Ciertamente,
Borges prefería la milonga como género
musical y decía
“Hay una diferencia
fundamental entre las milongas antiguas –El “pejerrey con papas”
digamos, de la Academia Montevideana- y las milongas de sabor
arqueológico que ahora se elaboran: las de ayer expresaban una
felicidad posible, inmediata, las de hoy, un paraíso perdido”
(en Revista Saber Vivir”, No. 53)
Él mismo escribió un libro de poemas “Para las Seis
cuerdas” (Emecé, 1965, ilustrado por Héctor Basaldúa)
en que los poemas eran milongas. Varias de ellas
fueron luego musicalizadas por Piazzolla (que
Borges supo
declarar también que no le gustaba), y cantadas
originalmente por Edmundo Rivero.
Informa José Gobello sobre ellas:
Dos de los once poemas que figuraron en la edición
original ("Milonga de dos hermanos" y "¿Donde se habrán
ido?") habían aparecido el año anterior en el volumen
"Obra poética", 1923-1964. De noviembre de 1970 data la segunda
edición, en la que el autor suprimió uno de los poemas, "Alguien le
dice al tango", para agregar en su lugar "Milonga de Albornoz",
"Milonga de Manuel Flores" y "Milonga de Calandria". El resto del
libro, incluyendo su prólogo, es idéntico.
Las más conocidas en versión cantada son:
A don Nicanor Paredes
Alguien le dice al tango
Jacinto Chiclana
Milonga de Albornoz
Milonga de Manuel Flores
Borges y
el modernismo
Señala
Dobry que cuando a principios de los noventa se reeditaron los tres
primeros libros de ensayos de
Borges —Inquisiciones, 1925;
El tamaño de mi esperanza, 1926; El idioma de los argentinos,
1928— fue inevitable formularse la pregunta: ¿por qué, en vida, él
se había negado a volver a editarlos?
La
respuesta va por el lado del cambio de actitud de
Borges con
respecto a las corrientes poéticas a las que adhirió de joven, a su
autocrítica, a lo que él juzgó como impertinencia con respecto a
Darío y a Lugones. Sin embargo, como veremos más adelante, conservó
en las obras completas el libro sobre Carriego, quizá como señal de
que no renegaba de su interés por este poeta, que él definía como
menor.
Como
ejemplo de la actitud juvenil de
Borges ante el modernismo señala el
mismo Dobry que
“en “Carriego y el sentido del arrabal”, incluido en
El tamaño de mi
esperanza,
se lee que “Rubén
Darío (...) amuebló a mansalva sus versos en el
Petit
Larousse...”
Pero en el libro de 1930 sobre Evaristo Carriego, que desarrolla el
trabajo anterior, se mantiene el ataque a Darío, pero matizado con
una nota al pie, fechada en 1954:
“Conservo
estas impertinencias para castigarme por haberlas escrito. En aquel
tiempo creía que los poemas de Lugones eran superiores a los de
Darío. Es verdad que también creía que los de Quevedo eran
superiores a los de Góngora”.
Sostiene Cervera Salinas en “Y Borges creó a
Carriego” que a Borges no le faltaron
“razones
para renegar de sus actitudes juveniles ante los poetas de la época.
Al menos, justificaciones. El impulso juvenil antiacademicista, su
voluntad decididamente sarcástica ante el monopolio literario de lo
español frente a lo porteño, la práctica masiva e indiscriminada de
léxico lunfardo y orillero, sus propias valoraciones ante el panteón
literario ya conocido en sus horas de lectura en mocedad, todo ello,
en fin, determinó la censura, el edicto de
olvido. A ello se sumaron
reacciones de vergüenza ante el furor iconoclasta de la
vanguardia
americana, teñida por un halo de candor e ingenuidad, así como
criterios de literato escrupuloso y consciente de la propia
capacidad creativa. Una suma de elementos favorece el dictamen
rígido y severo. Los escritos de la veintena borgesiana están
aureolados por la sospecha y la reserva.”
