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CINE - VIOLENCIA
- MASS MEDIA -
¿Cuánto
pesa una película?
Carlos
Atanes |
Entender o intentar comprender a un serial killer,
a un grupo terrorista, a un pederasta... ¿es una forma
de justificarlo?, ¿debe una película -una novela,
una canción, un noticiario- contribuir a la condena de
lo socialmente ya condenado? |
Presenciamos en la pantalla de nuestro televisor una escena que
se desarrolla en la calle: tres encapuchados agarran la bandera
constitucional y le prenden fuego. Quemar la bandera en público
es un delito. ¿Qué cabe esperar después de
esto?: la llegada de un pelotón antidisturbios, porrazos,
detenciones, calabozo. Ahora bien, felizmente la escena pertenece
a una película: tres encapuchados
han quemado la bandera en la vía pública, pero luego
nadie les ha arrestado. Acabado el rodaje, los tres actores se han
quitado el pasamontañas, han cobrado su minuta y se han vuelto
a sus casas, a la espera de que la productora les cite para otra
jornada de filmación, quizá para intervenir en la
escena del calabozo. Mas no será un calabozo real, sino su
reconstrucción en un plató.
Los actores han representado a unos personajes que quemaban una
bandera, pero el hecho, la quema, sí ha sido real, el trozo
de tela ha sido calcinado. ¿Por qué no proceder a
un arresto real de los implicados, entonces? Porque al parecer,
aquí el hecho en sí cuenta menos que el fin que se
persigue y el conocimiento que de éste tengan las autoridades.
En este caso el fin no consiste en desestabilizar el orden social,
ni provocar a las fuerzas de seguridad del Estado. Se trata sólo
de suministrar un elemento más al rodaje de una película,
seguir el guión. Nótese
incluso que la presencia de cámaras es irrelevante de no
atender a su relación con lo filmado, el porqué están
ahí. Si la quema es espontánea y las cámaras
son del noticiario de televisión, la represión
policial está garantizada -y no se tendrá en cuenta
la disculpa que puedan presentar los actores: que lo hacían
porque había cámaras de televisión enfocándoles,
y que no se trataba más que de una performance que
en absoluto perseguía desestabilizar el orden social o provocar
a las fuerzas de seguridad del Estado.
Si las cámaras y el evento forman parte de un rodaje
cinematográfico, previsto, notificado y autorizado, no hay
de qué preocuparse. Quizá incluso la misma policía
colabore cortando el tráfico para que la secuencia se lleve
a cabo con una mayor tranquilidad. Dependiendo de la jurisdicción,
el fin y su conocimiento podrían no ser excusa suficiente
para ignorar el hecho. No podemos reírnos del Profeta en
un país musulmán o cuestionar la Shoa en Alemania.
Censurarán la filmación y buscarán un responsable.
Lo que venga después puede ser un tiro en la nuca o la cárcel
respectivamente. Si hacemos una película sobre nazis, deberá tenerse esto en
cuenta, y cuidar las frases que pronuncie el actor que interprete
al Dr. Goebbels, por ejemplo. Después del estreno, alguien
puede denunciarnos por hacer apología de la violencia racista, y llevarnos
a los tribunales por poner palabras nazis en la boca del actor que
interpreta al nazi. Y el juez puede decidir que los fines artísticos
-o condenatorios del nazismo- de la obra no justifican las expresiones
vertidas en la misma. Así que si queremos pintar a Goebbels
como el malo de la película, será mejor que lo hagamos
discretamente, presuponiendo de entrada su maldad, sin dejarle hablar
demasiado -no sea que alguien empiece a dejarse seducir por su mensaje.
En su caso lo tenemos fácil, porque el hombre se ganó
a pulso su mala fama; pero con otros personajes más controvertidos,
o desconocidos, quizá lo tendríamos más complicado.
Argumento de una película corta: entra un hombre por
la puerta de una cocina. Su mujer está dentro,
fregando los platos. El hombre la emprende a insultos con ella,
la coge del pelo, la abofetea. La golpea con los puños, la
patea en el suelo, la viola, la acuchilla, la rocía con gasolina,
la incendia y la arroja por la ventana. Va al salón, agarra
el televisor, se asoma a la ventana y deja caer el aparato sobre
el cadáver de su esposa. Después le tira un sofá,
una lámpara de pie, dos sillas y la nevera. Fin.
El cortometraje es brutal y explícito hasta la náusea.
Se muestran todas las etapas de la destrucción de esa mujer con plena claridad
y crudeza, sin concesiones. Algunos espectadores se tapan los ojos y otros huyen de
la sala prestos a vomitar. Casi todos están de acuerdo en
que no es una película agradable de ver, pero... ¿qué
más?, ¿se trata de una denuncia de los malos tratos
en el hogar, o de una apología de los mismos?... ¿repugna
al espectador, quitándole las pocas ganas que podría
tener de llevar a cabo un acto así, o le anima a intentarlo?...
