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Amir Hamed
ISSN 1688-1672

 




APOCALIPSIS - ZARATUSTRA - ASHA - ZOROASTRISMO - MILENARISMO - EL FIN - JUICIO FINAL - DRUJ - CRONOLOGÍA
AM I
- MAZDEÍSMO -

Apocalipsis, ¿ahora?*

María José Santacreu

El profeta creía haber sido enviado por Ahura Mazda para que los hombres siguieran el camino del bien, pues la transformación del mundo estaba próxima, pero cuando sospechó que quizás no viviera para ver dicha transformación se consoló pensando que alguien vendría después de él. Sobre esta base se formó la figura del Saoshyant , quien derrotará a Angra Mainyu y a quien los zoroastrianos todavía esperan


Es bastante probable que el único acontecimiento realmente relevante de la llegada del año dos mil fuera la certeza de que millones de personas estuvieron pendientes de sus relojes con mayor intensidad que en un cambio de año cualquiera. Pero también es innegable que casi todo el mundo en algún momento de su vida calculó qué edad tendría para tal fecha, pensó qué iba a hacer entonces, e incluso hizo secretas promesas y pactos que se cumplirían en tan señalado momento.

Es indudable que la llegada del año dos mil es un momento en el tiempo -ya sea por creencias religiosas o simplemente por la fascinación que ejercen los números "redondos"- cargado de significados. Tan poderosa es esa fascinación por los números llenos de ceros que el acontecimiento ha adelantado un año el ingreso de la humanidad al nuevo siglo y al nuevo milenio, quizás para que dicha entrada triunfal sea tan perfecta como esos tres 'redondeles' que acompañan al número dos. Sin embargo, lo que en realidad está en el centro de toda esa fascinación es algo tan escurridizo como el tiempo. Quizas por ello en muchas partes del mundo un reloj en cuenta regresiva nos asegura que determinará exactamente cuándo habremos llegado a la ansiada meta. Es muy probable también que bajo el reloj de marras se vaya agrupando una multitud que sume sus cascadas voces a los últimos diez segundos de la cuenta regresiva.
Independientemente de que estemos o no de acuerdo que con este pasaje de año algo termina o a algo se llega, la omnipresencia de la cuenta regresiva a lo largo y ancho del planeta, parece indicarlo claramente. ¿Y luego qué? -se pregunta el vulgo. Años de cultura televisiva nos han enseñado que cuando un reloj digital en cuenta regresiva llega al temido 0:00:00, lo que sigue es el estallido. Pero la idea del fin de los tiempos parece ser bastante más vieja que el tubo de rayos catódicos.

La llegada del año dos mil, además de hartar a todo el mundo y de lograr que gran cantidad de personas realmente abomine de notas como ésta, ha traído consigo confusión y caos. Caos prometido, en cuanto a la falla informática denominada Y2K, confusión constante en torno a si cambia o no cambia el siglo/milenio, despiste generalizado en torno a lo que el término Milenio realmente significa. También ha generado eso que los medios han denominado pre millenium tension que es esa especie de expectación colectiva en torno a la llegada del año dos mil: se ignoraba si hordas de norteamericanos tomarían por asalto los supermercados para acopiar cereales suficientes o si alguna secta milenarista escogería el cambio de siglo para perpetrar alguna trágica fechoría.

Expectantes, aguardamos por el colapso del bug del milenio. Ansiosos, nos preguntamos si aparecería algún Mesías proclamando la segunda venida en lugares aparentemente tan poco propicios para tal fin como Ibiza, La Habana o Punta del Este.

Pero no siempre existió la idea del "fin del mundo" y más bien se pensaba que los dioses velaban y velarían por nosotros por los siglos de los siglos.

De acuerdo a la influyente escuela liderada por el historiador Norman Cohn, el origen de la idea moderna del fin del mundo no parece haber sido de origen judío sino que éstos la habrían tomado de los persas.

