"Unas palabras nos
hundieron en el negro pozo del espanto.
Otras palabras nos alzarán
hasta una nueva claridad."
Salvador Spriu. La pell de brau
El Génesis nos
enseña que la tierra después del diluvio era de
"una lengua y unas mismas palabras",
sin embargo, el temor de los hombres a una nueva catástrofe
por agua, los llevó a intentar construir una torre que
llegara al cielo, y con ello, se hizo a un lado la palabra
y promesa divinas para privilegiar la acción representada
por la construcción de dicha torre.(*)
Los esfuerzos fueron vanos
porque el estigma de Babel se abatió sobre el género
humano, desatando la confusión, la dispersión, las
diferentes lenguas y
la fatalidad de las fronteras que impiden el paso a los que no
tienen las "mismas palabras" y a los otros que no poseen
rostro, por no hablar el mismo idioma. Así, primero los
hombres abandonaron la palabra para poner "manos a la obra",
después, la "palabra" abandonó a los hombres
a "la obra de sus manos". Tejidas al viento por los poetas,
las pitias, los oráculos y los soñadores, las palabras
en la literatura pueden
abrir los canales de la comprensión entre los humanos.
No cabe duda que las fronteras se hacen con los silencios.
Ahora, como bien lo presintió
Borges, Babel es una
biblioteca de lenguajes que enriquecen al hombre en el sutil mosaico
de la diferencia y en la orgiástica contemplación
de la otredad. Y es que pareciera
que, en este mundo globalizado
por las tendencias del libre mercado y los vectores invisibles
de las nuevas tecnologías,
se hace más urgente la necesidad de encontrar el rostro
del hombre que nos encare con la alteridad. En
los procesos de unificación
de mercados, de construcción de bloques económicos
y de alianzas estratégicas para comerciar sin límites,
queda una cuenta pendiente, y es la que se refiere al ser humano,
su valor e identidad.
Cada vez es más
evidente que en el acelerado proceso de unificación económica
y rompimiento de fronteras por el imperio de la cantidad, el
hombre y sus lenguajes, pierden fisonomía y validez existencial.
En su novela La vida está en otra parte, Kundera
apunta lo siguiente: "¿No
le parece a usted elocuente esa negativa constante a reconocerle
al hombre su rostro humano, a penetrar en lo humano del hombre?"(1).
Una posible manera
de eludir esa "elocuente negativa" a reconocer el perfil
humano en los hombres, es por medio de las palabras; ellas, al
ser expresadas, obligan a preguntarnos por el ser que las emite
y hasta conducen a mirar la cara de los que hablan, logrando
así, abrir los senderos del reconocimiento y la tolerancia.
La literatura
nos brinda el espacio inacabable
y enigmático del logos. En el oráculo de Delfos,
cada comunicación divina es una oportunidad para la dialéctica
y la razón.(2) Así, la prosa de los grandes
narradores y ensayistas o el
verso infinito de los poetas, embarcan al lector
en un navío lleno de aventuras
e imágenes que emparentan
a los hombres superando las líneas marcadas por los alambres
de púas, los muros de la intolerancia y las modernas murallas
chinas. Sin el logos, el hombre se transforma en una infranqueable
frontera para sí mismo y para los demás, ya que,
aún el camino de la propia conciencia se franquea con las
palabras. Sin el
lenguaje y sus posibilidades
vitales, lo único que resta es la barabarie
de las fronteras militarizadas o la bunkerización de las
grandes ciudades. En este
sentido, conviene recordar las palabras que George Steiner escribiera
en su libro Lenguaje y silencio:
"... el lenguaje
es el misterio que define al hombre, (...) en éste su identidad
y su presencia histórica se hacen explícitas de
manera única. Es el lenguaje el que arranca
al hombre de los códigos de señales deterministas,
de lo inarticulado, de los silencios que habitan la mayor parte
del ser. Si el silencio hubiera de retornar a una civilización
destruida, sería un silencio doble, clamoroso y desesperado
por el recuerdo de la palabra."(3)
De este modo, la comunidad
se puede ver dotada de sentido gracias al uso de la palabra, en
este ámbito, se evidencia la necesidad del pensamiento
como una manera de recrear el mundo y de construir la realidad.
Debido al poder del pensamiento y del lenguaje, las
masas ignorantes arrastradas por fanatismos vociferantes, son
capaces de incendiar las palabras escritas en los libros
por temor del señorío que sobre nuestros deseos
o imaginación pudieran ejercer esas letras impresas carcomidas
por la humedad o el olvido. Steiner apunta que: "Un gran
poema, una novela clásica
nos acometen; asaltan y ocupan las fortalezas de nuestra conciencia."(4)
Lo anterior conduce
a convocar a la coherencia, que siempre será el mejor
modo de reconciliar a la política con el hombre. Recordemos
que el espacio de la política es el del encuentro de los
lenguajes, la política es el diálogo de Sócrates
y no el monólogo de Protágoras.
Desafortunadamente todavía hay algunos para los que:
"Sólo la
mentira es gloria,
mas no el conocimiento!"(5)
Aquí lo que resta
es tomar distancia de aquellos que estrechan su mente rechazando
a los diferentes, ese es el consejo del personaje de Amin Maalouf,
"León el Africano": "Cuando
la mente de los hombres te parezca estrecha, piensa que la tierra
de Dios es ancha y anchos sus manos y su corazón. No vaciles
nunca en alejarte allende todos los mares, allende todas las fronteras,
todas las patrias, todas las creencias."(6)
(*) Estas reflexiones son deudoras
de las intuiciones de Jorge Luis
Borges y George Steiner acerca del lenguaje y la mitológica
"Torre de Babel".
sigue
Notas:
(1) Kundera, Milán, La
vida está en otra parte, Bracelona, Seix-Barral, 1982,
p. 45
(2) Para este tema del enigma, el logos mitológico y el
oráculo délfico remitimos al lector a dos textos
del filósofo italiano Giorgio Colli: El nacimiento de
la filosofía y Después de Nietzsche.
(3) Steiner, George, Lenguaje y silencio, Barcelona, Gedisa,
1990, p. 18
(4) Ibid. p. 32
(5) Broch, Hermann, La muerte de Virgilio, Madrid, Alianza,
1995, p. 13.
(6) Maalouf, Amin, León el Africano, Madrid, Alianza,
1994, p. 420.
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