De ese rigor, sin embargo, se salvó un libro
escrito en 1930…
EVARISTO
Así de la mano de
Borges -del joven, del que elegimos
hoy- llega Evaristo Carriego
Parece ser visión común entre los eruditos (Rodríguez Monegal (1969), Irby (1976)
Cervera
(2004),
que a Carriego lo creó
Borges. Es tentadora la propuesta, aunque
preferimos
pensar que es hipérbole de eruditos:
“Yo he sospechado alguna vez que cualquier vida
humana, por intrincada y populosa que sea, consta en realidad de un
momento: el momento en que el hombre sabe para siempre quién es.
Desde la imprecisable revelación que he tratado de intuir, Carriego
es Carriego. Ya es el autor de aquellos versos que años después le
será permitido inventar.”.
dice Borges citado por Cervera Y continúa el mismo Cervera:
“No. Borges no biografió al poeta de los barrios y las veredas.
Borges transfundió su ser con su ideal porteño y así,
Borges, creó a
Carriego”.
Para ubicar a Carriego, partimos
de lo que dice
Guillermo García en su “El arrabal como hecho estético”:
La poesía última de Evaristo Carriego ya se proponía como
alternativa válida en relación a la estética modernista por lo menos
un lustro antes de los primeros atisbos de la
vanguardia. El camino
para lograrlo consistió, básicamente, en conferirle estatuto
literario a una modesta geografía -los
barrios de extramuros, el
patio del conventillo, la habitación pobre, las calles suburbanas-,
a un compendio de rituales de honda significación social en las
capas más humildes de la población y a una galería de perfiles
típicos surgidos de los movimientos inmigratorios internos y
externos que entre 1890 y 1930 acompañaron el proceso de
modernización del país. Huelga repetir que dicho conjunto hasta ese
momento casi no ocupaba sectores de representación relevantes dentro
de la esfera artística en los cuales ‘reconocerse’.
El segundo hecho, ya
adelantado y determinante a los fines del presente estudio, está
indicando que la lírica tanguera de ninguna manera sería lo que es
de no mediar el aporte previo e indispensable cifrado en la labor
literaria de Evaristo Carriego. Su obra, “de emoción sencilla,
sincera, penetrante” al decir de Enrique Anderson Imbert,
constituye uno de los dos formantes capitales - el otro <…> corre
por cuenta del teatro popular rioplatense- de los cuales el
imaginario del tango habrá de nutrirse a fin de generar, a lo largo
de los tres lustros que aproximadamente van de 1915 a 1930, los
exponentes fundamentales de su
género.
“Evaristo
Carriego” fue ese primer ensayo que Borges salvó de su escrutinio,
cuando sacrificó otros al organizar sus Obras Completas para
publicarlas.
Beatriz
Sarlós, analizando la predilección de
Borges por las biografías y
retratos cortos, habla de la biografía de Carriego como
“extendida sobre varios
capítulos de un libro singularmente extraño en su aparente azar
<que> es, como lo señala Sylvia Molloy (1994), un pretexto de
biografía que le permite a Borges trabajar, contaminando los hechos
siempre conjeturales de una vida, con la materia de lo que será su
propia literatura”.
Carriego
es para Borges es “el primer espectador de nuestros barrios
pobres” el poeta “que inventó el barrio para la
poesía:
Carriego es un precursor que descubre las vertientes patéticas y
literarias del suburbio porteño”.
José
Gabriel (ensayista argentino
nacido en España, que integró con un grupo de comunistas argentinos
las Brigadas Internacionales en la guerra española)
dice en su libro sobre Carriego
(sesgado probablemente por la defensa
del valor de la poesía que aborda lo popular)
“ningún poeta argentino antes
de Carriego se había atrevido (porque era todo un atrevimiento, sin
duda) a elevar al rango de poesía los motivos ordinarios del arrabal
porteño.”
Todos los
críticos de Carriego concuerdan que es en la última poesía de
Carriego que reside su mayor mérito poético, despojado ya de un
lenguaje teñido por excesos modernistas que él mismo expresamente
despreciaba
“Con La canción del barrio,
ya no únicamente por los temas que trata, sino por la expresión
que les da, también (y sobre todo, quizá) se sitúa de lleno en la
corriente artística nacional”, dice Gabriel.
Gabriel
fundamenta así su defensa de Carriego como poeta:
“En todos los grandes poetas
del mundo, la línea ascendente ha partido de lo abstracto, de lo
magistral, de lo extenso, de lo extraordinario, para concluir en lo
concreto, en lo sencillo, en lo aparentemente vulgar. Han empezado
por lo estupendo, porque eso es lo fácil y lo falso, y han venido a
parar en lo simple, porque eso es lo difícil y duradero. Ninguna
literatura del mundo ha adquirido carácter hasta que no se ha hecho
más o menos realista, incorporándose todos los elementos vulgares.