Pues, aparentemente, quien primero habló del fin del mundo no fue otro que Zaratustra.

Habla, Zaratustra

Zaratustra, también conocido por la versión griega de su nombre, Zoroastro, vivió muy posiblemente en algún momento entre los años 1400 y 1000 a.C., aunque hay quienes lo ubican en una época más reciente, en el siglo VI a.C. Tampoco están de acuerdo los especialistas en determinar donde se ubicaba la patria de Zaratustra, debido a las migraciones de las tribus protoiraníes: algunos piensan que vivía al sur de los Urales, pero otros creen que moraba el alguna parte del extremo sur del actual Irán o en Afganistán occidental.

A las sagradas escrituras de los seguidores de Zaratustra se las conoce como el Avesta. Hasta el siglo V o VI de nuestra era, la conservación del Avesta dependía casi integramente de la tradición oral, que tras una trasmisión de generación en generación de más de dos mil años, parece haber conservado una precisión asombrosa. Sin embargo, el Avesta que se ha conservado no es más que una cuarta parte del original, y aún así es bastante voluminoso. Cuenta con diecisiete himnos compuestos por el profeta llamados los Gathas.

Si bien en la cosmovisión tradicional iraní varios dioses eran los responsables de mantener el asha (que puede traducirse como el normal funcionamiento de todas las cosas) para el zoroastrismo es el dios Ahura Mazda quien se encarga de tal labor, pues Zaratustra proclamó que en el principio, Ahura Mazda, el perfectamente sabio y justo, había sido el único ser divino, increado y causa primera de todo lo bueno que hay en el universo. Pero también desde sus orígenes los iraníes han reconocido la existencia de un principio opuesto al asha, una fuerza de caos y desorden, que llamaron druj. Zaratustra desarrolló ese concepto determinando que Ahura Mazda tenía un enemigo: Angra Mainyu.

"Ni nuestros pensamientos ni nuestras enseñanzas ni nuestros afanes, ni nuestras elecciones ni nuestras palabras ni nuestros actos, ni nuestros egos internos ni nuestras almas están de acuerdo" dice Ahura Mazda respecto a Angra Mainyu en los Gathas.

Lo más importante de todo esto, es que el escenario de la lucha entre Ahura Mazda y Angra Mainyu es el mundo y los hombres tienen una participación activa en esa lucha: así como cada uno de estos dos espíritus eligieron el mal o el bien, así también los mortales. Lo novedoso, además, es que Zaratustra introduce la noción de que los hombres debían ayudar a conservar el asha fomentando el bienestar y la prosperidad del mundo además del suyo propio.

Pero, como afirma Cohn, la noción más revolucionaria de las enseñanzas del profeta es el rompimiento con la tradicional cosmovisión cíclica y la necesaria consumación del tiempo cuando la lucha entre Ahura Mazda y Angra Mainyu llegue algún día a su fin. Entonces reinará el asha y el druj será destruido. Así culminará el plan divino, el mundo se liberará para siempre de las fuerzas del caos y se producirá la resurrección de los muertos.
Además de prometer la resurrección de los muertos, Zaratustra agrega una instancia que guarda mucho en común con el Juicio Final de los cristianos: cuando las fuerzas del mal hayan sido derrotadas y los muertos hayan resucitado, todos quienes hayan vivido se reunirán en una asamblea en la que cada quien será confrontado con sus acciones, malas y buenas.

¿Pero cuándo?

Uno de los grandes problemas que enfrentan las creencias en el fin del mundo es la de determinar cuando van a suceder los hechos que profetizan.

El zoroastrismo parece haber sido la primera fe escatológica y, como en el caso de tantas otras que la han seguido, los fieles zoroastrianos (unos 130 mil, en la actualidad) se han preguntado a lo largo de los siglos cuando sucederá lo que profetizó Zaratustra. El profeta creía haber sido enviado por Ahura Mazda para que los hombres siguieran el camino del bien, pues la transformación del mundo estaba próxima, pero cuando sospechó que quizás no viviera para ver dicha transformación se consoló pensando que alguien vendría después de él. Sobre esta base se formó la figura del Saoshyant (que literalmente significa el 'benefactor futuro') quien derrotará a Angra Mainyu y a quien los zoroastrianos todavía esperan.

