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Amir Hamed
ISSN 1688-1672

 



TANGO - POESÍA TANGUERA - BORGES, JORGE LUIS -CARRIEGO, EVARISTO - LENGUAJE - 

Georgie, Evaristo, Celedonio y Homero: la poesía tanguera (III)

Susana Ibarburu
Este es el lenguaje que será el de la letra del tango, el de la llaneza del idioma local que Borges buscó y defendió en su poesía y su prosa, el que nos construye como cultura rioplatense

 

Ciertamente, Borges prefería la milonga como género musical y decía

“Hay una diferencia fundamental entre las milongas antiguas –El “pejerrey con papas” digamos, de la Academia Montevideana- y las milongas de sabor arqueológico que ahora se elaboran: las de ayer expresaban una felicidad posible, inmediata, las de hoy, un paraíso perdido” (en Revista Saber Vivir”, No. 53)
 

Él mismo escribió un libro de poemas “Para las Seis cuerdas” (Emecé, 1965, ilustrado por Héctor Basaldúa) en que los poemas eran milongas.  Varias de ellas fueron luego musicalizadas por Piazzolla (que Borges supo declarar también que no le gustaba), y cantadas originalmente por Edmundo Rivero.

Informa José Gobello sobre ellas: 

Dos de los once poemas que figuraron en la edición original ("Milonga de dos hermanos" y "¿Donde se habrán ido?") habían aparecido el año anterior en el volumen "Obra poética", 1923-1964. De noviembre de 1970 data la segunda edición, en la que el autor suprimió uno de los poemas, "Alguien le dice al tango", para agregar en su lugar "Milonga de Albornoz", "Milonga de Manuel Flores" y "Milonga de Calandria". El resto del libro, incluyendo su prólogo, es idéntico.
 

Las más conocidas en versión cantada son:

A don Nicanor Paredes

Alguien le dice al tango

Jacinto Chiclana

Milonga de Albornoz

Milonga de Manuel Flores
 

Borges y el modernismo
 

Señala Dobry que cuando a principios de los noventa se reeditaron los tres primeros libros de ensayos de BorgesInquisiciones, 1925; El tamaño de mi esperanza, 1926; El idioma de los argentinos, 1928— fue inevitable formularse la pregunta: ¿por qué, en vida, él se había negado a volver a editarlos?

La respuesta va por el lado del cambio de actitud de Borges con respecto a las corrientes poéticas a las que adhirió de joven, a su autocrítica, a lo que él juzgó como impertinencia con respecto a Darío y a Lugones.  Sin embargo, como veremos más adelante, conservó en las obras completas el libro sobre Carriego, quizá como señal de que no renegaba de su interés por este poeta, que él definía como menor.

Como ejemplo de la actitud juvenil de Borges ante el modernismo señala el mismo Dobry que

“en “Carriego y el sentido del arrabal”, incluido  en El tamaño de mi esperanza, se lee que “Rubén Darío (...) amuebló a mansalva sus versos en el Petit Larousse...” Pero en el libro de 1930 sobre Evaristo Carriego, que desarrolla el trabajo anterior, se mantiene el ataque a Darío, pero matizado con una nota al pie, fechada en 1954: Conservo estas impertinencias para castigarme por haberlas escrito. En aquel tiempo creía que los poemas de Lugones eran superiores a los de Darío. Es verdad que también creía que los de Quevedo eran superiores a los de Góngora.
 

Sostiene Cervera Salinas en “Y Borges creó a Carriego” que a Borges no le faltaron

“razones para renegar de sus actitudes juveniles ante los poetas de la época. Al menos, justificaciones. El impulso juvenil antiacademicista, su voluntad decididamente sarcástica ante el monopolio literario de lo español frente a lo porteño, la práctica masiva e indiscriminada de léxico lunfardo y orillero, sus propias valoraciones ante el panteón literario ya conocido en sus horas de lectura en mocedad, todo ello, en fin, determinó la censura, el edicto de olvido. A ello se sumaron reacciones de vergüenza ante el furor iconoclasta de la vanguardia americana, teñida por un halo de candor e ingenuidad, así como criterios de literato escrupuloso y consciente de la propia capacidad creativa. Una suma de elementos favorece el dictamen rígido y severo. Los escritos de la veintena borgesiana están aureolados por la sospecha y la reserva.”
 

