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Amir Hamed
ISSN 1688-1672

 



LYOTARD, JEAN FRANÇOIS - LIPOVETSKY, GILLES- BAUMAN, ZYGMUNT - POSTMODERNIDAD -


El consumo de ensayos sobre el consumo*

Carlos Rehermann
Bauman y Lipovetksy tienen en común cierto tono fríamente denunciatorio, de lamento, algo parecido a lo que decía San Cipriano en el año 250: “El mundo envejecido ya no conserva su antiguo vigor (…) ya no hay justicia en los tribunales, competencia en los oficios, disciplina en las costumbres”.

Tardo, Posmo, Hiper, Líquida

En 1979 el filósofo francés Jean François Lyotard publicó un libro (La condición Posmoderna) que había sido redactado como un informe sobre el saber encomendado por el Conseil des Universités del gobierno de Québec. Con mucha claridad, en tres frases, Lyotard presenta el libro:

“El término [posmoderno] está en uso en el continente americano, en pluma de sociólogos y críticos. Designa el estado de la cultura después de las transformaciones que han afectado a las reglas de juego de la ciencia, de la literatura y de las artes a partir del siglo XIX. Aquí se situarán esas transformaciones con relación a la crisis de los relatos”.

El arquitecto y crítico norteamericano Charles Jencks rastreó la historia de la palabra, ya que él fue uno de los que, antes que Lyotard, le dieron uso. Explica que “postmoderno” fue usado por primera vez, en la crítica de arquitectura, en 1949 por Joseph Hudnut en "The Post Modern House". En 1975 él mismo la empleó en "The rise of Post-Modern Architecture". Generosamente dice que Eisenman y Stern discutían el término en 1976`, en “L'Architecture d'Aujourd'hui”. En 1977 apareció su clásico The language of Post-Modern Architecture.

Fuera de su disciplina, la palabra fue usada ya por Toynbee en 1938 para referirse a la historia en general (y luego por Geoffrey Barraclough, en 1965). En literatura, Irving Jowe la empleó en 1970 y Ihab Hassan en 1975, pero luego se amontonan los trabajos al punto que no es posible decir quién efectivamente la popularizó en la academia.
 

Jencks menciona a Paolo Portoghesi y su Después de la arquitectura moderna, que es de 1980 y aunque no habla de posmodernidad, desarrolla el concepto, como hizo Jencks, partiendo del Movimiento Moderno. Jencks no ha trascendido fuera del ámbito de la arquitectura. Cuando habló de arquitectura posmoderna, introdujo un segundo término, “tardomoderno” (“late-modern”), que no tuvo ningún éxito académico, seguramente porque sus definiciones estaban demasiado referidas a la arquitectura y a la superación de los argumentos de las vanguardias del siglo XX.
 

En cambio, Lyotard había presentado un breve pero muy lúcido discurso que daba una definición útil de la palabra. De alguna forma, la aspiración de Jencks fue la de dar cuenta de lo que estaba ocurriendo en las décadas finales del siglo XX; en cambio, el trabajo de Lyotard colocaba en un lugar inteligible a la modernidad y permitía enfrentar el presente con una herramienta versátil.
 

En el arranque del siglo XXI, el sociólogo Lipovetsky retoma la idea de Jencks, aunque sin mencionarlo, y rebautiza “tardomoderno” como “hipermoderno”. En ambos casos, lo prefijos intentan definir una exacerbación de la modernidad.

Jencks hablaba de lo que conscientemente hacían unos diseñadores cultos, comandantes de enormes estudios de arquitectura internacionales, que movían decenas y a veces cientos de millones de dólares y equipos de centenares de profesionales muy conscientes de cómo manejaban el estilo. En ese marco, “tardomoderno” es admisible como una manifestación más de la posmodernidad, al menos si se la entiende de acuerdo a Lyotard: como una crisis de los grandes relatos (libertad, justicia social, riqueza capitalista para todos, socialismo universal, ciencia pura, etcétera).
 

Pero Lipovetsky trata de borrar del mapa la palabra posmodernidad. Puede que tenga cierto éxito: su obra se dirige a un público que probablemente no leyó a Lyotard, sino que prefiere obras livianas de divulgación (como las de LIpovetsky), y que por los mismo probablemente está ya harto de oír hablar de una palabra que no termina de entender.
 

Sumándose al festival de nuevos términos, otro sociólogo, el polaco Zygmunt Bauman, un veterano que sólo recientemente vio la difusión masiva de sus libros, patentó la metáfora de la modernidad “líquida”, que tuvo un éxito instantáneo. Bauman usa la metáfora del líquido con bastante laxitud, tomando de las cualidades de los líquidos la falta de forma, la capacidad de salpicar e impregnar y la impermanencia. Y de paso, al volver a hablar de modernidad, finge que “posmoderno” nunca existió.
 

