Trabajo leído el 20 de diciembre de 2004 en el boliche
La Estada para presentar la re-edición de Artigas Blues
Band.
Amir
Hamed
realizó la hazaña con la que soñaron generaciones
de escritores
uruguayos.
Que levanten la mano los escritores presentes
que nunca hayan soñado con escribir una novela sobre José
Gervasio Artigas.
Muchos tuvimos ese deseo, y todos lo descartamos como
imposible de realizar dado el grado de cristalización
(para usar
el término de Stendhal) de que padece la figura del padrenuestroartigas.
Amir, no menos despierto que los demás escritores uruguayos,
llegó, por supuesto, a la misma conclusión: que
semejante cosa era imposible. Pero después fue y lo hizo.
Así
es Amir: de él
sólo cabe esperar cosas insólitas. Es un tipo capaz
de descolgarse por Nueva York precisamente el 11 de
septiembre de 2001 y volver convencido de que sólo
ciertos hechos de índole familiar sepultados en su propia
y olvidada infancia pueden explicar la catástrofe
de las Torres
Gemelas.
O viceversa. Convicción de la que deja constancia en esa
joyita que es el cuento "Conquista del Oeste", de su
libro Buenas
Noches, América.
Es
un tipo capaz de, ya cumpliditos los cuarenta, decidir que le
llegó la hora del rock and roll. Y entonces
enrola en pocos días a un número indefinido de
sujetos (de
cuyo talento musical sólo un lejano porvenir podría
eventualmente ofrecer garantías), con los cuales en pocos meses
tiene listo y grabado en borrador un primer álbum completo
y se presenta en público. Una vez más: Amir hace
lo que los demás sólo soñamos, porque que
levanten la mano los cuarentones que aunque sea mientras se duchan
no se imaginan aullando un rock o un blues enfundados en las
calzas y las camisetas de Mick Jagger o de Freddy
Mercury. Y créanme, que si se deja de lado el hecho de
que la banda suena como puede, de que el cantante hace lo que
puede, y de que no hay manera de saber lo que dice porque sólo
tocan -como si fuera un juramento- en boliches con pésimo
sistema de audio, si se dejan de lado estos aspectos francamente
negativos y se escucha con cuidado al Macaco uno se da
cuenta de que la banda tiene ese algo que sólo tienen
las buenas bandas de rock and roll.
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Bueno,
volviendo a Artigas Blues Band... Pero ¿qué
se puede decir de semejante libro? Sólo la insobornable
estupidez de las transnacionales del libro, hecha carne en sus expertos
vernáculos, les ha impedido hacer un buen negocio editando
cuanto antes a quien está destinado a ser un clásico
de la literatura de habla hispana.
Mañana van a venir a golpearle la puerta (en el caso de que Amir
tenga una puerta, cosa que no siempre sucede). Y van a tener que pagar los
derechos a precio de oro. Que además no creo, conociéndolo,
que Amir se los venda. No al menos sin hacerlos sufrir un buen
rato. Verdad, Amir?
¿Qué
se puede decir de semejante libro? Sobre todo se puede describirlo,
caminándole alrededor, como se hace con el cráter
de un volcán activo, navegándole alrededor, como
se hace con los maelstroms de Poe, porque si uno intenta
ir a fondo, ir al núcleo, lo más probable es que
termine devorado por un súbito golpe de succión
o por un vómito de lava.
Y es
que el par de nociones que nos esperan agazapadas en el corazón
de este delirio alevosamente
planificado son de aquellas que pueden poner en jaque las convicciones
de los espíritus más sólidos.
Una
es la noción de que elpadrenuestroartigas era en realidad
nada menos que un Gran Vampiro, identificado y reconocido
como tal en la novela nada menos que por Klaus "Nosferatu"
Kinski, sin duda alguna una autoridad en la materia. Gran
Vampiro
que exige más y más sangre a sus huestes, anémicas
ya después de años de encarar tozudamente batallas
perdidas de antemano, y que, cuando ya no hay más sangre
para derramar, se borra de una vez y para siempre y nunca más
dice ni pío. La noción, entonces, de que el inmasticable
radicalismo del prócer, su decisión incorruptible
de no negociar nada con nadie no era sino la cara visible, política
de un larvado, inconfesable e inconfesado nihilismo. Y que no
se quejen los catequistas del padrenuestroartigas de los inventos
-por lo demás bien argumentados- de Amir, porque esa era
la única manera de romperle el molde al prócer
y de ponerlo a parir novela, que es lo que importa.
