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Amir Hamed
ISSN 1688-1672

 



ASESINOS  - ASESINOS SERIALES - EL DESTRIPADOR (THE RIPPER), JACK -


Jack el destripador, el monstruo de Londres*

Gabriel Pombo

¿Fue el verdadero Jack the Ripper un criminal bromista, un guasón que enviaba cartas confeccionadas de mano propia a los periódicos, a la policía, e incluso a ciudadanos particulares, a través de las cuales alardeaba acerca de sus nefastas hazañas?


Los crímenes


En las postrimerías del siglo XIX, Londres capital de Inglaterra, se erigía como la metrópoli del mayor imperio mundial de esa época. La zona más paupérrima de la gran urbe la conformaban los barrios bajos del sector este londinense, el llamado "East End". Este último era considerado un ámbito marginal en abierta oposición al "West End" donde se congregaba la clase alta inglesa. Dentro del territorio del East End se ubicaba el distrito de Whitechapel (Capilla blanca) con sus barrios pobres y conflictivos. Este sector de la ciudad configuró el terreno que sirvió de coto de caza durante un muy restringido período, desde agosto hasta noviembre, durante el otoño europeo del año 1888, a un asesino serial que mató y mutiló con insólito ensañamiento al menos a cinco mujeres.

La primera víctima "oficial" e indiscutida del Jack el Destripador la constituyó Mary Ann Nichols, conocida en su ambiente con el apodo de "Polly". Su mutilado cadáver fue descubierto cerca de las 3 y 45 de la mañana del 31 de agosto de 1888 por el Agente John Neil mientras cumplía su patrullaje de rutina por la zona de Bucks Row. En este caso llamó la atención la escasa cantidad de sangre percibida a su alrededor y lo seco que estaban su cuerpo y sus ropas pese a la lluvia que había caído en la noche del crimen.

El segundo homicidio incuestionable de esta vesánica saga tuvo efecto el sábado 8 de setiembre de 1888, en cuya madrugada el cadáver de Annie Chapman de cuarenta y siete años, a quien sus allegados llamaban "Annie la Morena", fue hallado frente al patio trasero de una casa de inquilinato sita en el número 29 de la calle Hanbury, lugar frecuentemente utilizado por las meretrices para ejercer el comercio sexual. La desdichada era de baja estatura, obesa, y sufría los estragos de una enfermedad pulmonar tan avanzada que el médico examinante dejaría constancia de que la occisa estaba destinada a fallecer en los próximos meses a consecuencia de ese mal por más que no hubiera entrado en escena su victimario.

Los homicidios números tres y cuatro de la serie tuvieron lugar durante la madrugada del 30 de setiembre de aquel fatídico año, y estuvieron separados por un lapso de menos de una hora. La mujer de cuarenta y cinco años y origen sueco apodada "Long Liz", a la cual se la conocía como Elizabeth Stride por su nombre de casada, fue encontrada muerta con el característico profundo corte inflingido de izquierda a derecha en su cuello. Su cuerpo exánime yacía tendido en un oscuro pasaje próximo a la entrada de un club político emplazado en la calle Berner. Según toda la apariencia, esta vez el asesino no dispuso de tiempo suficiente para saciar su sed mutiladora, tal vez al ser interrumpido por la presencia de un ocasional transeúnte.

¿Y qué había sido del criminal entre tanto? Sabemos que salió prestamente en busca de una nueva víctima con la cual saciar su frenesí mutilador, sin reparar en los crecientes riesgos de ser atrapado. Tras su primer ataque el psicópata se toparía con Catherine Eddowes, de cuarenta y tres años, eliminándola con más saña aún que la empleada en las situaciones anteriores. También aquí el inicial acto homicida consistió en el clásico corte profundo inferido de izquierda a derecha en la garganta de la occisa. A escasas cuadras del escenario fatal se localizó sobre la vereda un trozo de delantal empapado en sangre perteneciente presuntamente a esta difunta. En la pared frente a donde se había arrojado la prenda se leía una inscripción trazada con tiza cuyo texto contenía la extraña alusión a que los judíos serían los hombres a los que no se culparía de nada.

