Al final de su relato
épico-químico,
titulado Junky, William Burroughs invoca unas coordenadas
de la demanda y la oferta congruentes con cierto teorema contemporáneo
de la droga:
Decidí bajar hasta
Colombia y capear yajé
[
]. Estoy listo para moverme al sur y buscar el cantazo
puro que abra, en lugar de cerrar como la heroína. El embale
es libertad momentánea de los reclamos de la envejeciente,
prudente, jeringona, asustadiza carne.
Quizás encuentre en el yajé lo que buscaba en la
heroína, la yerba y la coca. El yajé será
el cantazo final.
(1)
Ese "final fix" o cantazo terminal, por supuesto nunca
llegará, pues como tantos otros cronistas literarios occidentales
de la experiencia de la droga,
Burroughs eleva este antiobjeto del placer
al rango de la Cosa lacaniana. Aquí la Cosa es producto
de un trabajo literario, de una elaboración artística
de la distancia que se le impone al objeto para otorgarle la dignidad
del objeto absoluto imposible de alcanzar.
El yajé de Colombia, el mítico enteógeno
del "sur" amazónico otorga a la Cosa la referencia
escatológica ideal para esta elaboración literaria
de la dignidad de la drogadicción que, en el esquema literario
norteamericano, se presenta como una dignificación de la
demanda, una mitificación de la compulsión de consumo.
Para el gran macho blanco que escribe,
capear coca, yerba, heroína, es parte de una serie repetitiva
y sustituíble que remata en la búsqueda de la Cosa
-la imposible utopía
química signada por el yajé colombiano.(2)
Ese gran macho blanco consumidor de droga invita, con su escritura, a la lectura antropológico-literaria
de su máscar letrada. Nos atenemos en todo momento al teorema
literario de Burroughs, pues reconocemos, con Derrida, que no
hay un mundo de la droga ni existe un teorema de la droga, siempre
que los actos del toxicómano se estructuran como un lenguaje,
y tomándose en cuenta que ese lenguaje puede variar según
distintos performances discursivos.
Se puede leer Junky
como reverso masoquista de la gesta personal del gran capitalista
blanco: el protagonista de Junky, Bill Lee (alias William Burroughs), es un negativo radiográfico
anticipado de Bill Gates.
Marx decía que el
capital es trabajo muerto que, como el vampiro,
vive de chupar trabajo vivo y vive más, mientras más
trabajo chupa. Pero el personaje de Burroughs representa una modalidad
de consumo terminal que, como el vampiro,
vive de chupar una mercancía mortal y vive más,
mientras más veneno chupa.
Dice Burroughs: "La droga es una inoculación de
muerte que mantiene el cuerpo
en condición de emergencia". Un cuerpo
para el capital
es un cuerpo en perenne condición de emergencia. El capital
se retroalimenta de la revolución permanente de sus propias
condiciones de producción, que se repiten y perpetúan
gracias a su autodestrucción cíclica contínua.
La droga como mercancía importada por los centros
capitalistas de occidente es la advocación escatológica
del ciclo del capital, su absoluto end-product revelado
como avatar tóxico de sí mismo. La droga es un capital
en sí kantiano. En el escenario contemporáneo la
lucha occidental contra la droga representa al capital comiéndose
la cola como el ouroboros gnóstico. Pero ese consumo
no se consuma nunca porque, dado el teorema literario que nos
concierne, la droga no es un objeto, la droga no es una mercancía
consumible sino el consumo en sí y de sí, el consumo
mismo como su propio objeto; la droga es la Cosa, the Thing,
das Ding.
Lacan nos dona una noción de la Cosa como rebasamiento
del objeto, manejable más allá de los contextos
psicoanáliticos específicos en que ésta surge.
Nos describe una peculiar colección de cajas
de fósforos vacías, instaladas por su amigo Jacques
Prévert de manera que "estando arrimada cada una
a la otra por un ligero desplazamiento del cajón interior,
se ponían en fila unas con otras, formando una especie
de banda corriente" -y agrega:
Creo que el shock, la novedad,
el efecto logrado por esa agrupación de cajas de fósforos
vacías -este punto es esencial- era hacer surgir lo siguiente
[
], una caja de fósforos no es simplemente
un objeto, sino que puede, bajo la forma Erscheinung, en
la que estaba propuesta su multiplicidad verdaderamente imponente,
ser una Cosa.
