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Amir Hamed
ISSN 1688-1672

 



URUGUAY - INTENDENCIA MUNICIPAL DE MONTEVIDEO - SOCIEDAD DE CONTROL - HARDT, MICHAEL - NEGRI, ANTONIO - AGAMBEN, GIORGIO -

La democratización de Montevideo: entre la sociedad de control y la comunidad que viene*

Gustavo Verdesio

Esta nueva situación es la de la subsunción real del trabajo bajo el capitalismo, en la cual el estado (en tanto que representante del capital) ya no tiene necesidad de confrontar al trabajo, o de representarlo como el centro de la producción; es decir, ya no hay necesidad de mediación ni de legitimación, lo cual tiene como consecuencia que las instituciones de la sociedad civil vayan perdiendo importancia

Este artículo es un fragmento de un trabajo más extenso presentado al simposio "Contra/comunidad" (Duke University, 6-8 de abril, 2001), en el cual el autor reflexiona acerca de los procesos de devolución de poder a los vecinos desde el estado llevados a cabo por los últimos gobiernos municipales de Montevideo, en debate con algunos de los principales teóricos postestructuralistas.

Según Michael Hardt, existe hoy una sociedad caracterizada por una nueva forma de control, en la cual las líneas de poder y las líneas de resistencia, que se manifiestan como estrías
(o como túneles hechos por un topo, en terminología de Gilles Deleuze, de quien Hardt toma, también, el concepto de "sociedad de control") en el seno de la sociedad civil, van dejando lugar a un espacio suavizado, sin mayores relieves (34-35). Pero el poder, siguiendo a Michel Foucault, nos dice Hardt, nunca deja un vacío y siempre encuentra maneras de llenar el espacio social; lo que hay es, según la interpretación que Hardt hace de Deleuze, una generalización, una propagación de las lógicas que antes funcionaban dentro de los dominios limitados de las instituciones de la sociedad civil, como si fueran un virus: el espacio social se ha llenado con las modulaciones del control; la relación entre estado y sociedad civil ya no necesita de la mediación de las instituciones sino que el estado está en contacto directo con la producción social (35). En suma -aquí Hardt vuelve a tomar términos prestados de Foucault-, lo que subyace a todas las instituciones de la sociedad civil es el diagrama, el esquema de las relaciones de poder (35).

Es curioso que no sólo Hardt, que es un teórico, sino también Antonio Negri, que fue un activista muy comprometido además de ser un académico, estén proponiendo esta visión Foucaultiana/Deleuziana
(es decir, postestructuralista) del estado en la era posindustrial o posmoderna, precisamente cuando los políticos neoliberales hablan todo el tiempo de la necesidad de achicar las estructuras y aparatos del estado y de reducir el gasto público en materia de políticas sociales. A esta inquietud Negri y Hardt responden que lo que ha ocurrido no es exactamente un desmantelamiento del estado de bienestar, sino más bien un uso neoliberal de sus estructuras: el estado neoliberal no redujo, sino que más bien redefinió las estructuras de gasto del estado de bienestar (Hardt y Negri, "Postmodern Law" 242).

En su explicación, estos autores sostienen que el neoliberalismo no pudo responder a la crisis económica de los años ochenta con la descentralización que pregonaban sus promotores, sino que lo hizo, más bien, a través de un reforzamiento de la autoridad, de lo cual es ilustrativo ejemplo el dramático aumento del gasto en materia militar
("Postmodern Law" 242). En el caso de la era Reagan (y el gobierno de Bush padre), ese reforzamiento de la autoridad estatal se dio, también, en el plano moral, donde se buscó intervenir arguyendo una crisis de valores en la sociedad; el estado, entonces, se fue reorganizando para servir un nuevo fin: garantizar el bienestar moral de la ciudadanía (Hardt y Negri, "Postmodern Law" 244).

Resumiendo la posición de estos autores, digamos que esta nueva situación es la de la subsunción real del trabajo bajo el capitalismo
(1), en la cual el estado (en tanto que representante del capital) ya no tiene necesidad de confrontar al trabajo, o de representarlo como el centro de la producción; es decir, ya no hay necesidad de mediación ni de legitimación, lo cual tiene como consecuencia que las instituciones de la sociedad civil vayan perdiendo importancia (Hardt y Negri, "Postmodern Law" 258). Con todo respeto, yo no sé muy bien si se están refiriendo al mismo mundo en el que vivo yo. Me resulta difícil aceptar la hipótesis de que la lógica de la fábrica se ha expandido a la sociedad toda y de que las instituciones de la sociedad civil no son un lugar donde la negociación diaria tiene lugar. Y menos fácil me resulta aceptar la afirmación de Hardt sobre la forma en que hoy la sociedad de control o postcivil, como él la llama, intenta disciplinar a sus ciudadanos: en vez de entender al ciudadano como una identidad fija, se lo intenta disciplinar en tanto que una identidad cualquiera (en el sentido que le da Giorgio Agamben a la palabra italiana qualunque), en tanto que lugar que contiene una identidad flexible (40).

