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ISSN 1688-1672

 



FUERA DE GÉNERO. CRIATURAS DE LA INVENCIÓN ERÓTICA  - BARBIN, HERCULINE - FOUCAULT, MICHEL-  DUCASSE, ISIDORE -  LOS CANTOS DE MALDOROR -  LAUTRÉAMONT, CONDE DE - GÉNERO - HERMAFRODITA -

Fuera de género. Criaturas de la invención erótica (I)*

Roberto Echavarren

Herculine no ansiaba en particular ser hombre o mujer. No se sentía, como algunos transexuales, una víctima aprisionada en el cuerpo equivocado. No era bisexual. Según Foucault, vivía dentro de un sexo único: "Un sujeto sin identidad con un gran deseo por las mujeres"


La sombra de Michel Foucault: Herculine Barbin y Lautréamont


Herculine Barbin (1838-1868), el "misterioso hermafrodita", es un caso jurídico médico del siglo XIX investigado y publicado por Michel Foucault en dos ediciones diferentes. La edición francesa de 1978(1)  consta básicamente del diario o memorias de Herculine Barbin y los textos médicos, legales y las notas de prensa ocasionados por su suicidio. La edición estadounidense de 1980(2) incluye una nouvelle de Oskar Panizza, médico y escritor austríaco, basada en el caso de Herculine y un nuevo prólogo de Foucault.

El infortunado asunto evidencia el momento en que el desarrollo de las teorías biológicas sobre la sexualidad, las concepciones jurídicas acerca del individuo y las formas de control de los estados modernos conducen a rechazar la idea de una mezcla de los dos sexos en un solo cuerpo.

Antaño, piensa Foucault, si bien el hermafroditismo había sido recibido con la extrañeza de la monstruosidad, y a veces entrañaba la pena de muerte para el desventurado, se aceptaba que cada persona hiciera una cierta libre elección en la madurez, fungiendo a partir de ese instante en el sexo elegido.

Thomas Lacqueur, en La construcción del sexo, lo corrige:

"Apunta Foucault una explicación cuando dice que en el renacimiento y antes, nada existía como sexo único y verdadero y que un hermafrodita podía considerarse poseedor de los dos, entre los cuales él/ella podía escoger social y jurídicamente.

"Quizá sea utópico en su afirmación política; la elección de género no estuvo en ningún caso tan abierta a la discreción individual y nadie era libre para cambiar sobre la marcha.

"Sin embargo tiene razón cuando dice que no era un sexo esencial, verdadero y profundo el que diferenciaba al hombre cultural de la mujer. Pero tampoco es que hubiera dos sexos yuxtapuestos en proporciones diversas: no había sino un sólo sexo, cuyos ejemplares más perfectos eran fácilmente etiquetados como varones al nacer, mientras que los menos perfectos eran considerados hembras.

"La pregunta moderna sobre el sexo 'real' de una persona carecía de sentido en aquel período, no porque hubiera dos sexos mezclados, sino porque sólo había uno del que echar mano, compartido por todos, desde el guerrero más fuerce hasta el cortesano más afeminado, desde la virago más agresiva hasta la más gentil doncella...

"La ausencia de una nomenclatura anatómica precisa para los genitales femeninos y para el sistema reproductor en general era el equivalente lingüístico a la propensión de ver el cuerpo femenino como una versión del masculino.

"Ambos aspectos atestiguan no la ceguera, la falta de atención o confusión de los anatomistas del renacimiento, sino la ausencia de la necesidad de crear categorías biológicas inconmensurables del hombre y la mujer a través de imágenes o palabras.

"El lenguaje obligaba a la visión de los opuestos y mantenía el cuerpo masculino como forma canónica humana. 'A la inversa, el hecho de que se considerara un sexo único hacía que las palabras para las partes femeninas se refirieran en último extremo a los órganos masculinos.' En cierto sentido, no existía una anatomía femenina de la reproducción, y de ahí que los términos modernos que se refieren a la -vagina, útero, vulva, labios, trompas de Falopio, clítoris- carezcan de equivalentes renacentistas."(3)

En determinado momento, la disección de cadáveres llevó a un conocimiento más preciso de lo que está entre las piernas, y de sus funciones. Entonces se diferenciaron dos sexos y se valoró cuál prevalecía sobre el otro. En cuanto a la adjudicación de género, se buscó el "sexo verdadero" pasando por encima de características aparentes como los rasgos sexuales secundarios, que pudieran confundir la real determinación. Así durante el siglo XVIII tendió a imponerse la tesis de que los hermafroditas son siempre "pseudo-hermafroditas", dado que es posible, en todo caso, determinar el verdadero sexo de la criatura humana.