Dicho de otro modo, este arreglo manifestaba que una caja de
fósoforos no es simplemente algo que tiene cierto uso,
que ni siquiera es un tipo, en sentido platónico, la caja
de fósoforos abstracta; la caja de fósforos por
sí sola es una cosa, con su coherencia de ser. El carácter
completamente gratuito, proliferante y excesivo, casi absurdo,
de esta colección apuntaba de hecho a su cosidad de caja
de fósforos.
El teorema de la droga narrado por Burroughs presenta un montaje
similar. Un cantazo de heroína va empotrado en el capeo
previo y se empotra en el chuteo siguiente creando una serie
autoproliferante de procedimientos que sólo apuntan a
la mecánica de la propia repetición indefinida
del consumo de la droga. Sólo la droga por sí sola,
con su implacable coherencia química, impone la continuidad
de la serie. No hay uso, tipo, concepto ni finalidad abstraible.
Así ella establece su coseidad al margen de cualquier
función objetual. "A medida que el hábito
agarra, -dice el narrador de Junky- los demás
intereses pierden importancia para el usuario. La vida se telescopia
en la heroína, un chuteo y a esperar el próximo".
En el mundo de Burroughs la expresión "vivir para
la droga" es inadecuada, pues la droga no sería siquiera
el objeto de una vida. Más bien la droga sustituye el
vivir, deja de ser objeto de la pulsión vital para
sustituir esa pulsión con su propio ciclo compulsivo,
con una 'vida' más real que la vida misma, la vida de
la Cosa en sí.
Explica Burroughs en Naked Lunch. Texto fraterno de Junky,
que
La morfina altera el ciclo
completo de expansión y contracción, liberación
y tensión. La función sexual se desactiva, la peristalsis
se inhibe, las pupilas dejan de reaccionar en respuesta a la
luz y a la oscuridad. El organismo ni se contrae por el dolor
ni se expande hacia las fuentes normales del placer. Se ajusta
a un ciclo de morfina.
La economía narrativa de Junky prescinde de la
interioridad psicológica, de la motivación de los
personajes, de los condicionamientos del ambiente y del conflicto
intersubjetivo; todo circula en torno al próximo chuteo,
aun los intentos de cura, en los que el yonqui meramente se ilusiona
con reconstruir esa elusiva virginidad que le prodigaría
la ilusión fugaz de un retorno a la primera penetración
de la aguja. Es sabido que el período de la vida de Burroughs
correspondiente a este relato contiene acontecimientos tan dramáticos
como el disparo "acidental" con que él mató
a su esposa en un alarde de puntería estilo William Tell.
Se sabe que William Burroughs
salió indemne del percance, ocurrido en México,
gracias al dinero de su familia. Pero Junky no narra ese
incidente y sólo menciona de pasada a la abatida mujer,
como espectral facilitadora o interruptora del próximo
chuteo. En un texto sobre la femineidad
de la droga Bruno Mazzoldi
sintetiza en palabras inmejorables ese trucaje de sustituciones
sublimatorias, concluyendo que
la ansiedad de la aguja y
la fiebre de la perforación sugieren que todo chutero
que se respete, todo morfinómano que se espete una y otra
vez, no solamente aspira a la autofecundación en endogamia
absoluta, sino también a parodiar a la madre para odiarla
mejor.(3)
Burroughs se chutea y también chutea (he
shoots): le
dispara a la madre-compañera-Cosa para mejor chutarse
bajo la égida de la entidad femenina fantasmáticamente
abatida, una entidad irreductible a puro objeto de deseo.
Angela María Jaramillo explica muy bien cómo la
mujer tiende a encarnar
la Cosa en el drama freudiano(4), pero Burroughs, al ejecutar a
su infortunada compañera, instala el horror-fascinación
a la droga en el lugar donde Freud situaba el horror-fascinación
a la mujer. Por eso su esposa no debe aparecer en ese relato,
siquiera en la incidencia de su abatimiento "accidentado".
Junky demuestra con ésta y otras omisiones factuales,
que no es una autobiografía de Burroughs sino la biografía
del ente fantasmático cuyo deseo se instaura a partir de
las repeticiones anuladoras del objeto que se transmuta en Cosa
inenarrable, antagónica y fascinante; agujero negro donde
se precipita la narración en caída libre.
La Cosa es aquí,
siguiendo a Lacan, el "fuera-de-significado" en función
del cual "el sujeto conserva su distancia y se constituye
en un modo de relación". Se podría comparar
ese nódulo modal "fuera de significado", que
estructura el mundo narrativo de Junky, con el ojo de
un huracán, si no fuera por la obvia diferencia en los
niveles de energía implicados.