Una vez apagados los ecos de aquel fatídico 30 de setiembre la prensa arreció concediendo gran difusión al tema de los asesinatos el cual pasó a ser tapa de portada en la mayoría de los casi doscientos periódicos que se publicaban en el país. Por si algo le faltaba a la trama ahora había adquirido estado público el mote del hasta entonces anónimo matador. No cabe dudar que de no haber sido por el inspirado nombre con que ese asesino se bautizó a sí mismo -o fue bautizado por otros- sus crímenes, pese a lo espantosos que fueron, habrían quedado relegados al olvido. A su vez, parecía estarse operando un intervalo. No se sumaban nuevos crímenes. El culpable parecía replegarse y descansar. Ningún homicidio con su sello se verificó durante el mes de octubre de 1888 en Whitechapel y tampoco en el resto de Inglaterra.

El despliegue policial no tenía precedentes. Se requisaron las casas, tabernas y pensiones del distrito. Lo miembros civiles del Comité de Vigilancia cooperaban patrullando día y noche por las calles más peligrosas. Los afiches con el texto y la letra de las cartas que presuntamente Jack había enviado se reproducían en las comisarías y en distintos lugares de la vía pública. Hasta se había llegado a recurrir al uso de perros sabuesos. Se volvía evidente que la cacería se hallaba en pleno apogeo. ¿Presintiendo su aprehensión, se habría acobardado Jack el Destripador? ¿Cambiaría al menos de escenario buscando uno menos riesgoso donde proseguir sus ataques? Pronto la población saldría de dudas.

Así fue que en los primeros días de noviembre de aquel año toda Gran Bretaña se vería estremecida al enterarse que había tenido efecto uno de los asesinatos más horrorosos e indignantes de sus anales criminales. La orgía de sangre desatada por el psicópata llegaría a su paroxismo con el crimen de la más joven y atractiva de sus víctimas, Mary Jane Kelly de 25 años, a la cual literalmente descuartizaría dentro del estrecho interior de una miserable chabola sita en el número 13 de Miller´s Court durante la madrugada del 9 de noviembre del trágico otoño de 1888. "¡Parecía más la obra de un demonio que de un hombre!", habría exclamado Mr. John Mc Carthy, casero de la infortunada inquilina, al deponer en el sumario subsiguiente, dejando constancia de la terrible impresión que le produjo el hallazgo que estremeció incluso a los más endurecidos policías que concurrieron a la tétrica habitación.

Jack. El asesino mediático


¿Fue el verdadero Jack the Ripper un criminal bromista, un guasón que enviaba cartas confeccionadas de mano propia a los periódicos, a la policía, e incluso a ciudadanos particulares, a través de las cuales alardeaba acerca de sus nefastas hazañas? La policía de aquel entonces se vio literalmente bombardeada por cientos de mensajes cuyos signatarios proclamaban ser el matador de prostitutas de Whitechapel. El jaez de los escritos transcurría desde los cuales se dejaban seudo pistas para "colaborar" con la resolución del enigma hasta aquellos donde los remitentes transitaban desde la fina ironía hacia la burla torpe y del lenguaje soez a las amenazas morbosas.

Hasta el título de la taquillera película From Hell (Desde el Infierno) debe su procedencia a una de las más notorias y espeluznantes misivas que se mandaron en el curso de estos infaustos acontecimientos. Nos referimos a la que arribara el 16 de octubre de 1888 al domicilio de George Alkin Lusk, Presidente del llamado "Comité de Vigilancia de Whitechapel", creado a instancias de un grupo de comerciantes preocupados por los efectos nocivos que los crímenes provocaban en la zona. Menudo sobresalto sufriría el buen Mr. Lusk cuando al abrir la caja de cartón que a su casa le enviaron vio que ella guardaba la mitad de un riñón humano conservado en alcohol.