De la misma manera, los cristianos de todas las épocas se interrogaron sobre el momento en que lo relatado en el libro del Apocalipsis tendría lugar. El último libro del Nuevo Testamento describe una serie de visiones fantásticas sobre el fin del tiempo, cuando las fuerzas de Cristo y Satán combaten entre escenas de violencia y crueldad sin par. Hacia el final del libro, el combate se interrumpe por mil años durante el cual Satán esta enjaulado y Cristo y sus santos reinan sobre la tierra. Ese es el tan mentado Milenio y quienes viven aguardando que llegue ese prometido paraíso de mil años son los milenaristas.

El libro del Apocalipsis habría inspirado los míticos terrores del año Mil, los cuales, en la actualidad, casi todos los historiadores concuerdan en desestimar, aunque recientes investigaciones de Richard Landes invitan a revisar parcialmente ese concepto.

Según Georges Duby "los historiadores del siglo XIX imaginaron que la inminencia del milenio suscitó una especie de pánico colectivo, que la gente moría de miedo, que regalaba sus posesiones. Es falso. Contamos, de hecho, con un solo testimonio. Escribe un monje de la abadía de Saint-Benoît-sur-Loire: 'Me han dicho que en el año 994 había sacerdotes en París que anunciaban el fin del mundo'. Este monje escribe cuatro o cinco años después, justo antes del año mil. 'Son unos locos', agrega. 'Basta abrir el texto sagrado, la Biblia, para ver, Jesús lo dijo, que nunca sabremos ni el día ni la hora. Predecir el futuro, afirmar que ese acontecimiento aterrador que todo el mundo espera se va a producir en tal o cual momento es atentar contra la fe."

"Tengo la certeza -prosigue Duby- de que a finales del primer milenio existía una espera permanente, inquieta, del fin del mundo: el Evangelio anuncia que Cristo volverá algún día, que los muertos resucitarán y que Él apartará los buenos de los malos. Todo el mundo lo creía, y esperaba ese día de la ira que provocaría sin duda la confusión y la destrucción de todo lo visible. Se leía en el Apocalipsis que se liberaría a Satán de sus cadenas al cabo de mil años y que entonces vendría el Anticristo. Y tribus espantosas surgirían del fondo del mundo, de lugares desconocidos, perdidos en el horizonte del oriente y del norte. El Apocalipsis producía temor, pero también esperanza; después de las tribulaciones empezaría un lapso de paz que precedería el Juicio Final, un período más fácil de vivir que el cotidiano. Lo que se llama milenarismo se nutría de esa creencia. Cuando se desgarrara el velo, iba a empezar un largo tiempo en que los hombres por fin vivirían felices en paz e igualdad. Repito: el hombre medieval se hallaba en estado de extrema debilidad ante las fuerzas de la naturaleza, vivía en un estado de precariedad material comparable al de los pueblos más pobres de África de hoy. A la mayoría, la vida le resultaba dura y dolorosa. Pero la gente esperaba que, acabado un lapso de terribles penurias, la humanidad iría hacia el paraíso o bien hacia ese mundo, liberado del mal, que debería instaurarse después de la venida del Anticristo."


Problemas con el Libro de Daniel

Pero el libro de la Revelación no es el único de carácter apocalíptico en la Biblia. El libro de Daniel, que integra el Antiguo Testamento, también tiene ese carácter esctológico.
Según Damian Thompson, en su libro El fin del tiempo, "el apocaliptismo es un género nacido de la crisis, destinado a afirmar la resolución de una comunidad sitiada, haciendo oscilar ante sus ojos la visión de una liberación repentina y permanente de su cautividad. Se trata de literatura clandestina, el consuelo de los perseguidos".

