Introducción
Treinta, cuarenta
litros corrieron
el trayecto de las costuras.
Posiblemente,
Roberto Echavarren, hubiera sido un brillante modisto, pret a
porter de celebrities neoyorkinas. Por su modo de
manipular las texturas, combinatorias avant garde que
extralimitan su materia picando hacia lo nuevo,
Echavarren habría llamado la atención de la pasarela
underground, trajeando a estos extáticos músicos híbridos como
Jim Morrison o Marilyn Manson. Podríamos encontrar a
Echavarren
buscando tejidos exóticos en las tiendas más caras de Japón tanto
como en un cambalache de cuarta en el arrabal de Buenos Aires. Y con
ellos confeccionar exquisitos vestidos que entrañan hilos y telas de
procedencias diversas, en cuya conjugación sui generis, transfuga el
interdicto canónico de la moda hacia la realización libertaria del
individuo en el estilo. Pues, la apropiación subversiva, virtud del
estilo, que no reconoce sujeciones categoriales, que arrima el oro
al barro y los engasta en un prendedor que usará un muchachito
aniñado en un boliche gay de Sao Paulo, destruye las fronteras
comúnmente asignadas por el logos social al género, raza o clase. El
estilo se representa entonces como una revolución callada,
afirmación trágica del individuo ante el continuum social, se
instituye como micropolítica de sello revolucionario.
No obstante, si es que realizamos este trabajo que se
deslinda desde las Jornadas de la poesía uruguaya del hemisiglo
(1950-2000) realizadas en la Universidad de Montevideo, se debe
a que
Roberto Echavarren, poeta, ensayista y narrador, es tejedor de
lenguaje y no un sastre de vanguardia. Su poética trasvasa los
límites nacionales para anclar en una corriente más vasta que baja
desde el mar Caribe, atraviesa el Amazonas y se encauza en el Paraná
y el Uruguay para drenar el
estuario del Río de la Plata, que hoy los críticos han mentado
como el neo-barroco
latinoamericano. Local y latinoamericana, universalista en sus
alcances estéticos, la poesía de
Roberto Echavarren
nos ha merecido un sumo interés en su estudio por el planteo
novedoso que significa el señalamiento de las nuevas direcciones que
apuntalan en la poesía actual. Hemos elegido como corpus de
este trabajo el poemario Casino Atlántico
publicado en Artefato en el año 2004, que contiene el largo poema
antedicho y otros pertenecientes a Universal Ilógico
publicado en 1994. Y si bien, este trabajo versa sobre la
poesía, incursionará
en otros géneros
que el autor ha alimentado y que dialogan y complementan a la misma
constituyéndose en universo total, trajeando al sujeto del siglo XXI.
Escoger un
atuendo en el vestidor, en el perchero de la boutique, combinarlo
con determinado par de zapatos y agregar cierta bijoú o accesorio, o
no adornar, sumarle alguna joya, tal vez un perfume específico, ese
que huele a mar, o a flores, es un acto de singularidad. Una prenda,
un color, inviste el ser que busca expresar y expresarse, derrochar
con señas discretas la forma de su decir. Lenguaje de texturas y
tonos, matices y combinaciones. Signos que evocan y convocan, un
aire, un charm, cubren desnudando al sujeto. La indumentaria
es parte entonces de una antropología, de la específica forma de
devenir sujeto humano. Ocultando el
cuerpo que la naturaleza le dio,
el hombre y la mujer
se dicen a sí. A veces esta señal, caravana o tatuaje, piercing
o pelo, corto, batido o teñido, puede marcar la naturaleza segunda
del grupo, asumida por la tribu para diferenciarse del conjunto de
la comunidad, oponiendo resistencia al vector homogeneizante de los
interdictos sociales. Sin embargo, el vestuario afirma una ínfima
parte de todos los aditamentos materiales o abstractos que conforman
una civilización y dentro de cuya variación formal al individuo
social le estaba permitido acceder según clase o género, políticas
del sujeto que actúan tan férreamente como cualquier sanción y lo
enmarcan en un topos socio-cultural en cuanto raza,
género y clase social. En la poética de
Echavarren hallamos un
decir del mundo de las intra-culturas
urbanas de fin de siglo, del pop, el rock, el glam,
herederas de la revolución sexual y cultural que significaron el
flower power y el mayo del 68. Tomando las texturas de estas
nuevas estéticas, sus proposiciones más radicales, se instaura la
poesía en la transformación del sujeto, cosmogonía en cuya
constitución ha utilizado retazos del viejo sí desintegrado,
reciclándolos en una nueva síntesis. Escritura que planea en los
bordes, que escenifica sus costurones como parte integrante del
ritual, que implosiona en su corporeidad con una energía que sólo se
manifiesta como transformación y brillo, abolición de toda
previsibilidad. Y en este desastre de sí, un arcaico sujeto moderno
que ya no responde a la llamada del siglo es que
Echavarren corta el
género.