Ningún poeta tampoco ha adquirido personalidad vigorosa de artista,
hasta que no ha sabido ser más o menos fiel a la realidad común de
su época y de su medio.”
<…>
"Los hombre vulgares -observa Hebbel- son mucho más poetas cuando hablan que cuando escriben;
porque cuando hablan la vida que los rodea ejerce sobre ellos su
influencia, y, a veces, les sugiere la palabra precisa que ata lo
íntimo y lo externo, mientras que cuando escriben quedan abandonados
a sí mismos". Cuando hablamos, todos somos poetas, porque todos
somos vulgares. Sólo siguen siendo poetas cuando escriben, aquellos
pocos que aún entonces saben mantener su vulgaridad, porque saben
encontrar la palabra que ata lo íntimo y lo externo y, así,
comunicar la vida directamente, sin someterla a una abstracción, que
la aleja de nuestros corazones. ¿Por qué mil hechos humanos que
observamos todos los días a nuestro alrededor, no han de tener valor
emotivo si no referidos a concepciones celestes? Los hechos humanos
en sí mismos, descarnados, personales: he ahí, al contrario, lo que
más nos interesa, porque es lo que más hondamente puede conmover.”
Se asocia
así Gabriel con aquello de Borges de la poesía que se parece a la
vida.
Agrega
Gabriel, en una reflexión ya más vinculada con el
lenguaje del
poeta:
“En efecto, sin estudiar con
demasiado detenimiento “La canción del barrio” pronto se notará que
contiene giros y vocablos del lenguaje porteño imposibles de
reemplazar en su cometido sentimental e ideológico, y que, por lo
mismo, constituyen otros tantos aportes idiomáticos, cuando no son
mera resurrección de frases o términos netamente castizos, cosa que
también sucede a menudo. Como giros, pueden señalarse entre los más
felices los siguientes:
"¡Caminito de nuestra casa!
¡Vieras con qué cariño te queremos!. . .
<…>
Vocablos, son muchísimos los
que se podrían notar como típicos del ambiente, también expresivos y
también lógicos y admisibles en general. He aquí algunos, teniendo
en cuenta, además, para esto, "El alma del suburbio":
Musicante:
músico ambulante y de poco; trucadas:
largas y bulliciosas tenidas al truco, guarango: grosero;
corte: figura de tango; pitada: chupada al cigarro o
cigarrillo; amasijo: con la acepción de soba, especialmente a
puñetazos; pucho: colilla del cigarro; amargurada:
amargada; dragonear: además de cortejar a la novia,
echárselas de algo importante, como en el verso en que lo escribe
Carriego: "dragonea ya de libertario"; pontificar:
sostener alguna opinión con cierta fatuidad; tolola:
atontada; tomado: bebido (borracho); vereda: acera;
bochinche: ruido y confusión entre personas (admitido por la
Academia, en la edición de 1914 de su "Diccionario"); recién:
ahora; viejo: padre, y, en fin, otros muchos que todos
sabemos, ya sean nuevos enteramente o antiguos y reconocidos, pero
con nuevas acepciones, sin contar algunos que, a pesar de ser hoy
usados casi exclusivamente por nosotros o por los demás
hispano-americanos, como marchante, mendicante, murria, racha,
etc. , están consentidos en el léxico castellano y tienen origen
latino, griego o árabe.”
Este es
el lenguaje que será el de la
letra del tango, el de la llaneza del
idioma local que Borges buscó y defendió en su poesía y su prosa, el
que nos construye como cultura rioplatense. Adherimos a la tesis de
que aquí se ve funcionar que un texto adquiere valor poético
alejándose de lo que la época entiende como
literatura.
En la
antología de Borges y Bullrich los poemas seleccionados de Carriego
son tres: “En el barrio” (de “Misas herejes”, 1908); “El Casamiento”
y “El guapo”, que transcribimos. Proponemos que su
lectura nos diga
tanto sobre Borges como sobre Carriego, como sobre Buenos Aires.
