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Amir Hamed
ISSN 1688-1672

 



MEYER, PEDRO - ICONO - PRIMERIDAD/SECUNDIDAD/TERCERIDAD

En la frontera: Verdades y ficciones de Pedro Meyer (VII)

Inés Bortagaray
Lo que se revela es la relación entre los fragmentos, el collage y sus partes, en una reunión o mixtura de tiempos y espacios, en la que conviven una estatuilla de un santo de paseo y una mujer que se envuelve en una tela azul bajo un sol imposible de cielo tormentoso, o una niña disfrazada de ángel frente a una miniatura de mujer vieja amenazante que se acerca cargando fuego

La foto revelada

Un Icono es un Representamen cuya Cualidad Representativa es una Primeridad de él en tanto Primero (...) Un Representamen por Primeridad nada más solamente puede tener un Objeto similar. Así, un Signo por Contraste denota a su objeto únicamente en virtud de un contraste, o Segundidad, entre dos cualidades. Un Signo por Primeridad es una imagen de su objeto y, para expresarlo más estrictamente, sólo puede ser una idea, porque debe producir una idea Interpretante (pero) es imposible que aun una idea sea un ícono, excepto en el sentido de una posibilidad, o Primeridad (...) Pero un signo puede ser icónico, es decir, puede representar a su objeto predominantemente por su similaridad, con prescindencia de su modo de ser. Si fuera necesario designarlo con un sustantivo, un representamen icónico podría llamarse hipoícono. Cualquier imagen material, tal como un cuadro de un pintor, es ampliamente convencional en su modo de representación; pero considerada en sí misma, sin necesidad de etiqueta o designación alguna, podría ser denominada un hipoícono

Lo que se iconiza en las fotos de Verdades y Ficciones es la relación entre los objetos. No existe un referente solo o puro: se trata de una relación entre las variables. A través de la semejanza se capta una relación. Meyer hace lo mismo que hace un mapa con un país. Representa la relación entre las partes, reproduce referentes en escalas, traslada líneas y bordes que delimitan. La relación ocurre en el texto de la foto.

Como sucede en los diagramas que reproducen relaciones entre propiedades. El icono exhibe la misma cualidad o configuración de cualidades que el objeto denotado. “Por ejemplo, una mancha negra por el color negro”, o una onomatopeya. Peirce esboza una subdivisión de los iconos en imágenes, diagramas y metáforas.

En ningún caso puede asimilarse la relación del icono a la de parecido entre dos significados (el icono es una sinécdoque más que una metáfora: ¿puede decirse que la mancha negra se parece al color negro?)

No. Sin embargo, el índice sí establece rasgos, huellas del referente que se graban en el objeto, que establecen una contigüidad, que construyen una semejanza desde un depósito, una marca, un rastro. Una capa de polvo sobre una tabla es un índice de abandono o suciedad. Un nombre escrito en el vidrio cubierto de vapor es un índice de presencia: alguien estuvo ahí. Un moretón en un brazo indica un golpe, anterior en el tiempo. La lectura de estos datos es inmediata, pero también codificada. Existe un ordenamiento lógico de una versión de la realidad que establece la resolución del parecido en un resultado. Un almohadón estrujado que empieza a desinflarse delata la presencia cercana en el tiempo, de alguien que ocupó un
lugar sentado encima. El resultado, lo arrugado de un almohadón que empieza a recuperar lentamente su forma inflada, señala una presencia anterior, a una persona sentada. Todo el proceso existe como una construcción codificada de los datos, de la huella y lo que existió antes de la huella para provocarla.

En el icono, la semejanza existe en las relaciones, en las partes que conforman el todo, en su capacidad de síntesis, en la abstracción.

Se entiende por icono, siguiendo a Ch. S. Peirce, un
signo definido por su relación de semejanza con la
‘realidad’ del mundo exterior y opuesto a índice
(caracterizado por una relación de ‘contigüidad natural’)
y, a la vez, a símbolo (basado en la simple convención
social)...