De ese rigor, sin embargo, se salvó un libro escrito en 1930…
 

EVARISTO

Así de la mano de Borges -del joven, del que elegimos hoy- llega Evaristo Carriego

Parece ser visión común entre los eruditos (Rodríguez Monegal (1969), Irby (1976) Cervera (2004), que a Carriego lo creó Borges.  Es tentadora la propuesta, aunque preferimos pensar que es hipérbole de eruditos:

“Yo he sospechado alguna vez que cualquier vida humana, por intrincada y populosa que sea, consta en realidad de un momento: el momento en que el hombre sabe para siempre quién es. Desde la imprecisable revelación que he tratado de intuir, Carriego es Carriego. Ya es el autor de aquellos versos que años después le será permitido inventar.”. dice Borges citado por Cervera  Y continúa el mismo Cervera: “No. Borges no biografió al poeta de los barrios y las veredas. Borges transfundió su ser con su ideal porteño y así, Borges, creó a Carriego”.
 

Para ubicar a Carriego, partimos de lo que dice Guillermo García en su “El arrabal como hecho estético”:

 

La poesía última de Evaristo Carriego ya se proponía como alternativa válida en relación a la estética modernista por lo menos un lustro antes de los primeros atisbos de la vanguardia. El camino para lograrlo consistió, básicamente, en conferirle estatuto literario a una modesta geografía -los barrios de extramuros, el patio del conventillo, la habitación pobre, las calles suburbanas-, a un compendio de rituales de honda significación social en las capas más humildes de la población y a una galería de perfiles típicos surgidos de los movimientos inmigratorios internos y externos que entre 1890 y 1930 acompañaron el proceso de modernización del país. Huelga repetir que dicho conjunto hasta ese momento casi no ocupaba sectores de representación relevantes dentro de la esfera artística en los cuales ‘reconocerse’.

 

El segundo hecho, ya adelantado y determinante a los fines del presente estudio, está indicando que la lírica tanguera de ninguna manera sería lo que es de no mediar el aporte previo e indispensable cifrado en la labor literaria de Evaristo Carriego. Su obra, “de emoción sencilla, sincera, penetrante” al decir de Enrique Anderson Imbert, constituye uno de los dos formantes capitales - el otro <…> corre por cuenta del teatro popular rioplatense-  de los cuales el imaginario del tango habrá de nutrirse a fin de generar, a lo largo de los tres lustros que aproximadamente van de 1915 a 1930, los exponentes fundamentales de su género.
 

“Evaristo Carriego” fue ese primer ensayo que Borges salvó de su escrutinio, cuando sacrificó otros al organizar sus Obras Completas para publicarlas.

Beatriz Sarlós, analizando la predilección de Borges por las biografías y retratos cortos, habla de la biografía de Carriego como

“extendida sobre varios capítulos de un libro singularmente extraño en su aparente azar <que> es, como lo señala Sylvia Molloy (1994), un pretexto de biografía que le permite a Borges trabajar, contaminando los hechos siempre conjeturales de una vida, con la materia de lo que será su propia literatura. 
 

Carriego es para Borges es “el primer espectador de nuestros barrios pobres” el poeta “que inventó el barrio para la poesía: Carriego es un precursor que descubre las vertientes patéticas y literarias del suburbio porteño”.

José Gabriel (ensayista argentino nacido en España, que integró con un grupo de comunistas argentinos las Brigadas Internacionales en la guerra española) dice en su libro sobre Carriego (sesgado probablemente por la defensa del valor de la poesía que aborda lo popular)

“ningún poeta argentino antes de Carriego se había atrevido (porque era todo un atrevimiento, sin duda) a elevar al rango de poesía los motivos ordinarios del arrabal porteño.”
 

Todos los críticos de Carriego concuerdan que es en la última poesía de Carriego que reside su mayor mérito poético, despojado ya de un lenguaje teñido por excesos modernistas que él mismo expresamente despreciaba

“Con La canción del barrio, ya no únicamente por los temas que trata, sino por la expresión que les da, también (y sobre todo, quizá) se sitúa de lleno en la corriente artística nacional”, dice Gabriel.
 

