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Amir Hamed
ISSN 1688-1672

 



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Los diamantes de Artigas

Roberto Echavarren

Estamos acostumbrados a reconstrucciones más o menos minuciosas pero sobre todo chatas y pedestres de ciertos episodios menores o por lo menos muy parciales de nuestro pasado. No estamos acostumbrados a un cuestionamiento mayor de nuestra tradición histórica ni estamos acostumbrados a una escritura que vaya más allá de lo lineal y denotativo


Artigas
no es un héroe nacional. No es, históricamente hablando, el caudillo que conformó la independencia de la República Oriental del Uruguay. Artigas es una figura controvertida y malentendida por una doble tradición. Si la historia está escrita por los vencedores, los vencedores fueron los porteños y ellos, Bartolomé Mitre entre otros, escribieron a lo largo del siglo diecinueve lo que puede considerarse la leyenda negra sobre Artigas, convirtiéndolo en un caudillo despótico a la manera del Facundo. Por otro lado, la Banda Oriental, independizada sólo en su mitad del Imperio del Brasil en 1830, necesitaba un mito nacional y ese fue José Gervasio Artigas. Pero una u otra lectura tienen poco o nada que ver con el Artigas histórico, que murió en 1856 en el Paraguay sin haber querido jamás regresar a su "supuesto" país.

Esta es la etapa conocida como "el silencio de Artigas", que se negó siempre a apadrinar uno u otro bando político en la entelequia inventada por Lord Ponsonby, el mediador inglés entre la nueva República bonaerense y el Emperador del Brasil. Este estado-tapón, esta ciudad-estado que es el Uruguay nada tiene que ver ni con el proyecto artiguista ni con su realización efectiva a partir de 1915: las Provincias Unidas del Río de la Plata, que eran Córdoba, Mendoza, Misiones, Entre Ríos, Corrientes y la ya mencionada Banda Oriental, unión estructurada a través de una constitución federalista similar a la de los Estados Unidos de Norteamérica, que aseguraba cierta protección aduanera de las manufacturas de cada región ante los intentos de dominación y las pretensiones centralistas de Buenos Aires y a través de ella de las metrópolis extranjeras como Inglaterra que tenía interés en asegurarse la penetración de mercados para sus productos. Las Provincia Unidas triunfaron frente a Buenos Aires. Fue sólo más tarde, en 1817, que Buenos Aires, la derrotada, traicionó al resto del ex-Virreinato y solicitó la intervención armada del Rey de Portugal, cuyos ejércitos fueron los efectivos vencedores de Artigas en 1919.

Artigas puede ser leído en estos términos como un Washington o un Jefferson de nuestra zona, que sólo fue obstaculizado e impedido en su lúcido e ilustrado proyecto por una intervención extranjera que resultó a corto y a largo plazo en sustanciales pérdidas de territorio para la región, tanto de las Misiones como de la Banda Oriental. No voy a entrar en los detalles de esta perspectiva que inquieta tanto a los canonizadores del nacionalismo bonaerense como a los teóricos de la supuesta identidad nacional del Uruguay. El imperativo de ambas tendencias es desacreditar o simplemente ocultar u olvidar la índole y proyecciones del ideólogo Artigas.

Mi propósito aquí es sólo aludir al horizonte histórico, muy diferente al oficial de ambas márgenes, en que se mueve Artigas Blues Band, el libro de Amir Hamed. Y digo libro porque no puedo llamarlo novela, por más que se trate en sentido amplio de una obra narrativa. Esta obra es un artefacto desestabilizador, tanto de los conceptos reificados sobre Artigas, como de los modelos de novela histórica que se han acreditado en el Uruguay.