Esta pintura de la nueva sociedad de control me lleva a preguntarme cómo es que en Estados Unidos
(uno de los dos países que tanto Hardt como Negri prefieren, más frecuentemente, elegir como ejemplos), donde supuestamente se están desvaneciendo las instituciones de la sociedad civil, en las últimas elecciones nacionales las filiaciones étnicas y religiosas hayan tenido tanta influencia en la elección de un candidato u otro. Basta con mirar los números para comprobar que la comunidad afro-americana, la judía y la cubana de Miami votaron en masa a sus respectivos candidatos, o que el cinturón religioso bautista logró que sus feligreses votaran en masa a uno (y sólo a uno) de los candidatos. Y ya que Hardt y Negri hablan de los casos que mejor conocen, me siento con cierta libertad para hablar del que mejor conozco. En Uruguay, la división de la sociedad en familias ideológicas, promovida tanto desde la derecha (por parte del dos veces presidente Julio María Sanguinetti) como desde la izquierda (por el líder del Encuentro Progresista-Frente Amplio, EP/FA, Tabaré Vázquez), ha tenido una repercusión importante en la segunda vuelta de las elecciones de noviembre del 2000: el país quedó dividido en dos mitades (casi), gracias al apoyo del otro partido tradicional (el Blanco) al partido Colorado, que volvió a ganar las elecciones nacionales.

Me parece que más allá de ingeniosas y atractivas teorizaciones, la realidad nos sigue mostrando las formas en que las instituciones de la sociedad civil siguen gravitando en estos tiempos de globalización, capitalismo tardío o sociedad de control
(o como quiera llamársele). La experiencia en Montevideo indica que, justamente, el fortalecimiento del tejido social y de las antedichas instituciones, sumados a la participación ciudadana con autonomía del gobierno municipal, son formas de devolver algo del poder que los vecinos habían perdido a manos del estado. Creo que las estrategias de la Intendencia Municipal de Montevideo (IMM), en algunos aspectos, no se contradicen con la revalorización del trabajo salvaje, vivo o sin domesticar, ni con la práctica de actividades concretas creadoras de valores que proponen Hardt y Negri ("Communism as Critique" 7-8): también el municipio de Montevideo cree en la creación de valores sociales, tales como la solidaridad y la integración, a través de la práctica social en general y del trabajo en particular.

El hecho de que estemos hablando de la intendencia municipal de la capital, una de las instituciones estatales más grandes del país, debería hacernos pensar en la posibilidad de que el trabajo no necesariamente, y a pesar de su autonomía, tiene por qué estar en conflicto con el estado.
Por el contrario, parecería que en estos tiempos de neoliberalismo, que es una ideología profundamente antiestatal
(como bien sostiene Alberto Couriel 27), caracterizada por la reducción y el desmantelamiento del estado de bienestar (que operaba como colchón amortiguador contra las injusticias creadas en el seno de la sociedad civil), se impone, especialmente en el tercer mundo, una defensa del estado como regulador social que se pueda oponer a las fuerzas desencadenadas del mercado neoliberal global. Esa crisis del estado en lo referente a sus funciones básicas de integración social, de agente de desarrollo y de redistribución de riqueza, requiere una transformación profunda de sus estructuras, funcionamiento y fines, con el objetivo de poder solucionar los problemas sociales y económicos de la región (Couriel 46-47).

Al igual que Couriel, creo que la reforma del estado es fundamental; y creo que el FA está dando pasos importantes hacia la construcción de un estado más humanitario y solidario que al mismo tiempo se vuelva más eficiente y democrático. De modo que la revitalización de la sociedad civil debe estar acompañada de la reivindicación del papel del estado en, por ejemplo, la conducción económica:
el mercado, y en especial los precios internacionales, no tienen por qué dar señales adecuadas para la asignación de recursos. No tienen por qué determinar el qué, el quién, el cómo ni el dónde se tiene que producir. Para ello la regulación del Estado es indispensable. La presencia del Estado es relevante para el crecimiento [económico] . . . y sobre todo para asegurar elementos de igualdad y equidad
(Couriel 62).

