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ISSN 1688-1672

 



ECHAVARREN, ROBERTO - YO ERA UNA BRASA -

Día de guardar

Ercole Lissardi

La novela de Echavarren no sólo trasciende al género literario que toma como punto de partida –la novela testimonial– sino que despliega, con una facilidad demasiado parecida a la magia, el abanico de todas las poéticas que son capaces de bailar en esa cabeza de alfiler que es la creatividad humana

La fecha de publicación de Yo era una brasa es un día de guardar en el raquítico calendario de la literatura uruguaya. La primera gran novela sobre la negritud uruguaya: escrita por un blanquillo lechoso, de los que se ponen colorados con el primer sol. Estoy seguro de que nuestra comunidad negra la va a leer como un invalorable homenaje, como una exuberante demostración de la posibilidad –a pesar de todo- de la empatía entre las razas. El eje de la novela es el itinerario vital de Lola, que cruza casi de punta a punta el siglo veinte. Pero la constelación de anécdotas no es más que el trampolín para alcanzar ese rincón remoto, allá entre las estrellas, al que van a parar las memorias y los sueños, y en el que, misterio de misterios, las peripecias de la subjetividad se convierten en la sal de los mitos.

Nadie mejor equipado que Roberto Echavarren (poeta, ensayista, novelista) para encarar literariamente a esa, la más humana de las mutaciones, quintaesencia de las que Ovidio recopilara en su biblioteca. La constelación de anécdotas, que la memoria devuelve a la anciana como restos del feliz naufragio de su vida, resume todos los colores de la sensibilidad, la imaginación y el deseo. Desde el sueño de los orígenes, cuando inventa al jefe masai Orejas-Largas-Decoradas, gran cazador de leones; al delicado patetismo, cuando recuerda el fin de su amiga Yolanda o el de la vecina que se enganchó con la droga; a la peripecia marktwainesca, cuando con el Raposa desciende a una mina inundada; a la narración de una gran zapada de base candombera y, sobre todo, una y otra vez, a la deliciosa picaresca desestructuradora de las nociones de género, marca de fábrica del producto Echavarren, cuando recuerda al travesti costurera, o cuando recuerda el destino del Manduca, o sus amores con el pardo Aída, pero sobre todo cuando trasvestida en gauchito lleva sus amores con el peón Tomás Diago, o cuando de muchacha, interna en un asilo, fungió como esclava de Marlena, la mandamás marimacho, la memoria de Lola es una especie de aleph en el que convergen todas las formas y maneras de la imaginación.

La novela de Echavarren no sólo trasciende al género literario que toma como punto de partida –la novela testimonial– sino que despliega, con una facilidad demasiado parecida a la magia, el abanico de todas las poéticas que son capaces de bailar en esa cabeza de alfiler que es la creatividad humana. Semejante proyecto abarcador, semejante estallido es inédito en nuestras letras tan dadas a repasar y repasar un mismo trillo (sea el onettiano, o el felisbertiano, o el benedettiano, o, ahora, el levreriano, o el que sea, pero siempre el mismo, hasta la náusea). Con Echavarren, con Yo era una brasa, las letras uruguayas descubren que en literatura no sólo todo es posible, sino que, además, todo está siempre por hacerse.
 

* Publicado originalmente en www.montevideo.com.uy en mayo de 2009.

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