Lo cual tiene una serie de consecuencias en el terreno del derecho. Si realmente sólo uno u otro sexo es el verdadero, será el experto quien tenga que descifrar aquél que la naturaleza, aunque a veces con arrevesada gracia, le rindió a cada uno. Al individuo, en consecuencia, sólo le cabe aceptar el dictado de los expertos.

Desde el punto de vista médico, Herculine, o pequeño Hércules (pequeño Aquiles perdido entre las mujeres, la designará Foucault), tenía formaciones genitales y rasgos secundarios de los dos sexos.

Fue inscrita en el registro civil como niña, criada entre niñas, en un asilo, luego en un colegio internado dirigido por monjas. Se formó como educadora normal y a los 20 años obtuvo un cargo para enseñar en un internado de señoritas. Allí se hizo mejor amiga primero, amante después, de una de las hijas de la directora. Su anomalía anatómica y fisiológica se volvió cada vez más notoria para ella misma, junto a síntomas de molestias físicas inexplicadas. Se volvió cada vez más claro para ella lo aberrante de su cuerpo y lo supuestamente pecaminoso de sus aficiones.

Cuando la barrera se borra entre géneros y la pareja se forma, no del mismo sexo, sino del sexo único: "¿Cómo salir de este espantoso laberinto? ¿Dónde encontrar la fuerza para declarar al mundo que yo usurpaba un lugar, un título que me prohibían las leyes divinas y las humanas?".

En razón de todo lo cual, por un sentido del deber de sinceridad justificado por su educación religiosa frente al representante de dios en la tierra, se vio obligada, a los 21 o 22 años, a abordar el asunto de su anomalía ante su confesor, luego ante otro sacerdote, y al fin ante un obispo.

El obispo, acoquinado, convocó a su propio médico para que la examinara.

El veredicto en cuanto a la asignación de sexo hizo autoridad y Herculine debió inscribirse en el registro civil como hombre, vestirse y actuar como hombre.

Dado que en La Rochelle esta transfiguración daba lugar a escándalo, le fue necesario exiliarse en el anonimato de París. Allí no encontró ni amor ni trabajo; vencida por la desdicha de ser hombre, rol para el que no estaba preparada, Herculine se suicidó a los 29 años.

De pequeña, bajo una tormenta furiosa, la descarga de un rayo en las cercanías la precipitó en brazos de una de sus maestras: Sor María de los Ángeles. No se pudo despegar de ella debido al miedo y terminó experimentando una rara excitación que la inquietó. Así descubría en lo físico sus inclinaciones.

En el convento de las monjas ursulinas, donde estudió, como después en el internado de señoritas donde ejerció de maestra, Herculine disfrutaba lo que Foucault llama "limbos felices de una no identidad". Solapada, protegida en un ámbito donde se sentía diferente a las otras, donde ella era otra, aunque sin salirse de lo mismo: era el género único, un campo de exclusiva frecuentación femenina.

"Como mi infancia, una gran parte de mi juventud transcurrió en la calma deliciosa de las casas de religión."

Foucault comenta:

"Lo que ella evoca de su pasado son los limbos felices de una no identidad, que protegería paradójicamente la vida en esas sociedades cerradas, estrechas y cálidas, donde se experimenta una felicidad rara, a la vez obligatoria y prohibida, de no conocer sino un sólo sexo, lo que permite acoger las gradaciones, las transparencias, las penumbras, los coloridos cambiantes.

Herculine no ansiaba en particular ser hombre o mujer. No se sentía, como algunos transexuales, una víctima aprisionada en el cuerpo equivocado. No era bisexual. Según Foucault, vivía dentro de un sexo único: "Un sujeto sin identidad con un gran deseo por las mujeres".

"La intensa monosexualidad de la vida religiosa y escolar sirve para revelar los tiernos placeres que descubre y provoca la no identidad, cuando ella se pierde en medio de todos esos cuerpos parecidos... Todo ocurría en un mundo de impulsos, de placeres y de penas, de tibiezas, de dulzuras, de amarguras, donde la identidad de un participante y sobre todo la del enigmático personaje en torno al cual todo se urdía, careciera de importancia; en ese mundo flotaban en el aire sonrisas sin dueño... Y ella, él, muchacho-muchacha, masculino-femenino de identidad imposible, no es nada más que aquello que ve y pasa, por la noche, en los sueños, los deseos y los temores de cada uno."

Criatura sin nombre, criatura de sombra, dama duende (para recordar el título de una comedia de Calderón), su final trágico es un sacrificio gratuito que ella asume como propio y contribuye con su libra de carne, el sacrificio de su cuerpo al dispositivo binario, excluyente, de los géneros.