Junto con el horrible obsequio iba un recado escrito con letra irregular, tosca y plagada de errores gramaticales -que en esta transcripción se obvian- la cual decía: "…Desde el infierno. Mr. Lusk: Señor. Le envío la mitad del riñón que saqué de una mujer. La otra mitad la freí y me la comí, estaba muy buena. Puedo mandarle el cuchillo ensangrentado con que lo saqué sólo si espera un poco. Firmado. Atrápame si puedes. Mr. Lusk…".
 
Se tuvo en cuenta la autopsia sobre el cadáver de Catherine Eddowes. El fragmento fue llevado para su análisis al patólogo Dr. Thomas Oppenshaw quien ratificó el carácter humano del riñón en examen, concluyendo que había pertenecido a una mujer adulta de cuarenta años o más, afectada por enfermedades vinculadas al exceso de alcohol. Prevaleció la idea de que el trozo de víscera podía haber sido obtenido de una persona muerta a la que se hubiese realizado una autopsia y del cual un estudiante de medicina podría haberse apropiado para llevar a cabo una desagradable travesura. Contrario a esa posición era el Jefe de Policía de la City de Londres. Teniente Coronel Sir Henry Smith, quien se mostraba a favor de que ese lúgubre remito lo había hecho el asesino.

El primer mensaje veraz ligado con los crímenes del cual se posee conocimiento cierto fue mandado al máximo jefe de la policía inglesa, Sir Charles Warren. Data del 24 de setiembre de 1888, y allí el emisor se describe anunciando que: "…soy el hombre que cometió todos esos asesinatos…", y que quería entregarse porque las pesadillas lo torturaban, puesto que: "… si alguien viene a prenderme me rendiré, pero no voy a ir a la comisaría por mi mismo…". Culminaba sus líneas el dibujo de un cuchillo y debajo se proclamaba: "…Este es el cuchillo con que he hecho esos asesinatos. Tiene una empuñadura corta y una hoja larga de doble filo…".

Este primigenio comunicado se mantuvo oculto a la opinión pública porque las autoridades creyeron que se trataba de una tosca chanza. Pero llegaría el 27 de setiembre de 1888. Ese día la denominada "Agencia Central de Noticias" de Londres alegaría haber recibido una carta firmada por el homicida anunciando nuevos crímenes, y el día 29 de ese mes se la hizo llegar a la policía. El tenor de la luego famosa epístola relacionaba: "…Querido Jefe: Constantemente oigo que la policía me ha atrapado pero no me echarán mano todavía. Me he reído cuando parecen tan listos y dicen que están tras de la pista correcta. Ese chiste sobre Delantal de Cuero me dio risa. Odio a las putas y no dejaré de destriparlas hasta que me harte. El último fue un trabajo grandioso. No le di tiempo a la señora ni de chillar. ¿Cómo me atraparán ahora? Me encanta mi trabajo y quiero empezar de nuevo si tengo oportunidad. Pronto oirán hablar de mí y de mis divertidos jueguecitos. Guardé algo de la sustancia roja en una botella de cerveza de jengibre para escribir, pero se puso tan espesa como la cola y no la pude usar. La tinta roja servirá igual, espero, ja, ja. En el próximo trabajo le cortaré las orejas a la dama y se las enviaré a la policía para divertirme. Guarden esta carta en secreto hasta que haya hecho un poco más de trabajo y después tírenla sin rodeos. Mi cuchillo es tan bonito y afilado que quisiera ponerme a trabaja ahora mismo si tengo la ocasión. Buena suerte. Sinceramente suyo. Jack el Destripador…".


Catherine Eddowes, daba muestras de una rajadura en el lóbulo de su oreja derecha. El seccionamiento de ese órgano dio la impresión de no haber sido intencional sino una de las cuchilladas inferidas por el Destripador en su éxtasis frenético. Por eso no existe evidencia sólida de que de que siquiera se intentara rajarles las orejas a las víctimas para enviarlas "de regalo" a la policía. De lo que se infiere que la mención formulada en la célebre carta "Querido Jefe" a lo máximo podría reputarse como una mera coincidencia.

