La sombra de Michel Foucault: Herculine Barbin y Lautréamont
Herculine Barbin (1838-1868), el "misterioso
hermafrodita", es un caso jurídico médico del siglo
XIX
investigado y publicado por
Michel Foucault en
dos ediciones diferentes. La edición francesa de 1978(1)
consta básicamente del diario o memorias
de Herculine Barbin y los textos médicos, legales y las notas
de prensa ocasionados por su suicidio. La edición
estadounidense de 1980(2)
incluye una nouvelle de Oskar Panizza,
médico y escritor austríaco, basada en el caso de Herculine y
un nuevo prólogo de Foucault.
El infortunado asunto evidencia el momento en que el desarrollo
de las teorías biológicas sobre la sexualidad, las
concepciones jurídicas acerca del individuo y las
formas de control de los estados modernos conducen a rechazar
la idea de una mezcla de los dos sexos en un solo
cuerpo.
Antaño, piensa Foucault, si bien el hermafroditismo había sido
recibido con la extrañeza de la
monstruosidad, y a veces
entrañaba la pena de muerte para el desventurado, se aceptaba
que cada persona hiciera una cierta libre elección en la
madurez, fungiendo a partir de ese instante en el sexo
elegido.
Thomas Lacqueur, en La construcción del sexo, lo
corrige:
"Apunta Foucault una explicación cuando dice
que en el renacimiento y antes, nada existía como sexo único
y verdadero y que un hermafrodita podía considerarse poseedor
de los dos, entre los cuales él/ella podía escoger social y
jurídicamente.
"Quizá sea utópico en su afirmación política;
la elección de género no estuvo en ningún caso tan abierta a
la discreción individual y nadie era libre para cambiar sobre
la marcha.
"Sin embargo tiene razón cuando dice que no era
un sexo esencial, verdadero y profundo el que diferenciaba al
hombre cultural de la mujer. Pero tampoco es que hubiera dos
sexos yuxtapuestos en proporciones diversas: no había sino un
sólo sexo, cuyos ejemplares más perfectos eran fácilmente
etiquetados como varones al nacer, mientras que los menos
perfectos eran considerados hembras.
"La pregunta moderna sobre el sexo 'real' de
una persona carecía de sentido en aquel período, no porque
hubiera dos sexos mezclados, sino porque sólo había uno del
que echar mano, compartido por todos, desde el guerrero más
fuerce hasta el cortesano más afeminado, desde la virago más
agresiva hasta la más gentil doncella...
"La ausencia de una nomenclatura anatómica
precisa para los genitales femeninos y para el sistema
reproductor en general era el equivalente lingüístico a la
propensión de ver el cuerpo femenino como una versión del
masculino.
"Ambos aspectos atestiguan no la ceguera, la
falta de atención o confusión de los anatomistas del
renacimiento, sino la ausencia
de la necesidad de crear categorías biológicas inconmensurables
del
hombre y la mujer a través de
imágenes o
palabras.
"El lenguaje obligaba a la visión de los
opuestos y mantenía el cuerpo masculino como forma canónica
humana.
'A la inversa, el hecho de que se considerara
un sexo único hacía
que las palabras para las partes femeninas se
refirieran en último extremo a los órganos masculinos.' En
cierto sentido, no existía una anatomía femenina de la
reproducción, y de ahí que los términos modernos que se
refieren a la -vagina, útero, vulva, labios, trompas de
Falopio, clítoris- carezcan de equivalentes renacentistas."(3)
En determinado momento, la disección de
cadáveres llevó a un conocimiento más preciso de lo que está
entre las piernas, y de sus funciones. Entonces se
diferenciaron dos sexos y se valoró cuál prevalecía sobre el
otro. En cuanto a la adjudicación de género, se buscó el "sexo
verdadero" pasando por encima de características aparentes
como los rasgos sexuales secundarios, que pudieran confundir
la real determinación. Así durante el siglo XVIII tendió a
imponerse la tesis de que los hermafroditas son siempre "pseudo-hermafroditas",
dado que es posible, en todo caso, determinar el verdadero
sexo de la criatura humana.
Lo cual tiene una serie de consecuencias en el
terreno del derecho. Si realmente sólo uno u otro sexo es el
verdadero, será el experto quien tenga que descifrar aquél
que la naturaleza, aunque a veces con arrevesada gracia, le
rindió a cada uno. Al individuo, en consecuencia, sólo le cabe
aceptar el dictado de los expertos.
Desde el punto de vista médico, Herculine, o
pequeño Hércules (pequeño Aquiles perdido entre las mujeres,
la designará Foucault), tenía formaciones genitales y rasgos
secundarios de los dos sexos.
