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Amir Hamed
ISSN 1688-1672

 



MONSTRUO - MÁQUINA - MUTANTES - BARROCO - NEOBARROCO - ESCRITURA - ESCRITURA FUERTE - PERFECCIÓN/MEDIOCRIDAD - EXCESO/RESIDUO - BACKSTAGE - LÍNEA DIVISORIA - CIUDAD CELESTE/CIUDAD GÓTICA -


Monstruos*

Alonso Miranda
Una hermosa muchacha se desliza veloz por el pasamanos de una escalera, saluda en una coreografía de aerobics a un grupo de ejecutivos, juega tenis luego de una jornada de oficina. Todos compartimos su secreto atroz: está en su período menstrual: por estos días la sangre y los flujos vaginales arrastran su carga improductiva de huevos infecundos


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El monstruo, me dicen, se parece a la máquina. El monstruo compone, suelda, anuda partes de diferente naturaleza y origen, hasta coagular la figura final multiestilística de un organismo complejo. La arquitectura morfológica barroca se contrapone a una arquitectura funcional deslumbrante: una máquina de matar, una máquina de aterrorizar, una máquina de desear, de ser deseado, de odiar, de amar, de no morir.

Jean Paulhan decía que "nada se parece tanto a la mediocridad como la perfección". Por eso, morfológicamente, todo monstruo es, por definición, un exceso. El romanticismo da a ese exceso una escenografía gótica: un enano deforme aparece y desaparece, entre gárgolas, en un campanario; un noble rumano, decadente y melancólico, mira el paisaje hostil y hermoso desde una ventana de su castillo en los Cárpatos; un fantasma enmascarado se descuelga desde la tiniebla superior de las bóvedas del teatro, o emerge de un teatro subterráneo de ventilaciones, cloacas, y habitaciones ignoradas; debajo de París hay catacumbas - en las noches silenciosas es posible oír, desde la superficie, el murmullo de los rituales secretos e informes.

El exceso del monstruo requiere la oscuridad de su coreografía, de su decorado, de su puesta (monstrum). Una línea divide, excluye y nos aisla del contramundo y de la contrautopía en la que el monstruo vive -los hace lejanos y tranquilos, ligeramente inquietantes, ejemplos y advertencias distantes de lo que pudo haber sido o de lo que podría ser.


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Un dios ha separado el cielo y la tierra, un centinela cuida que el infierno y la tierra no vuelvan a reunirse, la policía cuida y protege el orden: los géneros y los estilos deben conservarse puros, reconocibles, inteligibles. Un grupo de personas festeja su reencuentro con los brazos en alto, la funcionaria de una biblioteca se estira para alcanzar un libro, los jugadores de volley bloquean una pelota: el desodorante en barra, pequeño centinela, verifica que estos rituales se cumplan en orden, cuidan que el monstruo no se muestre. Este monstruo es el Gran Monstruo (la gran máquina), siempre aludido y siempre evitado: el cuerpo -su química nauseabunda prefigura un mundo atroz que podría ser o que pudo haber sido.

Una hermosa muchacha se desliza veloz por el pasamanos de una escalera, saluda en una coreografía de aerobics a un grupo de ejecutivos, juega tenis luego de una jornada de oficina. Todos compartimos su secreto atroz: está en su período menstrual: por estos días la sangre y los flujos vaginales arrastran su carga improductiva de huevos infecundos -lo residual como excesivo, como monstruoso; backstage, la escena interior e inferior, la escena fuera de escena, fuera de cuadro, fuera de estilo.

La opacidad de la línea divisoria entre stage y backstage (entre el living y la letrina, la ciudad de arriba y la ciudad de abajo) asegura la inexpugnabilidad de este mundo: el monstruo, sangrante o fedorento, no aparecerá, pues el centinela, el higienista superior, es mercadería y fetiche (signo representamen): las toallas protectoras, el milagro cilíndrico de un desodorante.


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Esa línea tiende a ceder. Ya sospechábamos que la verdadera monstruosidad no es el monstruo, sino su manisfestación en este mundo, su contrahabitación, la carnavalización. El monstruo será arrancado de su ambiente estilístico, y colocado abruptamente en medio de la ciudad, en medio del día, en medio del living -el monstruo, sumado a su nuevo contexto, formará otro monstruo, más terrible e ilegible. El alien (un monstruo) crece dentro del cuerpo de un varón humano que fue violado, inseminado, embarazado (este monstruo, más complejo, contiene al otro; este acoplamiento es barroco, es la forma misma de lo monstruoso). El predator es ostensiblemente gótico en su ambiente, en su nave, con su armamento y su armadura; cuando cruza la línea del estilo y aparece en este mundo es nada, un viento que mata en la selva centroamericana, una viscosidad en el aire de un callejón en Los Ángeles.

La vieja idea es que toda metamorfosis, toda mutación, todo proceso (el embarazo en Alien, la mimesis en Predator), son catastróficos, monstruosos: lo abierto se opone a lo concluido, a la perfección, al punto terminal de un proceso que termina por ocultar al propio proceso.(1)

El minotauro en su laberinto, el monstruo en su escenario, como espacio calusurado y vigilado, no es monstruoso; lo monstruoso es cuando nuestro escenario no puede impedir que se transparente su backstage, el lugar del monstruo superpuesto al mío. Foucault le hubiera dado a este translugar un nombre rimbombante: heterotopía. (2) Cuando la utopía (ciudad celeste) y la contrautopía (ciudad gótica subterránea) no tienen una divinidad que las separe y mantenga sus órdenes, empieza un proceso, un embarazo, una mutación, un cambio catastrófico, una monstruosidad. El día del orgullo gay parece funcionar, acá, como una especie de halloween: menos que gays (dentro de todo formas correctas de la homosexualidad) se aglomeran travestis, mutantes excesivos, barrocos, omnisexuados.

Los presos se amotinan en un infierno llamado Libertad -la noticia policial se convierte en una razón de Estado, provoca a políticos y legisladores, los involucra: los géneros se confunden, nuestro escenario no puede ocultar su backstage.

El gusto neobarroco (3) por el monstruo no deforme o multiforme, sino informe, amorfo, metaforiza y metaboliza la violencia cultural de todo proceso. En el cine es el metal líquido del Terminator 1000, que le permite ser un policía, una madre, un sable, baldosas negras y blancas, es decir, no ser. En el Olimpo del rock y pop internacional es la mutación quirúrgica perpetua de Michael Jackson, su incontrolable tendencia tanática. En el pequeño mundo de la política uruguaya, periódicamente, la encuesta y la consultoría se concentran en dibujar la figura del indeciso, del descreído, del monstruo irresuelto, para que luego el político trabaje sobre el invento; el político electoral transparenta (se diría que casi deliberadamente) lo que en la jerga se conoce como "doble discurso".

Finalmente, toda escritura fuerte, conviene saberlo, es monstruosa.



Notas:

(1) Mijail Bajtín, La cultura popular en la Edad Media y el Renacimiento, Barral, Barcelona.
(2) Michel Foucault, Las palabras y las cosas (Prólogo), Planeta/Agostini, Barcelona.
(3) Omar Calabrese, La era neobarroca, Cátedra, Madrid.


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Publicado originalmente en la República de Platón Nº 38

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