En tanto que sastre de versos y sonidos, corte de un poema en
confección, compone una poética de la diversidad haciéndose en
múltiples combinaciones que rechazan los compartimentos estancos.
En este trabajo nos propondremos un breve itinerario
histórico para constatar cómo el
barroco áureo viaja en las bodegas
de fragatas y galeones para desembarcar en el mar de las Antillas,
donde Colón avistó aquella monstruosa teta, para fecundar el
Virreinato de México y del Perú que se configuran a lo largo de los
siglos XVI y XVII. Este barroco transcultural
conocerá una segunda edición en la actualización de
las vanguardias durante el
siglo
XX y el contacto que el poeta cubano
José Lezama Lima
mantendrá con algunos integrantes de la generación del 27 española
instituida en torno al tri-centenario de la muerte del maestro del
barroco español: don Luis de Góngora. A partir de aquí comienza la
aventura del
neo-barroco en su versión transplatina de neo-barroso que
Néstor Perlongher había
bautizado en Argentina hacia finales del siglo, consciente de
integrar una nueva generación que, como dijimos más arriba,
atraviesa el triángulo iberoamericano de norte a sur. En esta
generación de neo-barrocos latinoamericanos que encuentra en
Lezama Lima una de sus
elecciones fundamentales situamos a la obra de Roberto Echavarren.
Dentro del contexto nacional, su poética se inscribe dentro de los
llamados “estilos de proliferación”
que se oponen a la poesía coloquial y política
que impera durante los años previos a la dictadura en nuestro país y
que plantean una estética de la alteridad incorporando
elementos experimentales que
vendrían a renovar la vena
poética uruguaya.
barroco transatlántico
El Barroco
como estilo artístico, se halla en la génesis misma de la identidad
iberoamericana. No obstante, por su laxa ontología, los críticos se
han encontrado con dificultades a la hora de definirlo. Por su misma
inasibilidad, muchas veces han procedido por la descripción de sus
procedimientos antes que por el establecimiento de un concepto
positivo. En principio se lo identificó en relación al canon clásico
a través de las cinco categorías bipolares de Wölfflin: lineal/
pictórico; superficial/ profundo; cerrado/ abierto; claridad/
oscuridad; variedad/ unidad, en tanto que esta oposición simplifica
empobreciendo los rasgos del barroco, considerado la antítesis del
arte del quattrocento. No obstante, el estilo barroco admite
otras lecturas antes que la dialéctica, mientras que el
amaneramiento de la forma se puede interpretar como la evolución
ininterrumpida del clasicismo, insuflada por las energías culturales
liberadas en la eminente crisis epistémica del Renacimiento, que
hallaron en el Barroco su maduración. En efecto, si entendemos al
sistema de la
cultura
como un totum heterogéneo en donde los productos simbólicos de la
superestructura se aglomeran en torno a núcleos comunes de
referencia, el profundo cambio que se opera en la transición del
feudalismo hacia el capitalismo y que inicia la edad moderna, se
puede considerar como el núcleo configurador del barroco áureo
acaecido en la Europa latina.