La
otra noción es la de que nuestro mundo de hoy esta pronto
y maduro para la destrucción final de todo, la de que
la globalización, la unificación
de la bobera planetaria, es la condición sine qua non
para el apocalipsis, para el triunfo
del nihilismo y el advenimiento de la nada: una noción
que hoy, a principios del siglo XXI, puede parecernos ya bastante
evidente, pero que hace diez años, a fines del siglo XX,
no lo era tanto.
Este
par de ideitas se anudan en el artilugio ficcional que funda
y dispara la trama de la novela, a saber: que Artigas ha regresado
y que ha insuflado su deseo vampírico y nihilista
en un par de sujetos de los que lo menos que puede decirse es
que estaban muy mal preparados psíquicamente para resistirse
al oscuro llamado: un resentido profesor de literatura que arrastra
sus amarguras por los liceos de los arrabales montevideanos
y un becario de doctorado que allá en el dorado norte
regurgita mal su buena suerte de privilegiado y se tambalea al
borde del solipsismo.
Al
becario (Ariel,
transparente alter ego de nuestro autor) el tenebroso soplo artiguista
de ultratumba le produce la compulsión de escribir una novela
que dé cuenta de los secretos nunca dichos del prócer.
Al otro, al docente, le produce el deseo -en principio un tantín
dadaísta- de sabotear los aspectos monumentales del discurso
oficial maniqueo y castrador con que se han ocultado las verdaderas
realidades del fundador de la Patria. Pronto de la pavada provocadora
pasará -como suele suceder- a la dinamita. El neoartiguismo
de línea vampiro-nihilista trascenderá fronteras y, como un
nuevo virus que se expandiera por el planeta, parecerá
conducirnos al amanecer tan esperado... ahora sí, definitivamente,
al amanecer del Apocalipsis.
La
historia de la escritura de la novela
sobre Artigas y la historia de la expansión de este neoartiguismo
se entrelazan en el texto de la novela hasta que se confunden
y son una y la misma cosa. En otras palabras: en la literatura de Amir el
berretín de escribir una novela acerca de un significante
momificado -indestructible, al decir de Lacan- puede encender
la mecha que conduzca directamente al Apocalipsis.
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El texto de Amir -músico como es él- arranca con
un scherzo assai vivace, en un preludio hecho de sincronías
y simetrías juguetonas, continúa con un andante
con moto e nervoso cuando se desatan la represión y la
paranoia y termina con con un molto adaggio molto espressivo
cuando lo que queda es dar cuenta del paisaje después
de la batalla. En los tres modos el virtuoso demuestra su eficacia.
Cuando
al principio, marcando un ostinato irónico, nos cuenta
las preocupaciones, bastante triviales, de los tres amigos intelectuales, y luego al
final, cuando machaconamente nos muestra el patético final
hacia el que todo se encamina, la batuta de Amir es impecable.
Pero alcanza la excelencia cuando los demonios se desatan
y la realidad cotidiana se vuelve otra cosa: allí sí,
con mano maestra nos sumerge en la paranoia, y una sensación
indefinible de malestar, de amenaza larvada, de ominoso se instala
en nuestra lectura.
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Yendo un poco más al fondo de la cuestión. ¿Cuál
es la crisis de la que
da cuenta la novela de Amir? Por cierto que Amir es un representante
de la generación "de la dictadura", o sea la
que se formó durante la dictadura. No puede sorprendernos
que en el nivel de lo diegético (del contenido, digamos) su texto postule
una nueva subversión que esta vez sí se volverá
incontenible y desbordará de una vez y para siempre los
torpes afanes de los cuerpos represivos. No puede sorprendernos
que después de años de tragarse el patrioterismo
de los milicos juegue, fantasee con la idea de dinamitar,
literalmente, al prócer. Pero, más allá
de esta fabulación, digamos, exterior ¿qué
es lo que está en juego en el texto de Artigas Blues
Band?
