Es bastante probable que el único
acontecimiento realmente relevante de la llegada del año
dos mil fuera la certeza de que millones de personas estuvieron
pendientes de sus relojes con mayor intensidad que en un cambio
de año cualquiera. Pero también es innegable que
casi todo el mundo en algún momento de su vida calculó
qué edad tendría para tal fecha, pensó qué
iba a hacer entonces, e incluso hizo secretas promesas y pactos
que se cumplirían en tan señalado momento.
Es indudable que la llegada del
año dos mil es un momento en el tiempo -ya sea por creencias
religiosas o simplemente por la fascinación que ejercen
los números "redondos"- cargado de significados.
Tan poderosa es esa fascinación por los números
llenos de ceros que el acontecimiento ha adelantado un año
el ingreso de la humanidad al nuevo siglo y al nuevo milenio,
quizás para que dicha entrada triunfal sea tan perfecta
como esos tres 'redondeles' que acompañan al número
dos. Sin embargo, lo que en realidad está en el centro
de toda esa fascinación es algo tan escurridizo como el
tiempo. Quizas por ello en muchas partes del mundo un reloj en
cuenta regresiva nos asegura que determinará exactamente
cuándo habremos llegado a la ansiada meta. Es muy probable
también que bajo el reloj de marras se vaya agrupando
una multitud que sume sus cascadas voces a los últimos
diez segundos de la cuenta regresiva.
Independientemente de que estemos o no de acuerdo que con este
pasaje de año algo termina o a algo se llega, la omnipresencia
de la cuenta regresiva a lo largo y ancho del planeta, parece
indicarlo claramente. ¿Y luego qué? -se pregunta
el vulgo. Años de cultura televisiva nos han enseñado
que cuando un reloj digital en cuenta regresiva llega al temido
0:00:00, lo que sigue es el estallido. Pero la idea del fin de
los tiempos parece ser bastante más vieja que el tubo
de rayos catódicos.
La llegada del año
dos mil, además de hartar a todo el mundo y de lograr
que gran cantidad de personas realmente abomine de notas como
ésta, ha traído consigo confusión y caos. Caos prometido, en
cuanto a la falla informática denominada Y2K, confusión
constante en torno a si cambia o no cambia el siglo/milenio,
despiste generalizado en torno a lo que el término Milenio
realmente significa. También ha generado eso que los medios
han denominado pre millenium tension que es esa especie
de expectación colectiva en torno a la llegada del año
dos mil: se ignoraba si hordas de norteamericanos tomarían
por asalto los supermercados para acopiar cereales suficientes
o si alguna secta milenarista escogería el cambio de siglo
para perpetrar alguna trágica fechoría.
Expectantes, aguardamos
por el colapso del bug del milenio. Ansiosos, nos preguntamos
si aparecería algún Mesías proclamando la
segunda venida en lugares aparentemente tan poco propicios para
tal fin como Ibiza, La Habana o Punta del Este.
Pero no siempre existió la idea del "fin del mundo"
y más bien se pensaba que los dioses velaban y velarían
por nosotros por los siglos de los siglos.
De acuerdo a la influyente escuela liderada por el historiador
Norman Cohn, el origen de la idea moderna del fin del mundo no
parece haber sido de origen judío sino que éstos
la habrían tomado de los persas.
Pues, aparentemente, quien primero habló del fin del mundo
no fue otro que Zaratustra.
Habla, Zaratustra
Zaratustra, también
conocido por la versión griega de su nombre, Zoroastro,
vivió muy posiblemente en algún momento entre los
años 1400 y 1000 a.C., aunque hay quienes lo ubican en
una época más reciente, en el siglo VI a.C. Tampoco
están de acuerdo los especialistas en determinar donde
se ubicaba la patria de Zaratustra, debido a las migraciones
de las tribus protoiraníes: algunos piensan que vivía
al sur de los Urales, pero otros creen que moraba el alguna parte
del extremo sur del actual Irán o en Afganistán
occidental.