Consumo y consolación
 

Una relectura de Lyotard demuestra la pertinencia de su planteo y la puntería de sus predicciones, realizadas a partir de los postulados de su tesis. La relectura de Lipovetsky parece inútil, ya que cada uno de sus libros reclama la caducidad inmediata del anterior. Con Bauman pasa algo similar, ya que sus fuentes son en general efímeras (cita incansablemente el diario británico The Guardian e incontables sitios de Internet) y los datos que informa son pasajeros y circunstanciales. Bauman y Lipovetksy tienen en común cierto tono fríamente denunciatorio, de lamento, algo parecido a lo que decía San Cipriano en el año 250: “El mundo envejecido ya no conserva su antiguo vigor (…) ya no hay justicia en los tribunales, competencia en los oficios, disciplina en las costumbres”. Es constante el juicio negativo a la “actual situación”.

Los lectores de estos textos críticos encuentran aquí una confirmación a sus sospechas: realmente las cosas no andan bien. Pero (bien lo dijo Lyotard) no es la filosofía el metadiscurso capaz de legitimar el relato de estos exitosos ensayistas. Ya no hay lectores para una Consolación de la filosofía como la de Boecio. Es preferible una ensalada de asertos en general redundantes (Lipovetsky: “La época de la formica en la cocina-laboratorio, blanca y fría, se eclipsa en beneficio de cocinas más acogedoras, más cálidas, donde se pegan imanes simpáticos y de colorines”; Bauman: “El mundo del consumo es percibido por sus habitantes, los consumidores, como un enorme contenedor de piezas de repuesto”) y cifras con frecuencia inconsistentes (Lipovetsky: “La tasa de depresión se multiplicó por cuatro entre 1970 y 1980 y por siete entre 1980 y 1996”; Bauman: “Según los cálculos de Ignacio Ramonet, durante los últimos treinta años, en el mundo se ha producido más información que durante los cinco mil años anteriores”).

Como los juicios de Lipovetsky y de Bauman son en general negativos para el estado de cosas, el lector no se siente solo. Unos científicos sociales bien conceptuados, serios y célebres, piensan lo mismo que él, de manera que todavía hay esperanzas.

De manera que sigue comprando esta clase de libros.
 

El newspeak y el jerkish en el ensayo consolador
 

La jerga del Hermano Mayor (en 1984, de George Orwell) era el Newspeak, un idioma que tendía a eliminar palabras inglesas para sustituirlas por nuevas expresiones creadas a partir de dos palabras o un prefijo y una palabra. Así, Orwell mostraba con medios puramente lingüísticos cómo se puede ir estrechando el cerco al pensamiento. El novelista checo Ivan Klíma inventó una palabra que llamó jerkish para referirse al lenguaje lleno de eufemismos y limitaciones de la sociedad estalinista, donde ya no el pensamiento, sino la realidad, se trataba de presentar a través de un espacio lingüístico acotado: lo que se puede nombrar existe (el esfuerzo de los heroicos obreros checos), y lo que no se puede nombrar no existe (la censura o la cárcel política).

La obsesión nominalista de Lipovetsky y Bauman tiene algo de aquellas jergas: a través de unos discursos incapaces de dar cuenta de la realidad, sus autores proponen renombrarla, con la esperanza de que la realidad se adecue a sus nombres.

Lipovetsky ha construido un libro apto para la lectura sincopada, con innumerables párrafos cortos subtitulados. Uno abre el libro en cualquier página y se encuentra con títulos tan seductores como los de una página de revista semanal: “La resurrección de la fiesta”, “Miedo a la envidia y modernidad”, “Pobreza material, desdicha interior”, “Desdicha sexual y goce sensual”. Etcétera. La paradoja a que hace mención el título parece resumirse así: “El hombre quiere ser feliz; pero aunque tiene tiempo y dinero, no lo logra”. No parece una idea extraordinariamente original, incluso si se la esconde detrás de un newspeak. Bauman habla en términos generales del consumo y de una “cultura consumista”, de manera un poco más aburrida y con párrafos más largos, pero compite eficazmente con la intrascendencia de Lipovetsky.

Una de las característica de la posmodernidad, decía Lyotard, es la legitimación (de la investigación, de la enseñanza) por la performatividad (“vale lo que sirve”). En ese sentido, los libros de Lipovetsky y Bauman son estruendosamente posmodernos: venden bien; por lo tanto, sirven para lo que fueron editados (vender); ergo, valen.
 

Bibliografía:

Gilles Lipovetsky La felicidad paradójica. Ensayo sobre la sociedad de hiperconsumo Barcelona: Editorial Anagrama, 2007 416 páginas

Zugmunt Bauman Vida de consumo Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica, 2007 208 páginas

* Publicado originalmente en el Suplemento El País Cultural.

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