BUONARROTTI, MIGUEL ÁNGEL - FALSIFICACIÓN
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Capturan
a Miguel Angel*
Carlos
Rehermann
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Pues sí, Miguel Angel, sólo por ganarse
el pan, falsificaba antigüedades. Resulta cómico
que la restauración de sus frescos de la Capilla Sixtina
haya provocado revuelo alrededor, justamente, del concepto de
autenticidad |
Pocos habrán dejado de notar que Miguel Angel Buonarrotti
era un avispado falsificador. Tras hábiles interrogatorios,
los investigadores lograron arrancar una confesión al
malviviente. El individuo, con numerosos antecedentes, actuaba
bajo las órdenes del poderoso traficante Lorenzo de Médicis,
alias El Magnífico, quien resultó ser el autor
ideológico de los fraudes. El amoral -reconocido pederasta-
realizó una escultura que enterró en suelo ácido,
dejándola permanecer allí durante varios meses,
hasta que la pieza adquirió el aspecto de antigüedad
carcomida por el tiempo.
Conocida esta incalificable aberración, algunos testigos
se presentaron voluntariamente a declarar, sosteniendo que habían
presenciado personalmente cómo el delincuente rompía
los dientes de una estatua que él mismo había realizado,
con la intención de hacerla pasar por una pieza antigua.
Pues sí, Miguel Angel, sólo por ganarse el pan,
falsificaba antigüedades. Resulta cómico que la restauración
de sus frescos de la Capilla Sixtina haya provocado revuelo alrededor,
justamente, del concepto de autenticidad. La restauración
consistió en la remoción de las películas
de barniz que el artista o alguno de sus empleados aplicaron
sobre los frescos una vez terminada la obra. Luego de sacar el
barniz, las pinturas quedaron expuestas a los ojos del público
con una luminosidad, un brillo cromático y un contraste
deslumbrantes. Millones de turistas corrieron a las agencias
de viajes a reservar asientos en los vuelos a Roma, ansiosos
por ver lo que nadie, desde Miguel Angel, había visto.
Pero nunca falta un erudito que sólo busca acaparar la
atención de la televisión: ya salieron algunos
a decir que el barniz opacaba y amortiguaba porque el artista
así lo quiso, y si bien el tiempo pasado desde entonces
había aumentado ese oscurecimiento y esa amortiguación
de los brillos y los contrastes, nadie estaría más
satisfecho con ese efecto que el propio pintor.
El caso es que los pintores del Renacimiento querían pintar
como los legendarios Apeles y Zeuxis, y no sólo eso, sino
que aspiraban a que sus obras parecieran haber sido pintadas
por aquellos griegos. Valoraban por sobre todas las cosas la
antigüedad de las obras clásicas, y por ello idearon
numerosos procedimientos para deteriorar artificialmente sus
obras para que parecieran inmemoriales. Por ese motivo aceptó
Miguel Angel enterrar su escultura para El Magnífico,
o romper los dientes de otra. Por ese motivo Miguel Angel y otros
pintores aplicaban gruesas capas de barniz sobre sus pinturas,
sabedores de que los aceites empleados se oscurecerían
con los años, delatando así la edad de sus obras,
y en ocasiones adelantándose cronológicamente a
ella.
Leonardo presenta, en su tratado sobre
la pintura, algunas recetas para producir craqueluras artificiales,
y enseña a preparar diversos tipos de barniz, con grados
diferentes de opacidad y capacidad de filtración, según
la edad que debería representar la obra tratada.
Así es que el temor por perder el aspecto original de
los frescos de Miguel Angel produjo justamente el efecto temido:
falseó la intención del autor. El artista quería
que su obra se percibiera a través de la bruma del tiempo,
que más que verse, se sospechara su maestría, que
doliera el corazón de quien lo contemplaba, por causa
de saber que ya no hay nadie capaz de hacer semejantes maravillas;
y que, en el caso que lo hubiera, se trataría de maravillas
nuevas, sin la enjundia que el tiempo le ha otorgado a las suyas.
* Publicado
originalmente en Insomnia, Nº 61
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