Este tipo de concepción es precisamente la que, con sus aciertos y sus errores, el FA está impulsando en la ciudad de Montevideo. A través de los cambios que se están operando en la estructura y el accionar estatal a nivel municipal, se están reconociendo las diferencias de una sociedad civil cada vez más fragmentada, es decir, se está reconociendo que aquella imagen del Uruguay como sociedad homogénea, haya tenido fundamento en la realidad o no, debe ser revisada. Por eso creo que no debemos abandonar las políticas de identidades. Los casos del barrio del Cerro y su centro cultural Florencio Sánchez, así como la realidad de todos y cada uno de los 18 centros comunales, confirman que la gente se percibe y se construye de manera diferente en cada zona, en cada barrio de su zona y en cada calle de su barrio. ¿Cómo conciliar una visión de este tipo con las interesantes ideas de Giorgio Agamben sobre una comunidad sin singularidades, sin identidades?

Una de las primeras cosas que uno nota en la obra de Agamben es que sus ejemplos se refieren, casi siempre, a la realidad italiana. La comunidad del futuro, esa que él está proponiendo, parece poder tener lugar sólo
(a pesar de que elige a Tiananmen como ejemplo de posible fermento de comunidad futura - Means without Ends 86-89) en Occidente. No parece haber lugar, en su filosofía, para concepciones de la pluralidad originadas en comunidades no-occidentales. No parece preocuparle, por ejemplo, cómo construyen su identidad las comunidades indígenas que aún pueblan el planeta.
Comunidades de las que no sabemos ni siquiera su nombre; de las que no sabemos, tampoco, si se consideran una etnia, que es una categoría creada por occidente que no existe dentro de las comunidades indígenas
(para una discusión del término, ver el artículo de Shennan). Debe haber, entonces, una forma de entender la comunidad (o como se le llame en cada grupo en particular) entre ellos -una forma que tendrá elementos (que, dicho sea de paso, no conocemos) que serán diferentes a los que componen la noción "comunidad. " Y sin embargo, los grupos indígenas de las Américas, por más que sean una comunidad de una manera que no entendemos, no por ello dejan de operar como grupo. Es decir, son lo que son.

En este punto es cuando Agamben nos ofrece una observación que puede ayudarnos a dilucidar problemas relativos a la comunidad: las cosas no tienen más remedio que ser lo que son, los seres no pueden no ser lo que son; el mundo y los seres que lo habitan, al ser capaz de no-no ser, es capaz de lo irreparable
(The Coming Community 39-40). Sin embargo, como reacción ante las políticas actuales de vaciamiento de las tradiciones y creencias de los pueblos, de sus identidades y de su organización en forma de comunidades, Agamben propone completar la obra del neoliberalismo; los que la completen, serán los ciudadanos de una comunidad sin estado (The Coming Community 83). Esta propuesta tiene un problema bastante grande: presupone que la subsunción de las singularidades en una comunidad nueva, en un nuevo todo, es algo deseable -un telos al cual se debe intentar llegar.

Mi argumento es que esa pérdida de identidad grupal en beneficio de un nuevo todo no tiene por qué ser el ideal de todas las culturas del mundo. Por ejemplo, hay comunidades tradicionales, como los misquitos
(como comprobaron los sandinistas) y los pigmeos (como nos recuerda Paul Feyerabend), que no tienen el más mínimo deseo de integrarse a una comunidad más amplia, a un todo que los abarque como parte. Pero incluso en las sociedades occidentales, como Italia y Uruguay, una comunidad del futuro como la que propone Agamben vulneraría los derechos de infinidad de grupos a construirse y representarse como tales, como lo que son, tale quale, en terminología del propio filósofo italiano (The Coming Community 96).

La comunidad que propone, de singularidades sin identidad que sólo comparten una pertenencia; es decir, una comunidad compuesta por una singularidad común-, es una comunidad sin sujetos
(The Coming Community 65, 85). Llegados a este punto, uno se pregunta qué ventajas puede tener, a todos los efectos prácticos, este tipo de comunidad sobre aquella comunidad negativa, sin condiciones de pertenencia (propuesta por Maurice Blanchot 24) que el propio Agamben encuentra cuestionable (The Coming Community 95).
Como no sé cómo contestar a esta pregunta, me voy a limitar a recordar que, en la década de los noventa, la IMM intentó
(y sigue intentando) darle respuesta a los cambios producidos en la sociedad civil por el neoliberalismo global. Esa respuesta consistió, en parte, en un reconocimiento de las diferentes identidades que los cambios económicos estaban produciendo en el tejido social. Pero no sólo la IMM fue sensible a esos cambios: en el imaginario uruguayo se empezó a reconocer, también, que siempre hubo identidades sumergidas bajo la supuesta homogeneidad de la sociedad uruguaya. La partidocracia imperante en el país se había encargado de absorber, en general con éxito, cualquier otro tipo de integración social que pasara por fuera de sus aparatos y estructuras.