La revolución científico-técnica acontecida en el
Renacimiento, prepara la mutación epistémica que plasma el
Barroco. Un viejo artefacto como la brújula conocida
por los chinos desde el siglo IX es perfeccionada y difundida en
Europa durante el XIII. El manejo de la brújula y su demarcación
exacta de la rosa de los vientos, permitió el incremento de la
navegación en el Mediterráneo y en el norte de Europa, en donde las
embarcaciones cruzaron el canal de la Mancha afín de comerciar. Otro
de los emergentes que aceleraron la transformación epistemológica en
la civilización occidental fue la adaptación –también traída desde
el lejano Oriente– de la imprenta por Gutemberg en 1460. Una
cincuentena de años después, Martín Lutero traduce la
Biblia
al
alemán, y el libro sagrado de las escrituras desciende del púlpito
en donde se hallaba confiscado en su clausura de latín y poderío
clerical para ser leída si no por la plebe, por la incipiente clase
mercantil que llena los florecientes burgos de la Europa reformista.
Con la brújula y la Biblia, el joven almirante genovés se postrará
ante las rodillas de Isabel de Castilla solicitando el recaudo
necesario para cruzar el mar y llegar a las Indias por el lado
occidental, prebenda que fue concedida amén de un
amor embozado
entre la reina y el navegante, en donde la famosa leyenda de la
venta del cofre para financiar el azaroso viaje se emplaza a medio
camino entre la historia y la fábula.
En tanto que en Europa el Barroco se instaura como
puente que salva la falla que se produce sobre la roca solidificada
que los padres de la Iglesia habían amalgamado con la filosofía de
la Grecia Antigua y cuya configuración dio resultado a la República
teocrática que había perdurado por diez siglos, en América el
Barroco es un salto en el vacío, al abismo que la cosmografía ptolomeica entendía una vez atravesadas las columnas de Hércules. En
Europa, la ruptura de la analogía que había dado base epistemológica
al signo y que establecía una coherencia unívoca entre el ser y el
parecer, la cosa y el ícono, configurando un sistema reflejo del
micro en el macrocosmos, una alegoría infinita y transparente cuyo
punto de anclaje es Dios, produce una grieta que contorsiona a las
formas proliferando en su desesperada búsqueda del centro perdido
para siempre en la yerta soledad del conocimiento. En América
empero, el Barroco se eyecta como cópula del viejo signo con las
formas increíbles de lo nuevo, las visiones utópicas del paraíso
medieval –así como las del infierno–
cuajan perfectamente en las
virgíneas islas sobre cuya líquida esmeralda fondea Colón una mañana
de mil cuatrocientos noventa y dos. El lenguaje del barroco
hispánico, al encontrar que los lazos que lo unían a sí mismo no
eran más que máscaras del engaño que
los sentidos perpetran en el
encuentro con el mundo, inicia un movimiento de repliegue, como si
el significante, que ha tomado conciencia del significado como forma
y no como cosa, volviera por sus fueros, oteando el camino para no
encontrar más que la sofisticación de su propia estela.
Así en Góngora, el lenguaje se torna metáfora de su
propio artificio, “metáfora al cuadrado” según el decir de
Perlongher,
donde la densidad del pliegue sustituye el cuerpo disoluto del
significado en su plenitud clásica. Así, las tres carabelas de
Colón, triple tridente neptuniano penetrarían la inmaculada América
inseminando con el fuego del mosquete y la utopía:
Abetos suyos tres aquel tridente
violaron a Neptuno,
conculcado hasta allí de otro ninguno
besando las que al sol el Occidente
le corre en lecho azul de aguas marinas,
turquesadas cortinas.[7]
El barroco opera sobre la imaginería que la mitología
grecolatina había provisto en las poéticas del bajo imperio, que
alcanza magnitud plenaria en el Renacimiento florentino con
imágenes de jubilosa luminosidad como la Venus de Boticelli o los
frescos gloriosos de la Capilla Sixtina, realizados por un
Miguel
Ángel en donde se ciernen los rasgos de la Maniera que ya en el
cinquecentto comienza a fluir como un veneno que corroe y
contorsiona a los cuerpos inviolados de la beatitud clásica.
La materia primera del barroco es ya un
producto cultural codificado
por la paleta artística de pintores y poetas, conformando según las
palabras de Lezama Lima una “sobre-naturaleza”, una naturaleza
segunda que pone en abismo la ausencia de una
tierra firme y
despliega un espacio abisal sobre el que el barroco extiende su
mantón iridescente, encubriendo el horror vacío del mundo,
sustituyéndolo por un teatro de materias, obturando con el
contraste, el relieve, y la sobredosis de la forma una
brecha de la
cual no cesan de fluir las figuras horrendamente bellas del vértigo,
un ascenso a lo conde Orgaz, entre el oro y el negro de una mística
enrarecida y sublime.