A las sagradas escrituras de los seguidores de Zaratustra se
las conoce como el Avesta. Hasta el siglo V o VI de nuestra era,
la conservación del Avesta dependía casi integramente
de la tradición oral, que tras una trasmisión de
generación en generación de más de dos mil
años, parece haber conservado una precisión asombrosa.
Sin embargo, el Avesta que se ha conservado no es más
que una cuarta parte del original, y aún así es
bastante voluminoso. Cuenta con diecisiete himnos compuestos
por el profeta llamados los Gathas.
Si bien en la cosmovisión tradicional iraní varios
dioses eran los responsables de mantener el asha (que
puede traducirse como el normal funcionamiento de todas las cosas)
para el zoroastrismo es el dios Ahura Mazda quien se encarga
de tal labor, pues Zaratustra proclamó que en el principio,
Ahura Mazda, el perfectamente sabio y justo, había sido
el único ser divino, increado y causa primera de todo
lo bueno que hay en el universo. Pero también desde sus
orígenes los iraníes han reconocido la existencia
de un principio opuesto al asha, una fuerza de caos
y desorden, que llamaron
druj. Zaratustra desarrolló ese concepto determinando
que Ahura Mazda tenía un enemigo: Angra Mainyu.
"Ni nuestros
pensamientos ni nuestras enseñanzas ni nuestros afanes,
ni nuestras elecciones ni nuestras palabras ni nuestros actos,
ni nuestros egos internos ni nuestras almas están de acuerdo"
dice Ahura Mazda respecto a Angra Mainyu en los Gathas.
Lo más importante de todo esto, es que el escenario de
la lucha entre Ahura Mazda y Angra Mainyu es el mundo y los hombres
tienen una participación activa en esa lucha: así
como cada uno de estos dos espíritus eligieron el mal
o el bien, así también
los mortales. Lo novedoso, además, es que Zaratustra introduce
la noción de que los hombres debían ayudar a conservar
el asha fomentando el bienestar y la prosperidad del mundo además
del suyo propio.
Pero, como afirma Cohn, la noción más revolucionaria
de las enseñanzas del profeta es el rompimiento con la
tradicional cosmovisión cíclica y la necesaria
consumación del tiempo cuando la lucha entre Ahura Mazda
y Angra Mainyu llegue algún día a su fin. Entonces
reinará el asha y el druj será destruido. Así
culminará el plan divino, el mundo se liberará
para siempre de las fuerzas del caos y se producirá la
resurrección de los muertos.
Además de prometer la resurrección de los muertos,
Zaratustra agrega una instancia que guarda mucho en común
con el Juicio Final de los cristianos: cuando las fuerzas del
mal hayan sido derrotadas y los muertos hayan resucitado, todos
quienes hayan vivido se reunirán en una asamblea en la
que cada quien será confrontado con sus acciones, malas
y buenas.
¿Pero cuándo?
Uno de los grandes
problemas que enfrentan las creencias en el fin del mundo es
la de determinar cuando van a suceder los hechos que profetizan.
El zoroastrismo parece haber sido la primera fe escatológica
y, como en el caso de tantas otras que la han seguido, los fieles
zoroastrianos (unos 130 mil, en la actualidad) se han preguntado
a lo largo de los siglos cuando sucederá lo que profetizó
Zaratustra. El profeta creía haber sido enviado por Ahura
Mazda para que los hombres siguieran el camino del bien, pues
la transformación del mundo estaba próxima, pero
cuando sospechó que quizás no viviera para ver
dicha transformación se consoló pensando que alguien
vendría después de él. Sobre esta base se
formó la figura del Saoshyant (que literalmente significa
el 'benefactor futuro') quien derrotará a Angra Mainyu
y a quien los zoroastrianos todavía esperan.