Yo
creo que lo que está en juego es lo que podríamos
llamar la crisis del significante (o sea, digamos, de la escritura), y su resolución. En efecto:
toda la primera parte de la novela está marcada por la
dificultad cuando no por la imposibilidad de la escritura. Pedro, agotado
y hambreado por el pinche sueldo de Secundaria no puede escribir
su proyectada elegía al prócer. A Ariel un virus
búlgaro le borra el texto de su tesis de doctorado sobre
Klaus "Lope de Aguirre" Kinski. Luego un apagón
(el histórico
apagón total de Nueva York) borra una página de
la novela que ha comenzado a escribir. Después el prócer
mismo en tanto personaje le sabotea la novela (cuando se pasa semanas sentado en una
piedra, jaqueado y mudo, meditando qué hacer, antes de
borrarse para el Paraguay). Ese mismo mutismo del prócer
frustra al escriba Miguel Barreiro que con el papel y la tinta
preparados espera inútilmente que Artigas recomience sus
trascendentales dictados.
Es
para superar esta crisis del significante, esta especie de anomia
galopante, que el texto se produce a pesar de todo. Y la salida
viene, por supuesto, por el lado de la demolición: hay
que demoler a ese significante cristalizado, negado a la polisemia
libertaria, a ese significante autoritariamente atado a una sola
lectura posible, hay
que acabar con el prócer, con el Padre y con todo lo que
implica. Y esa demolición se lleva a cabo de dos maneras,
a dos puntas, digamos.
Por
un lado Ariel opta por la deconstrucción del texto
artiguista mediante el expediente de responder al enigma de la
Esfinge/Artigas, o sea inventándole su secreto y revelándolo.
Y el secreto de la Esfinge/Artigas es que su arte supremo no
es el de la guerra ni el del gobierno
democrático de los pueblos sino el supremo arte
de borrar, suprimir, arrasar, disolver en la nada. La invención
de este secreto -el nihilismo de Artigas- es lo que posibilita
lo imposible, es decir, la escritura de la novela sobre Artigas.
Por
otro lado Pedro, el profesor de Secundaria, para demoler prefiere
la dinamita. Elige dinamitar el significante Artigas en su expresión
marmórea, monumental. Elige hacer volar la lápida
mental del discurso del poder, y haciéndolo genera un
contagio nihilista que poco a poco sospechamos directamente planetario.
En
la escritura de la novela
sobre Artigas, como en la subversión neoartiguista lo
que está en juego, entonces, es terminar con una parálisis,
con una impotencia, con la crisis del significante. La demolición
del significante Artigas permite la liberación de la escritura. La revelación
de su secreto permite la realización del verdadero sueño
del prócer.
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No faltará por supuesto el criticón que, con cara
de descubrir la pólvora, señale que el caudaloso
fraseo coloquial, y el manejo de la trama de lo grupal hecho
a base de sobreentendidos, y el tratamiento de la dimensión
temporal a partir de sincronías y coincidencias, y el
saboteo de la solemnidad burguesa a base de guasadas son rasgos
que Amir toma de Julio Cortázar. Lo cual es
cierto, por supuesto. (De
hecho a su vez Cortázar calca su tan característico
saboteo dadaista de la vida cotidiana sobre las andanzas de los
grupos Situacionistas, que florecieran en el Paris de los años
cincuentas y sesentas). Pero permítanme decir -sin querer
faltarle el respeto a la memoria de Cortázar- que el elogio
de las subversiones de todas las índoles que hay en El
libro de Manuel nos parece anémico comparado
con la ola incontenible de destructividad pura que campea en
el libro de Amir. Porque Amir sabe, cosa que Cortázar
no sabía, que la violencia política
de las derechas y de las izquierdas no es más que una
tímida avanzadilla del virus nihilista que arrasará
con todo el día en que despierte el Lobo. Esta peculiar
dimensión esotérica y profética -aún
cuando Artigas Blues Band no fuera la maravilla
literaria
que es- justificaría su reedición: porque, como
sabemos perfectamente, sus profecías han comenzado a cumplirse.
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Releyendo Artigas Blues Band me ha parecido detectar uno
de los núcleos temáticos profundos (o al menos de los más
difíciles de percibir) de la literatura de Amir. Me refiero a lo que
podríamos llamar "acercamientos a una metafísica del instante". En
varios de sus textos es posible observar el intento -angustioso
y, por supuesto, angustiante- de atrapar ese fenómeno,
elusivo como el relámpago, al que llamamos "instante".
