesa redonda, Jano, los dos San Juan, el octógono, la piedra angular, el arco iris, la ciudad de Dios, y decenas de símbolos de casi imposible rastreo documental fueron abordados por su fina inteligencia.

La vía del medio

Los textos de Guénon hablan de ciencias ocultas, de conocimiento tradicional y del mundo espiritual de una forma tan alejada de la superstición como de la filosofía y la filología occidentales. Tampoco intenta interpretaciones psicologistas para explicar el impulso místico. Es característico de sus exposiciones de ideas que tome símbolos tradicionales o relatos míticos o religiosos y explique entonces un aspecto de la realidad aplicando la estructura simbólica como un modelo del mundo. Prescinde, al contrario que los antropólogos, de toda contextualización social de los símbolos: los considera plasmaciones de esa intelectualidad pura capaz de comprender completamente la realidad.

Es difícil descubrir el criterio que lo guía para la elección de los símbolos a partir de los que elabora sus tesis. Quizá en esa opacidad de su obra radica su mayor debilidad, puesto que la aleja de un método científico capaz de ser aceptado por la academia. De cualquier manera, cuando se cumplió el centenario de su nacimiento, en 1986, la Sorbonne organizó un coloquio sobre su obra, que ha generado cierto interés académico y editorial. 

Puede que el lector occidental no encuentre la obra de Guénon de su gusto; difícilmente podrá considerarla errónea.

 

* Publicado originalmente en El país Cultural

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