De la misma manera, los cristianos de todas las épocas
se interrogaron sobre el momento en que lo relatado en el libro
del Apocalipsis tendría lugar. El último libro
del Nuevo Testamento describe una serie de visiones fantásticas
sobre el fin del tiempo, cuando las fuerzas de Cristo y Satán
combaten entre escenas de violencia y crueldad sin par. Hacia
el final del libro, el combate se interrumpe por mil años
durante el cual Satán esta enjaulado y Cristo y sus santos
reinan sobre la tierra. Ese es el tan mentado Milenio y quienes
viven aguardando que llegue ese prometido paraíso de mil
años son los milenaristas.
El libro del Apocalipsis habría inspirado los míticos
terrores del año Mil, los cuales, en la actualidad, casi
todos los historiadores concuerdan en desestimar, aunque recientes
investigaciones de Richard Landes invitan a revisar parcialmente
ese concepto.
Según Georges Duby "los historiadores del siglo
XIX imaginaron que la inminencia del milenio suscitó una
especie de pánico colectivo, que la gente moría
de miedo, que regalaba sus posesiones. Es falso. Contamos, de
hecho, con un solo testimonio. Escribe un monje de la abadía
de Saint-Benoît-sur-Loire: 'Me han dicho que en el año
994 había sacerdotes en París que anunciaban el
fin del mundo'. Este monje escribe cuatro o cinco años
después, justo antes del año mil. 'Son unos locos',
agrega. 'Basta abrir el texto sagrado, la Biblia, para ver, Jesús
lo dijo, que nunca sabremos ni el día ni la hora. Predecir
el futuro, afirmar que ese acontecimiento aterrador que todo
el mundo espera se va a producir en tal o cual momento es atentar
contra la fe."
"Tengo la certeza -prosigue Duby- de que a finales
del primer milenio existía una espera permanente, inquieta,
del fin del mundo: el Evangelio anuncia que Cristo volverá
algún día, que los muertos resucitarán y
que Él apartará los buenos de los malos. Todo el
mundo lo creía, y esperaba ese día de la ira que
provocaría sin duda la confusión y la destrucción
de todo lo visible. Se leía en el Apocalipsis que se liberaría
a Satán de sus cadenas al cabo de mil años y que
entonces vendría el Anticristo. Y tribus espantosas surgirían
del fondo del mundo, de lugares desconocidos, perdidos en el
horizonte del oriente y del norte. El Apocalipsis producía
temor, pero también esperanza; después de las tribulaciones
empezaría un lapso de paz que precedería el Juicio
Final, un período más fácil de vivir que
el cotidiano. Lo que se llama milenarismo se nutría de
esa creencia. Cuando se desgarrara el velo, iba a empezar un
largo tiempo en que los hombres por fin vivirían felices
en paz e igualdad. Repito: el hombre medieval se hallaba en estado
de extrema debilidad ante las fuerzas de la naturaleza, vivía
en un estado de precariedad material comparable al de los pueblos
más pobres de África de hoy. A la mayoría,
la vida le resultaba dura y dolorosa. Pero la gente esperaba
que, acabado un lapso de terribles penurias, la humanidad iría
hacia el paraíso o bien hacia ese mundo, liberado del
mal, que debería instaurarse después de la venida
del Anticristo."
Problemas con el Libro de Daniel
Pero el libro de la
Revelación no es el único de carácter apocalíptico
en la Biblia. El libro de Daniel, que integra el Antiguo
Testamento, también tiene ese carácter esctológico.
Según Damian Thompson, en su libro El fin del tiempo,
"el apocaliptismo es un género nacido de la crisis,
destinado a afirmar la resolución de una comunidad sitiada,
haciendo oscilar ante sus ojos la visión de una
liberación repentina y permanente de su cautividad.
Se trata de literatura clandestina, el consuelo de los perseguidos".
Las imágenes apocalípticas del Libro de Daniel
fueron usadas en todas las épocas en la formación
de posiciones cristianas radicales. Incluso las mismas se han
usado para comprender la opresión del Estado, en muchos
casos identificado el poder estatal con la Bestia. Este es el
caso de los diggers de la Inglaterra del siglo XVII y los escritos
escatológicos de Gerrard Winstanley. Para Winstanley,
las imágenes del Libro de Daniel pasan entonces a referirse
directamente a la época y la situación que les
tocó vivir, la opresión económica e institucional
y sobre todo sobre el problema de la propiedad privada de la
tierra. Según Winstanley, la propiedad privada era la
maldición de Adán y se oponía a la voluntad
de Dios y quienes poseían la tierra la habían obtenido
por medio del asesinato y el despojo.