Gabriel fundamenta así su defensa de Carriego como poeta:

“En todos los grandes poetas del mundo, la línea ascendente ha partido de lo abstracto, de lo magistral, de lo extenso, de lo extraordinario, para concluir en lo concreto, en lo sencillo, en lo aparentemente vulgar. Han empezado por lo estupendo, porque eso es lo fácil y lo falso, y han venido a parar en lo simple, porque eso es lo difícil y duradero. Ninguna literatura del mundo ha adquirido carácter hasta que no se ha hecho más o menos realista, incorporándose todos los elementos vulgares. Ningún poeta tampoco ha adquirido personalidad vigorosa de artista, hasta que no ha sabido ser más o menos fiel a la realidad común de su época y de su medio.”

<…>

"Los hombre vulgares -observa Hebbel- son mucho más poetas cuando hablan que cuando escriben; porque cuando hablan la vida que los rodea ejerce sobre ellos su influencia, y, a veces, les sugiere la palabra precisa que ata lo íntimo y lo externo, mientras que cuando escriben quedan abandonados a sí mismos". Cuando hablamos, todos somos poetas, porque todos somos vulgares. Sólo siguen siendo poetas cuando escriben, aquellos pocos que aún entonces saben mantener su vulgaridad, porque saben encontrar la palabra que ata lo íntimo y lo externo y, así, comunicar la vida directamente, sin someterla a una abstracción, que la aleja de nuestros corazones. ¿Por qué mil hechos humanos que observamos todos los días a nuestro alrededor, no han de tener valor emotivo si no referidos a concepciones celestes? Los hechos humanos en sí mismos, descarnados, personales: he ahí, al contrario, lo que más nos interesa, porque es lo que más hondamente puede conmover.”  
 

Se asocia así Gabriel con aquello de Borges de la poesía que se parece a la vida.

Agrega Gabriel, en una reflexión ya más vinculada con el lenguaje del poeta:
 

“En efecto, sin estudiar con demasiado detenimiento “La canción del barrio” pronto se notará que contiene giros y vocablos del lenguaje porteño imposibles de reemplazar en su cometido sentimental e ideológico, y que, por lo mismo, constituyen otros tantos aportes idiomáticos, cuando no son mera resurrección de frases o términos netamente castizos, cosa que también sucede a menudo. Como giros, pueden señalarse entre los más felices los siguientes:

"¡Caminito de nuestra casa! ¡Vieras con qué cariño te queremos!. . .

<…>

Vocablos, son muchísimos los que se podrían notar como típicos del ambiente, también expresivos y también lógicos y admisibles en general. He aquí algunos, teniendo en cuenta, además, para esto, "El alma del suburbio":

Musicante: músico ambulante y de poco; trucadas: largas y bulliciosas tenidas al truco, guarango: grosero; corte: figura de tango; pitada: chupada al cigarro o cigarrillo; amasijo: con la acepción de soba, especialmente a puñetazos; pucho: colilla del cigarro; amargurada: amargada; dragonear: además de cortejar a la novia, echárselas de algo importante, como en el verso en que lo escribe Carriego: "dragonea ya de libertario"; pontificar: sostener alguna opinión con cierta fatuidad; tolola: atontada; tomado: bebido (borracho); vereda: acera; bochinche: ruido y confusión entre personas (admitido por la Academia, en la edición de 1914 de su "Diccionario"); recién: ahora; viejo: padre, y, en fin, otros muchos que todos sabemos, ya sean nuevos enteramente o antiguos y reconocidos, pero con nuevas acepciones, sin contar algunos que, a pesar de ser hoy usados casi exclusivamente por nosotros o por los demás hispano-americanos, como marchante, mendicante, murria, racha, etc. , están consentidos en el léxico castellano y tienen origen latino, griego o árabe.”
 

Este es el lenguaje que será el de la letra del tango, el de la llaneza del idioma local que Borges buscó y defendió en su poesía y su prosa, el que nos construye como cultura rioplatense.  Adherimos a la tesis de que aquí se ve funcionar que un texto adquiere valor poético alejándose de lo que la época entiende como literatura.

