Tardo, Posmo,
Hiper, Líquida
En 1979 el filósofo francés Jean François
Lyotard publicó un libro (La condición Posmoderna) que
había sido redactado como un informe sobre el saber
encomendado por el Conseil des Universités del gobierno de
Québec. Con mucha claridad, en tres frases, Lyotard presenta
el libro:
“El término [posmoderno] está en uso en el
continente americano, en pluma de sociólogos y críticos.
Designa el estado de la cultura después de las
transformaciones que han afectado a las reglas de juego de la
ciencia, de la literatura y de las artes a partir del siglo
XIX. Aquí se situarán esas transformaciones con relación a la
crisis de los relatos”.
El
arquitecto y crítico norteamericano Charles Jencks rastreó la
historia de la palabra, ya que él fue uno de los que, antes
que Lyotard, le dieron uso. Explica que “postmoderno” fue
usado por primera vez, en la crítica de arquitectura, en 1949
por Joseph Hudnut en "The Post Modern House".
En 1975 él mismo la empleó en "The rise of
Post-Modern Architecture". Generosamente dice que
Eisenman y Stern discutían el término en 1976`, en
“L'Architecture d'Aujourd'hui”.
En 1977 apareció su clásico The language of
Post-Modern Architecture.
Fuera de su disciplina, la palabra fue usada ya por Toynbee en
1938 para referirse a la historia en general (y luego
por Geoffrey Barraclough, en 1965). En
literatura, Irving Jowe la empleó en 1970 y Ihab Hassan en
1975, pero luego se amontonan los trabajos al punto que no es
posible decir quién efectivamente la popularizó en la
academia.
Jencks menciona a Paolo Portoghesi y su Después de la
arquitectura moderna, que es de 1980 y aunque no habla de
posmodernidad, desarrolla el concepto, como hizo Jencks,
partiendo del Movimiento Moderno. Jencks
no ha trascendido fuera del ámbito de la arquitectura. Cuando
habló de arquitectura posmoderna, introdujo un segundo
término, “tardomoderno” (“late-modern”),
que no tuvo ningún éxito académico, seguramente porque sus
definiciones estaban demasiado referidas a la arquitectura y a
la superación de los argumentos de las vanguardias del siglo
XX.
En
cambio, Lyotard había presentado un breve pero muy lúcido
discurso que daba una definición útil de la palabra. De alguna
forma, la aspiración de Jencks fue la de dar cuenta de lo que
estaba ocurriendo en las décadas finales del siglo XX; en
cambio, el trabajo de Lyotard colocaba en un lugar inteligible
a la modernidad y permitía enfrentar el presente con una
herramienta versátil.
En
el arranque del siglo XXI, el sociólogo Lipovetsky retoma la
idea de Jencks, aunque sin mencionarlo, y rebautiza
“tardomoderno” como “hipermoderno”. En ambos casos, lo
prefijos intentan definir una exacerbación de la modernidad.
Jencks hablaba de lo que conscientemente hacían unos
diseñadores cultos, comandantes de enormes estudios de
arquitectura internacionales, que movían decenas y a veces
cientos de millones de dólares y equipos de centenares de
profesionales muy conscientes de cómo manejaban el estilo. En
ese marco, “tardomoderno” es admisible como una manifestación
más de la posmodernidad, al menos si se la entiende de acuerdo
a Lyotard: como una crisis de los grandes relatos
(libertad, justicia social, riqueza capitalista para todos,
socialismo universal, ciencia pura, etcétera).
Pero Lipovetsky trata de borrar del mapa la palabra
posmodernidad. Puede que tenga cierto éxito: su obra se dirige
a un público que probablemente no leyó a Lyotard, sino que
prefiere obras livianas de divulgación (como las de
LIpovetsky), y que por los mismo probablemente
está ya harto de oír hablar de una palabra que no termina de
entender.
Sumándose al festival de nuevos términos, otro sociólogo, el
polaco Zygmunt Bauman, un veterano que sólo recientemente vio
la difusión masiva de sus libros, patentó la metáfora de la
modernidad “líquida”, que tuvo un éxito instantáneo. Bauman
usa la metáfora del líquido con bastante laxitud, tomando de
las cualidades de los líquidos la falta de forma, la capacidad
de salpicar e impregnar y la impermanencia. Y de paso, al
volver a hablar de modernidad, finge que “posmoderno” nunca
existió.
Consumo y
consolación
Una relectura de Lyotard
demuestra la pertinencia de su planteo y la puntería de sus
predicciones, realizadas a partir de los postulados de su
tesis. La relectura de Lipovetsky parece inútil, ya que cada
uno de sus libros reclama la caducidad inmediata del anterior.