El barroco
recién estrenado en América se manifiesta como energía pulsional
hacia la unión, pero antes que alcanzar a
Dios, busca dar forma a
los fragmentos estallados en el encuentro y la fractura de dos
civilizaciones.
Absorción del bosque en la piedra, como si la desmesurada naturaleza
intentara tomar por asalto el símbolo mistificador del colonizador
hispánico, contrarrestando el brutal fenómeno de aculturación de los
pueblos precolombinos. El colapso entre la cultura hispánica y los
restos de la vieja civilización americana abatida bajo el fuego de
la pólvora renacentista, no termina por producir sino una síntesis,
transculturación que adopta los vestigios de una y otra parte
mestizándolas en una nueva creación en cuya genuina forja se gesta
la expresión americana.
Las catedrales de México y Perú, la escuela de
pintura cusqueña, la escultura del Aleijadinho, el sueño de Sor
Juana, son manifestaciones del signo americano que asimilando la
corriente barroca que proviene de una Europa surcada por la crisis
del logos teocrático, irrumpe como el desborde de la forma,
amaneramiento y proliferación, encuentra en ese salto en el abismo
que señalaba el horizonte líquido del mar la matriz donde se insufla
lo absolutamente nuevo, el molde de una maravilla creíble por vista,
cópula orgánica de la cultura en donde el frenesí barroco derrocha
su simiente.
Neobarroco americano.
Crónica de una despilfarrolatría o búsqueda de sí.
El término
neobarroco aparece en un artículo de S. Sarduy en el que describe
los procedimientos operativos fundamentales de la estética del
barroco. El autor retoma el momento de implantación del barroco
áureo en América y su posterior desarrollo acaecido en los siglos
XVII y XVIII con una novísima edición durante el XX. Empero para
Sarduy, existe una brecha fundamental entre el neobarroco –que el
autor aplica a las artes del ámbito americano– y el barroco
clásico. Esta diferencia reside en la pérdida total de un centro de
referencia de un logos que, aunque fracturado y corroído contenía al
universo en la colonia, invistiendo al plexo doble hacia donde
apuntaba el significado:
Dios y el rey. En cambio, en el trasvase
posmoderno, este logos ha desaparecido por completo, dejando en su
lugar el residuo de un fantasma, el centelleo hipnótico de una
aniquilación.
El neobarroco se instaura entonces como espacio virginal, una
matrix impoluta y pavorosa que hay que completar y fecundar para
dar a luz un imago-mundi que lo explique y ordene, que alcance lo
otro, el signo de una alteridad radical. Este límite es tematizado
en los autores latinoamericanos como
monstruo, borde o
resistencia vinculados a la categoría de
lo sublime inherente a
la estética del neobarroco.
El objeto (a), el objeto desconocido del
deseo lacaniano, es la
finalidad fracasada del neobarroco que disfraza con una mampostería
de lujo lujurioso la angustia frente al
vacío del mundo. Si el
barroco áureo o clásico respondía como estructura –planteando en su
espejo deformante el microcosmos de un logos móvil y descentrado–
en el barroco contemporáneo tal indicación no es posible, en tanto
la marca de la postmodernidad se ha instituido como la masacre
sistemática de todos los ídolos que regían la ratio occidental.
El neobarroco navega en un océano de cenizas líquidas
en las cuales los antiguos símbolos son el planto de una sirena
vieja y ajada, y los nuevos se imprimen como juego y despilfarro,
potlach de un gesto anti-funcional, eros germinativo que con la
cuña del deseo alberga el secreto de engendrar un verdadero hijo
americano: va tatuando una forma que se abigarra y se condensa bajo
el espasmo de lo sublime. En esta masa infecunda y amorfa, rica y
monstruosa, los nuevos poetas del siglo han tallado un devenir
inédito que se aparta completamente de las estéticas importadas
desde los centros prestigiosos de cultura y poder: Madrid,
Londres,
París, más tarde, Nueva York. Si el modernismo significó una
solución fastuosa entre el francés simbolista de los malditos y el
castellano tropical del cisne de América dando lugar a un híbrido
que desembarcaría en Europa clamando su triunfo, la
vanguardia
enristró el parricidio de lo suntuoso dando una completa renovación
de la forma en su proceso de autobservación analítica: la
meta-forma. No obstante, ambas estéticas aún se encontraban bajo la
tutela de la irradiación eurocéntrica, aunque parieran poetas
astronómicos como un Vallejo o un Huidobro, incluso el impuro
Neruda, todos en estrecho contacto con las metrópolis europeas.
