Los latinos en la patria del
tuxedo
Ciento ocho de las páginas
web del sitio
www.oscar.com están dedicadas a las fotografías de algunos
de los invitados a la ceremonia de entrega de los premios
Oscar. Uno se entera allí, por ejemplo, de que Renée Zellweger
vestía un Carolina Herrera, Penélope Cruz un Oscar de la
Renta, y Kate Winslet un Badgley
Mischka. Claro que había también Versace, Prada, Michael Kors,
Rochas y Roland Mouret. Los varones fueron casi todos con
esmoquin, que en inglés americano se dice tuxedo,
porque fue en el Tuxedo Club de Nueva York —un sitio chic
de tiempos ya olvidados— que uno de sus socios
apareció vestido con solapas brillosas y sin tajo culero, hace
más de cien años. Los tuxedos de la noche de los Oscar
eran de Ozwald Boateng,
Armani, Dolce & Gabanna, Hugo Boss o Richard Tyler.
Como dicen nuestros
célebres comedores de pororó —los críticos de cine contratados
por Movie Center para posar en tuxedo en una
foto publicitaria—, esto del Oscar no es un circo, sino una
forma de imponerse en el mercado.
Un ganador del Oscar
adquiere una notoriedad que favorece su carrera personal y
empresarial, y las películas ganadoras venden más entradas. Se
trata de un asunto serio, si es que uno se toma en serio los
asuntos de dinero.
En esta entrega de los
premios Oscar hubo un movimiento reactivo, curiosamente
asociado al Che Guevara, que en el plano del discurso se
expresó como defensa de expresión de una subcultura —la de
aquellos que su lengua materna es el castellano, que en la
tierra del tuxedo se denominan latinos—, pero
que en el fondo se trata de una cuestión de espacio económico.
En la noche de los premios
todos los latinos actuaron como tales, trascendieron
sus roles glamorosos y se dedicaron a defender algo que al
parecer los une, pero que no resulta muy claro.
Nosotros, ellos, la audiencia, el arte,
todo
En una carta difundida en
Los Ángeles cuatro días antes de la entrega de los premios, el
músico uruguayo Jorge Drexler dijo: “Son los productores
del show quienes tienen una visión reduccionista de lo que es
un artista latino, tratándonos como un grupo homogéneo de
piezas intercambiables, en el que el único criterio válido es
el índice de audiencia”. Se refería a la decisión de los
productores de la ceremonia de entrega de premios, por la cual
se descartaba la participación del músico en el escenario.
Es cierto que el único
criterio de las personas que tienen como objetivo ganar dinero
a través de la
explotación de los
medios masivos,
es el índice de audiencia. Además de cierto, es razonable. Si
no les importara el índice de audiencia no serían buenos
empresarios de medios
masivos. Drexler le reprochaba al olmo su parquedad en
peras.
Por otra parte, no es
cierto que traten como piezas intercambiables sólo a los
latinos: tratan a todo el mundo como piezas
intercambiables. Los colegas de Drexler que no son latinos
igualmente vieron sus canciones interpretadas por otros.
La carta del músico
terminaba con una misteriosa frase: “No nos van a aguar la
fiesta”.
La clave de todo este
asunto es el sujeto de esa frase: ¿quiénes somos nosotros? ¿A
quiénes no nos van a aguar la fiesta?
El actor Gael García
Bernal, que iba a ser quien presentara el premio a mejor
canción, protagonista de la película por la cual Drexler
obtuvo el premio, decidió no ir a la ceremonia, en explícito
gesto de apoyo a la reacción del músico uruguayo. El suyo fue
el primer gesto fuerte de todo el affaire, y quizá el
único. Tal vez es una casualidad, pero García Bernal hizo lo
que uno imagina que habría hecho el Che, que prefería atacarse
de asma por correr en el monte que por hablar demasiado.
Perdido el espacio
latino de Drexler por decisión de los productores, y
perdido el espacio latino de García Bernal por
libérrima decisión de García Bernal, comenzó una danza de
nombres latinos para no deslatinizar la noche. Primero
se corrió la voz de que el cantante sería Enrique Iglesias,
probablemente un bluff para que la elección final
—Antonio Banderas— resultara un alivio para los horrorizados
latinos cultos. Carlos Santana como acompañante no
podía menos que concitar la simpatía de buena parte de los
latinos del mundo, ya que el mexicano fue un pionero en la
conquista de espacios no latinos. Salma Hayek ocupó el
puesto de García Bernal. Su discurso fue raro: con expresión
de dolor explicó las bondades de la letra de la canción a
quienes no entienden el castellano. A esa altura, quedó claro
para casi todos los latinos que estábamos mirando la
televisión, que se estaba desarrollando un complot. Les
vamos a ganar, pensábamos todos, aunque no nos
den el premio, les ganamos. Un complot de
latinos en defensa de su latinidad.