Fue inscrita en el registro civil como niña,
criada entre niñas, en un asilo, luego en un colegio internado
dirigido por monjas. Se formó como educadora normal y a los 20
años obtuvo un cargo para enseñar en un internado de
señoritas. Allí se hizo mejor amiga primero, amante después,
de una de las hijas de la directora. Su anomalía anatómica y
fisiológica se volvió cada vez más notoria para ella misma,
junto a síntomas de molestias físicas inexplicadas. Se volvió
cada vez más claro para ella lo aberrante de su
cuerpo y lo
supuestamente pecaminoso de sus aficiones.
Cuando la barrera se
borra entre géneros y la pareja se forma, no del mismo sexo,
sino del sexo
único: "¿Cómo
salir de este espantoso
laberinto? ¿Dónde encontrar la
fuerza
para declarar al mundo que yo usurpaba un lugar, un título que
me prohibían las leyes divinas y las humanas?".
En razón de todo lo
cual, por un sentido del deber de sinceridad
justificado por su educación religiosa frente al representante de
dios
en la tierra, se vio obligada, a los 21 o 22 años, a
abordar el asunto de su anomalía ante su confesor, luego ante
otro sacerdote, y al fin ante un obispo.
El obispo, acoquinado,
convocó a su propio médico para que la examinara.
El veredicto en cuanto
a la asignación de sexo hizo autoridad y Herculine debió
inscribirse en el registro civil como hombre, vestirse y
actuar como hombre.
Dado que en La Rochelle
esta transfiguración daba lugar a escándalo, le fue necesario
exiliarse en el anonimato de París. Allí no encontró ni
amor
ni trabajo; vencida por la desdicha de ser hombre, rol para el
que no estaba preparada, Herculine se suicidó a los 29 años.
De pequeña, bajo una
tormenta furiosa, la descarga de un rayo en las cercanías la
precipitó en brazos de una de sus maestras: Sor María de los
Ángeles. No se pudo despegar de ella debido al
miedo y terminó
experimentando una rara excitación que la inquietó. Así
descubría en lo físico sus inclinaciones.
En el convento de las
monjas ursulinas, donde estudió, como después en el internado
de señoritas donde ejerció de maestra, Herculine disfrutaba
lo que Foucault llama "limbos felices de una no identidad".
Solapada, protegida en un ámbito donde se sentía diferente a
las otras, donde ella era otra, aunque sin salirse de lo
mismo: era el género único, un campo de exclusiva
frecuentación femenina.
"Como mi
infancia, una
gran parte de mi juventud transcurrió en la calma deliciosa de
las casas de religión."
Foucault comenta:
"Lo que ella evoca de
su pasado son los limbos felices de una no
identidad, que
protegería paradójicamente la vida en esas sociedades
cerradas, estrechas y cálidas, donde se experimenta una
felicidad rara, a la vez obligatoria y prohibida, de no
conocer sino un sólo
sexo, lo que permite acoger las gradaciones, las
transparencias,
las penumbras, los coloridos cambiantes.
Herculine no ansiaba en
particular ser hombre o mujer. No se sentía, como algunos
transexuales, una víctima aprisionada en el cuerpo equivocado.
No era bisexual. Según Foucault, vivía dentro de un sexo
único: "Un sujeto sin identidad con un gran
deseo por las
mujeres".
"La intensa
monosexualidad de la vida religiosa y escolar sirve para
revelar los tiernos
placeres que descubre y provoca la no
identidad, cuando ella se pierde en medio de todos esos
cuerpos parecidos... Todo ocurría en un mundo de impulsos, de
placeres y de penas, de tibiezas, de dulzuras, de amarguras,
donde la identidad de un participante y sobre todo la del
enigmático personaje en torno al cual todo se urdía, careciera
de importancia; en ese mundo flotaban en el aire sonrisas sin
dueño... Y ella, él, muchacho-muchacha, masculino-femenino de
identidad imposible, no es nada más que aquello que ve y pasa,
por la noche, en los sueños, los deseos y los temores de cada
uno."
Criatura sin nombre,
criatura de sombra, dama duende (para recordar el título de
una comedia de Calderón), su final trágico es un sacrificio
gratuito que ella asume como propio y contribuye con su libra
de carne, el sacrificio de su
cuerpo al dispositivo binario,
excluyente, de los géneros.
Ella juega a favor de
su ambigüedad hasta que cae en la trampa de la subjetivación.
responde a un deber inculcado que la lleva a
obrar como ente moral. "No
se puede ocultar la verdad al confesor.' El obispo
confesor la precipitó al abismo de su desgracia al encomendar
ese catastrófico -para ella- pronunciamiento experto.