En la antología de Borges y Bullrich los poemas seleccionados de Carriego son tres: “En el barrio” (de “Misas herejes”, 1908); “El Casamiento” y  “El guapo”, que transcribimos.  Proponemos que su lectura nos diga tanto sobre Borges como sobre Carriego, como sobre Buenos Aires.
 

En el barrio

 

Ya los de la casa se van acercando

al rincón del patio que adorna la parra,

y el cantor del barrio se sienta, templando,

con mano nerviosa la dulce guitarra.

La misma guitarra, que aún lleva en el cuello

la marca indeleble, la marca salvaje

de aquel despechado que soñó el degüello

del rival dichoso tajeando el cordaje.

Y viene la trova: rimada misiva,

en décimas largas, de amante fiereza,

que escucha insensible la despreciativa

moza, que no quiere salir de la pieza…

La trova que historia sombrías pasiones

de alcohol y de sangre, castigos crüeles

agravios mortales de los corazones

y muertes violentas de novias infieles…

Sobre el rostro adusto tiene el guitarrero

viejas cicatrices de cárdeno brillo,

en el pecho un hosco rencor pendenciero

y en los negros ojos la luz del cuchillo.

Y muestra, insolente, pues se va exaltando,

su bestial cinismo de alma atravesada:

¡Palermo le ha oído quejarse, cantando

celos que preceden a la puñalada!

Y no es para el otro su constante enojo…

¡A ese desgraciado que a golpes maneja,

le hace el mismo caso, por bruto y por flojo,

que al pucho que olvida detrás de la oreja!.

¡Pues tiene unas ganas su altivez airada

de concluir con todas las habladurías!…

¡Tan capaz se siente de hacer una hombrada

de la que hable el barrio tres o cuatro días!…

…Y con la rudeza de un gesto rimado,

la canción que dice la pena del mozo

termina en un ronco lamento angustiado,

como una amenaza que acaba en sollozo!
 


El Casamiento

 

Como nada consigue siendo prudente, del montón de curiosos que han hecho rueda esperando a los novios, vuelve el agente a disolver los grupos de la vereda.

Que después del desorden que hace un momento se produjo, interviene de rato en rato:

cada cinco minutos cae el sargento, <que> con razón, no quiere pagar el pato...

En la acera de enfrente varias chismosas que se hallan al tanto de lo que pasa, aseguran que para ver ciertas cosas mucho mejor sería quedarse en casa.

Alejadas del cara de presidiario que sugiere torpezas, unas vecinas pretenden que ese sucio vocabulario no deberían oírlo las chiquilinas.

Aunque -tal acontece- todo es posible, sacando consecuencias poco oportunas, lamenta una insidiosa la incomprensible suerte que, por desgracia, tienen algunas...

No es el primer caso...Si bien le extraña que haya salido un zonzo...pues en enero del año que transcurre, si no se engaña, dio que hablar con el hijo el carnicero.

Con los coches que asoman, la gritería de los muchachos dicen las intenciones del común movimiento de simpatía traducido en ruidosas demostraciones.

Una vez dentro, es claro, no se comenta sino la ceremonia muy festejada, bien que por otra parte les impacienta el reciente bochinche de la llegada.

Como los retardados no han sido tantos sobran bailarines en ese instante, se va a empezar la cosa, salvo unos cuantos, que se reservan para más adelante.

El tío de la novia, que se ha creído obligado a fijarse si el baile toma buen carácter, afirma, medio ofendido, que no se admiten cortes, ni aún en broma.

-Que, la modestia a un lado, no se la pega ninguno de esos vivos...seguramente.

La casa será pobre, nadie lo niega: todo lo que se quiera, pero decente-.

Continuando, entonces, del mismo modo prohibe formalmente los apretones: compromisos, historias y, sobre todo, conversar sin testigos en los rincones.

La polka de la silla dará motivo a serios incidentes, nada improbables: nunca falta un rechazo despreciativo que acarrea disgustos irremediables.

Ahora, casualmente, se ha levantado indignada la prima del guitarrero por el doble sentido, mal arreglado, del piropo guarango del compañero.

La discusión acaba con las violentas porfías del padrino, que se resiste a las observaciones de las parientas que le impiden que haga papel tan triste...

El vigilante amigo, que en la parada cumpliendo la consigna diaria se aburre, dice que de regreso de una llamada vino a echar su vistazo, por si algo ocurre...