¿su exageración y contundencia, responden a una intención
condenatoria, a una morbosa recreación complacida en la crueldad,
a una frívola celebración gore, a un impúdico
deseo de generar polémica?
La mujer no ha sido realmente torturada y asesinada. La actriz que
la interpreta sale indemne de la catástrofe y se desmaquilla
con toda tranquilidad tras el rodaje. Pero sí sufren agresiones
semejantes a ésta mujeres como ella, cada
día, en diferentes puntos del planeta -de hecho quizás
a la propia actriz la esté esperando en casa un marido con
ganas de sacudirla. Lo que han hecho el guionista y el director
de este cortometraje es reconstruir un suceso ficticio que, sin
problema, podrá hallar su modelo en algún suceso real
pasado o futuro. La reconstrucción en sí no tiene
por qué comportar mensaje de ningún tipo, ni sarcástico
ni condenatorio, pero quien desee encontrarlo sólo tendrá
que tirar del hilo, criticar la oportunidad o no de producir una
película así en un
momento donde ha sucedido tal o cual suceso en el país, la
ausencia o no de un posicionamiento explícito del autor de filme -ya que en determinados
temas se debe tomar partido-, etc.
Tim
Burton
en su película, ¿hace escarnio de Ed Wood o
se confraterniza con él?. El coronel Kurtz en Apocalipse
Now, ¿representa ese monstruo que debemos extirpar con asco de
nuestras entrañas, o la cara oculta del ser humano, esencial
e inevitable, que sale a relucir en los tiempos límite como
una fuerza de la naturaleza?... ¿es la guerra un absurdo o el
principio y el fin de todas las cosas?... La esquizofrenia anarquista
de Edward Norton en Fight Club, ¿simple sociopatía
anti-sistema, o enfrentamiento heroico a una sociedad patética?
Entender o intentar comprender a un serial killer, a un grupo terrorista, a un pederasta...
¿es una forma de justificarlo?, ¿debe una película
-una novela, una canción, un noticiario- contribuir a la
condena de lo socialmente ya condenado? ¿cómo podemos
saber realmente qué es lo que está socialmente condenado
si no nos lo dicen las películas, las novelas, las canciones,
los noticiarios?... y entonces, ¿quién condena?...
¿quién ha de juzgar qué?... ¿cómo
filmar Las Once Mil Vergas de Apollinaire sin que no le sepulte
a uno el alud de denuncias que no cayó encima del propio
Apollinaire, quien se limitó sólo a escribirlas?
Podemos escribir explícitamente
sobre pederastia, pero los límites para filmarla, representándola
se entiende, son más angostos -cuidadín, ya de entrada,
con mostrar niños desnudos. Podemos
alterar el orden público en diferido, representando la escena
de una quema de bandera en una película sobre acontecimientos
sociales, pero no en directo, en la calle, ahora mismo. Los medios de comunicación pueden condenar
aquello que ya condenan, pero no dejar de condenar lo que condenan,
a riesgo de ser autocondenados por ellos mismos. Esto, que genera
tanta prudencia, facilita que sigamos condenando las mismas cosas
durante mucho tiempo, por recondenadas que estén.
Existe una solución a este bucle sin fin -la solución
ansiada por un autor cuya aspiración no concluya en arrojar
bolas de nieve contra laderas nevadas- y es en realidad muy simple:
se trata sencillamente de no juzgar. Para huir de la tautología
-la realimentación medios-realidad-medios, que ha venido
condensándose paulatinamente en medios-medios- lo único
que hay que hacer es saltar de ella como de un tiovivo en marcha,
y salir corriendo procurando no aplastarse la nariz contra el suelo.
Los personajes de Ed Wood, Apocalipse Now, Figth
Club acaso simplemente sean. Esto es lo que hay que defender:
los personajes simplemente son o no son, pero no están ahí
para disfrazar ninguna crítica.
El autor -guionista, director, quien sea- hará bien en limitarse
a presentar su obra sin justificarla, porque no se
justifica la respiración, la fuerza de la gravedad -aunque
esto no le salvará de ser juzgado, porque juzgado será,
haga lo que haga. Pero habrá logrado una cosa: hacer una
película que no estará rellena de industria audiovisual,
de opinión pública, sino que existirá por sí
misma, como un objeto real que se puede sostener en la mano y agarrar
en un puño. Con masa, como una piedra. Ah, y una piedra sí
que puede ser un arma arrojadiza. Puede ser entregada al espectador,
desnuda, sin ninguna etiqueta colgando, para que la sostenga y la
sopese, y decida por sí mismo, bajo su estricta responsabilidad
y su criterio, qué textura tiene, cuánto pesa y en
qué dirección quiere lanzarla. |
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