La corriente
propiamente neo-barroca en poesía y en narrativa se gesta en el mar
de las Antillas, en pleno Caribe tropical y es un poeta recluido,
aislado por el régimen castrista de la revolucionaria Cuba, quien
ostenta los blasones: José Lezama Lima y el grupo nucleado en torno
a la revista Orígenes que dirigía. Muchos investigadores han llamado
la atención sobre este punto; en el corazón de la Revolución
comunista perpetrada en la isla, su poeta más destacado opte por una
poesía oscura, un trobar clus que se aleja completamente de
toda consigna política, para explorar las energías ricas de la
creación y producir imágenes que se alimentan de un extremo
barroquismo: la exuberancia de la naturaleza americana ensamblada en
las lujosas imágenes míticas de todos los tiempos y las culturas de
un poeta imbuido en una tradición universal. Su novela Paradiso
constituye una catedral de la lengua hispanoamericana, consagrada
por críticos y escritores como novela de culto de una gran
complejidad y deliquio verbal. Lezama Lima encastra su poética
en el momento de la creación, poiesis en su sentido más real, poder
de insuflar las imágenes a través de una energía eroto-verbal que
atraviesa la malla lingüística rompiendo su secreta filigrana para
engendrar el signo. Utiliza un proceso de torsión del idioma,
exprimiendo sus mallas para rezumar el jugo perfumado y germinativo
de una poesía fecundante: la potencialidad del signo. Esa energía
creacional que irrumpe sobre el
lenguaje aspira –se consagra– a
salir del círculo aprisionante del sistema lógico causal para
instalarse en la germinalidad propia del reino vegetal: polinización
por “contaminación, impregnación, conjugación”.
La metáfora no surge de su cópula inadecuada pero fundamentada sobre
la analogía de uno o varios semas sino que irrumpe más bien como
traslación o travestismo conformando una poética del devenir.
Esta forma de creación, que se aparta de la metodología de un logos
racional, genera una sobre-naturaleza, una naturaleza que disiente
de las operaciones lógicas que el sistema racional de causa-efecto
determinó para la epistemología de occidente desde la Grecia Antigua.
En “Muerte de Narciso” poema temprano de 1937,
Narciso, trasunto del poeta, traspasa su imagen en el espejo para
encontrar la imago no condicionada en la causalidad, es decir, el
espejo, símbolo arquetípico del
lenguaje como representación, es
incursionado en la inmersión que configura el corpus de su origen,
un espacio en el cual se anula la
mimesis refleja de la lógico
causalidad cognoscitiva y refractada en la lengua, para desnudar sus
sistemas internos, los plexos energéticos por donde pulsa la linfa
de la palabra, un viaje de visos alucinatorios que se efectúa dentro
el rizoma que sostiene el edificio del sentido:
Rostro absoluto, firmeza mentida del espejo
El espejo se olvida del sonido y de la noche
Y su puerta al cambiante pontífice entreabre.
Máscara y río, grifo de los sueños.
El espejo muestra la ilusión, un “grifo de los
sueños” que nos recuerda a “La vida es sueño” del Calderón del
barroco áureo y una de sus tópicas: perpetua ilusión y también
farsa, la brillante pantomima del deus ex machina. Fuga de lo real
que se expande tratando de ocupar el cosmos vaciado de las perfectas
esferas de Tolomeo, en la ruptura del paradigma teocéntrico feudal
que apuntábamos. En tanto el barroco áureo se ensaña en componer una
alegoría que aunque no restaura la falla entre el signo y su
significado permite a la ansiedad del yo perderse en sus laberintos
y pliegues para reflejarse en los espejos, en el neobarroco la
imagen se centrifuga en el vértigo de su velocidad consciente apenas
de su expansión infinita y abierta, producto de un big-bang
del que ya no es posible recuperar el origen:
Ya traspasa blancura recto sinfín en llamas secas y
hojas lloviznadas
Chorro de abejas increadas muerden la estela, pídenle el costado.