Como es inexplicable que se permitan horrores que no deben ser achacados a los íntimos, varios padres le invitan a proceder en forma con los colados

En el comedor, donde se bebe a gusto, casi lamenta el novio que no se pueda correr la de costumbre...pues, y esto es justo, la familia le pide que no se exceda.

lo que es él, ahora tiene derecho a desdeñar, sin duda, las perrerías de aquellos envidiosos, cuyo despecho fuera causa de tales habladurías...

Respecto de aquel otro desengañado, -es opinión de muchos- en verdad cabe suponer que, si es cierto que anda tomado, comete un locura de las que él sabe.

La madrina, a quien eso no le parece sino una soberana maldad, se encarga de chantarle unas frescas, según merece, ese desocupado tan lengua larga...

Entre los invitados, una comadre narra cómo ha podido venirse sola: íse le antojó a su chico seguir al padre traer la familia de don Nicola!

¿Su cuñada? íQué cambio! Parece cuento, siempre encuentra disculpas, y hasta le ruega no insistir, pretextando su retraimiento desde que la hermanita se quedó ciega.

Las mujeres distraen de cuando en cuando, a la vieja que anoche, no más, reía fingiéndose conforme pero dudando: -...al fin era la ayuda que ella tenía-.

La afligen los apuros. Llora, temiendo las estrecheces de antes, ¡y con qué pena! piensa en el hijo ausente que está cumpliendo los tres años, tan largos, de su condena...

La crítica se muestra muy indulgente: -Las personas han sido mejor tratadas que otras veces, sintiendo, naturalmente, que hayan habido algunas bromas pesadas...

En cuanto a las muchachas ¡con sus aires! como si trabajasen de señoritas...

¡Han dejado la fama de sus desaires llenas de pretensiones las pobrecitas!

Sin entrar en detalles sobre el odioso golpe de circunstancias, alguien se queja preguntando a los hombres quién fue el gracioso que se llevó a los novios de la bandeja.

En el patio, dos mozos arman cuestiones, sin ninguna clase de miramientos se dirigen airadas reconvenciones, resabios de distantes resentimientos...

Como el guapo es amigo de evitar toda provocación que aleje la concurrencia, ha ordenado que apenas les sirvan soda a los que ya borrachos buscan pendencia.

previendo la bronca, después del gesto único en él, declara que aunque le cueste ir de nuevo a la cárcel, se halla dispuesto a darle un par de hachazos al que proteste...

en medio del bullicio, que pronto cesa, las guitarras anuncian estar cercano

el aguardado instante de la sorpresa preparada en secreto desde temprano...

Que, deseosos de aplausos y de medirse de nuevo, recordando sus anteriores tenaces contrapuntos sin definirse, van a verse las caras dos payadores.

(Fuente: Selección de poemas de Evaristo Carriego y otros poetas Serie Capítulo. Nº 33. Biblioteca argentina fundamental Págs. 26 a 30. Centro Editor de América Latina Buenos Aires, 1968.)

El guapo

A la memoria de San Juan Moreira
Muy devotamente

El barrio le admira. Cultor del coraje,
conquistó, a la larga, renombre de osado;
se impuso en cien riñas entre el compadraje
y de las prisiones salió consagrado.
Conoce sus triunfos y ni aun le inquieta
la gloria de otros, de muchos temida,
pues todo el Palermo de acción le respeta
y acata su fama, jamás desmentida.
Le cruzan el rostro, de estigmas violentos,
hondas cicatrices, y quizás le halaga
llevar imborrables adornos sangrientos:
caprichos de hembra que tuvo la daga.
La esquina o el patio, de alegres reuniones,
le oye contar hechos , que nadie le niega:
¡con una guitarra de altivas canciones
él es Juan Moreira, y él es Santos Vega!
Con ese sombrero que inclinó a los ojos,
¡con una guitarra de altivas canciones
cantando aventuras, de relatos rojos,
parece un poeta que fuese bandido!
Las mozas más lindas del baile orillero
para él no se muestran esquivas y hurañas,
tal vez orgullosas de ese compañero
que tiene aureolas de amores y hazañas.
Nada se le importa de la envidia ajena,
ni que el rival pueda tenderle algún lazo:
no es un enemigo que valga la pena...
pues ya una vez lo hizo caer de un hachazo.
Gente de avería, que guardan crüeles
brutales recuerdos en los costurones
que dejara el tajo, sumisos y fieles
le siguen y adulan imberbes matones.
Aunque le ocasiona muchos malos ratos,
en las elecciones es un caudillejo
que por el buen nombre de los candidatos
en los peores trances expone el pellejo...
Pronto a la pelea -pasión del cuchillo
que ilustra las manos por él mutiladas-su pieza, amenaza de algún conventillo,
es una academia de ágiles visteadas
Porque en sus impulsos de alma pendenciera
desprecia el peligro sereno y bizarro,
¡para él la vida no vale siquiera
la sola pitada de un triste cigarro!...
...Y allá va pasando con aire altanero,
luciendo las prendas de su gallardía,
procaz e insolente como un mosquetero
que tiene en su guardia la chusma bravía.
 

