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CULTURA - ARTE -
Baño
de cultura*
Carlos
Rehermann |
Un aserto largamente indiscutido establece que,
en tanto la humanidad evoluciona, el arte simplemente cambia.
Esto permite acercarse al arte del pasado con una actitud apta
para aceptarlo de acuerdo a sus propios principios, en lugar
de mirarlo desde una posición inadecuadamente superior |
Nadie habrá dejado
de observar que en algunos países de Europa la gente usa
jabón líquido en vez de usar jabón en barra.
Recuerdo un viaje
en auto entre dos extremos de una isla Balear, en compañía
de un uruguayo y un catalán. El uruguayo, que trabajaba en
una discoteca de Pollensa, intentaba explicar al catalán
el lamentable estado de marginación en que se encuentra el
Uruguay. "Imagínate
-decía, con entonación compadeciente- allá
todavía se bañan con jabón en barra".
El catalán sacudía la cabeza, en silenciosa muestra
de pésame. Y luego, en una repentina expresión de
pasión solidaria, exclamó: "¡Oye! ¿Y
si exportáramos...?" El catalán, por cierto,
era escritor de novelas
policiales, y estaba radicado en Deià, comunidad de artistas
de diversas procedencias, con el orgullo compartido de tener vista
sobre el acantilado privado de Michael Douglas. Las novelas de este
catalán, que escribe con seudónimo
mallorquí, se parecen al jabón líquido: son
caras y poco rendidoras, aspectos que no impiden sus ventas al punto
de permitir a su autor vivir de sus derechos
literarios.
Así es que, cuando, años después, descubrí
en un anaquel de supermercado un jabón líquido
para baño, de inmediato pensé en sus truculentos
argumentos policiales, pero un examen de la etiqueta del producto
me hizo saber que después de todo, el catalán no
se había dedicado a la exportación de jabones.
Un aserto largamente indiscutido establece que, en tanto la humanidad
evoluciona, el arte
simplemente cambia. Esto permite acercarse al arte
del pasado con una actitud apta para aceptarlo de acuerdo a sus
propios principios, en lugar de mirarlo desde una posición
inadecuadamente superior. De todas maneras, algunas obras
del pasado nos resultan tan cercanas que corremos el riesgo de juzgarlas
según nuestra percepción actual de las cosas, percepción
ésta supuestamente evolucionada, en virtud del avance de
la sociedad humana. En realidad, decir que la humanidad evoluciona
es una muestra de autosatisfacción probablemente equivocada.
Si bien puede quedar a la moda
en labios del presidente de un ente autónomo, que intenta
justificar determinadas inversiones, lo cierto es que no resulta
evidente que haya habido ninguna clase de evolución.
No está claro si los esclavos romanos estaban peor que los
obreros victorianos, por ejemplo, o si una campesina sumeria se
sentía más desgraciada que una secretaria uruguaya.
Pero al parecer, la gente establece criterios tales como que si
uno no usa jabón líquido, vive sumergido en la más
recalcitrante de las miserias morales. Que lo diga un uruguayo que
desesperadamente intenta legitimar un exilio económico que
en el fondo no lo tiene conforme, pase; pero que lo diga un sedicente
artista, vaya. El catalán,
que intenta demostrar- aunque inconscientemente- que el arte
no evoluciona, sino que involuciona (el
pobre escribe horriblemente mal),
vive convencido, y contribuye a difundir la idea, de que la sociedad
de hoy, consumidora desaforada de cada nuevo plástico que
se cuelga por delante de sus ojos, ha evolucionado. Y en secreto
cree que su arte significa una
evolución parecida. En el fondo, tiene razón.
* Publicado
orginalmente en Insomnia |
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