Según Peirce, cualquier pintura es esencialmente una representación icónica. Lo mismo vale, señala Peirce, para un diagrama, aunque entre él y su objeto no hubiere parecido sensorial, y solamente hubiera una analogía entre las respectivas relaciones de las partes de cada uno. Existen también, según este punto de vista, iconos en los que el parecido se acentúa mediante reglas convencionales. Una forma algebraica, por ejemplo, es un icono, como consecuencia de las reglas de conmutatividad, distributividad y asociatividad de los símbolos.

Una gran propiedad diferencial del icono es que, mediante su observación directa, pueden descubrirse
propiedades de su objeto diferentes de las estrictamente necesarias para la construcción del icono

Mediante dos fotos se puede llegar a dibujar un mapa, y mediante un montaje fotográfico se puede reconocer un lugar. Meyer así lo hace. Tres recortes de fotos en pueblos sureños de México, constituyen un sur único, que se distingue y se reconoce desde sus fragmentos. Las partes de la ritualidad y las ceremonias levantan un sentido de ritual o ceremonial, más allá, mucho más allá de su procedencia y tiempo.

Son las relaciones de cada fragmento y recorte, de cada parte, objeto, tiempo y lugar, los que en el caso de la fotografía de Meyer, identifican al icono en la semejanza con sus referentes. La idea de sinécdoque vuelve en este momento. La parte por el todo define una síntesis, y esa síntesis se revela en las relaciones de las partes de la foto.

Mientras el índice señala una huella como resultado de ese “estar ahí” (las huellas dactilares en el picaporte del lugar del crimen, el pueblo devastado por un huracán reciente, la cáscara o cicatriz de una herida anterior) el icono aparece como portador de semejanza desde un principio. Lo que se muestra en las fotos no es evidente; el efecto de presenciar algo construido, preparado, inventado, es instantáneo. Se capta algo que extraña desde un principio. El icono es un signo que posee el carácter que lo vuelve significativo aunque su objeto no tuviera existencia. La representación de lo existente no condiciona entonces su existencia.

Un trazo de lápiz en un papel representa una línea geométrica, y otro trazo de lápiz en un papel representa un círculo. El icono, señala Peirce, es un signo en relación a un objeto al que representa por trazos de semejanza o analogía, de manera que nuevas verdades, propiedades o aspectos relativos al objeto pueden ser descubiertos o revelados.

En las fotos de Meyer lo que se revela es la relación entre los fragmentos, el collage y sus partes, en una reunión o mixtura de tiempos y espacios, en la que conviven una estatuilla de un santo de paseo y una mujer que se envuelve en una tela azul bajo un sol imposible de cielo tormentoso, o una niña disfrazada de ángel frente a una miniatura de mujer vieja amenazante que se acerca cargando fuego: el ícono entonces no representa una cosa existente. Su objeto puede ser una ficción, o una cosa “raramente encontrable”.

La semejanza que se reconoce en la imagen, la asociación entre referentes e imagen, provoca un inmediato
extrañamiento frente a la puesta en escena.

Frente a las fotos uno descubre la imposibilidad de que lo que está ahí presente haya convivido en algún momento, que el espacio que se revela en la foto sea el que encontró el fotógrafo al momento de disparar, que pertenezca a un solo tiempo. La duda se revela casi en el mismo momento en que la foto se revela. Hay un efecto de extrañeza que no demora en llegar frente a cada foto. Hay algo imposible en todo esto, se piensa, y sin embargo en el juego hay unidad, y los fragmentos tienen bordes que se encastran, y lo que se encuentra es una mirada crítica del autor -Meyer- que no ofrece respuestas sino evidencias: todo esto pudo estar aquí; hay en “aquí” un nivel de posibilidad. A partir del juego de semejanzas estas imágenes-ícono inventan y revelan una relación entre cosas no previstas como partes que se junten en la realidad - el hombre blanco santificado y de cuerpo de cera, enorme a las espaldas de la cara arrugada y
sorprendida de una indígena mexicana - o partes que sí conviven en un espacio - los astronautas gordos de Orlando bajo los astronautas engordados por los trajes espaciales de la NASA -, pero que provocan un estado de
extrañamiento por el juego o guiñada que proponen.