El médico decidió la
preponderancia masculina en los genitales de Herculine y la
excluyó del género en el cual se había criado. Se
rectificó
su estado civil y su nombre pasó a ser Abel Barbin.
Nada la había preparado
para ese nuevo destino, de modo que su competencia, adquirida
en años de aprendizaje como niña y joven doncella, se
desvanecía. Fue incapaz de sobrevivir fuera de las
instituciones donde había aprendido, enseñado y amado. En vez
de trabajo, afecto y gratificaciones, obtenidos a
través de su educación de mujer, como hombre encontró
desempleo, soledad, y apenas un contacto fugaz con
prostitutas. Liquidada la relación comercial, ellas se le
apartaban con asco:
"Entre esas mujeres
envilecidas que me han sonreído, que me han hecho rozar sus
labios con los míos, ni una sola, sin duda, ha dejado de
retirarse avergonzada ante el calor de mis abrazos, como al
contacto de un reptil."
Privada de recursos
propios para jugar con éxito en el campo laboral y
afectivo, se le impuso desde fuera una identidad. En lo
interno estaba desprovista para afrontarla. Las prostitutas,
frías, comerciales, extrañas a ella y a su mundo de muchacho/muchacha, la transforman en un reptil, objetivada,
con la cualidad fría de un monstruo repugnante.
Ha perdido el lugar que
había sido el suyo por crianza y formación.
"Mi lugar no estaba
marcado en ese mundo que huía de mí, que me había maldecido."
Su anhelo de felicidad
se convierte en el peor de los crímenes:
"Mi imaginación estaba
agitada sin descanso por el recuerdo de sensaciones (de
atracción) recién despertadas en mí, y que llegaba a
reprocharme como si se tratara de un crimen."
La moral religiosa, las
costumbres de su medio, la obligatoria identidad legal, son
factores que juegan contra ella, ante los cuales no puede
defenderse, porque ella misma comparte esos criterios
valorativos y se autoacusa. "Maldecida", condenada por las
personas de su medio, lo es también por el orden divino. Y
ella acepta esa condena.
"¿Dónde encontrar la
fuerza para declarar al mundo que yo usurpaba un lugar, un
título que me prohibían las leyes divinas y humanas?"
Y Foucault: "La fecha,
por lo pronto. Hacia los años 1860-1870, se está justamente en
una de esas épocas en que se practicó de un modo más intenso
la busca de identidad en el orden sexual; sexo verdadero de
los hermafroditas, pero también identificación de las
diferentes perversiones, su clasificación, su caracterización,
etc; para abreviar, el problema del individuo y de la especie
en el orden de las anomalías sexuales."
Los expedientes
medicolegales, Question d' identité, Question médiolégale
d'identité, designan el sexo cierto de Herculine-Adelaide
Barbin, o Alexina Barbin, o aun Abel Barbin, designado en su
propio texto bajo el nombre sea de Alexina, sea de Camila.
"Uno de los
héroes
desgraciados de la caza a la identidad."
Policía política de las
instituciones: en 1869 el artículo 175, que castigaba el sexo
entre hombres, fue introducido en el Código
Penal de Prusia y
enseguida después en el Código Penal del Imperio
Alemán, que venció a Napoleón
III
en Sedan
(1870).
Cuestión de identidad,
cuestión de perversión: el engaño en
cuanto al verdadero sexo es un crimen. Y el verdadero sexo dictamina
cuál ha de ser el deseo heterosexual compulsivo de cada uno.
Durante el siglo XVIII
se llamaba libertino al individuo que se
excedía en sus placeres. Pero el siglo XIX lo llama perverso. Ese encasillamiento
medicolegal lo convierte en desviante, enfermo, sus practicas
pasibles de castigo.
No puedo dejar de citar
unas palabras de Herculine que me da la impresión podrían
haber sido escritas por Lautréamont.
Ella monologa:
"¡Ve, maldito, continúa tu tarea! El mundo que
invocas no estaba hecho para ti. Y tú no estabas hecho para
él. En ese vasto universo, donde tienen cabida todos los
dolores, tú buscarás en vano un rincón donde albergar el tuyo,
que mancha y trastorna todas las leyes de la naturaleza y de
la humanidad. El hogar familiar te está vedado. Tu vida misma
es un escándalo que haría enrojecer a la joven virgen y al
tímido adolescente."
Herculine Barbin e Isidore Ducasse, quien
escribió Los cantos de Maldoror bajo el
seudónimo de
Conde de Lautréamont, son contemporáneos.
Herculine nació en 1838, Ducasse en 1846. Herculine
murió en 1868 (a los 29 años).
Ducasse en 1870 (a los 24).