La aplicación de las imágenes apocalípticas
a situaciones históricas concretas y la sucesiva identificación
de personajes históricos o instituciones con las criaturas
que pueblan el Libro de Daniel y el libro de la Revelación,
ha sido una constante. Si Winstanley identificaba las fieras
que vio Daniel con el poder del Estado y el clero, de la misma
manera y en distintas épocas se ha identificado a personajes
como Napoleón, Hitler, Stalin y hasta Kissinger con el
Anticristo. Nuestra posmoderna y devaluada época, ha tenido
que sufrir a Johnny Rotten, Ozzy Osbourne y last but not least
la patética figura de Marylin
Manson, lo que parecería confirmar la idea de que
cada época tiene el anticristo que merece. Parece paradigmático
de finales del siglo XX que el padre de Marylin Manson, en un
ataque de furor apocalíptico, le haya dicho a Ozzy Osbourne
"Tu serás el Anticristo, pero mi hijo es el Anticristo
Superstar".
Cuando el fin es inminente
La Iglesia católica
desde sus orígenes luchó contra la interpretación
de hechos contemporáneos a la luz del libro del Apocalipsis
y la enorme autoridad intelectual de San Agustín de Hipona
en contra de las interpretaciones literales del mismo ejerció
una importante influencia desde finales del siglo IV. Por lo
menos hasta la llegada de Joaquín de Fiore a finales del
siglo XII, nadie se atrevió a rebatir sus argumentos.
Su influencia contribuyó a oscurecer la importancia que
tuvieron las creencias apocalípticas en los origenes de
la cristiandad.
Sin embargo, la miseria
de la vida durante los siglos que trancurrieron entre los años
400 y 1000 junto con la constante espera del retorno de Cristo
como juez universal, eran frecuentemente tomados como una clara
señal de que el fin se acercaba. Como ha dicho Georges
Duby, citado anteriormente, la espera del fin del mundo era permanente
y no se vio intensificada por la llegada del primer milenio.
Sin embargo, Duby y otros historiadores basan su teoría
de la inexistencia de los terrores del año mil en el hecho
de que no exista ningún testimonio al respecto y en que
sí existan testimonios explícitos de que tanto
los reyes como la Iglesia preveían sucesos que tendrían
lugar mucho más allá de ese año.
Sólo recientemente
las investigaciones de Richard Landes han sugerido la posibilidad
que la ausencia de testimonios escritos podrían deberse
a que la Iglesia no estaba dispuesta a dejar registrada la desobediencia
a su autoridad -que claramente establecía que no había
nada que temer- ni la actividad de sectas heréticas que
proclamaran que el fin de los tiempos se aproximaba.
Sin embargo, Landes da cuenta que el propio San Agustín
registra un estallido de pánico en Constantinopla en el
año 398 d.c., año que marcaba 365 años desde
la Crucifixión. San Agustín, sin embargo deja constancia
que dicha creencia no tiene que ver con los temores cristianos
del fin sino con una leyenda pagana según la cual San
Pedro habría pactado con el diablo que el cristianismo
duraría sólo 365 años.
Según el obispo, en esa fecha se produjo además
un terremoto, por lo que la gente se precipitó a las Iglesias.
"No sólo en la iglesia, sino también en sus
hogares y por las calles y plazas, se pedía a gritos el
sacramento salvador, a fin de que pudieran librarse de la ira...",
anota.
Lo que parece más evidente es que, en efecto, el temor
era permanente y a pesar de la autoridad de la Iglesia, cualquier
fenómeno que pudiera ser interpretado como una señal
de que el Juicio Final se avecinaba, generaba oleadas de temor.
