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Hace unos cuantos años
(ignoro cómo funciona
ahora la máquina)
la microinteracción
libidinal en cierta (cualquier
ciudad del interior, calculo) había dispuesto la verificación
de una vieja observación de sociólogos y antropólogos:
para el varón céntrico y relativamente bien posicionado,
las mujeres se agrupaban nítidamente en "pa' queré"
y "pa' cogé", "en serio" y "en
joda", deber y placer,
espíritu y carne, Catherine Deneuve y la Coca
Sarli. La muchacha con quien me casaré, la atorranta
con la que me divierto, gozo y amasijo.
Sus territorios se diferenciaban.
Por un lado, la familia, el zaguán, el living, el cine,
el baile céntrico, las largas caminatas por lugares estilísticamente
afines, la soledad de la pareja ante la asombrosa extensión
del mundo. Por otro, gótico
backstage, el baile de la escuela, los amigotes, el alcohol,
el suburbio, el quilombo. Butterflies and moths, Alejandro
Lerner y Los Linces.
Los registros culturales
y socioestilísticos del amor
se obstinan en cargar antiguos malentendidos tribales.
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"Como
quisiera decirte
algo que llevo aquí dentro
clavado como una espina"
El viejo hit suburbano de Los Linces (o
Los Cuatro Soles, o Los Angeles Negros, no recuerdo), dice más o menos lo
mismo cuando canta:
"Hay algo que te quiero decir
y no me animo"
Es el amor en el juego
de la estratificación social y cultural. Lerner declara
un amor concheto que, paradójicamente ha neutralizado su
escritura, la ha vuelto coloquial,
llana, desretorizada. Es la última figura del travesti:
la naturalidad. Lo espontáneo indicado en una retórica
de la neutralidad, una retórica del camuflaje.
En el mismo territorio
en el que Lerner se esconde, Los Linces trasvisten la canción
y muestran al mutante.
Saturan el espacio con metáforas
modernistas y románticas, con metáforas cultas,
ya lexicalizadas, muertas, congeladas por un uso y una cultura
("eres mi luz, mi
lucero").
Así, exhiben trágicamente el esfuerzo de la propia
escritura y el
gesto de escribir, de la
misma manera que exhiben el gesto de la tragedia
en la voz aguda y vacilante del cantante, como en una opereta:
canto, recito, murmuro, me quejo. Oh, amor, mira lo que me haces
hacer (Psychokiller). El cantante de Los Linces,
recalentada la máquina del amor, desborda el hiperfuncionamiento
afectivo en un torrente de escritura
y gestualidad retórica. El órgano, en un continuo
de acordes, parece encontrar una voz musical para la obsesión,
para el clima incesante del amor injusto, insuficiente, irresuelto.
Es una verdadera somatización del amor.
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Lerner, en cambio, se contiene.
Administra profesionalmente una gestualidad que debe ponerse al
servicio del buen juego social. Un amor urbano, céntrico,
estudiantil, que ve en la elocutio un simple procedimiento
ornamental, histérico y falso, de gusto dudoso. Libre de
ornato, el amor debería ser capaz de aparecer en sus formas
más puras y auténticas. La compañera de estudios,
la compañera de trabajo, la vecinita de enfrente, esperan,
posiblemente, esa autenticidad, ese milagro, ese verosímil
que las enamore y las conquiste,
de una vez y para siempre.
No creen sino en un amor
que tiene la necesidad de arbitrar y minimizar el juego de su
puesta en escena. No creen en la serenata con laud, en las amenazas
de sucidio. No creen si comparo sus labios con rubí o rosa.
No creen cuando el zíngaro, en una descriptio
actuada por la voz, el timbre, la tonalidad y la melodía
misma del Stum und Drang, ofrece todo el sentido trágico,
falso e inútil en una escritura
de la belleza.
"La noche se metió en tu pelo.
La luna se metió en tu piel.
y el mar se puso celoso,
y hurtó de tus ojos
su mejor color"
Sandro sabe que no hay método
más medido que el exceso, que no hay recurso más
exacto que la mimesis (mimetizarse con la técnica mimética
de una escritura mimética, donde el pelo, la piel y los
ojos de la amada, anteriores al mundo, solamente son simulables
por la mampostería de la noche, la luna y el mar) para mostrar la forma sádica
que tiene lo bello (lo amado) de no ser más que figura,
metáfora y decorado. Especie de acción antihusserliana
para escenificar la ausencia absoluta de un eidos, de una
positividad, de the real thing. Todo es metáfora,
pues nada lo es -zoom invertido donde el afiche de Pulydor muestra
a personas que bailan alrededor del afiche de Pulydor que muestra
a personas que bailan alrededor del afiche de Pulydor que muestra,
etc.- imagen misma de lo
real que huye y se pierde en la corriente perpetua de la escritura. Sandro, obrero
de la desconstrucción, crítica la metafísica
de la presencia.