Ella juega a favor de su ambigüedad hasta que cae en la trampa de la subjetivación. responde a un deber inculcado que la lleva a obrar como ente moral. "No se puede ocultar la verdad al confesor.' El obispo confesor la precipitó al abismo de su desgracia al encomendar ese catastrófico -para ella- pronunciamiento experto.

El médico decidió la preponderancia masculina en los genitales de Herculine y la excluyó del género en el cual se había criado. Se rectificó su estado civil y su nombre pasó a ser Abel Barbin.

Nada la había preparado para ese nuevo destino, de modo que su competencia, adquirida en años de aprendizaje como niña y joven doncella, se desvanecía. Fue incapaz de sobrevivir fuera de las instituciones donde había aprendido, enseñado y amado. En vez de trabajo, afecto y gratificaciones, obtenidos a través de su educación de mujer, como hombre encontró desempleo, soledad, y apenas un contacto fugaz con prostitutas. Liquidada la relación comercial, ellas se le apartaban con asco:

"Entre esas mujeres envilecidas que me han sonreído, que me han hecho rozar sus labios con los míos, ni una sola, sin duda, ha dejado de retirarse avergonzada ante el calor de mis abrazos, como al contacto de un reptil."

Privada de recursos propios para jugar con éxito en el campo laboral y afectivo, se le impuso desde fuera una identidad. En lo interno estaba desprovista para afrontarla. Las prostitutas, frías, comerciales, extrañas a ella y a su mundo de muchacho/muchacha, la transforman en un reptil, objetivada, con la cualidad fría de un monstruo repugnante.

Ha perdido el lugar que había sido el suyo por crianza y formación.

"Mi lugar no estaba marcado en ese mundo que huía de mí, que me había maldecido."

Su anhelo de felicidad se convierte en el peor de los crímenes:

"Mi imaginación estaba agitada sin descanso por el recuerdo de sensaciones (de atracción) recién despertadas en mí, y que llegaba a reprocharme como si se tratara de un crimen."

La moral religiosa, las costumbres de su medio, la obligatoria identidad legal, son factores que juegan contra ella, ante los cuales no puede defenderse, porque ella misma comparte esos criterios valorativos y se autoacusa. "Maldecida", condenada por las personas de su medio, lo es también por el orden divino. Y ella acepta esa condena.

"¿Dónde encontrar la fuerza para declarar al mundo que yo usurpaba un lugar, un título que me prohibían las leyes divinas y humanas?"

Y Foucault: "La fecha, por lo pronto. Hacia los años 1860-1870, se está justamente en una de esas épocas en que se practicó de un modo más intenso la busca de identidad en el orden sexual; sexo verdadero de los hermafroditas, pero también identificación de las diferentes perversiones, su clasificación, su caracterización, etc; para abreviar, el problema del individuo y de la especie en el orden de las anomalías sexuales."

Los expedientes medicolegales, Question d' identité, Question médiolégale d'identité, designan el sexo cierto de Herculine-Adelaide Barbin, o Alexina Barbin, o aun Abel Barbin, designado en su propio texto bajo el nombre sea de Alexina, sea de Camila.
"Uno de los héroes desgraciados de la caza a la identidad."

Policía política de las instituciones: en 1869 el artículo 175, que castigaba el sexo entre hombres, fue introducido en el Código Penal de Prusia y enseguida después en el Código Penal del Imperio Alemán, que venció a Napoleón III en Sedan (1870).

Cuestión de identidad, cuestión de perversión: el engaño en cuanto al verdadero sexo es un crimen. Y el verdadero sexo dictamina cuál ha de ser el deseo heterosexual compulsivo de cada uno.

Durante el siglo XVIII se llamaba libertino al individuo que se excedía en sus placeres. Pero el siglo XIX lo llama perverso. Ese encasillamiento medicolegal lo convierte en desviante, enfermo, sus practicas pasibles de castigo.

No puedo dejar de citar unas palabras de Herculine que me da la impresión podrían haber sido escritas por Lautréamont.

Ella monologa:

"¡Ve, maldito, continúa tu tarea! El mundo que invocas no estaba hecho para ti. Y tú no estabas hecho para él. En ese vasto universo, donde tienen cabida todos los dolores, tú buscarás en vano un rincón donde albergar el tuyo, que mancha y trastorna todas las leyes de la naturaleza y de la humanidad. El hogar familiar te está vedado. Tu vida misma es un escándalo que haría enrojecer a la joven virgen y al tímido adolescente."