Hay, sin embargo, un argumento bastante convincente que Landes
esgrime para reforzar la teoría de que la Iglesia puede
haber ocultado el registro de los brotes de pánico en
los siglos que precedieron al primer milenio.
Una creencia que data de los albores de la era cristiana establecía
una Gran Semana a la que pondría fin la llegada del Mesías.
Según dicha creencia, el fin de los tiempos se produciría
seis mil años después de la creación del
mundo y una importante cronología cristiana fechaba la
Creación 5500 años antes del nacimiento de Cristo.
Hipólito de Roma, un teólogo del siglo III apoyó
la afirmación de que el fin del mundo acontecería
en el año 500 d.c. con una gran cantidad de pruebas extraídas
de las escrituras.
Esta cronología -conocida por los historiadores como AM
I- tenía una amplia aceptación aunque fue Hipólito
de Roma quien explicitó claramente sus consecuencias:
"Desde el nacimiento de Cristo hay que contar otros quinientos
años, y sólo entonces llegará el fin".
Pero antes de la llegada del año 6000 según la
cronología AM I, la Iglesia misteriosamente la sustituyó
por una nueva -conocida como AM II-. Esta nueva cronología
sitúa el origen del mundo 5200 años antes del nacimiento
de Cristo, lo cual retrasa en trescientos años el advenimiento
del temido año 6000.
De más está decir que la nueva cronología
desapareció cuando llegó su año 5900.
Las investigaciones de Landes parecen sugerir que donde hay una
conspiración de silencio, bien pueden haber dos: aparentemente
la Iglesia se ocupaba muy bien de no registrar pánicos
finales, ni de contribuir a generarlos.
La Iglesia en reformas
Pero esto no quiere
decir que la Iglesia no creyera en la veracidad de lo relatado
en el libro de la Revelación y el Libro de Daniel, lo
que es muy distinto que avalar milenarismos, proclamados heréticos
tempranamente en el Concilio de Éfeso del año 431
d.C. También es cierto que la Iglesia, a la vez que desaconsejaba
la lectura literal de las visiones del Apocalipsis se aprovechaba
de sus terrores: insistía en la idea de que el día
del Juicio Final era inminente, aunque no se pudiera datar, lo
que servía como acicate a la actividad misionera y a la
reforma moral de los individuos.
A pesar de todo, durante la Edad Media, se fue perdiendo paulatinamente
ese sentimiento de perentoriedad del fin que caracterizó
a los primeros años del cristianismo.
Las ideas apocalípticas de Joaquín del Fiore, un
abad semiermitaño que vivió entre los años
1135 y 1202, fueron las primeras en contradecir directamente
el pensamiento rector de San Agustín, ideas que fueron
alternativamente adoptadas y rechazadas por la jerarquía
eclesiástica. Las ideas joaquinitas tuvieron una gran
resonancia, fueron ampliadas, frecuentemente distorsionadas y
motivo de división entre los cristianos.
Quizás era inevitable
que su visión de la reformatio fuera esgrimida por los
franciscanos para defender la necesidad de profundos cambios
en la Iglesia y el retorno a la sencillez preconizada por su
fundador, así como también que sus ideas tuvieran
consecuencias más radicales como en el caso del surgimiento
de Los Hermanos Apostólicos de Fray Dolcino, primer grupo
en Europa que, partiendo de la prédica de ideas apocalípticas,
pasó a oponer resistencia armada a los poderes de la Iglesia
y el Estado.
Es paradigmático del arraigo que las creencias apocalípticas
han tenido a lo largo de la historia el hecho que la Reforma
protestante del siglo XVI, lejos de romper con estas creencias,
las vigorizara: "Las continuas revisiones de la Iglesia
romana, los constantes aplazamientos del fin del mundo a un futuro
indefinido, parecieron claras señales de que el Anticristo
gobernaba en Roma. Para Lutero y sus discípulos, la evidencia
apuntaba sin margen de error a la conclusión de que era
inminente el fin del mundo. La lucha contra 'la prostituta de
Babilonia', la aparición de los turcos en Europa -que
eran vistos como un desencadenado pueglo de Gog-, mostraban que
el drama del Apocalipsis se estaba desarrollando ante sus propios
ojos y en su propio tiempo", afirma el profesor Krishan
Kumar.