Hoy, sin embargo, es el FA -que si bien no pertenece a la tradición que forjó a los partidos tradicionales es, después de todo, un conglomerado de partidos- el que está reconociendo efectivamente, a través de la descentralización del poder del estado y de la apertura de canales de participación popular, las diferencias que existen en el seno de la sociedad civil. Y lo está haciendo desde uno de los aparatos del estado. Creo, incluso, que si vieran este tipo de accionar en funcionamiento, los propios Hardt y Negri lo aprobarían
(a pesar de su falta de confianza en el estado), ya que creen que la democracia es una línea de conducta, es una práctica de la ontología y, por lo tanto, afirma el peso ontológico de los deseos y prácticas de sujetos que tienen una existencia concreta y se desarrolla mediante un proceso de constitución de una comunidad, de una cooperación ("Potentialities of a Constituent Power" 288).

Negri, por ejemplo, ha dicho, en un libro dedicado a sostener que la democracia es inseparable de las acciones del pueblo organizado, que esas acciones, entendidas como práctica del poder constituyente, han sido la puerta a través de la cual la voluntad democrática ha entrado en el ámbito de lo político
(Insurgencies 1, 10 y passim).

Es mi opinión que, independientemente de la teoría que uno abrace, el caso de la IMM sugiere que se puede promover el ejercicio del poder constituyente y el fortalecimiento de la sociedad civil a partir de estructuras estatales lideradas por partidos políticos de izquierda renovados, partidos que promuevan, desde el gobierno, una praxis cotidiana, una experiencia
(esa que, según Blanchot, sólo puede concebirse en tanto que contacto con el Otro y para el Otro - 21-22) que cree lazos de solidaridad en la comunidad. Es por estos medios y a través de estas estrategias que puede llegar a ser posible alcanzar, en tiempos de neoliberalismo y globalización, una profundización de la democracia y, por lo tanto, una sociedad más justa donde el poder constituyente del pueblo no esté controlado ni limitado por el poder constituido del sistema jurídico y el estado.


Obras citadas

Agamben, Giorgio. The Coming Community. Trans. Michael Hardt. Minneapolis: U of Minnesota P, 1993.

Agamben, Giorgio. Means without Ends. Notes on Politics. Trans. Vincenzo Binetti and Cesare Casarino. Minneapolis, U of Minnesota P, 2000.

Blanchot, Maurice. The Unavowable Community. Trans. Pierre Joris. New York, Station Hill Press, 1988.

Couriel, Alberto. Globalización, democracia e izquierda en América Latina. Montevideo: Ediciones de la Banda Oriental, 1996.

Hardt, Michael. "The Withering of Civil Society. " Social Text 45 (1995): 27-44.

Hardt, Michael y Antonio Negri. "Communism as Critique. " in Michael Hardt and Antonio Negri. Labor of Dionysus. A Critique of the State Form. Minneapolis: U of Minnesota P, 1994. 3-21.

Hardt, Michael y Antonio Negri. "Postmodern Law and the Withering of Civil Society. " in Michael Hardt and Antonio Negri. Labor of Dionysus. A Critique of the State Form. Minneapolis: U of Minnesota P, 1994. 217-261.

Hardt, Michael y Antonio Negri. "Potentialities of a Constituent Power" in Michael Hardt and Antonio Negri. Labor of Dionysus. A Critique of the State Form. Minneapolis: U of Minnesota P, 1994. 263-313.

Negri, Antonio. Insurgencies. Constituent Power and the Modern State. Trans. Maurizia Boscagli. Minneapolis: U of Minnesota P, 1999 [1992].

Shennan, Stephen. "Introduction: Archaeological Approaches to Cultural Identity. " in Stephen Shennan, Ed. Archaeological Approaches to Cultural Identity. London: Unwin
Hyman, 1989. 1-32.

Nota: (1) Que es la situación en la cual, según Marx, el capital ya no tiene necesidad de apropiarse del trabajo originado en modos de producción pre-capitalistas, porque todo trabajo se produce bajo las condiciones establecidas por el mismo capitalismo (Hardt y Negri, "Communism as Critique" 15).

* Publicado originalmente en Escenario2

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