Dar caza a un snark es tarea más fácil,
por cierto.
Invirtiendo
el orden cronológico voy a mostrar diferentes estrategias
elaboradas por Amir en ese intento. En "Conquista del Oeste"
el instante clave, el del ataque a las Torres
Gemelas,
o mejor dicho: el de la reacción del protagonista ante
este hecho, está sencillamente omitido, desaparece en
medio de un remolino de medias palabras, alusiones, sobreentendidos
y, sobre todo, banalidades. La estrategia en este cuento es "cernir
por ausencia": el instante es precisamente eso que sentimos
que falta.
En
Semidiós la estrategia
es la opuesta: consiste en disecar ese inasible. Semidiós
es una suma de instantes estirados hasta el límite de
lo soportable para mostrarnos como cuánto de dolor, o de placer, o de placer/dolor
cabe en cada uno de ellos. Si en "Conquista del Oeste"
el texto se presenta como una masa abigarrada, casi inextricable,
en Semidiós es lo opuesto: el estiramiento de cada
partícula de tiempo genera un enrarecimiento del texto
en el que terminan por volverse cada vez más significativos
los no-textos, los blancos, los intersticios del texto.
En
cuanto a Artigas Blues Band: aquí la estrategia
de captura se vale del armado de una red de simultaneidades,
coincidencias y sincronías en el punto de cruce de las
cuales podemos recoger -inasible aún pero ya cercada,
marcada, señalada- la perla del instante. Este intento
de atrapar, de detener, de fijar el instante -sea el instante
epifánico o el terrible, el del horror o el del goce-
sólo es posible, por supuesto, desde la más radical
subjetividad, y para eso Amir está particularmente dotado:
su prosa, camaleónica como pocas, consigue un semitono
en el que espejean y se filtran sin definirse el relato, el diálogo
y el monólogo, artilugio ambiguo que tiene para regalarle
equilibrio y sutileza al funámbulo más pintado.
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Creo
que este es el momento apropiado para hacer el elogio de una
virtud de Amir que no para todos es evidente. Me refiero a su
generosidad. No cualquiera toma a sus dos mejores amigos del
natural, tal y como son (me
refiero a Gustavo
Espinosa
y a Gustavo
Verdesio,
aquí presentes, ambos eminencias académicas, uno
en un liceo de Treinta y Tres, el otro en una Universidad gringa), no cualquiera
digo, toma a sus mejores amigos, con los cuales está regularmente
cara a cara (o
sea que no puede en realidad hacerse muchas ilusiones respecto
de lo que rinden)
y con el gesto dispendioso y soberano de un verdadero príncipe
les mejora la vida, se la hace mucho más interesante,
los salva de sus respectivos niveles de modorra
académica:
de uno hace un terrorista demente capaz
de cualquier extremo, y del otro hace una especie de mascota
-no demasiado despierta- del famoso terrorista. Ya ven ustedes
por qué yo -que, por el contrario, tengo un prestigio
para defender- me mantengo un tanto al margen de las efusiones
amistosas de Amir Hamed. No sea cosa que un día de estos
amanezca retratado en alguno de sus libros.
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En
tanto escritor me siento
feliz y contento de que me toque vivir en los tiempos de Amir
Hamed; gracias a él no tengo que preocuparme por ser original
en la trama o virtuoso en el manejo del lenguaje: en esos ítems
Amir es absolutamente insuperable.
En
tanto escritor me siento orgulloso por haber sido el primero
en escribir sobre
Semidiós, por haber
presentado Buenas noches, América, y por estar
presentando esta bella re-edición de Artigas Blues
Band. Estoy seguro que estos méritos van a mejorar
sensiblemente el juicio que me dedique la posteridad.
En
tanto lector, a los nuevos lectores que tendrá Artigas
Blues Band les recomiendo no internarse en este libro denso
y apasionante sin llevar un minucioso cuaderno de bitácora.
Gente culta como somos (hemos
leído a Lovecraft y a Umberto Eco y hemos visto las películas
de Polanski) sabemos que hay libros peligrosos,
libros que no se leen sin consecuencias. Este es uno de ellos.
Las probabilidades de perderse en sus meandros y de ya no volver
a ver el mundo sino desde su perspectiva radicalizada hasta el
solipsismo y la paranoia, son bastante elevadas.
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