Es evidente que los barrios montevideanos ya no son los que acostumbraban.
Paulatina pero sostenidamente han comenzado a ghettizarse, por
un lado, y a fortificarse por otro. Tal vez el punto de inflexión
de esta metamorfosis se diera en los
años 70, con la tugurización del centro
de la ciudad, que era un
centro a la vez administrativo, comercial, y social. Hasta entonces,
la vida ciudadana confluía en el centro
-incluso existía una etiqueta, un vestuario, que señalaba
que los montevideanos, cuando iban al centro, se dirigían
a un punto urbano cargado de ritualidad. Por contrapartida, en
los barrios de composición heterogénea se daba
una vida no ritualizada. Eran un espacio de interacción
(lo mismo que sucedía
en la educación primaria y secundaria pública) entre indiviuos de extracción
diferente.
Progresivamente se
ha verificado un desplazamiento
de la vida urbana, que ha comenzado a encerrarse en los barrios.
Esto se ha dado por intereses del capital, por el aumento de
servicios, pero también por la creciente inequidad que
enfrenta el país y que ha hecho carne en la vida urbana.
Al mismo tiempo, en los barrios ha ido desapareciendo la interacción
entre las distintas clases, y, por el contrario, de manera creciente,
están marcando la separación en clases estancas.
La interacción, que antes se daba en distintos puntos
de la ciudad, se ha ido limitando
al barrio (y éste,
a su turno, ha testimoniado la homogeneización de sus
residentes). Por
un lado, los marginados; por otro, los que se autoexcluyen en
zonas residenciales privadas y cercan de rejas sus casas. La
territorialización (y
tribalización)
que ganaron terreno a los viejos modos de intercambio responden
sin duda a que, junto con la desigualdad, han crecido la violencia y la inseguiridad
en la vida urbana.
Pero, independientemente
de su necesidad, no cabe duda de que tanto ghetto como rejas,
además de emblema, son catalizadores de este cambio. Consignar
este hecho no implica melancolía ni por el abandonado
centro de la ciudad ni por la grisura mesocrática que
servía para ocultar las
diferencias. Implica por el contrario que, del modo que se está
gestionando, la exhibición de la desigualdad no está
favoreciendo la interacción en diferencia (que sería el elemento cultural
y socialmente enriquecedor).
Ghetto y rejas son la contracara de una centrifugación,
que tiene aceleración propia y que, vaciando el centro (no urbano sino institucional) y debilitando eso que llaman
entramado social - del modo que lo está haciendo - sólo
pueden conducir al miedo, al estigma
y al resentimiento.
Una versión
de este artículo se puede encontrar en Hamed, Amir, 1999.
"Cómo narramos el desarrollo humano: algunas reflexiones
para el caso de Uruguay", documento solicitado para el
Informe de Desarrollo Humano 1999, Montevideo, PNUD.
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