Así el espejo averiguó callado, así Narciso en pleamar fugó sin
alas.
El espacio del neobarroco se instituye entonces en
pleamar líquida y móvil, en donde se diluye la división rotunda
entre las cosas y que se empeña en buscar el lugar anterior al
andamiaje duro y funcional de las mallas del sentido que caracteriza
nuestra época moderna y que realiza al neobarroco como una oscura,
subterfugia revolución.
El sello revolucionario del neobarroco se manifiesta
en su propensión desenfrenada a la hibridación. La perversión
puede florecer en cualquier canto de la letra comenta Néstor
Perlongher en relación a la expresión
rioplatense del neobarroco que
en un tono paródico fue llamado neobarroso. La ausencia de un cosmos
referente, presente como materia prima de elaboración en el barroco
clásico, culmina en el barroco postmoderno en un estilo errante, que
colecciona los estilos más diversos, que exhuma las voces de las
minorías asfixiadas por el locus de la ciudad letrada, que anula
toda posibilidad de trascender como símbolo al cual sustituye por el
fetiche. En esto, según los críticos,
estriba una de las diferencias
fundamentales entre el barroco y el neobarroco: mientras que el uno
es descriptable, pudiéndose decodificar en una operación de
desplegado el núcleo que vertebraba la hipermetáfora,
en el otro la descriptación es imposible pues no hay alegoría que
instaure un doble plano de referencia. Esta inmanencia trascendental
–si es posible conjugar tal par– configura en el espacio del
neobarroco una corporeización, una intensidad de la materia que
centellea en el impulso hacia su propio desborde. Una densidad que
palpita magmática y que fulgura en el encanto de su decantación. Es
el hechizo narcótico que se desprende desde el fetiche, objeto
saturado de su referente que anula el disparo de la simbolización y
que en su auto-señalamiento imanta la percepción, potenciando la
eficacia gracias al repliegue de la alegoría. La hibridación
entonces, quizás una de las marcas preponderantes del neobarroco en
su versión americana, inaugura un estilo errante, capaz de copular
con los más diversos signos sin distinción de clase,
género o raza.
Posee un sentido de fuerte experimentación que comparte con las
vanguardias, alejándose no obstante de ellas por la ausencia de un
programa fijo, de un logos que tutele el procedimiento, rompiendo
con la iconicidad de esta poesía.
Este estilo errático, nomadismo fijo que naufraga en
el signo
–Narciso buceando en el espejo– es compartido por un
grupo de poetas cuyas vidas también se han configurado en la desterritorialización: Severo Sarduy en París, Roberto Echavarren y
José Kozer en Nueva York, Eduardo Milán en México, Néstor Perlongher
en Brasil, etc. Exilio perpetrado por motivos políticos e
ideológicos debido a la inscripción de esta generación de poetas en
el marco de la guerra fría y su subsecuente secuela de dictaduras
militares a lo largo y ancho de Latinoamérica. Estilo errático
entonces, que tiende a hibridarse con todos los estilos de las
minorías y que se transparenta en el lenguaje incorporando los
idiolectos de los grupos sumergidos: en Perlongher convive el
lenguaje lumpen del chongo rioplatense con las volutas orladas de
seda de un Buenos Aires que comienza a respirar la ruina de un viejo
esplendor –como sabemos el barroco es un estilo de decadencia de
los imperios–Roberto Echavarren inmiscuye los trazos de la cultura
urbana y musical posterior a la revolución cultural de la década del
60: el pop, el glam, el rock en un verso culto que osa adoptar los
trastos de un bajo mundo con la elegancia de una palabra
prestigiosa, asimilando lo bajo y lo alto, lo rico y lo pobre en un
juego de contrastes que conforma el signo más persistente de nuestro
continente con sus antitéticos mundos sociales y estéticos por donde
irrumpe el estilo oscilante en una tensión dialéctica que jamás
alcanza la síntesis.
