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Amir Hamed
ISSN 1688-1672

 



NIÑA - DOGMA CLÁSICO - TRASCENDENTE FEMENINO -

Sonríe, Dios te mira

Alonso Miranda
Contra una "inteligencia masculina" que se actúa en una retórica doctoral, masiva y avasallante, expresión compacta de un pensamiento claro y distinto, la inteligencia femenina no puede sino representarse discursivamente en una retórica de la fragilidad.

Hace un tiempo apareció la señorita Hilia Moreira en canal 10. Su artefacto gestual complicadísimo me detuvo inmediatamente: miradas indecisas que parecían huir de la cámara o del entrevistador, pestañeos repentinos como maripositas ansiosas, exageradas inflexiones bucales. Un detalle curioso: cuando las opiniones de la semióloga recibían empujes de convicción o seguridad, es decir, cuando su discurso se volvía locuaz o fluido, la voz se debilitaba o apagaba hasta hacerse un hilito ronco, marcadamente aniñado.

Al principio uno mira todo ese espectáculo, menos reflexivamente que con cierta curiosidad divertida. Después (bastante después, en realidad) uno piensa: Hilia Moreira no puede dejar de hablar de la vulnerabilidad, de la fragilidad, de la inocencia. Ella no puede dejar de hablar, en suma (aunque hable de otra cosa), de la femineidad.

Toda su cara y todo su cuerpo parecen organizarse en el esfuerzo por rescatar y subrayar una femineidad que se siente amenazada por un discurso universitario, académico o técnico, siempre masculino (o por lo menos no femenino). Pero ese esfuerzo es tan intenso y tan minucioso, que se descontrola o se exacerba. Tanto se quiere destacar a la mujer detrás del discurso varonil, que se termina por componer (y esto es, quizá, inevitable) una modalidad de lo hiperfemenino, una exageración de lo femenino: Hilia Moreira ha compuesto una niña. La preocupación por defender la femineidad en peligro parece arrastrarla a ser un fenómeno, un petit monstre: ella es una niña prodigio, una nena adulta y sabia que discurre fluidamente en una jerga técnica, que habla de signo, imaginario, semiosis. Es una especie de Cicciolina del discurso intelectual: ella habla de la paradojal y pornográfica inocencia del conocimiento.

Veo a Sonia Brescia y a Raquel Daruech en sus respectivos periodísticos en Canal 5. Sonia vacila, se pausa. Empequeñece los ojos, reflexiona. Su mirada ansiosa escenifica la búsqueda de la palabra justa, el vuelo mismo de la imaginación. Raquel dramatiza la energía de las palabras en la tensión muscular de su cara. En una especie de compromiso absoluto con las ideas, menos somático que facial, ella quiere caber en un adjetivo: intensa. Así como Hilia Moreira quiere parecer sensible, Sonia Brescia y Raquel Daruech quieren parecer inteligentes. Y ahí su esfuerzo es gimnástico, monumental, extenuante. Quizá porque aquello que han pretendido poner en escena es el propio esfuerzo.

El gran dogma clásico nos había habituado a creer que el buen desempeño oratorio y la improvisación discursiva inteligente debían ser masivos y fluidos. Había una conciencia o un pensamiento sin materia ni fracturas, y un lenguaje transparente que se agotaba en la misión de expresar esa conciencia. El lenguaje no era sino la materialización espontánea de la claridad de la conciencia. Más modernas, Brescia y Daruech parecen preocupadas por un supuesto componente artesanal del pensamiento, por los borradores, las tachaduras, las vacilaciones, la ansiedad exploratoria, la búsqueda de la palabra precisa que todo lo resuma (digo la búsqueda y no la propia palabra o su hallazgo). En el arte de mostrar (de actuar, de fingir) esos borradores, como si fueran una especie de "proceso mental interno" objetivado, transcurre el habla de nuestras heroínas.

Contra una "inteligencia masculina" que se actúa en una retórica doctoral, masiva y avasallante, expresión compacta de un pensamiento claro y distinto, la inteligencia femenina no puede sino representarse discursivamente en una retórica de la fragilidad: las vacilaciones, las torpezas y los agujeros del propio discurso. Así, la condena de la inteligencia femenina, previsiblemente, es que no puede sino mostrarse ligada a una sensibilidad y a una afectividad (es decir, a una subjetividad). Cada vez que se habla, hay una complicada ingenería paralela para hacer notar a la persona que habla (para evitar que desaparezca detrás de las palabras), inventando y amplificando sus averías, sus fallas y sus agujeros (de mujer). Estamos frente a un tipo de discurso que funciona menos tematizando que dramatizando, retorizando y actuando la subjetividad. La idea es menos hablar del Sujeto que exponerlo.

Hay que dar pistas para llegar al Sujeto (lo Trascendente Femenino) a través de los silencios, las distracciones y las grietas de una voz despótica, fálica y compacta. Hay que develar la voz de la mujer detrás de su sobrevoz de hombre. Hay que hacer aparecer la voz legítima y verdadera, la voz propia, detrás del falsete, del falso self, de la voz impuesta, de la alienación. Pero (otra vez la misma turbación) toda esta "propiedad", esta "legitimidad" y esta "sinceridad" en suma, no es sino para ser fotografiada y registrada (es al ser fotografiada). Es la misma técnica pornográfica: una técnica exorcizante para visibilizar el alma y permitir la fotografía del gineceo, de un universo femenino excluyente (para el placer del mirón).

El problema que enfrentan Brescia y Daruech es obvio: ¿cómo ser inteligentes sin hablar con voz de hombre? ¿cómo cumplir el sueño de ser o parecer inteligentes sin traicionar o descuidar la femineidad? La solución de nuestras señoras es incompleta: si la televisión exacerba lo femenino (la medida de la femineidad en televisión es, inevitablemente, la hiperfemineidad de Susana Giménez o de Hilia Moreira), entonces, Raquel y Sonia resultan, precisamente, varoniles, travestidas con ropas profesionales o académicas, o escondidas detrás de la elegancia gerencial de los tailleurs y de jergas neutras, técnicas y asexuadas.

Neutralizar el empuje varonil de lo inteligente y reconquistar la femineidad se convierte así en una faena propiamente histérica: la sobreactuación somática de los procesos mentales, la amplificación del barullo de la máquina inteligente.

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