Dice el Gran Combo:
"Es la vida
caja de sorpresas:
hoy felicidad, mañana tristeza.
Tiene sus propias leyes
regidas por el tiempo
que las aplica al pasar
cuando es preciso el momento"
No otramente Cohelet,
hijo de David, cantaba el reino del momento preciso:
"Hay un momento
para todo
y un tiempo para cada acción
bajo el cielo:
Un tiempo para nacer,
y un tiempo para morir;
un tiempo para plantar,
y un tiempo para arrancar lo plantado"
Parece que en el Eclesiastés el ritmo de lo momentáneo
caiga sin imprevistos, y que las mismas cadencias sean regaladas
al Gran Combo con prima de estupor. Bailarían la misma
música el hombre de Dios y el salsómano, pero el
primero al reconocer los motivos de un repertorio archisabido,
el segundo meciéndose en el asombro de los inéditos.
Lo bueno es que todo santo
algo tiene de bailarín, y viceversa. Fíjense no
más en el modelo arquetípico del triunfo de la santidad:
¡con qué gracia coreográfica la Virgen oprime
en passant la más babosa baldosa, la cabeza de la
Serpiente! En la Capilla del Convento de la Inmaculada Concepción
de Pasto, por ejemplo, donde
una encantadora escultura polícroma abre las alas de esa
mística percusión que castiga tan dulcemente hasta
dejar creer que etéreos arreos sostenidos por dedos tan
corteses ocupen el lugar de una flauta invisible, cuando la luz
no teje los encajes de las riendas con las que encadena y cabalga
al Adversario, como el Hijo
en Saint-Etienne-du Mont cabalga a un monstruo
mitad delfín y mitad dragón.
De María, de
Shiva o de asceta sufí, el momento es simultáneamente
leitmotiv e improvisación. Por eso el término
hebraico 'et, "momento oportuno", fue traducido
mediante el griego Kairós, personificado, en la
iconografía clásica por un efebo alado que sostiene
en la punta del índice una hoja de afeitar sobre la que
oscila una balanza. El momento es juez y malabarista. Severo
saltimbanqui, conoce la ley porque constantemente recrea su aplomo.
De manera que suponer
que el profeta aguante la caja de lo conocido vacía de
sorpresas, mientras el rumbero saquearía el sobresalto
de lo desconocido sin rastro de paquete, equivale a tratar de
separar lo que va tan pegado cuanto lengua y sabor.
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