Vieja
como el siglo XVII es la denuncia del antijesuita Arnauld del
Círculo Cartesiano. Ahí se exponía la circularidad
inherente al razonamiento de Descartes. Si según el autor de las
Meditaciones, para conocer que Dios existe debemos confiar
en la idea clara y distinta de Dios pero para saber que estas
ideas (claras,
distintas)
son verdaderas, debemos confiar en que Dios existe y no engaña
a los hombres, entonces, afirma Arnauld, aunque Descartes rechazara la
magia,
su prueba ontológica estaba basada en una palabra mágica
y en la superstición de que las cosas pueden ser determinadas
por ideas y pensamientos.
El hecho
de que el famoso sujeto cartesiano, padre del racionalismo moderno,
acuñado en latín para jesuitas, sea más bien
hijo de una fórmula mágica no estorba un par de
lecciones conmovedoras. Descartes es un escritor formidable. Ahí
está, dudando metódicamente, del mundo, de sí
mismo, titubeante, conjeturando posible el hecho de que en ese momento, como en el sueño,
no se encontrara en realidad, a pesar de las certezas de los sentidos,
junto al fuego, es su robe de chambre, escribiendo. Si ahí
mismo, sosteniendo la pluma, el secante, la tinta, rasgando
el papel,
no estaría siendo embaucado. Dios
(optimum Deum, fontem veritatis) no puede engañarlo,
porque es un buenazo, reñido con el timo. Queda entonces
otro, supongamos, notable por lo poderoso, dice Descartes, notable
por lo engañador, que me confunde. Porque ese me engaña,
insiste, porque soy objeto de su fraude, es que no es dable la
duda de que yo existo.
Dicho
de otro modo, yo existo por ese otro, ese genio maligno y poderoso
(genium
aliquem malignum)
se toma la molestia de mentirme minuciosa,
insistente, implacablemente, ahora mismo, mientras escribo. Yo
soy, en última instancia, la intención ese otro de engañarme
-me estafa, ergo existo. Ego. Yo soy, curiosamente, un individuo
importante, porque ese ser poderoso se toma enormes esfuerzos
por ilusionarme.
Aliquem. Y quién
me engaña; el Diablo (o
diabolos, alevoso griego, el engañador), ningún
otro. Y cuál es la función del Diablo en este mundo,
entonces: ficcionalizar. Ese poderoso, que me da la existencia,
ese fabulista enconado, ¿y si no existiera?, ¿y
si no existiera la mentira, la ficción? Mejor ni
pensarlo; ni siquiera existiríamos.
*Publicado
originalmente en Insomnia
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