Con Bauman pasa algo similar, ya que sus fuentes son en
general efímeras (cita incansablemente el diario
británico The Guardian e incontables sitios de
Internet) y los datos que informa son pasajeros
y circunstanciales. Bauman y Lipovetksy
tienen en común cierto tono fríamente denunciatorio, de
lamento, algo parecido a lo que decía San Cipriano en el año
250: “El mundo envejecido ya no conserva su antiguo vigor (…)
ya no hay justicia en los tribunales, competencia en los
oficios, disciplina en las costumbres”. Es constante el juicio
negativo a la “actual situación”.
Los lectores de estos
textos críticos encuentran aquí una confirmación a sus
sospechas: realmente las cosas no andan bien. Pero
(bien lo dijo Lyotard) no es la filosofía el
metadiscurso capaz de legitimar el relato de estos exitosos
ensayistas. Ya no hay lectores para una Consolación de la
filosofía como la de Boecio. Es preferible una ensalada de
asertos en general redundantes (Lipovetsky: “La época
de la formica en la cocina-laboratorio, blanca y fría, se
eclipsa en beneficio de cocinas más acogedoras, más cálidas,
donde se pegan imanes simpáticos y de colorines”; Bauman: “El
mundo del consumo es percibido por sus habitantes, los
consumidores, como un enorme contenedor de piezas de
repuesto”) y cifras con frecuencia
inconsistentes (Lipovetsky: “La tasa de depresión se
multiplicó por cuatro entre 1970 y 1980 y por siete entre 1980
y 1996”; Bauman: “Según los cálculos de Ignacio Ramonet,
durante los últimos treinta años, en el mundo se ha producido
más información que durante los cinco mil años anteriores”).
Como los juicios de
Lipovetsky y de Bauman son en general negativos para el estado
de cosas, el lector no se siente solo. Unos científicos
sociales bien conceptuados, serios y célebres, piensan lo
mismo que él, de manera que todavía hay esperanzas.
De manera que sigue
comprando esta clase de libros.
El
newspeak y el jerkish en el ensayo consolador
La jerga del Hermano Mayor
(en 1984, de George Orwell) era
el Newspeak, un idioma que tendía a eliminar palabras inglesas
para sustituirlas por nuevas expresiones creadas a partir de
dos palabras o un prefijo y una palabra. Así, Orwell mostraba
con medios puramente lingüísticos cómo se puede ir estrechando
el cerco al pensamiento. El novelista checo Ivan Klíma inventó
una palabra que llamó jerkish para referirse al
lenguaje lleno de eufemismos y limitaciones de la sociedad
estalinista, donde ya no el pensamiento, sino la realidad, se
trataba de presentar a través de un espacio lingüístico
acotado: lo que se puede nombrar existe (el esfuerzo de
los heroicos obreros checos), y lo que no se
puede nombrar no existe (la censura o la cárcel
política).
La obsesión nominalista de
Lipovetsky y Bauman tiene algo de aquellas jergas: a través de
unos discursos incapaces de dar cuenta de la realidad, sus
autores proponen renombrarla, con la esperanza de que la
realidad se adecue a sus nombres.
Lipovetsky ha construido
un libro apto para la lectura sincopada, con innumerables
párrafos cortos subtitulados. Uno abre el libro en cualquier
página y se encuentra con títulos tan seductores como los de
una página de revista semanal: “La resurrección de la fiesta”,
“Miedo a la envidia y modernidad”, “Pobreza material, desdicha
interior”, “Desdicha sexual y goce sensual”. Etcétera. La
paradoja a que hace mención el título parece resumirse así:
“El hombre quiere ser feliz; pero aunque tiene tiempo y
dinero, no lo logra”. No parece una idea extraordinariamente
original, incluso si se la esconde detrás de un newspeak.
Bauman habla en términos generales del consumo y de una
“cultura consumista”, de manera un poco más aburrida y con
párrafos más largos, pero compite eficazmente con la
intrascendencia de Lipovetsky.
Una de las característica
de la posmodernidad, decía Lyotard, es la legitimación
(de la investigación, de la enseñanza) por la
performatividad (“vale lo que sirve”).
En ese sentido, los libros de Lipovetsky y Bauman son
estruendosamente posmodernos: venden bien; por lo tanto,
sirven para lo que fueron editados (vender);
ergo, valen.
Bibliografía:
Gilles Lipovetsky La felicidad
paradójica. Ensayo sobre la sociedad de hiperconsumo
Barcelona: Editorial Anagrama, 2007 416
páginas
Zugmunt Bauman Vida de consumo
Buenos Aires: Fondo de Cultura
Económica, 2007 208 páginas
* Publicado
originalmente en el Suplemento El País Cultural.
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