Consideremos además la advertencia de Giulia Sissa de
que la droga es un anti-objeto. Podemos asumir esta advertencia
y añadir que la droga es poco definible como objeto de
deseo, pues la construcción de su hábito conlleva
sustituir los objetos de deseo ordinarios forjados, perseguidos,
sitiados, capturados o evadidos en las fantasías de la
realidad cotidiana, por un solo objeto que, como el dinero, representa
a todos los objetos sin poseer otro valor que sustituir esos
objetos.
En este sentido, reclama Burroughs que
El adicto es inmune al
aburrimiento. Puede estar horas mirándose los zapatos
o simplemente permanecer en la cama. No necesita desahogo sexual
ni contactos sociales ni trabajo ni diversión ni ejercicio,
nada excepto morfina. La morfina logra aliviar el dolor gracias
a que le imparte al organismo algunos de los atributos de un
vegetal. (Naked Lunch)
Más que la mercancía-dinero, la droga emula el
capital-dinero. Recordemos la conocida comparación entre
las secuencias M-D-M y D-M-D¢ ofrecidas por Marx en El
Capital (I,
sec. 2; II, sec 1).
El capital-dinero desplaza el tradicional ciclo mercancía-dinero-mercancía
(M-D-M) e impone el ciclo dinero-mercancía-dinero
(D-M-D¢, donde D¢
= dinero capitalizado).
En el primer ciclo el dinero es sólo mediador del intercambio
de mercancías. La mercancía, como objeto con valor
de uso socialmente determinado, domina el ciclo.
En las economías pre-capitalistas predomina M-D-M. En
el segundo ciclo la mercancía es sólo punto de
transición en un movimiento cuya finalidad se cumple en
la acumulación de capital dinero. Domina el capital-dinero:
D-M- D¢ expresa la fórmula general del capital. En
dicha fórmula desaparece la mercancía como objeto.
La mercancía es fugaz instancia intermedia realizable
sólo en tanto capital, independientemente de su valor
de uso socialmente determinado. Lo que nos interesa es la siguiente
homología: la droga instaura un ciclo droga-deseo-droga
en que la droga se consuma como deseo de más droga, independientemente
de las relaciones de objeto intersubjetivamente determinadas
del deseo.
Marx le llamaba al capital "trabajo muerto", dado que
sólo se reproduce en la medida en que se abstrae del trabajo
considerado como medio de satisfacción de necesidades
humanas concretas. El capital sólo tiene hambre de más
capital, siendo el trabajo sólo un medio. A Marx le fascinaba
esta implacable voracidad autista del Capital. La droga es necesidad
muerta ante todo otro objeto de deseo que no sea el de su propio
aplacamiento: lo que no deja de fascinar tanto a Borroughs como
a nosotros, sus lectores.
Bill, el yanqui yonqui, deviene el perfecto capitalista del anti-objeto.
El prólogo presenta a un joven de la burguesía media
de St. Louis que no sabe qué hacer con su vida hasta que
descubre el "junk as a way of life" (xvi),
versión underground
del American way of life. El resto del relato provee un
ensamblaje cómico-químico de la cadena narrativa
del chuteo. Los episodios se acumulan en una serie paratáctica
puramente cuantitativa. Según Burroughs la heroína
constituye el paradigma de la droga. Ella es la indudable heroína de su historia.
Pero también se evidencia que la substancia psicoactiva
por sí misma no es la droga. La droga delimita el lugar
anti-objetual ocupable por una serie sustitutiva de sicoactivos
(morfina, opio, paregórico,
benzedrina, codeína, cocaína, heroína, haschish,
marihuana, peyote) que a pesar de sus muy divergentes propiedades
y efectos se ajustan aquí a una misma gramática
de la adicción, la de Burroughs.
El sostiene que la droga es un mecanismo psico-bio-social
independiente de la metafísica de la interioridad. Es
cierto que el lector convencional podría identificar en
esta narración el curso de degradación moral y
física del protagonista y sus impresentables acólitos.
Ello supliría la infaltable moraleja de la historia. Pero
hay también un Bill fantasmático que emerge como
el arriesgado empresario del anti-objeto, el oficiante de la
industria existencial de la Cosa. Ese Billy the Junky-Kid transmuta
las remesas de capital recibidas de su familia en el flujo de
coseidad que penetra sus venas; además colecciona armas
de fuego, a la vez que explora distintos escenarios del mercado
de la droga, desplazándose en un derrotero norte-sur transido
de aventurerismo masoquista que pasa por Nueva York, Kentucky,
Nueva Orleans, Texas, México y Colombia.
