Hay dos minas incomparables en la extensa y variada filmografía
argentina: la apolínea Tita Merello y la dionisíaca
Coca Sarli. Dos registros diferentes de la garra actoral. La Merello
como arquetipo que encarna una difícil: sainete,
melodrama, canyengue, drama de barrio
que se subleva en el hondo y bajo fondo.
Se dice de mí, se
dice de mí, que soy chueca y que camino a lo malevo...
nadie canta esas estrofas como ella, mina digna y de una estirpe
hard, no tiene
doble, no hay otra. No habrá otra igual a Filomena Marturano.
¿Y quién
no se acuerda de aquella parejita simpática: Leonardo
Favio y Elsa Daniel? La Daniel era un melocotón, bonita
misma, tiernita. En el cine de los sesenta esa rubiecita bonita
e íntima, agitaba las ansiosas pasiones. Era la típica
novia franela, amorosa y suave como un jazmín.
Otra mina que quemaba
cabezas era la famosa y legendaria puntaesteña piel de
verano (con Alcón): Graciela Borges. Voz de terciopelo
áspero, ojos melazas y profundos. Linda mina.
Un alma del paraíso
en un cuerpo del infierno
Pero es con una lágrima
en el rostro, emocionado, estimado lector
o mejor dicho, caníbal lector, que estoy asociando recuerdos
inolvidables de aquellos memorables filmes, del nunca bien recordado
Armando Bó, con la expresiva actriz picaresca, Isabel (Coca)
Sarli. Filmes que agitaron las pasiones más desenfrenadas
para aquella hipócrita época del oscuro moralismo
reaccionario.
¡Qué peliculones,
qué argumentos Robe-Grilletianos, qué escenas llenas
de pasión! Fueron el más bello kistch jamás
producido. Ni siquiera las películas de Chango producciones
llegaron a ese nivel de perfección de lo inefable. Grande
Armando y Coca.
Carne, carne, carne, expresiva
metáfora de la más desenfrenada lujuria que despierta
la inocente y subyugante Coca. La escena culminante, más
tocante y toquetona, es cuando la Coca, raptada, plagiada por
unos machistas bastardos en el "mionca de la carnaza",
como una res, les dice
convincentemente: "¡¿Otra vez!? ¡¿Es
que Ustedes no tienen madre!?"
Qué gestos modula ese rostro escarnecido por la lujuria,
en el imposible ocultamiento de su bello y sutil cuerpo
que mesmeriza a esos bastardos machistas. Fiebre, trueno, lujuria
descocada, quema cabezas, encarando el ojo fisgón y naif
de la cámara oculta.
El cine naif jamás logrado.
¿Actor's Studio,
Grotowski en quechua, Stanislawski...? No. Es la suculenta, rebotona
e insuperable Coca Sarli. Es el mensaje más profundo sobre
las pasiones que agitan la atribulada alma humana, pastiche genial,
en la pureza del alma rodeada por la lujuria. Heroína
pura, Coca, un alma bella encarnada en un cuerpazo dionisíaco
que soporta el manoseo en reiteración real, pero demostrando
en su rostro la bondad que adorna a una buena mujer.
Su alma enfrenta el envilecimiento
oscuro, con la radiante simplicidad de su gesto. Es única
en su género y permanecerá
en toda retrospectiva. Roger Corman y Armando Bó, dos cineastas
que trabajaron para el cult. Explicitación del naif,
en forma única y profesional, utilizando el sepia, lo cómico
en el drama, textos de hondura memorable recuerdan elocuentemente,
por su redundancia bien lograda un mensaje tan profundo que no
se entiende.
Dígase de una
vez: la Coca Sarli merece una arquelogía del saber.
*Publicado originalmente en La república de Platón,
Nº7
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