Las imágenes apocalípticas del Libro de Daniel fueron usadas en todas las épocas en la formación de posiciones cristianas radicales. Incluso las mismas se han usado para comprender la opresión del Estado, en muchos casos identificado el poder estatal con la Bestia. Este es el caso de los diggers de la Inglaterra del siglo XVII y los escritos escatológicos de Gerrard Winstanley. Para Winstanley, las imágenes del Libro de Daniel pasan entonces a referirse directamente a la época y la situación que les tocó vivir, la opresión económica e institucional y sobre todo sobre el problema de la propiedad privada de la tierra. Según Winstanley, la propiedad privada era la maldición de Adán y se oponía a la voluntad de Dios y quienes poseían la tierra la habían obtenido por medio del asesinato y el despojo.

La aplicación de las imágenes apocalípticas a situaciones históricas concretas y la sucesiva identificación de personajes históricos o instituciones con las criaturas que pueblan el Libro de Daniel y el libro de la Revelación, ha sido una constante. Si Winstanley identificaba las fieras que vio Daniel con el poder del Estado y el clero, de la misma manera y en distintas épocas se ha identificado a personajes como Napoleón, Hitler, Stalin y hasta Kissinger con el Anticristo. Nuestra posmoderna y devaluada época, ha tenido que sufrir a Johnny Rotten, Ozzy Osbourne y last but not least la patética figura de Marylin Manson, lo que parecería confirmar la idea de que cada época tiene el anticristo que merece. Parece paradigmático de finales del siglo XX que el padre de Marylin Manson, en un ataque de furor apocalíptico, le haya dicho a Ozzy Osbourne "Tu serás el Anticristo, pero mi hijo es el Anticristo Superstar".


Cuando el fin es inminente

La Iglesia católica desde sus orígenes luchó contra la interpretación de hechos contemporáneos a la luz del libro del Apocalipsis y la enorme autoridad intelectual de San Agustín de Hipona en contra de las interpretaciones literales del mismo ejerció una importante influencia desde finales del siglo IV. Por lo menos hasta la llegada de Joaquín de Fiore a finales del siglo XII, nadie se atrevió a rebatir sus argumentos. Su influencia contribuyó a oscurecer la importancia que tuvieron las creencias apocalípticas en los origenes de la cristiandad.

Sin embargo, la miseria de la vida durante los siglos que trancurrieron entre los años 400 y 1000 junto con la constante espera del retorno de Cristo como juez universal, eran frecuentemente tomados como una clara señal de que el fin se acercaba. Como ha dicho Georges Duby, citado anteriormente, la espera del fin del mundo era permanente y no se vio intensificada por la llegada del primer milenio. Sin embargo, Duby y otros historiadores basan su teoría de la inexistencia de los terrores del año mil en el hecho de que no exista ningún testimonio al respecto y en que sí existan testimonios explícitos de que tanto los reyes como la Iglesia preveían sucesos que tendrían lugar mucho más allá de ese año.

Sólo recientemente las investigaciones de Richard Landes han sugerido la posibilidad que la ausencia de testimonios escritos podrían deberse a que la Iglesia no estaba dispuesta a dejar registrada la desobediencia a su autoridad -que claramente establecía que no había nada que temer- ni la actividad de sectas heréticas que proclamaran que el fin de los tiempos se aproximaba.

Sin embargo, Landes da cuenta que el propio San Agustín registra un estallido de pánico en Constantinopla en el año 398 d.c., año que marcaba 365 años desde la Crucifixión. San Agustín, sin embargo deja constancia que dicha creencia no tiene que ver con los temores cristianos del fin sino con una leyenda pagana según la cual San Pedro habría pactado con el diablo que el cristianismo duraría sólo 365 años.

Según el obispo, en esa fecha se produjo además un terremoto, por lo que la gente se precipitó a las Iglesias. "No sólo en la iglesia, sino también en sus hogares y por las calles y plazas, se pedía a gritos el sacramento salvador, a fin de que pudieran librarse de la ira...", anota.

