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Amir Hamed
ISSN 1688-1672

 



BUONARROTTI, MIGUEL ÁNGEL - FALSIFICACIÓN -

Capturan a Miguel Angel*

Carlos Rehermann

Pues sí, Miguel Angel, sólo por ganarse el pan, falsificaba antigüedades. Resulta cómico que la restauración de sus frescos de la Capilla Sixtina haya provocado revuelo alrededor, justamente, del concepto de autenticidad


Pocos habrán dejado de notar que Miguel Angel Buonarrotti era un avispado falsificador. Tras hábiles interrogatorios, los investigadores lograron arrancar una confesión al malviviente. El individuo, con numerosos antecedentes, actuaba bajo las órdenes del poderoso traficante Lorenzo de Médicis, alias El Magnífico, quien resultó ser el autor ideológico de los fraudes. El amoral -reconocido pederasta- realizó una escultura que enterró en suelo ácido, dejándola permanecer allí durante varios meses, hasta que la pieza adquirió el aspecto de antigüedad carcomida por el tiempo.

Conocida esta incalificable aberración, algunos testigos se presentaron voluntariamente a declarar, sosteniendo que habían presenciado personalmente cómo el delincuente rompía los dientes de una estatua que él mismo había realizado, con la intención de hacerla pasar por una pieza antigua.

Pues sí, Miguel Angel, sólo por ganarse el pan, falsificaba antigüedades. Resulta cómico que la restauración de sus frescos de la Capilla Sixtina haya provocado revuelo alrededor, justamente, del concepto de autenticidad. La restauración consistió en la remoción de las películas de barniz que el artista o alguno de sus empleados aplicaron sobre los frescos una vez terminada la obra. Luego de sacar el barniz, las pinturas quedaron expuestas a los ojos del público con una luminosidad, un brillo cromático y un contraste deslumbrantes. Millones de turistas corrieron a las agencias de viajes a reservar asientos en los vuelos a Roma, ansiosos por ver lo que nadie, desde Miguel Angel, había visto.

Pero nunca falta un erudito que sólo busca acaparar la atención de la televisión: ya salieron algunos a decir que el barniz opacaba y amortiguaba porque el artista así lo quiso, y si bien el tiempo pasado desde entonces había aumentado ese oscurecimiento y esa amortiguación de los brillos y los contrastes, nadie estaría más satisfecho con ese efecto que el propio pintor.

El caso es que los pintores del Renacimiento querían pintar como los legendarios Apeles y Zeuxis, y no sólo eso, sino que aspiraban a que sus obras parecieran haber sido pintadas por aquellos griegos. Valoraban por sobre todas las cosas la antigüedad de las obras clásicas, y por ello idearon numerosos procedimientos para deteriorar artificialmente sus obras para que parecieran inmemoriales. Por ese motivo aceptó Miguel Angel enterrar su escultura para El Magnífico, o romper los dientes de otra. Por ese motivo Miguel Angel y otros pintores aplicaban gruesas capas de barniz sobre sus pinturas, sabedores de que los aceites empleados se oscurecerían con los años, delatando así la edad de sus obras, y en ocasiones adelantándose cronológicamente a ella.
Leonardo presenta, en su tratado sobre la pintura, algunas recetas para producir craqueluras artificiales, y enseña a preparar diversos tipos de barniz, con grados diferentes de opacidad y capacidad de filtración, según la edad que debería representar la obra tratada.

Así es que el temor por perder el aspecto original de los frescos de Miguel Angel produjo justamente el efecto temido: falseó la intención del autor. El artista quería que su obra se percibiera a través de la bruma del tiempo, que más que verse, se sospechara su maestría, que doliera el corazón de quien lo contemplaba, por causa de saber que ya no hay nadie capaz de hacer semejantes maravillas; y que, en el caso que lo hubiera, se trataría de maravillas nuevas, sin la enjundia que el tiempo le ha otorgado a las suyas.

* Publicado originalmente en Insomnia, Nº 61

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