Podrá creerse que el auténtico maníaco no elaboró ninguno de los mensajes y que la integridad de los sucesos publicitarios se debieron a la inspiración de la prensa o de terceros movidos por las más variadas intenciones. Podrá también sostenerse que todo o, al menos, casi todos los actos mediáticos fueron autoría de una sola persona. La evidencia conocida y el sentido común rechazan esta postura. La tercera posibilidad radica en que algunos de los actos mediáticos resultaran creación del verdadero asesino. Esto no necesariamente equivale a aceptar que éste fuera el inventor de su tan mediático apodo criminal, sino que pudo limitarse a aceptar- quizás muy satisfecho- el alias que otros le fabricaron.

Jack. El asesino escritor

En el correr del año 1992, transcurridos ya más de cien años de cometidos los crímenes de Whitechapel, y cuando lentamente se iban extinguiendo los ecos producidos por un aluvión de publicaciones de libros y notas periodísticas que el centenario de aquel misterio concitara, otra noticia a su respecto vino a revolucionar el ambiente. Se dio difusión a un diario personal adjudicado a la pluma del mítico asesino secuencial de postrimerías del siglo XIX: Jack el Destripador. Este diario lucía escrito sobre las páginas de un álbum destinado a fotografías y postales al cual le faltaban varias de sus hojas iniciales.
Su posible redactor lo constituía un adinerado industrial algodonero que en su época residiera en la ciudad inglesa de Liverpool y que había fallecido bajo circunstancias confusas en el mes de mayo de 1889. Su nombre: James Maybrick.

La credibilidad que merecería este presunto diario íntimo fue puesta en tela de juicio ya desde el comienzo de ser desvelado su texto. ¿Se trató de una burda falsificación? O, por el contrario, ¿nos encontramos frente a un documento atendible y -por tanto- sensacional? El diario de Jack el Destripador fue publicado finalmente por la editorial Smith Gryphon Ltda en el año 1993 con un extenso comentario de la escritora Shirley Harrison contratada al efecto. En dicho libro se ofrece una ampliación de la espeluznante foto tomada al mutilado cadáver de la desgraciada meretriz donde un poco por encima del cuerpo yacente sobre la cama es posible apreciar con relativa nitidez una forma que semeja el perfil de una letra "m" mayúscula, y a la izquierda aunque no ya tan nítida, parecería haberse garabateado una consonante "f", también mayúscula.

Según narra el diario, la cónyuge del presunto autor -la hermosa y casquivana Florence Maybrick- fue la causa de los celos que incitaron la demencia homicida de James Maybrick, "f" y "m" constituían, pues, sus iniciales. Y tales iniciales son las que se pretende que el asesino dejó pintadas en sangre en la pared de aquella habitación antes de huir. En su supuesta confesión, el hombre habría hecho constar que la infortunada Mary Jane Kelly le traía recuerdos de su adúltera esposa. Los desconcertantes trazos sanguinolentos en forma de letras "f" y "m" estampados encima de aquel muro encartan una seria y válida interrogante. ¿Cómo en el diario fue posible hacer mención a estas iniciales si ninguna información de la presencia de tales letras se poseyó sino después de realizada la publicación del manuscrito en el año 1993?

Deviene igualmente bastante novedoso el terrible dato de que el asesino le arrancó el corazón a Mary Jane Kelly. Este hecho fue omitido de la lista interna confeccionada por la policía, y los médicos forenses actuantes fueron cautelosos al respecto y también lo callaron. Aparentemente, por ningún conducto se podía saber que el cadáver de aquella desgraciada difunta fue profanado de tan cruel manera pero, pese a todo, en el escrito se formula una mención al robo de ese órgano. Al llegar casi al final de su redacción se deja constancia: "…Esta noche rezaré por las mujeres que he asesinado. Que Dios me perdone los actos que cometí con Kelly, sin corazón, sin corazón…".