Lo que parece más evidente es que, en efecto, el temor era permanente y a pesar de la autoridad de la Iglesia, cualquier fenómeno que pudiera ser interpretado como una señal de que el Juicio Final se avecinaba, generaba oleadas de temor.
Hay, sin embargo, un argumento bastante convincente que Landes esgrime para reforzar la teoría de que la Iglesia puede haber ocultado el registro de los brotes de pánico en los siglos que precedieron al primer milenio.

Una creencia que data de los albores de la era cristiana establecía una Gran Semana a la que pondría fin la llegada del Mesías. Según dicha creencia, el fin de los tiempos se produciría seis mil años después de la creación del mundo y una importante cronología cristiana fechaba la Creación 5500 años antes del nacimiento de Cristo. Hipólito de Roma, un teólogo del siglo III apoyó la afirmación de que el fin del mundo acontecería en el año 500 d.c. con una gran cantidad de pruebas extraídas de las escrituras.

Esta cronología -conocida por los historiadores como AM I- tenía una amplia aceptación aunque fue Hipólito de Roma quien explicitó claramente sus consecuencias: "Desde el nacimiento de Cristo hay que contar otros quinientos años, y sólo entonces llegará el fin".

Pero antes de la llegada del año 6000 según la cronología AM I, la Iglesia misteriosamente la sustituyó por una nueva -conocida como AM II-. Esta nueva cronología sitúa el origen del mundo 5200 años antes del nacimiento de Cristo, lo cual retrasa en trescientos años el advenimiento del temido año 6000.

De más está decir que la nueva cronología desapareció cuando llegó su año 5900.

Las investigaciones de Landes parecen sugerir que donde hay una conspiración de silencio, bien pueden haber dos: aparentemente la Iglesia se ocupaba muy bien de no registrar pánicos finales, ni de contribuir a generarlos.

La Iglesia en reformas

Pero esto no quiere decir que la Iglesia no creyera en la veracidad de lo relatado en el libro de la Revelación y el Libro de Daniel, lo que es muy distinto que avalar milenarismos, proclamados heréticos tempranamente en el Concilio de Éfeso del año 431 d.C. También es cierto que la Iglesia, a la vez que desaconsejaba la lectura literal de las visiones del Apocalipsis se aprovechaba de sus terrores: insistía en la idea de que el día del Juicio Final era inminente, aunque no se pudiera datar, lo que servía como acicate a la actividad misionera y a la reforma moral de los individuos.
A pesar de todo, durante la Edad Media, se fue perdiendo paulatinamente ese sentimiento de perentoriedad del fin que caracterizó a los primeros años del cristianismo.

Las ideas apocalípticas de Joaquín del Fiore, un abad semiermitaño que vivió entre los años 1135 y 1202, fueron las primeras en contradecir directamente el pensamiento rector de San Agustín, ideas que fueron alternativamente adoptadas y rechazadas por la jerarquía eclesiástica. Las ideas joaquinitas tuvieron una gran resonancia, fueron ampliadas, frecuentemente distorsionadas y motivo de división entre los cristianos.

Quizás era inevitable que su visión de la reformatio fuera esgrimida por los franciscanos para defender la necesidad de profundos cambios en la Iglesia y el retorno a la sencillez preconizada por su fundador, así como también que sus ideas tuvieran consecuencias más radicales como en el caso del surgimiento de Los Hermanos Apostólicos de Fray Dolcino, primer grupo en Europa que, partiendo de la prédica de ideas apocalípticas, pasó a oponer resistencia armada a los poderes de la Iglesia y el Estado.