Herculine Barbin e Isidore Ducasse, quien escribió Los cantos de Maldoror bajo el seudónimo de Conde de Lautréamont, son contemporáneos. Herculine nació en 1838, Ducasse en 1846. Herculine murió en 1868 (a los 29 años). Ducasse en 1870 (a los 24). Ambos recibieron una educación equivalente, están ambos en París al mismo tiempo, y escriben allí, la una sus recuerdos, el otro su obra poética.

Isidore Ducasse nació en Montevideo y viajó por primera vez a Francia en 1859. En el sur, de cuya región procedían el padre y la madre, fue alumno interno del Liceo Imperial de Tarbes desde 1859 a 1862. Fue luego alumno interno del Liceo Imperial de Pau de 1863 a 1865. La estadía en Pau nos vale un testimonio de primer orden: son las declaraciones de un ex condiscípulo, quien, a sus 81 años, en 1927. recuerda:

"Veo todavía a ese joven alto y flaco, la espalda un poco inclinada, el tinte pálido, los cabellos crecidos cayendo al sesgo sobre su frente, la voz con gallos, tornadiza. Su fisonomía no tenía nada de atractivo.'(4)

Se diría un retrato de Herculine Barbin. en su estado inter­sexual de transición enigmática.

"Estaba de ordinario triste y silencioso, y como replegado en sí mismo... llegaba a pasar horas enteras, los codos apoyados sobre el pupitre, las manos en la frente, los ojos fijos sobre un libro clásico que no leía; se veía abismado en una reverie."

De esta ensoñación solitaria y grave, de este repliegue, nacerá la persona de Maldoror. el protagonista de los Cantos, que se pasea, a través de episodios que despliegan su inveterada tendencia y la subrayan de un modo enfático. La tendencia alcanza su último resplandor en un aura reminiscente de Sade.

La fantasía de Maldoror no se detiene en la mera satisfacción u orgasmo, sino que, trabajada por un ansia siempre insatisfecha, no sólo penetra al objeto deseado y lo pulveriza, sino también maldice al Creador de un mundo en que él, sin comerla ni beberla, se ve gobernado por una tendencia que a su vez las leyes divinas y las costumbres humanas prohíben. El creador no puede ser bueno si atiza para él tal infierno. No hay justicia en el universo. Sólo un sentido interno de la justicia lleva a Maldoror a atacar sin pausa tanto al creador como a los hombres.

Su proyecto, equivalente al de Sade, pretende dejar al desnudo la tendencia erótica y desarrollarla más allá de cualquier límite, sin concesiones, consistente y rigurosa. Si es una tendencia criminal, tanto peor, o tanto mejor. Cuanto más absolutamente prohibida por el mandamiento de la virtud, explotará con mayor furia, arrasando supuestos valores o desvalores.

Al principio es un misterio en forma de mirada, un misterio que nos concierne como la clave de nosotros mismos, lo que siempre con variantes deseamos, una cifra de lo que somos, nuestro yo más profundo, en la extrañeza de lo que nunca es del todo nuestro. Maldoror bebe en los ojos de otro, el condiscípulo liceal de Isidore, Dazet, nombrado con su propio apellido como objeto amoroso en la primera edición, de 1868, del Canto I, y sustituido, en la edición de 1869, por el "pulpo con ojos de seda".

A partir de la atracción de la mirada de seda, Maldoror despliega la tendencia, frustrada en su fin inmediato (Dazet le rehúye). La frustración ante el apartamiento del condiscípulo Dazet por el malentendido de una palabra, según construye en los Cantos, lleva a Maldoror ante un interlocutor más vasto. En lugar del amado ausente y tal vez desaprensivo, le habla al océano, vale decir a la creación entera, y enseguida, directamente, al creador.

Su impulso colérico reconoce dos vertientes. En el plano físico, la fantasía de los Cantos arremete contra criaturas rubias y delicadas, adolescentes casi siempre del sexo masculino. En el plano de la invectiva, arremete con sarcasmo contra el creador, y contra los hombres, que sofocan la tendencia con leyes hipócritas.

(sigue)


Notas:

(1) París. Gallimard. 1978, 1993.

(2) New York, Random Housc. 1980.

(3) ThomasLacqunit,/.«(-««iffaíf/oViAr/ííxi?. Valencia. Ciicdra, 1990. pp. 219-220. 17M72.

(4) Testimonio de Paul L«pcs, citado en "Níirc* muir une vi<- it'Iskloic Ducasse ct de ses ¿ctiis*. «n Lauíréamont. CF.uvrts Comfrlrin ¡t'liidorr Dueatit. París. Le Li"tc de I'othe. 1963. pp. 21-24.

 

*Extractos del libro de ensayo de Roberto Echavarren, Fuera de género. Criaturas de la invención erótica (Editorial Losada Bs As, 2007).

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