Si bien los personajes de tal historia representan, en palabras
del propio texto, "agregados humanos que se desintegran
en la insanidad cósmica, eventos aleatorios en un universo
moribundo", también vemos que contribuyen con
su propia desintegración objetual, como templarios oferentes
de su propia entropía, a la apoteosis de la Cosa. La Cosa
es un objeto imposible o anti-objeto. La droga en tanto ente inexpresable
e insólito con respecto al cual se configura el sujeto
que cuenta y escribe, se eleva a la dignidad de Cosa y además
se sublima como letra
del objeto imposible en cuya abolladura medra lo Real.
El artista
de la droga emerge mediante esta construcción literaria
como el capitador de la Cosa en todo su antagonismo repelente,
excesivamente real y fascinador. El supremo consumidor sirve de
reverso al gran financiador de la Cosa. Bill el Junky aparece
como advocación plutónica, underground,
de Bill Gates.
En la matriz ignota de la Cosa no hay distinción entre
capital tóxico y capital "sano" ni entre entropía
y entropía negativa, pues esa matriz es la precondición
de tal distingo. La serie de textos generados por Burroughs a
partir de las Cartas del yajé, bajo el encabezamiento
"Roosevelt After the Inauguration", presentan a un Roosevelt-Sade
que remplaza el establishment washingtoniano por personeros
de un underground perverso, drogado e infecto, sin que
ello suponga fisura alguna en la consistencia del poder del estado
(Yage). Con toda su rebeldía e
insanidad subversiva, en estas escrituras medra un ideal del yo,
un elemento simbólico del capital, que es parasitado por
el otro yo, underground, que ambicionó y logró
ser. Después de todo, William Burroughs fue quien declaró
en 1982: "Las Tierras Ocidentales son un lugar real. Ese
lugar existe, y lo construimos nosotros, con nuestras manos y
nuestros cerebros. Pagamos por él con nuestra sangre y
nuestras vidas. Es nuestro y lo vamos a tomar" (Final
Academy).(5)
En este imaginario
las Tierras Occidentales, de hecho, se han tornado en el territorio
de la Cosa. Slavoj Zizek describe cómo la postmodernidad
occidental se caracteriza por la obsesión generalizada
con la Cosa, concebida en calidad de un cuerpo extraño
alojado en el tejido social. Los gestores de esta obsesión
proliferante urden esquemas ultra-paranoicos donde la totalidad
del cuerpo social asume las proporciones insondables de
un espectro
vampiresco que marca hasta las más idílicas
superficies de la vida cotidiana con signos de corrupción
latente. (En este sentido, se podría aducir que, hoy más
que nunca, el capital es la Cosa por excelencia: una aparición
quimérica que, aunque no se la puede ubicar en ninguna
parte como entidad positiva y claramente delimitada, funciona
de todos modos como suprema Cosa reguladora de nuestras vidas.)
La ambigüedad de la relación posmoderna con la Cosa
responde al hecho de que la Cosa no es un simple cuerpo extraño,
un intruso que perturba la armonía del vínculo social:
precisamente como tal, la Cosa es lo que 'amarra' el edificio
social al garantizar su consistencia fantasmática.
Notas:
(1) Las traducciones de citas
tomadas de originales del inglés o francés son
del autor, así como los énfasis en todas las citas.
(2) Las cartas del yajé, textos que continúa
el periplo trazado en Junky, llevando al narrador hasta
el Putumayo, despojan al yajé de su rango de objeto inalcanzable
tan pronto se lo consume, pasandóse el batón de
la Cosa a una visión literaria de la metrópolis
maldita y paroxística, sustendada en gran medida en la
simbiosis de referentes latinoamericanos y norteamericanos de
la patología social tan cara a Burroughs (Yage 44).
(3) Publicación en internet sin número de página;
ver bibliografía.
(4) Publicación en internet sin número de página;
ver bibliografía.
(5) Publicación en internet sin número de página;
ver bibliografía.
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Burroughs, Williams. 1970. "The
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www.hyperreal.org/wsb/elect-rev.html
Burroughs, Williams. 1982. "Statement on the Final Academy",
www.thei.aust.com/bill/burroughs.html
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www.henciclopedia.org.uy
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Zizek, Slavoj. 1992. Enjoy Your Symtom! London: Routledge.
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