Pero arquetipos más conocidos y recordados son:

El ciego de

 Has vuelto

Has vuelto, organillo. En la acera

hay risas. Has vuelto llorón y cansado

como antes.

El ciego te espera

las más de las noches sentado

a la puerta. Calla y escucha. Borrosas

memorias de cosas lejanas

evoca en silencio, de cosas

de cuando sus ojos tenían mañanas,

de cuando era joven... la novia... ¡quién sabe

Alegrías, penas,

vividas en horas distantes. ¡Qué suave

se le pone el rostro cada vez que suenas

algún aire antiguo! ¡Recuerda y suspiro!

Has vuelto, organillo. La gente

modesta te mira

pasar, melancólicamente.

Pianito que cruzas la calle cansado

moliendo el eterno

familiar motivo que el año pasado

gemía a la luna de invierno:

con tu voz gangosa dirás en la esquina

la canción ingenua, la de siempre, acaso

esa preferida de nuestra vecina

la costurerita que dio aquel mal paso.

Y luego de un valse te irás como una

tristeza que cruza la calle desierta,

y habrá quien se quede mirando la luna

desde alguna puerta.

 

¡Adiós, alma nuestra! parece

que dicen las gentes en cuanto te alejas.

¡Pianito del dulce motivo que mece

memorias queridas y viejas!

Anoche, después que te fuiste,

cuando todo el barrio volvía al sosiego

-qué triste-

lloraban los ojos del ciego.

y la costurerista misma:


La Costurerita que di
o aquel mal paso

La costurerita que dio aquel mal paso...
-y lo peor de todo, sin necesidad-
con el sinvergüenza que no la hizo caso
después..
-según dicen en la vecindad-
Se fue hace dos días
Ya no era posible fingir por más tiempo.
Daba compasión verla aguantar
esa maldad insufrible
de las compañeras, tan sin corazón!

Aunque a nada llevan las conversaciones,
en el barrio corren mil suposiciones
hasta en algo grave se llega a creer.
íQué cara tenía la costurerita,
qué ojos más extraños esa tardecita
que dejó la casa para no volver!...
 

Estaban ya en Carriego (Misas Herejes fue publicada en 1908, y Evaristo murió en 1912) todos los elementos de la lloradera de la letra del tango que Borges luego proclamaba despreciar. Borges no deja de señalarlo, pero eso no obsta a que le dedique un libro entero, él a quien le gustaban las biografías cortas y fragmentadas: no sé por qué le exigimos coherencia y consistencia a un escritor que se obstinaba en la paradoja como forma de existir en la literatura.

José Gabriel termina su trabajo sobre Carriego con este párrafo:

“Tuvo, pues, la resignación del gaucho, su poeta: Hernández; la resignación del suburbio porteño, que lleva latente en sí un hálito del alma gaucha, lo tuvo también: Carriego. Más artista que Hernández (y uno y otro más que Almafuerte, que es demasiado intelectual), Carriego se nos aparece aún más objetivo y, por así decirlo, más cruel, pues no nos oculta en su obra la faz mala -que también tiene, en sus bondades- del momento bonaerense que le da inspiración; pero, su objetividad misma da una vida poderosa a ese momento, y, con la vida -es claro- un alma: el alma del tango, esa alma resignada siempre que alienta en sus versos.”

(sigue)

Fuentes citadas:

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