Es paradigmático del arraigo que las creencias apocalípticas han tenido a lo largo de la historia el hecho que la Reforma protestante del siglo XVI, lejos de romper con estas creencias, las vigorizara: "Las continuas revisiones de la Iglesia romana, los constantes aplazamientos del fin del mundo a un futuro indefinido, parecieron claras señales de que el Anticristo gobernaba en Roma. Para Lutero y sus discípulos, la evidencia apuntaba sin margen de error a la conclusión de que era inminente el fin del mundo. La lucha contra 'la prostituta de Babilonia', la aparición de los turcos en Europa -que eran vistos como un desencadenado pueglo de Gog-, mostraban que el drama del Apocalipsis se estaba desarrollando ante sus propios ojos y en su propio tiempo", afirma el profesor Krishan Kumar.

Aunque los hombres siempre se preguntaron cuando sobrevendría el fin y nunca obtuvieron una respuesta satisfactoria, la referida al porqué siempre pareció estar clara. Es común a la mayoría de las religiones antiguas la idea de que es la maldad humana y la inobservancia de la ley divina, el motivo por el que la humanidad había llegado a la última etapa que terminaría con el mundo tal como lo conocemos. Tanto en los babilonios como en los hebreos, pasando por los griegos y primeros cristianos, la idea se repite con pertinaz recurrencia.

Sin embargo, el pensamiento que ha acompañado al apocalipsismo a lo largo de la historia ha sido, al fin y al cabo, el de que el fin del mundo no es El Fin. Siempre las ideas escatologicas estuvieron acompañadas de la noción de renovación, justicia y liberación. Hasta en los más banales pensamientos apocalípticos individuales, el fin del mundo casi siempre trae consigo la posibilidad de que justamente seamos nosotros quienes nos salvemos.

¿O es que el Milenio ya ha llegado?

Que el Milenio de paz ya haya llegado no parece ser, para algunos, una idea demasiado descabellada. No será la primera vez que se identifique al Anticristo con el bloque soviético y éste ha sido claramente derrotado. Francis Fukuyama llegó a la conclusión de que la historia ha llegado a su fin debido a que la democracia liberal, basada en la economía de mercado ha probado ser la mejor solución al "problema humano". La historia ha terminado ya que no existen conflictos ideologicos a la vista, pero el "Milenio" fukuyamesco no tiene rostro sonriente:

"El fin de la historia será una época muy triste. La lucha por el reconocimiento, la disposición a arriesgar la propia vida por una meta puramente abstracta, la pugna ideológica mundial que exigía audacia, valor, imaginación e idealismo será reemplazada por el cálculo económico, la solución interminable de problemas técnicos, preocupaciones ambientales y la satisfacción de las complicadas demandas del consumidor. En el período poshistórico no habrá arte ni filosofía sino, tan sólo, la perpetua atención al museo de la historia humana".

Krishan Kumar agrega: "La 'posmodernidad' es otro tipo de fin que tampoco suena muy emocionante. También aquí se nos habla de la 'muerte de las grandes narrativas', el fin de toda posible fe en la Verdad, la Historia, el Progreso, la Razón o la Revolución (y aún menos en la Revelación). Esto parece bastante definitivo. Y, a su manera, pretende ser liberador. Pero, una vez más, no hay ningún sentido de una nueva partida, de una nueva libertad, ahora que el velo de la ilusión ha caído de nuestros ojos. En cambio, se nos incita a adoptar una actitud puramente pragmática o irónica hacia el mundo, a evitar el compromiso público y a dedicarnos a nuestros propósitos privados y a nuestra vida privada."

