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Amir Hamed
ISSN 1688-1672

 



VALLEJO, CÉSAR - ANDROIDE- HERRERA Y REISSIG, JULIO - TERMINATOR -


Cuando en Terminator el ojo del androide*

Amir Hamed
Escamotea el cuerpo y después lo muestra, potente y pétreo, erizado y filoso. Es un lenguaje de roca andina, que esconde detrás un tejido nervioso. Para leerlo es imprescindible desconfiar, como César Vallejo, radicalmente del lenguaje, despojarse de los prejuicios literarios, abandonar las cadenas interpretativas.


Cuando en Terminator el ojo del androide Schwarzennegger explota y donde había epidermis queda un agujero rojo se asiste a una revelación estremecedora. La máquina, justo debajo del nervio fingido, sufre. El androide, que está más allá de lo humano, nos confronta con la alarma de descubrir que no es imprescindible ser hombre -ese concepto que, cansina y casi inercialmente, hemos aprendido a tener de nosotros mismos- para que los organismos sufran. Teniendo esto en cuenta, pareciera un poco más accesible acercarse a la poesía de César Vallejo.

Así como el Terminator 100 parece humano y no lo es, así como puede articular palabras que nos resultan familiares pero forzamos a codificar lenguajes de vértigo programático, así Vallejo fingió hacer literatura pero nos mete en un universo tan inquietante como exigente. "¿Qué se llama cuanto heriza nos / Se llama Lomismo que padece / nombre nombre nombre nombrE". Vallejo no es poético, pero no juega a ser antipoético como antes que él hiciera, por ejemplo, el dadaísmo y luego, en castellano, Nicanor Parra. No entra en ningún juego dialéctico, aunque siempre amaga estar dando un sentido, aunque siempre pretende hacernos creer que ha estado hablando el lenguaje más común de los mortales. Cuando descubrimos, y eso es siempre un porrazo, que no dice cómo sino que dice qué, y que no dice qué, sino que dice cuánto, nos devuelve al espesor más primigenio de las palabras.

En él no hay una voz lírica, hay cierto César Vallejo, conectado con un aparato
(que es como un nervio) al lenguaje, desvertebrado y oscilante, fingiendo seguir una dirección cuando en realidad, casi en un espasmo, ha derivado hacia otro, sin sugerir nada, sólo diciendo, plena y sencillamente "le pegaban todos sin que él les haga nada".

No hay explicación, no hay modo de encontrar un sentido. "Hay golpes en la vida, tan fuertes...yo no sé! / Golpes como del odio de Dios". Los golpes son fuertes, pero no está su raíz en el odio divino; sólo parecerían comparables
(pero no lo son). Vallejo no sabe, y Vallejo tampoco ama. Leerlo no es amarlo, porque su relación con el lenguaje es para nada erótica.

Se trata de un juego de escondidas, cada vez más empecinado después de que se fue liberando de Herrera y Reissig y los aromas poéticos. Escondidas como las que tal vez juegan él y Dios, o como las que solía hacer con uno de sus hermanos, hasta que se hacían llorar. Escamotea el cuerpo y después lo muestra, potente y pétreo, erizado y filoso. Es un lenguaje de roca andina, que esconde detrás un tejido nervioso. Para leerlo es imprescindible desconfiar, como César Vallejo, radicalmente del lenguaje, despojarse de los prejuicios literarios, abandonar las cadenas interpretativas.

Fuerza al lector a frotarse contra él, a volverse abrupto y rocoso como su lenguaje, hasta que la fricción dé dolor, y del dolor salgan chispas, se produzca el transido milagro de la energía.

Cuánto menos convencionalmente humano, más es posible chocar contra él, hacer sinapsis con sus Poemas humanos. Así podremos ir descubriendo que, cuando Vallejo más parece acercarse, más blando, más analgésico parece mostrarse, tanto más lejos está de nosotros. Cierto verso anestésico de Pink Floyd dice: "no hay dolor, sólo te estás alejando". Por contraposición, podría decirse que cuanto más potente está el nervio, más expuesto, menos protegido, más señales hay de que César Vallejo se está acercando. O dicho de otro modo, Lomismo que padece
(y eso que prometió haber muerto en París con aguacero) está tan próximo que dan ganas de llorar.


* Publicado originalmente en Insomnia, Nº 9

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