Entre lo creativo y lo crítico transcurre la noción de icono. Cuando digo crítico, no me refiero a la idea de juicio que el término sugiere, sino a una posibilidad o cualidad que se muestra. Primeridad. Meyer “arma” las fotos y las muestra bajo el título de verdades y ficciones. No señala ni aclara cuáles son las verdades y cuáles las ficciones, ni tampoco responde, sólo muestra. Lo crítico se encuentra en la lectura que él hace de los objetos que presenta, mezclados, subrayados, borroneados, destacados. Lo que se dice entonces está en la “puesta en común” de estos objetos, en la captación de cualidades en relación de la foto en tanto icono. Lo crítico se muestra entonces ante la mirada crítica también de quien observa. El ojo crítico de Meyer expone su trabajo frente al ojo crítico de quien lo contempla. La Primeridad implica una cualidad, es el signo puro, la mancha negra en el primer vistazo, despojada de la primera conexión que la convierte en Secundidad, o del sentido que se le otorga a la distancia, Terceridad. El reflejo que deslumbra o encandila es Primeridad; la conexión de ese primer efecto, el darse cuenta de que es el sol el que lo provoca, es Secundidad, y la puesta en relación, la comprensión, el sentido de la repetición de ese efecto de luz de sol en los ojos, implica Terceridad.

Pero lo que se ve en las fotos de Meyer tiene que ver con una cualidad que se muestra, Primeridad en la exposición crítica y creativa de las imágenes.

Los referentes de Meyer, los objetos del mundo “real” que él captura, se abren frente a la mirada del observador. Los referentes se “leen” y se descubren gracias a la noción de apertura: el juego, la disposición, la puesta en relación de los objetos que plantea Meyer a través del uso de herramientas digitales que alteran las imágenes, implica un sentido o interpretación múltiple.

Como iconos, estas fotos participan del carácter más o menos manifiesto y abierto de sus objetos. Las fotos de Meyer como íconos, entonces, significan un “a partir de” lo que se ve en la foto como texto, una lectura de esos referentes traducidos.

De nuevo: no hay respuestas en las fotos. No hay explicaciones en ellas, sino una realidad dentro de los marcos, que no podría subsistir afuera, un invento de
partes que se integran pero bajo la evidencia de que sólo aquí, dentro de los límites de la imagen, dentro del borde y no afuera. El hombre mete su cabeza en un marco de madera, un cajón sin fondo ni tapa, que se enchufa a un televisor, detrás, en segundo plano. En la pantalla, máscaras de diablos. Apertura en la imagen, que se agudiza cuando uno descubre que el icono se desdobla, que la fotografía como ícono, que esta foto como ícono, sostiene otros íconos adentro. La máscara del diablo desde la pantalla, las guadalupes y santos desde el altar encima, aluden al ícono religioso, presente y abundante en la cultura mexicana. El ícono dentro del ícono dentro del ícono, porque a su vez, la pantalla los encierra y la televisión se iconiza: meta ícono.

La mirada se abre y las capas se iluminan. Es ahí donde aparece el dinamismo en los tiempos, que viven alterados aquí dentro. Tiempos de la ejecución de la foto, de su tratamiento, de su alteración, pero también tiempos dinámicos entre los referentes mismos. Las calaveras bailotean chocando jarras de cerveza, al lado de un ángel rubio y una adolescente indígena. El dinamismo existe en la lectura, no lineal, de estas fotos.

El icono implica entonces una semejanza entre sus partes y sus referentes. Revela relaciones adentro de la foto, y es justamente en la mezcla donde esas relaciones aparecen y se convierten en texto. El icono existe en las partes
relacionadas, como conectado con la idea que subyace, y no sólo por su parecido físico.

(sigue)

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