¿Quién fue James Maybrick, y qué "méritos" ostentó para ser postulado como un sospechoso muy potable? El destino comercial de este hombre sería el comercio algodonero. En 1887 se trasladó a Estados Unidos y fundó una agencia. Desde entonces dividía su tiempo en la atención de negocios en Gran Bretaña y Norteamérica. En 1880 durante uno de esos frecuentes viajes marítimos conoció a la joven Florence Chandler, de sólo diecinueve años. Aquella muchacha que sería su futura esposa era por demás atractiva, de cabellera rubia y cautivantes grandes ojos azules. Tras el casamiento la pareja pasó a residir en una mansión palaciega sita en la zona más coqueta y reservada de Liverpool, a la cual llamaron Battlecrease House donde disfrutaban de múltiples comodidades dentro de las cuales se incluía el servicio doméstico de criadas, mayordomos y jardineros.

Empero, ninguno de tales bienes y privilegios devendría suficiente para evitar la desgracia a recaer sobre la pareja debido a que la infidelidad haría irrupción en escena. La bella Florence encontraría un amante en la persona de un próspero comerciante vinculado a los negocios de su esposo, Alfred Brierley, hombre apuesto y adinerado de treinta y seis años. Si concedemos crédito a lo que dice el manuscrito, resultarían el dolor y la furia desatados al descubrir la infidelidad de su esposa lo que transformaría a James Maybrick de apacible y clásico burgués victoriano en un sanguinario asesino serial.

Estamos ante una historia con ribetes casi románticos: la pasión sexual irrefrenable, el amor propio herido del esposo engañado, la doble moral burguesa de la Inglaterra de aquella época. Todos esos conceptos confluyendo como si de piezas de un demencial rompecabezas se tratase. Aunque cabe preguntarse: ¿cuántos son los maridos de tiempos antiguos o modernos que tras descubrir la infidelidad de su pareja toman venganza matando a terceras personas? Esto parecería que es llevar la ausencia de motivaciones lógicas a extremos demasiado absurdos, aún en un caso de los más misteriosos y raros de la historia del delito como lo fue el de Jack el Destripador.

El texto del diario por fuerza debe calificarse como muy contradictorio, y el primer impulso que nace es el de negar la veracidad de su contenido y coincidir con quines opinan que se trata de un fraude bastante burdo. Algunos datos, empero, no aceptan fácilmente tan cómoda explicación y la polémica encendida desde el año 1993 - hace ya más de una década- prosigue en pie. James Maybrick, presumiblemente a su pesar, se ha convertido por obra y gracia del ingenio de los propulsores y beneficiarios del ya famoso diario en uno de los sospechosos más populares a ocupar el cargo de haber sido el tristemente célebre y elusivo "Jack el Destripador".

Jack. El asesino conspirador

El despliegue policial, periodístico y también social llevado a cabo para lograr la captura del criminal que desde el año 1888 conmocionó a toda Inglaterra con sus atrocidades, y su consiguiente fracaso inapelable, hizo casi inevitable que se avivasen en Gran Bretaña el recelo y la suspicacia. Ese estado de alma constituía terreno fértil para que se sospechase de la policía y de los poderes que desde el gobierno monárquico podrían haber impedido la eficaz actuación de ésta. Sólo una conspiración o conjura de muy alto nivel era apta para explicar que aquel feroz delincuente del cual se suponía había llegado al colmo de burlarse de sus perseguidores en cientos de cartas, se mantuviera impune para siempre.

El terreno estaba adecuadamente abonado, pero los flemáticos ingleses tardarían varias décadas en trasladar al papel a través de un libro las suspicacias anidadas en su inconciente colectivo. Así sería que en el año 1976, casi noventa años después de transcurridos los sucesos, vería la luz pública el primer libro que con minuciosidad de datos y argumentos ofrecerá una investigación aparentemente sólida en respaldo de la que se diera en llamar teoría de la conspiración o de la conjura, también conocida como teoría de la conspiración monárquico-masónica.

