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ISSN 1688-1672

 



METAS

De metas y destinos*

Carlos Rehermann

Intuyó que la meta no es un destino, sino la imposición de una presencia. Construyó un sistema de caminos que se articulaban en términos de metas visuales parciales, sin relación con los destinos de las caminatas. En seis meses, el césped se recuperó y el rector pudo dejar de tomar antiácidos

Una vez contrataron a un arquitecto para que diseñara un sistema de caminos peatonales en el campus de una gran universidad. El rector estaba molesto por las dificultades que tenía para mantener el césped en buenas condiciones. Se preguntaba por qué, habiendo senderos perfectamente pavimentados, los estudiantes se empecinaban en caminar por el pasto.

Por más que examinaba las huellas marcadas en el césped, no lograba encontrar un sentido a las rutas informales, que parecían no conducir a ninguna parte. Los caminos pavimentados, por otra parte, estaban bien trazados, seguían los dictados de la razón, y resultaba evidente que si uno quería ir de un punto del campus a otro (por ejemplo, de la rectoría a la biblioteca) no existía un camino más corto. Encomendó un estudio a la cátedra de paisajismo de la escuela de arquitectura de la universidad.

El arquitecto nombrado para dirigir el estudio se dedicó, durante una semana, a mirar a los estudiantes mientras caminaban por el parque. Observó que en casi todos los casos, los caminantes emprendían una dirección que luego modificaban entre dos y tres veces, hasta llegar a su destino.

En todos esos casos, los recorridos a través del césped eran más largos que si se hubiera elegido un sendero pavimentado. La segunda etapa de su trabajo de observación consistió en colocarse sobre una de las direcciones elegidas por los caminantes, para tratar de descubrir qué magnetismo especial los impulsaba a dar esos rodeos.

Se dio cuenta de que la meta de los caminantes no era su destino final, sino un punto intermedio que estaba visualmente presente cuando se caminaba en la dirección elegida. Por ejemplo, para ir desde el edificio de dormitorios hasta la cafetería había un camino pavimentado perfectamente recto.

Pero la gran mayoría de los estudiantes alargaba el recorrido iniciando una travesía por el césped en dirección a la cúpula del salón de actos; en determinado momento, se desviaban emprendiendo una nueva dirección que estaba alineada con la torre del telescopio del departamento de astronomía, y finalmente se dirigían, en una nueva dirección, hacia el edificio de la cafetería, señalado entre los árboles por el color anaranjado brillante de los tachos de basura que estaban a los fondos. Una vez allí, tenían que rodear el edificio para entrar por la puerta principal.

El arquitecto descubrió que el camino recto y pavimentado, flanqueado por añosos robles, parecía no terminar en ninguna parte: la fronda ocultaba el edificio de destino. Al salir de los dormitorios, lo que veían los estudiantes era la cúpula del salón de actos.

Intuyó que la meta no es un destino, sino la imposición de una presencia. Construyó un sistema de caminos que se articulaban en términos de metas visuales parciales, sin relación con los destinos de las caminatas. En seis meses, el césped se recuperó y el rector pudo dejar de tomar antiácidos.

Años más tarde, luego de examinar los planos del parque universitario, un crítico de arquitectura concluyó que su diseñador era un ferviente admirador de las tendencias románticas de la jardinería, y que para el diseño de su sistema de caminos se había dejado llevar por un arrebato de retorno místico a la naturaleza.

Le pareció que el laberinto era opuesto al funcionalismo. Sin darse cuenta, él también se había dejado llevar por una meta impuesta por una presencia (los planos del jardín); a diferencia de los estudiantes, no llegó a ninguna parte.

 

* Publicado originalmente en Insomnia Nº 89

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