A muchos el diagnóstico podrá sonarles familiarmente apocalíptico, a otros una inocua descripción de la apacible vida de fines de siglo en la que el hombre no tiene más que ocuparse de sus asuntos. Quizás la letra de un grupo de rock como Radiohead sea bastante adecuada para ilustrar la escatología particular del hombre posmoderno: en forma, más contento, más productivo, sin tomar demasiado, ejercicio metódico en el gimnasio (tres días a la semana), llevándote mejor con los empleados de tu asociado, comiendo bien (no más cenas de microondas ni grasas saturadas), mejor y más paciente conductor, auto más seguro (bebé sonriendo en el asiento trasero), durmiendo bien (ninguna pesadilla), sin paranoia, amable con todos los animales (nunca ahogar arañas en la pileta), manteniendo el contacto con los viejos amigos (disfrutar un trago ahora y antes), chequeaando frecuentemente los créditos en el banco (moral) (agujero en la pared), favores por favores, atraído pero no enamorado, las reglas de caridad en vigor, los domingos conduciéndose rápidamente en el supermercado, (no matar polillas nocturnas ni echar agua hirviendo a las hormigas), lavar el auto (también los domingos), no asustarse más de la oscuridad o las sombras del mediodía, nada tan ridiculamente adolescente y desesperado, nada tan infantil, mejor ritmo, más despacio y más calculado, sin chance de escapar, ahora auto-empleado, comprometido (pero sin poder) un miembro de la sociedad con más propiedad & información (pragmatismo, no idealismo), no llorar en público, menos chance de enfermarse, ruedas que se prendan al pavimento mojado (foto del bebe atado al asiento de atrás), buena memoria, todavía capaz de llorar con una buena película, todavía besos con saliva, nunca más vacío y sobrexcitado, como un gato atado a un palo que es llevado hacia la mierda congelada del invierno (la posibilidad de reírse frente a la debilidad), calmo, en forma, más saludable y más productivo, un chancho, en una jaula, con el cuerpo atiborrado de antibióticos.

 

Bibliografía ínfima

La presente nota se ha basado fundamentalmente en cuatro libros que oportunamente se han publicado en los últimos años y que tratan con mayor o menor profundidad y con diferentes objetivos el tema en cuestión.
La teoría del apocalipsis y los fines del mundo (Malcom Bull comp., Fondo de Cultura Económica, México, 1998, 346 págs.) es, sin lugar a dudas el libro que contiene los aportes más interesantes y profundos. Son once ensayos que abarcan desde los origenes de la escatología hasta los estilos finales de Adorno y Beethoven. De éste libro se extrajeron las citas que refieren a Norman Cohn y Krishan Kumar, así como las referencias acerca de los diggers ingleses.

El fin del tiempo. Fe y temor a la sombra del milenio
(Damian Thompson, Taurus, Madrid, 1998, 427 págs.) ofrece una visión del apocalipsismo y los movimientos milenaristas a través de la historia y resulta útil en cuanto a su ordenamiento lineal que permite seguir limpiamente los hechos y personajes a través del tiempo.

El fin de los tiempos (J.C. Carrière, J. Delumeau, U. Eco, S. Jay Gould, Anagrama, Barcelona, 1999, 283 págs.) es un libro de entrevistas, unas más intereseantes que otras y que tiene la virtud de ser de lectura amena y aportar el costado anecdótico de todo el asunto.

Año 1000, año 2000. La huella de nuestros miedos. (Georges Duby, Editorial Andrés Bello, Santiago de Chile, 1995, 143 págs.) es también una serie de entrevistas al famoso historiador francés, y es en el fondo un libro extraño que intenta comparar los miedos del año mil a los actuales, así como la situación del hombre medieval respecto a la nuestra. Sin demasiados aportes originales, de él se ha extraído una larga cita respecto al temor al fin del mundo en el año mil que es casi lo único que el historiador dice respecto a este tema, así como algunas ilustraciones.
Tratar de abarcar un tema como el que nos ocupó, en una breve nota periodística es tarea poco menos que imposible.

Si tomamos en cuenta que la primer creencia escatológica, la del profeta Zaratustra, data del probablemente del 1400 a.C., sería pretender encerrar en unas pocas páginas 3400 años de historia. Solicitamos que sea visto con indulgencia por el lector y que la falta de delicadeza de ofrecerle una nota sobre el Apocalipsis en el último número del milenio se vea compensada por la delicadeza de no haber nombrado en ella ni una sola vez a Nostradamus.

* Publicado originalmente en Insomnia Nº 102

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