Así las cosas, Santana
hizo sus santa-nadas habituales, Banderas entonó bien, aunque
un poco banderillero de más, Drexler aplaudió, y se llevó el
Oscar. En
Uruguay se festejó como un triunfo nacional.
Tanto se consideró un
triunfo nacional, que el presidente Vázquez, en el discurso de
la noche del primer día de su mandato, felicitó a Drexler por
su premio. Lo hizo cuando abordaba el tema “cultura”
de su agenda ministerial, y fue muy aplaudido, lo que
demuestra la sincera alegría que una enorme masa de uruguayos
sintió por el premio del compatriota.
Las radios abundaron, al
día siguiente de la entrega de los premios, en comentarios
acerca de la calidad de los artistas uruguayos, y varios
periodistas expresaron, de una u otra forma, la idea de que el
premio de Drexler “demuestra que se puede”.
En su carta, Drexler dice:
“me gustaría pensar que esta circunstancia puede impulsar un
debate cultural acerca de qué significa ser un artista latino,
al margen de guetos, estereotipos y preconceptos”.
La intención de esta nota,
que a esta altura seguramente comienza a parecer antipática a
muchos lectores, es recoger justamente ese deseo del músico
uruguayo, y proponer algunos ingredientes para el debate.
Uno de los ingredientes
tiene que ver con la contradicción que surge entre el deseo de
entrar al sistema de ventas de la industria del espectáculo y
la simultánea resistencia a aceptar sus reglas. Para algunos,
como García Bernal, la cosa es muy clara: si hay choque
entre mis reglas y las reglas del sistema, yo sigo mis reglas,
y no entro. Para otros, como Santana, quizá basta ponerse
una camiseta con la foto del Che.
El mensaje que dieron
Banderas, Santana, Hayek y Drexler es confuso: la protesta y
la defensa verbal pierden ante la potencia de la presencia en
la pantalla.
Por lo demás, no está mal
que un empresario defienda su negocio, o que un
artista
defienda su imagen,
mediante el uso de pícaros recursos propagandísticos. En un
país donde, si la minoría latina no estuviera, las
cosas irían verdaderamente muy mal, porque constituye la
principal fuerza de trabajo y en breve será esencial para
determinar el rumbo político de la nación, defender las
minorías es un gesto que se acoge con simpatía, de manera que
hay que reconocer que se trató de una buena utilización de los
medios disponibles para lograr los propios fines, que
esencialmente coinciden con los del sistema: ser percibido
para agrandar la base del mercado.
Si el resultado fue
inmejorable (un premio de bajo perfil, como el de
Canción Original, jamás tuvo un protagonismo como este,
incluso en las áreas no latinas de los
Estados Unidos),
no parece tener mucho que ver con la
cultura,
especialmente con la
cultura uruguaya. Drexler demostró que sabe hacerse un
espacio en la industria, no sólo por cómo desarrolló su
carrera en España, o por haber aprovechado talentosamente la
oportunidad de escribir una canción ganadora, sino
especialmente por el modo como manejó los
medios de
comunicación para obtener el espacio que quería.
Pero lo interesante para
los uruguayos que están en
Uruguay, más allá de
la alegría y la simpatía que uno pueda tener por Drexler por
“habernos hecho ganar un Oscar”, es que no podemos aprender
demasiado de este éxito, y pocos parecen notarlo.
¿Qué quiso decirnos el
presidente Vázquez cuando nombró a Drexler mientras hablaba de
los planes del gobierno en relación con la
cultura? Seguramente no quiso
decir que si nos vamos del país quizá podamos obtener un
premio. Pero, ¿qué quiso decir? ¿Debemos esperar que la
expresión cultural de los uruguayos aspire a entrar en los
mecanismos industriales del imperio?
Es importante saber lo que
quiso decir, porque entre los cambios que hay que esperar,
entre los cambios que hay que exigir, está el cambio de una
concepción de la cultura
como producto de consumo regido por objetivos de beneficio
económico, por una visión más rica, más profunda, que nos
permita una vida más jugosa, que nos abra espacios para
expresar ideas y sentimientos, que nos haga más libres.
* Publicado
originalmente en el Semanario Brecha. |
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