Como los victorianos y los detectives, Charles
Lutwidge Dogson era aficionado a las sombras, enigmas y laberintos.
Algunos pensaron que los 12 capítulos de la obra maestra
que escribió su sombra o seudónimo,
Lewis Carroll, Alicia a través del espejo, con su
gato negro, su gato blanco, su tablero de ajedrez y sus respectivos
trebejos, era una inocentada.
Pero muchos, con el
correr del tiempo, han caído en que el viaje de Alicia,
una niña de siete años, hacia el revés del
espejo, escondía un trasfondo sombrío. Pocos, tal
vez, han caído en la cuenta de que era una obra agónica.
Richard Wallace, atento lector de Carroll, descubrió que
quien pudiera escribir en el primer capítulo un poema tan
siniestro como YKCOWREBBAJ, también podía ser
Jack el Destripador. Más
productivo, de todos modos, parecería leer correctamente
esos versos y entender que Dogson, como un frágil vampiro
que era, estaba buscando un alma que lo redimiera de sus propios
pavores.
Ducho hijo de los espejos, Dogson sabía que éstos
nos devuelven el mundo a la inversa, y que sólo a su través
es posible asomarse al vértigo de la realidad. Escribir
en reverso, trazar anagramas, era su forma de especular con las
cosas y consigo mismo, y así, trasvasando las letras de
su nombre, Charles Lutwidge al latín, y pasando por Carolus
Ludovicus, pudo llegar hacia ese lugar donde estaba proyectada
su sombra.
A la casilla de su
epifanía que todos recuerdan hoy como Lewis Carroll (aunque casi nadie recuerda que su primer
poema se llamó 'Soledad'). Como era también
fotógrafo no desconocía
que hacia la cámara oscura, en lugar del frío que
sobre nosotros lanza el espejo, proyectamos nuestra negatividad,
lo que los chinos llamarían el Yin, y que es sólo
luego de un complicado proceso que regresamos, blancos y evidentes,
en un nuevo Yang o en una renovada positividad. Y por eso, en
clave detectivesca, lanzó el cruento y redentor juego al
que viajó Alicia a través de los escaques de un
ajedrez. Como inicio, en la primera línea dio una pista:
"Una cosa era segura, la gata blanca no tuvo nada que
ver".
Como en el I Ching,
el tablero de ajedrez consta de 64 figuras o casillas, que alternan
el blanco con la sombra. Para
un peón, como es Alicia, el viaje consiste en llegar a
la octava casilla una vez que alguien ha comenzado a soñar.
El enigma persiste, sin aclaración, hasta el final del
libro, cuando consigue salir del tablero, para que sea leído
en otro nivel: "¿Quién crees tú fue
el que lo soñó?".
Ésa es una respuesta
que hay que encontrar fuera del tablero, pero tomando en cuenta
dos claves. En primer lugar que, dentro del mismo, el soñador
es el rey negro, y en segundo término que, al inicio del
viaje, es preciso descubrir a un vampiro.
Alicia debe aprender
a leer en espejo y descubrir en el tenebroso poema que omnubiló
a Wallace el nombre temible del nosferatu. Así aparece
el JABBERWOCKY, que advierte: "Teme al Jabberwocky, mi
niño/las mandíbulas que muerden/las garras que
atrapan/... El Jabberwocky con los ojos en llamas".
Se trata de otra proyección de Dogson, el pedófilo
impotente o vampiro timorato que está encerrado en otra
casilla, en otro nivel, atrapado en una especie de ataúd
diurno, que es la hora en que sueñan los vampiros, en
una casilla que se podría denominar '-1'.
Por los pormenores
de su sueño, sabe que sólo a través de la
pequeña Alicia le es posible ver y soñar. Y no
desconoce que está encarcelado y que sólo la niña
puede llegar a esa casi inaccesible casilla.
Dogson es el rey negro,
que esta derribado y preso de su propia majestad y de su sombra
vampírica. Y necesita que Alicia, superando sus pavores
de infanta, su debilidad y lentitud de peón que debe avanzar
hacia adelante hasta que alcance la octava casilla, se corone
reina y así adquiera una nueva fuerza y movilidad que le
permita dar luego el más terrible de los pasos.
El que es propio de la
literatura de verdad. Después
de haberse perdido, la niña debe encontrar el camino de
regreso, y eso sólo es posible a través de una pesadilla.
Es ese punto abisal por el cual se vuelve, luego del viaje y la
perdición, ese vórtice excéntrico que permitió
por ejemplo a Dante regresar de su jornada y terminar su Comedia.
Sin ese regreso no
hay autor, y Alicia tiene que escaparse del sueño, regresar
coronada del trasfondo del espejo y matar al vampiro Jabberwocky
que paraliza a Dogson. Y cuando se sale del sueño -cuando
se encuentra el pasaje de regreso al lado primordial del cristal-
es que estamos nuevamente en la casilla -1, ese no lugar desde
el cual es posible comenzar a soñar la luz (una vez que el vampiro ha quedado atrás).
Por fortuna para Dogson
la niña Alicia Liddle encontró la brecha en el laberinto
del ajedrez, logró sacrificar al Jabberwocky y producir
la magia de la escritura, esa justa medida de luz y de sombras.
"¿La vida qué es sino un sueño?",
cierra la última línea, que es un verso, del último
libro de Alicia firmado por el liberado Lewis Carroll, un rey
negro todavía endeble para confrontar lo luminoso pero
protegido por su flamante reina.
Y qué es la escritura,
cabe preguntarse, sino la medida exacta de activar lo cegador
de la página en blanco (el equivalente al Yang celestial) y convertirlo en un Yin negativo
y activo, el que da el negro atronador de las palabras.
* Publicado originalmente en Insomnia,
Nº 11
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