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La economía adulta
y urbana del amor pasó (y
pasa) por una verdadera
administración de los recursos y la energía. Una
especie de gimnasia invaginada donde la ausencia de discurso puede
funcionar, negativamente, para indicar vida interior rica, compleja,
contenida. Es el orden religioso de psico.
La economía del amor es, literalmente, aquello que no puedo
decir, que no me animo. Aquello que guardo y contengo y
termino por convertir en mi santuario privado, en mi adentro.
Aquello que estan hermoso e importante que cualquier intento de
decirlo (escribirlo) de hacerlo materia, comporta un
falseo, una trivialización.
El amor apolíneo
es menos un mensaje del alma que del espíritu. Su vida
es un vacío (de cuerpo,
de lenguaje, de pose),
una nada. Solamente en esa nada se puede prosperar. Su escritura
lo acompaña, con un vacío estilístico. Antes
nuestra cultura creía que las grandes cosas requerían
grandes estilos, inolvidables
palabras. Hoy tiende a hacer creer que las grandes cosas necesitan
más bien escrituras neutras, traslúcidas, invisibles.
"(...)
tu manera de mirar,
que me lo dice todo sin hablar"
"Sin" (sin hablar, sin posar, sin tocar), es la abolición del azar,
la circunstancia más allá de toda circunstancia,
la condición incondiconal que el amor espiritual exige
para abrazar (para decir) "todo". El amor es el
Todo que conquisto a través de una técinica del
vaciamiento -de lo que no hago, de lo que no escribo, de lo que
no puedo, de lo que no debo, de lo que no me animo. Es el amor
cristiano, la renuncia, la escritura
en el vacío.
Luego, también
el amor moderno (modern
love) agrega
una inteligibilidad, una legibilidad en voz baja, introspectiva,
un abismarse en una interioridad, en una psicología. La
condena para la gestualidad corporal obscena del discurso amoroso,
es un descenso en la escala zoológica ("Los
Linces", una etología del amor, las cámaras
de la National Geographics en la puerta del canyengue;
chuponear, manosear, quedar embarazada, tener hijos: un asunto
de mamíferos superiores).
El niño Raphael
juega paradójicamente con la inversión de esa técnica:
cuando el enunciado Te amo,
más frases adverbiales de circunstancia (en
el silencio, en la guerra, en la paz, en la distancia, en la cercanía,
etc) se repite al
infinito, encuentra una manera fatigosa, retóricamente
saturada, de ficcionalizar la nada donde el amor moderno confiesa
su imposibilidad y calla: mi amor está más allá
del lenguaje, del
mundo, de la historia,
de la circunstancia. Exactamente al revés que Lerner, que
no dice nada para sugerir todo, el niño dice todo,
para indicar la nada.
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En Los Linces,
en Raphael o en Sandro hay una confianza basal en el discurso
y en el cuerpo. No puedo decirlo,
pero puedo simularlo, puedo somatizarlo con una retórica,
con una gestualidad, con una escritura.
Aquello que el cantante de Los Linces no dice, o no puede
decir, reaparece implacablemente en lo que nuestro buen juego
cultural denomina síntoma histérico, en el pathos
de una melodía, en el espesor trágico de una voz,
en la tristeza convencional de los arreglos instrumentales, en
el barroco terraja
de una escritura que abraza literalmente
el todo, no a través del vaciamiento, sino de la sobresaturación.
Este amor es la voz
del alma y de la vida encarnada -no del espíritu. Es la
fiesta hormonal, la danza del apareamiento: el baile suburbano,
el espacio microscópico del amasijo, del cara a cara,
del cachete contra cachete -complicada arquitectura maquínica
de la proximidad y la saturación que no deja espacio para
ejercer un amor apolíneo, un amor moderno.
Pesa una condena sobre
el loveresse, el lenguaje del amor. Lerner y el amor urbano
lo convierten en Usprache, una forma universal, anterior
a toda forma histórica del lenguaje. Los Linces
sostienen que es una forma hipertrofiada y barroca, intracultural,
de las máquinas discursivas, un melaceo que juguetea sobre
las culturas y los estilos,
para componer la figura final de una glosolalia que endulza los
oídos, no por ser anterior, primordial e innombrable, sino
por ser posterior a las culturas, su depósito, su residuo.
* Publicado originalmente en la República
de Platón Nº 21
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