Estamos acostumbrados a reconstrucciones más o menos minuciosas pero sobre todo chatas y pedestres de ciertos episodios menores o por lo menos muy parciales de nuestro pasado. No estamos acostumbrados a un cuestionamiento mayor de nuestra tradición histórica ni estamos acostumbrados a una escritura que vaya más allá de lo lineal y denotativo. Artigas Blues Band abre en la literatura uruguaya un nuevo registro, el de una escritura neobarroca que cuenta con algunos precedentes en Latinoamérica. A diferencia sin embargo de ciertos autores neobarrocos, Lezama Lima en particular, no se trata aquí de construir una resistencia de imágenes como un escudo frente a las inanidades insulsas de un mero transcurrir. Se trata más bien de investigar un tono, o una pluralidad de tonos, de un ejercicio sintáctico que por permanentes derivas y desvíos evoca aquel título de Blanchot, L'entretien infini.

El volumen de Balnchot comienza relatando el encuentro de dos amigos que apenas pueden decir algunas frases, dominados por un cansancio medular que les impide casi el pensamiento. Lo que sigue son migajas interminadas, inacabables. Hablar a partir de un cansancio aniquilador, he aquí la escritura. En una tarde de verano abrir el libro de Amir Hamed puede producirnos el mismo cansancio, cansancio que sin embargo no es hastío. Nos encontramos ante un libro inabarcable y por eso en rigor ilegible. La aventura de deslizarnos a lo largo de esta conversación infinita, de derivar tangencialmente por el espesor de sus estratos, es una empresa que nos produce un cansancio anticipado. Se trata de un cansancio sublime, o de un cansancio frente a la impresión de lo sublime, es decir, frente a lo que supera nuestras facultades de concentración y seguimiento. El poeta estadounidense John Ashbery dijo en una entrevista que no esperaba que el lector pudiese concentrarse uniformemente para seguir sus poemas largos. Sólo pedía una atención discontinua, que mordiese restos de frases, repentinas impresiones inconexas en un horizonte indefinido. Confesaba que esa era su manera de leer poesía y conjeturaba que era la única posible.

Una obra sublime, la "soledad confusa" o silva o selva selvaggia de Góngora, pongamos por caso, convoca a una lectura insuficiente. Macedonio Fernández a su vez pedía para El museo de la novela de la eterna un lector "salteado". Y sólo podemos ser lectores salteados de Artigas Blues Band. Ser malos lectores: paradojalmente los único buenos, o tout court los únicos.

Una línea se pierde en una perspectiva de distracción y de sombra. El supuesto héroe nacional, que sólo se veía en líneas claras tiradas a plomo de los manuales de historia de la escuela deviene aquí este mamotreto indescifrable, esta siempre parcial, dudosa y extraña iluminación de un continente perdido, de una aventura americana.

He aquí dos cuestiones: una tiene que ver con la dimensión: dimensión inconmensurable, coherencia virtual de lo sublime. Otra con un temple ético: asumir que, parafraseando a Heidegger, todavía no estamos pensando.
Habría que pensar más allá de la identidad, de la nación, de la patria, y en general de las categorías ideológicas de un cierto contexto geopolítico. El texto de Hamed se mantiene en el umbral de un pensamiento geopolítico, entre las hablillas y las habladurías y un pensamiento auténtico pero imposible.

Esta escritura funda un nuevo verosímil, un pensamiento debilitado pero naciente que sobrepasa, tentativo y proyectivo, las verosimilitudes de la novela en general y de la novela histórica en particular. Collage de "momentos" textuales, la novela de Hamed sería un buen ejemplo de lo que Macedonio Fernández esperaba fuere la escritura del futuro: una novela "por estados", en el sentido de una escritura condicionada por impulsos y momentos de la música más que narratológicos. He aquí Blues Band. Cierta manera oblicua y elusiva de contar, alternando la narración directa y la indirecta, con dejos coloquiales del rioplatense, fragmentos de frases de circunstancias que apuntan a una emoción o comprensión no dicha o indecible cuya intensidad brota de repente donde menos se la esperaba, a la manera de ciertos pasajes de Rayuela o de Siberia Blues con la cual comparte además una palabra del título.

Artigas no es aquí un personaje sino un principio engendrador, a la vez estético y ético. Estético en el sentido de una impresión sublime frente a lo inacabado y gigantesco, ético como un temple de acometimiento frente a lo imposible. Este es el costado estrafalario, siniestro del Artigas histórico que Amir Hamed rescata como un principio de composición textual.

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