En el
barrio
Ya los de la casa se van acercando
al rincón del patio que adorna la parra,
y el cantor del barrio se sienta, templando,
con mano nerviosa la dulce guitarra.
La misma guitarra, que aún lleva en el cuello
la marca indeleble, la marca salvaje
de aquel despechado que soñó el degüello
del rival dichoso tajeando el cordaje.
Y viene la trova: rimada misiva,
en décimas largas, de amante fiereza,
que escucha insensible la despreciativa
moza, que no quiere salir de la pieza…
La trova que historia sombrías pasiones
de alcohol y de sangre, castigos crüeles
agravios mortales de los corazones
y muertes violentas de novias infieles…
Sobre el rostro adusto tiene el guitarrero
viejas cicatrices de cárdeno brillo,
en el pecho un hosco rencor pendenciero
y en los negros ojos la luz del cuchillo.
Y muestra, insolente, pues se va exaltando,
su bestial cinismo de alma atravesada:
¡Palermo le ha oído quejarse, cantando
celos que preceden a la puñalada!
Y no es para el otro su constante enojo…
¡A ese desgraciado que a golpes maneja,
le hace el mismo caso, por bruto y por flojo,
que al pucho que olvida detrás de la oreja!.
¡Pues tiene unas ganas su altivez airada
de concluir con todas las habladurías!…
¡Tan capaz se siente de hacer una hombrada
de la que hable el barrio tres o cuatro días!…
…Y con la rudeza de un gesto rimado,
la canción que dice la pena del mozo
termina en un ronco lamento angustiado,
como una amenaza que acaba en sollozo!
El Casamiento
Como nada consigue siendo prudente, del montón de
curiosos que han hecho rueda esperando a los novios, vuelve el
agente a disolver los grupos de la vereda.
Que después del desorden que hace un momento se
produjo, interviene de rato en rato:
cada cinco minutos cae el sargento, <que> con razón,
no quiere pagar el pato...
En la acera de enfrente varias chismosas que se
hallan al tanto de lo que pasa, aseguran que para ver ciertas cosas
mucho mejor sería quedarse en casa.
Alejadas del cara de presidiario que sugiere
torpezas, unas vecinas pretenden que ese sucio vocabulario no
deberían oírlo las chiquilinas.
Aunque -tal acontece- todo es posible, sacando
consecuencias poco oportunas, lamenta una insidiosa la
incomprensible suerte que, por desgracia, tienen algunas...
No es el primer caso...Si bien le extraña que haya
salido un zonzo...pues en enero del año que transcurre, si no se
engaña, dio que hablar con el hijo el carnicero.
Con los coches que asoman, la gritería de los
muchachos dicen las intenciones del común movimiento de simpatía
traducido en ruidosas demostraciones.
Una vez dentro, es claro, no se comenta sino la
ceremonia muy festejada, bien que por otra parte les impacienta el
reciente bochinche de la llegada.
Como los retardados no han sido tantos sobran
bailarines en ese instante, se va a empezar
la cosa, salvo unos cuantos, que se reservan para más adelante.
El tío de la novia, que se ha creído obligado a
fijarse si el baile toma buen carácter, afirma, medio ofendido, que
no se admiten cortes, ni aún en broma.
-Que, la modestia a un lado, no se la pega ninguno de
esos vivos...seguramente.
La casa será pobre, nadie lo niega: todo lo que se
quiera, pero decente-.
Continuando, entonces, del mismo modo prohibe
formalmente los apretones: compromisos, historias y, sobre todo,
conversar sin testigos en los rincones.
La polka de la silla dará motivo a serios incidentes,
nada improbables: nunca falta un rechazo despreciativo que acarrea
disgustos irremediables.
Ahora, casualmente, se ha levantado indignada la
prima del guitarrero por el doble sentido, mal arreglado, del piropo
guarango del compañero.
La discusión acaba con las violentas porfías del
padrino, que se resiste a las observaciones de las parientas que le
impiden que haga papel tan triste...
El vigilante amigo, que en la parada cumpliendo la
consigna diaria se aburre, dice que de regreso de una llamada vino a
echar su vistazo, por si algo ocurre...