Aunque los hombres siempre se preguntaron cuando sobrevendría
el fin y nunca obtuvieron una respuesta satisfactoria, la referida
al porqué siempre pareció estar clara. Es común
a la mayoría de las religiones antiguas la idea de que
es la maldad humana y la inobservancia de la ley divina, el motivo
por el que la humanidad había llegado a la última
etapa que terminaría con el mundo tal como lo conocemos.
Tanto en los babilonios como en los hebreos, pasando por los
griegos y primeros cristianos, la idea se repite con pertinaz
recurrencia.
Sin embargo, el pensamiento que ha acompañado al apocalipsismo
a lo largo de la historia ha sido, al fin y al cabo, el de que
el fin del mundo no es El Fin. Siempre las ideas escatologicas
estuvieron acompañadas de la noción de renovación,
justicia y liberación. Hasta en los más banales
pensamientos apocalípticos individuales, el fin del mundo
casi siempre trae consigo la posibilidad de que justamente seamos
nosotros quienes nos salvemos.
¿O es que
el Milenio ya ha llegado?
Que el Milenio de paz
ya haya llegado no parece ser, para algunos, una idea demasiado
descabellada. No será la primera vez que se identifique
al Anticristo con el bloque soviético y éste ha
sido claramente derrotado. Francis Fukuyama llegó a la
conclusión de que la historia ha llegado a su fin debido
a que la democracia liberal, basada en la economía de
mercado ha probado ser la mejor solución al "problema
humano". La historia ha terminado ya que no existen conflictos
ideologicos a la vista, pero el "Milenio" fukuyamesco
no tiene rostro sonriente:
"El fin de
la historia será una época muy triste. La lucha
por el reconocimiento, la disposición a arriesgar la propia
vida por una meta puramente abstracta, la pugna ideológica
mundial que exigía audacia, valor, imaginación
e idealismo será reemplazada por el cálculo económico,
la solución interminable de problemas técnicos,
preocupaciones ambientales y la satisfacción de las complicadas
demandas del consumidor. En el período poshistórico
no habrá arte ni filosofía sino, tan sólo,
la perpetua atención al museo de la historia humana".
Krishan Kumar agrega: "La 'posmodernidad' es otro tipo
de fin que tampoco suena muy emocionante. También aquí
se nos habla de la 'muerte de las grandes narrativas', el fin
de toda posible fe en la Verdad, la Historia, el Progreso, la
Razón o la Revolución (y aún menos en la
Revelación). Esto parece bastante definitivo. Y, a su
manera, pretende ser liberador. Pero, una vez más, no
hay ningún sentido de una nueva partida, de una nueva
libertad, ahora que el velo de la ilusión ha caído
de nuestros ojos. En cambio, se nos incita a adoptar una actitud
puramente pragmática o irónica hacia el mundo,
a evitar el compromiso público y a dedicarnos a nuestros
propósitos privados y a nuestra vida privada."