Jack el Destripador. La solución final se tituló dicha primigenia obra debida a la capacidad e imaginación del periodista y escritor Stephen Knigth, y con diversas variantes conformaría la base para películas mejor o peor formuladas y actuadas, de mayor o menor éxito, pero en donde en todas ellas estaría como núcleo de su entramado esa atrayente propuesta. De acuerdo con la historia planteada el Príncipe Albert Víctor no resultaba ser el victimario, por más que le correspondería un papel destacado en la narración.

El Duque de Clarence merodearía por los arrabales del East End londinense bien lejos de las indiscretas miradas que lo vigilarían si hubiera pretendido divertirse en la lujosa zona del West End. El bohemio y talentoso pintor Walter Sickert, de quien Eddie fingiría ser el hermano menor, oficiaría a modo de baqueano cicerone del joven de sangre real durante esas incursiones. El muchacho conocería a la juvenil y sensual Annie Elizabeth Crook, una modesta dependienta que a la sazón trabajaba en una confitería emplazada en la calle Cleveland. Los jóvenes se convertiría en amantes y la chica daría a luz una hija natural del aspirante a monarca a la cual se bautizaría con los nombres de Alice Margaret. El posterior casamiento de sus padres -en una iglesia católica y con la presencia de Walter Sickert como testigo del novio y de Mary Jane Kelly asistiendo a la novia- concedería legitimidad al nacimiento de la pequeña.

Que el futuro Rey contrajera matrimonio clandestinamente en una iglesia católica y que su esposa plebeya hubiera engendrado una niña apta para aspirar al trono inglés era suficiente motivo para un gran escándalo y ese hecho constituía una razón de trascendencia como para que la Corona, enterada de tan anómala situación, tomara cartas en el asunto y mediante la intervención de la policía secreta a la cual se haría entrar en acción gracias a una gestión del Primer Ministro Lord Robert Salisbury, pretendidamente masón, separase mediante la fuerza a la pareja. Albert Víctor sería reprendido por su desatinada conducta. Annie, mientras tanto, quedaría confinada en una institución para enfermos mentales víctima de una manipulación en su glándula tiroides y ya nadie iría a creerle si contaba la historia de su casamiento con el Príncipe, de la existencia de la hija de ambos y de los derechos al trono que ésta tendría.

Estas maldades inflingidas contra la pobre Annie estaban supervisadas por el médico real Sir William Withey Gull. Este hombre, igual que sucediera con Lord Salisbury y los altos cargos Charles Warren y Robert Anderson resultaría sindicado de ser un elevado integrante de la masonería. La beba, mientras tanto, había quedado bajo los cuidados de Mary Kelly, la mejor amiga de la infortunada Annie, y luego pasaría a manos de sus abuelos maternos. Mary regresaría a su Irlanda natal pero años más tarde volvería a Inglaterra y se dedicaría a la prostitución trabando amistad con otras colegas, a saber. Mary Ann Nichols, Annie Chapman y Elizabeth Stride. En el curso de sus beberajes por los bajos fondos del East End le contaría a sus compañeras sobre la triste historia de su amiga Annie Crook enclaustrada en un hospicio para dementes, del casamiento clandestino de ésta con el Príncipe y de la bebé con presuntos derechos a la sucesión real.

Necesitadas de dinero creerían que un práctico camino para obtenerlo consistía en chantajear a la casa real reclamando dinero por su silencio. Aquí aparecería en escena el Dr. William Gull contactado para que eliminara el peligro representado por las prostitutas alineadas contra la Corona. Las dos grandes pasiones de la vida del Dr. Gull eran la monarquía británica y la orden masónica, y haría cuanto fuera preciso en salvaguarda de estas instituciones. Con la ayuda de un cochero cómplice, John Netley, pondría manos a la obra en su labor finiquitadota.

¿El móvil de Gull el Destripador? Su creciente insanía producto de un accidente cardíaco y cerebral le generaría alucinaciones tan graves que le hicieron creer que al mutilar ritualmente a aquellas a quienes veía como enemigas estaba cumpliendo con su ineludible deber como estricto masón.


* Resumen del libro Jack el destripador, El monstruo de Londres. Editorial Artemisa, marzo 2008, http://www.jackeldestripador.net

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