Como es inexplicable que se permitan horrores que no
deben ser achacados a los íntimos, varios padres le invitan a
proceder en forma con los colados
En el comedor, donde se bebe a gusto, casi lamenta el
novio que no se pueda correr la de costumbre...pues, y esto es
justo, la familia le pide que no se exceda.
lo
que es él, ahora tiene derecho a desdeñar, sin duda, las perrerías
de aquellos envidiosos, cuyo despecho fuera causa de tales
habladurías...
Respecto de aquel otro desengañado, -es opinión de
muchos- en verdad cabe suponer que, si es cierto que anda tomado,
comete un locura de las que él sabe.
La madrina, a quien eso no le parece sino una
soberana maldad, se encarga de chantarle unas frescas, según merece,
ese desocupado tan lengua larga...
Entre los invitados, una comadre narra cómo ha podido
venirse sola: íse le antojó a su chico seguir al padre traer la
familia de don Nicola!
¿Su cuñada? íQué cambio! Parece cuento, siempre
encuentra disculpas, y hasta le ruega no insistir, pretextando su
retraimiento desde que la hermanita se quedó ciega.
Las mujeres distraen de cuando en cuando, a la vieja
que anoche, no más, reía fingiéndose conforme pero dudando: -...al
fin era la ayuda que ella tenía-.
La afligen los apuros. Llora, temiendo las
estrecheces de antes, ¡y con qué pena! piensa en el hijo ausente que
está cumpliendo los tres años, tan largos, de su condena...
La crítica se muestra muy indulgente: -Las personas
han sido mejor tratadas que otras veces, sintiendo, naturalmente,
que hayan habido algunas bromas pesadas...
En cuanto a las muchachas ¡con sus aires! como si
trabajasen de señoritas...
¡Han dejado la fama de sus desaires llenas de
pretensiones las pobrecitas!
Sin entrar en detalles sobre el odioso golpe de
circunstancias, alguien se queja preguntando a los hombres quién fue
el gracioso que se llevó a los novios de la bandeja.
En el patio, dos mozos arman cuestiones, sin ninguna
clase de miramientos se dirigen airadas reconvenciones, resabios de
distantes resentimientos...
Como el guapo es amigo de evitar toda provocación que
aleje la concurrencia, ha ordenado que apenas
les sirvan soda a los que ya borrachos buscan pendencia.
previendo la bronca, después del gesto único en él,
declara que aunque le cueste ir de nuevo a la cárcel, se halla
dispuesto a darle un par de hachazos al que proteste...
en medio del bullicio, que pronto cesa, las guitarras
anuncian estar cercano
el aguardado instante de la sorpresa preparada en
secreto desde temprano...
Que, deseosos de aplausos y de medirse de nuevo,
recordando sus anteriores tenaces contrapuntos sin definirse, van a
verse las caras dos payadores.
(Fuente: Selección de poemas
de Evaristo Carriego y otros poetas Serie
Capítulo. Nº 33. Biblioteca argentina fundamental Págs. 26 a 30.
Centro Editor de América Latina Buenos Aires, 1968.)
El guapo
A la memoria de San Juan Moreira
Muy devotamente
El barrio le admira. Cultor del coraje,
conquistó, a la larga, renombre de osado;
se impuso en cien riñas entre el compadraje
y de las prisiones salió consagrado.
Conoce sus triunfos y ni aun le inquieta
la gloria de otros, de muchos temida,
pues todo el Palermo de acción le respeta
y acata su fama, jamás desmentida.
Le cruzan el rostro, de estigmas violentos,
hondas cicatrices, y quizás le halaga
llevar imborrables adornos sangrientos:
caprichos de hembra que tuvo la daga.
La esquina o el patio, de alegres reuniones,
le oye contar hechos , que nadie le niega:
¡con una guitarra de altivas canciones
él es Juan Moreira, y él es Santos Vega!
Con ese sombrero que inclinó a los ojos,
¡con una guitarra de altivas canciones
cantando aventuras, de relatos rojos,
parece un poeta que fuese bandido!
Las mozas más lindas del baile orillero
para él no se muestran esquivas y hurañas,
tal vez orgullosas de ese compañero
que tiene aureolas de amores y hazañas.
Nada se le importa de la envidia ajena,
ni que el rival pueda tenderle algún lazo:
no es un enemigo que valga la pena...
pues ya una vez lo hizo caer de un hachazo.