A muchos el diagnóstico podrá sonarles familiarmente
apocalíptico, a otros una inocua descripción de
la apacible vida de fines de siglo en la que el hombre no tiene
más que ocuparse de sus asuntos. Quizás la letra
de un grupo de rock como Radiohead sea bastante adecuada para
ilustrar la escatología particular del hombre posmoderno:
en forma, más contento, más productivo, sin tomar
demasiado, ejercicio metódico en el gimnasio (tres días
a la semana), llevándote mejor con los empleados de tu
asociado, comiendo bien (no más cenas de microondas ni
grasas saturadas), mejor y más paciente conductor, auto
más seguro (bebé sonriendo en el asiento trasero),
durmiendo bien (ninguna pesadilla), sin paranoia, amable con
todos los animales (nunca ahogar arañas en la pileta),
manteniendo el contacto con los viejos amigos (disfrutar un trago
ahora y antes), chequeaando frecuentemente los créditos
en el banco (moral) (agujero en la pared), favores por favores,
atraído pero no enamorado, las reglas de caridad en vigor,
los domingos conduciéndose rápidamente en el supermercado,
(no matar polillas nocturnas ni echar agua hirviendo a las hormigas),
lavar el auto (también los domingos), no asustarse más
de la oscuridad o las sombras del mediodía, nada tan ridiculamente
adolescente y desesperado, nada tan infantil, mejor ritmo, más
despacio y más calculado, sin chance de escapar, ahora
auto-empleado, comprometido (pero sin poder) un miembro de la
sociedad con más propiedad & información (pragmatismo,
no idealismo), no llorar en público, menos chance de enfermarse,
ruedas que se prendan al pavimento mojado (foto del bebe atado
al asiento de atrás), buena memoria, todavía capaz
de llorar con una buena película, todavía besos
con saliva, nunca más vacío y sobrexcitado, como
un gato atado a un palo que es llevado hacia la mierda congelada
del invierno (la posibilidad de reírse frente a la debilidad),
calmo, en forma, más saludable y más productivo,
un chancho, en una jaula, con el cuerpo atiborrado de antibióticos.
Bibliografía
ínfima
La presente nota se
ha basado fundamentalmente en cuatro libros que oportunamente
se han publicado en los últimos años y que tratan
con mayor o menor profundidad y con diferentes objetivos el tema
en cuestión.
La teoría del apocalipsis y los fines del mundo
(Malcom Bull comp., Fondo de Cultura Económica, México,
1998, 346 págs.) es, sin lugar a dudas el libro que contiene
los aportes más interesantes y profundos. Son once ensayos
que abarcan desde los origenes de la escatología hasta
los estilos finales de Adorno y Beethoven. De éste libro
se extrajeron las citas que refieren a Norman Cohn y Krishan
Kumar, así como las referencias acerca de los diggers
ingleses.
El fin del tiempo. Fe y temor a la sombra del milenio
(Damian Thompson, Taurus, Madrid, 1998, 427 págs.) ofrece
una visión del apocalipsismo y los movimientos milenaristas
a través de la historia y resulta útil en cuanto
a su ordenamiento lineal que permite seguir limpiamente los hechos
y personajes a través del tiempo.
El fin de los tiempos (J.C. Carrière, J. Delumeau,
U. Eco, S. Jay Gould, Anagrama, Barcelona, 1999, 283 págs.)
es un libro de entrevistas, unas más intereseantes que
otras y que tiene la virtud de ser de lectura amena y aportar
el costado anecdótico de todo el asunto.
Año 1000, año 2000. La huella de nuestros miedos.
(Georges Duby, Editorial Andrés Bello, Santiago de Chile,
1995, 143 págs.) es también una serie de entrevistas
al famoso historiador francés, y es en el fondo un libro
extraño que intenta
comparar los miedos del año mil a los actuales, así
como la situación del hombre medieval respecto a la nuestra.
Sin demasiados aportes originales, de él se ha extraído
una larga cita respecto al temor al fin del mundo en el año
mil que es casi lo único que el historiador dice respecto
a este tema, así como algunas ilustraciones.
Tratar de abarcar un tema como el que nos ocupó, en una
breve nota periodística es tarea poco menos que imposible.
Si tomamos en cuenta que la primer creencia escatológica,
la del profeta Zaratustra, data del probablemente del 1400 a.C.,
sería pretender encerrar en unas pocas páginas
3400 años de historia. Solicitamos que sea visto con indulgencia
por el lector y que la falta de delicadeza de ofrecerle una nota
sobre el Apocalipsis en el último número del milenio
se vea compensada por la delicadeza de no haber nombrado en ella
ni una sola vez a Nostradamus.
* Publicado
originalmente en Insomnia Nº 102
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