Ambos recibieron una
educación equivalente, están ambos en París al mismo
tiempo, y escriben allí, la una sus recuerdos, el otro su
obra poética.
Isidore Ducasse nació en Montevideo y viajó por
primera vez a Francia en 1859. En el sur, de cuya región
procedían el padre y la madre, fue alumno interno del Liceo
Imperial de Tarbes desde 1859 a 1862. Fue luego alumno interno
del Liceo Imperial de Pau de 1863 a 1865. La estadía en Pau
nos vale un testimonio de primer orden: son las declaraciones
de un ex condiscípulo, quien, a sus 81 años, en 1927.
recuerda:
"Veo todavía a ese joven alto y flaco, la
espalda un poco inclinada, el tinte pálido, los cabellos
crecidos cayendo al sesgo sobre su frente, la voz con gallos,
tornadiza. Su fisonomía no tenía nada de atractivo.'(4)
Se diría un retrato de Herculine Barbin. en su
estado intersexual de transición enigmática.
"Estaba de ordinario triste y silencioso, y
como replegado en sí mismo... llegaba a pasar horas enteras,
los codos apoyados sobre el pupitre, las manos en la frente,
los ojos fijos sobre un libro clásico que no leía; se veía
abismado en una reverie."
De esta ensoñación solitaria y grave, de este
repliegue, nacerá la persona de Maldoror. el protagonista de
los Cantos, que se pasea, a través de episodios que
despliegan su inveterada tendencia y la subrayan de un modo
enfático. La tendencia alcanza su último resplandor en un aura reminiscente de
Sade.
La
fantasía de Maldoror no se detiene en la mera satisfacción u
orgasmo, sino que, trabajada por un ansia siempre
insatisfecha, no sólo penetra al objeto deseado y lo
pulveriza, sino también maldice al Creador de un mundo en que
él, sin comerla ni beberla, se ve gobernado por una tendencia
que a su vez las leyes divinas y las costumbres humanas prohíben. El creador no puede ser bueno si atiza para él tal
infierno. No hay justicia en el universo. Sólo un sentido
interno de la justicia lleva a Maldoror a atacar sin pausa
tanto al creador como a los hombres.
Su proyecto, equivalente al de Sade, pretende
dejar al desnudo la tendencia erótica y desarrollarla más allá
de cualquier límite, sin concesiones, consistente y rigurosa.
Si es una tendencia criminal, tanto peor, o tanto mejor.
Cuanto más absolutamente prohibida por el mandamiento de la
virtud, explotará con mayor furia, arrasando supuestos
valores o desvalores.
Al principio es un misterio en forma de
mirada,
un misterio que nos concierne como la clave de nosotros
mismos, lo que siempre con variantes deseamos, una cifra de
lo que somos, nuestro yo más profundo, en la extrañeza de lo
que nunca es del todo nuestro. Maldoror bebe en los ojos de
otro, el condiscípulo liceal de Isidore, Dazet, nombrado con
su propio apellido como objeto amoroso en la primera edición,
de 1868, del Canto I, y sustituido, en la edición de
1869, por el "pulpo con ojos de seda".
A partir de la atracción de la mirada de
seda, Maldoror despliega la tendencia, frustrada en su fin
inmediato (Dazet le rehúye). La frustración ante el
apartamiento del condiscípulo Dazet por el malentendido de una
palabra, según construye en los Cantos, lleva a
Maldoror ante un interlocutor más vasto. En lugar del amado
ausente y tal vez desaprensivo, le habla al océano, vale decir
a la creación entera, y enseguida, directamente, al creador.
Su impulso colérico reconoce dos vertientes. En
el plano físico, la fantasía de los Cantos arremete
contra criaturas rubias y delicadas, adolescentes casi siempre
del sexo masculino. En el plano de la invectiva, arremete con
sarcasmo contra el creador, y contra los hombres, que sofocan
la tendencia con leyes hipócritas.
(sigue)
Notas:
(1)
París.
Gallimard. 1978, 1993.
(2)
New York, Random
Housc.
1980.
(3)
ThomasLacqunit,/.«(-««iffaíf/oViAr/ííxi?.
Valencia. Ciicdra, 1990. pp. 219-220. 17M72.
(4)
Testimonio de Paul L«pcs, citado en "Níirc*
muir une vi<- it'Iskloic Ducasse ct de ses ¿ctiis*. «n
Lauíréamont. CF.uvrts Comfrlrin ¡t'liidorr Dueatit.
París. Le Li"tc de I'othe. 1963. pp. 21-24.
*Extractos
del libro de ensayo de Roberto Echavarren, Fuera de género.
Criaturas de la invención erótica (Editorial Losada Bs As,
2007). |