Gente de avería, que guardan crüeles
brutales recuerdos en los costurones
que dejara el tajo, sumisos y fieles
le siguen y adulan imberbes matones.
Aunque le ocasiona muchos malos ratos,
en las elecciones es un caudillejo
que por el buen nombre de los candidatos
en los peores trances expone el pellejo...
Pronto a la pelea -pasión del cuchillo
que ilustra las manos por él mutiladas-su pieza, amenaza de algún conventillo,
es una academia de ágiles visteadas
Porque en sus impulsos de alma pendenciera
desprecia el peligro sereno y bizarro,
¡para él la vida no vale siquiera
la sola pitada de un triste cigarro!...
...Y allá va pasando con aire altanero,
luciendo las prendas de su gallardía,
procaz e insolente como un mosquetero
que tiene
en su guardia la chusma bravía.
Pero arquetipos más conocidos y recordados son:
El ciego de
Has
vuelto
Has
vuelto, organillo. En la acera
hay
risas. Has vuelto llorón y cansado
como
antes.
El ciego
te espera
las más
de las noches sentado
a la
puerta. Calla y escucha. Borrosas
memorias
de cosas lejanas
evoca en
silencio, de cosas
de cuando
sus ojos tenían mañanas,
de cuando
era joven... la novia... ¡quién sabe
Alegrías,
penas,
vividas
en horas distantes. ¡Qué suave
se le
pone el rostro cada vez que suenas
algún
aire antiguo! ¡Recuerda y suspiro!
Has
vuelto, organillo. La gente
modesta
te mira
pasar,
melancólicamente.
Pianito
que cruzas la calle cansado
moliendo
el eterno
familiar
motivo que el año pasado
gemía a
la luna de invierno:
con tu
voz gangosa dirás en la esquina
la
canción ingenua, la de siempre, acaso
esa
preferida de nuestra vecina
la
costurerita que dio aquel mal paso.
Y luego
de un valse te irás como una
tristeza
que cruza la calle desierta,
y habrá
quien se quede mirando la luna
desde
alguna puerta.
¡Adiós,
alma nuestra! parece
que dicen
las gentes en cuanto te alejas.
¡Pianito
del dulce motivo que mece
memorias
queridas y viejas!
Anoche,
después que te fuiste,
cuando
todo el barrio volvía al sosiego
-qué
triste-
lloraban
los ojos del ciego.
y la costurerista misma:
La Costurerita que dio
aquel mal paso
La costurerita que
dio aquel mal paso...
-y lo peor de
todo, sin necesidad-
con el
sinvergüenza que no la hizo caso
después..
-según dicen en la
vecindad-
Se fue hace dos
días
Ya no era posible
fingir por más tiempo.
Daba compasión
verla aguantar
esa maldad
insufrible
de las compañeras,
tan sin corazón!
Aunque a nada
llevan las conversaciones,
en el barrio
corren mil suposiciones
hasta en algo
grave se llega a creer.
íQué cara tenía la
costurerita,
qué ojos más
extraños esa tardecita
que dejó la casa
para no volver!...
Estaban ya en Carriego (Misas Herejes fue publicada
en 1908, y Evaristo murió en 1912) todos los elementos de la
lloradera de la letra del tango que Borges luego proclamaba
despreciar. Borges no deja de señalarlo, pero eso no obsta a que le
dedique un libro entero, él a quien le gustaban las biografías
cortas y fragmentadas: no sé por qué le exigimos coherencia y
consistencia a un escritor que se obstinaba en la paradoja como
forma de existir en la literatura.
José Gabriel termina su trabajo sobre Carriego con
este párrafo:
“Tuvo, pues, la resignación del
gaucho, su poeta:
Hernández; la resignación del suburbio porteño, que lleva latente en
sí un hálito del alma gaucha, lo tuvo también: Carriego. Más artista
que Hernández (y uno y otro más que Almafuerte, que es demasiado
intelectual), Carriego se nos aparece aún más objetivo y, por así
decirlo, más cruel, pues no nos oculta en su obra la faz mala -que
también tiene, en sus bondades- del momento bonaerense que le da
inspiración; pero, su objetividad misma da una vida poderosa a ese
momento, y, con la vida -es claro- un alma: el alma del tango, esa
alma resignada siempre que alienta en sus versos.”
(sigue)
Fuentes
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