Hemos señalado algunos aspectos generales de la
poética neobarroca que retomaremos en nuestro análisis de Casino
Atlántico. Para finalizar esta sección, solamente apuntaremos cómo
la poética neobarroca del Caribe desciende hasta los fríos mares del
austro, convirtiéndose en el neobarroso: “una
mariposa tropical golpeada por el frío de la escollera Sarandí en
Tontovideo”.
Según Perlongher, el trasvase platino del neobarroco
del Caribe, se impregna de los elementos característicos de estas
tierras: la gracia, la picaresca y la musicalidad del trópico se
impregnan del escepticismo, psicologismo y el racionalismo propios
del Río de la Plata. A su vez el lodo parece el suelo perfecto en
donde perder todo pie, en que cualquier firmeza ideológica o
discursiva se transforma en una gelatina móvil donde el barroso
amasa su poética. El limo depositado en el fondo del estuario,
configura un terreno inestable, un sedimento que aún no decanta a su
estado sólido volviéndose materia plástica para el escalpelo. La
estética del “barro” es inaugurada, según Perlongher, por los 80 con
los hermanos Lamborghini, en donde surge un montaje barroco de los
estilos anteriores concretamente de la poesía social de los 70. El
autor señala el espaldarazo que indica esta virazón, la
irrupción del lacanismo y su teoría del inconsciente que se
inmiscuye en las entretelas del
lenguaje desgarrándolo. Si bien ésta
poética no conforma una escuela, en el sentido
de
que no posee un
programa fijo bajo el cual se arraciman sus adeptos, en los
distintos poetas de la región se imprime como rasgos particulares.
Así Perlongher incluye a Arturo Carrera y Tamara Kamenszain en
Argentina, Roberto Echavarren, Eduardo Espina y
Marosa Di Giorgio en
Uruguay quienes ostentan en sus obras algunas de las marcas
particulares de la corriente. Si
Borges en su “Fundación mítica de
Buenos Aires” preguntaba “¿Y fue por este río de sueñera y de
barro/ que las proas vinieron a fundarme la patria?”, los
barrosos, apropiándose de ese basamento sin memoria, conformado por
los escombros lejanos de tres civilizaciones, responden con una obra
de riquísimos matices que configura quizás la producción más
importante de los dos últimos decenios del siglo.
Bibliografía general:
Durand G. Las estructuras antropológicas del
imaginario. Fondo de cultura económica. España. 1992.
Fernández Moreno, C. América Latina en su
literatura. Severo Sarduy: El barroco y el neobarroco. S XXI.
México. 1980
Foucault M. Las palabras y las cosas. Siglo
veintiuno editores. México, 2004.
Góngora L. Soledades. Cátedra. Madrid. 1995
Heidegger M. El ser y el tiempo. Fondo de
Cultura económica. México. 1967
Lezama Lima, J. La expresión americana
Editorial Universitaria. Chile. 1969
Lezama Lima, J. Poesía Cátedra. Madrid. 1992
Perlongher N. Prosa Plebeya: Ensayos 1980 – 1992.
Colihue. Buenos Aires. 1997
Rama, A. Transculturación narrativa en América
Latina. Arca. Montevideo. 1989
Wasem M. Barroso y Sublime: poética para
Perlongher. Ediciones Godot. Colección Crítica. Buenos Aires.
2008.
Bibliografía específica
Echavarren R. Casino Atlántico. Artefato.
Montevideo. 2004
Echavarren R. Arte Andrógino: estilo versus moda
en un siglo corto. Colihue. Buenos Aires. 1998
Echavarren R. Performance Género y Transgénero.
Eudeba. Buenos Aires. 2000
Echavarren R. Fuera de Género. Criaturas de la
invención erótica. Losada. Buenos Aires. 2007
Echavarren R. Ave Roc Mansalva. Buenos Aires.
2007
Artículos Revistas Web
Echavarren R. Un fervor neobarroco.
www.henciclopedia.org.uy. Publicado originalmente en La
República de Platón. Nº 16
Echavarren. R. Revolución neobarroca.
www.slideshare.net/ Originalmente en el “Tucán de
Virginia” Caribe Transplatino.
(sigue)
*
Trabajo realizado en el marco de las 2as. Jornadas de Literatura
Uruguaya. Universidad de Montevideo. Julio 2009
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