Quería comenzar recordando una saber común: el
año 2000 es una fecha contingente, azarosa, además
de estar basada en una computación errada, como saben,
puesto que si se cuenta a partir del nacimiento de Cristo el
próximo año no debería ser el 2000. Pero
a pesar de ser una fecha contingente y errada, parece que no
podemos evitar reaccionar ante esta fecha de una forma francamente
histérica, que, se parece grotescamente al milenarismo
del primer milenio, al milenarismo del año 999.
Deseo establecer cinco paralelismos posibles entre el milenarismo
del año 999 y el de hoy día: Aunque sabemos que
no va a ser así, tenemos la expectativa de que el mundo
sea totalmente distinto después de este año corriente.
En esto somos parecidos a los hombres del siglo X, quienes pensaban
que entonces vivirían el fin del mundo.
Nosotros no pensamos que llagará el fin del mundo, pero
sí que algún cambio muy profundo tendrá
lugar.
Nos hemos convertido, en los últimos años, en intérpretes
obsesivos y ávidos de nuestro presente para tratar de producir,
a partir de esas interpretaciones, pronósticos de ese futuro
ignoto. Las personas del siglo X se fijaban en vacas malparidas
(vacas de
dos cabezas)
en catástrofes meteorológicas (como la de esta mañana) para pronosticar
el futuro. Hoy, nosotros -sobre todo en EEUU y, como vivo en EEUU,
digo "nosotros"- contamos con la posibilidad de usar
la eventual dificultad del software para adaptarse al número
2000 como indicio para el pronóstico de un posible
colapso del mundo.
Los que no creemos en el próximo fin del mundo creemos,
sin embargo, en el fin de muchas cosas: en el fin de la literatura,
el fin de las humanidades, el fin del arte, en el fin del
amor; normalmente, no
en el fin del deporte ni menos aún del fútbol. Pero
existe un sentimiento nostálgico del mundo, un "dolor
del mundo".
Al mismo tiempo nos creemos con la obligación de rendir
cuentas por este milenio pasado que se está acabando.
Pero en ausencia de un dios institucionalizado nos encontramos
sin destinatario para esta confesión; es como si quisiéramos
hacer una confesión y no hubiera confesor.
También nos sentimos sin amparo para el momento de transición.
Si el Emperador Otto lll, el Emperador romano-alemán bajó
a la tumba de Carlomagno en la noche de Año Nuevo del año
999 nosotros tenemos tendencia a protegernos -de eso va a hablar
mi colega Gianni Vattimo- con lo que se
ha llamado un "renacimiento de la religión";
parece que eso tiene que ver con ese miedo al futuro. Y algunos
se protegen con teorías y filosofías ya pasadas
y rancias, como por ejemplo un marxismo ortodoxo.
El gran problema es que en virtud de toda la ironía con
la que he hablado en los últimos minutos sobre este milenarismo
no sabemos muy bien cuántos de nuestros pesimismos están
justificados. Por ejemplo, yo soy muy escéptico respecto
a ese temor a que el software no se va a adaptar al número
2000 y que por eso el mundo va a colapsarse; pero, quizás,
aquellos americanos -y, sobre todo, norteamericanos- que se compran
alimentos para sobrevivir esa noche (alimentos que no estarán en buen
estado en enero del próximo año) sobrevivan y, tal vez, por
no hacerlo, yo no sobreviva.
Esta es una cosa rara: se puede tener una actitud irónica
y escéptica con el milenarismo, pero no se puede tener
la certeza de que no esté justificado.
Por ese sentimiento y por esta razón mi conferencia para
el aniversario de hoy, el aniversario de la Universidad de la
República, a un paso del fin del milenio, va a ser un
análisis más o menos sobrio -si yo soy capaz de
sobriedad- del milenarismo con relación a las Humanidades,
a las disciplinas académicas.
Y voy a disponer este análisis en cuatro partes. Voy a
tratar de dar una respuesta histórica -y, espero, compleja
- a la pregunta "qué son las Humanidades". Me
voy a concentrar en lo que según creo es la situación
de las Humanidades hoy.
En el presente las Humanidades, de acuerdo con su autoimagen,
se consideran a sí mismas ineficaces, al confrontarse
con problemas que no pueden resolver.
Intentaré de dar una respuesta a la pregunta "de
dónde nos viene esta confusión, este sentimiento
de crisis".
Responderé a esta pregunta en dos niveles diferentes:
el de la historia epistemológica y el de la historia de
los medios, como lo apunta el título de esta conferencia.
Me enfrentaré en la parte final con la pregunta de qué
les queda a las Humanidades en esta situación. A propósito,
estoy bastante contento de estar hablando en el Instituto de
Bellas Artes, puesto que entiendo que está incluida dentro
de las Humanidades, en tanto es más discutible que lo
estén las Ciencias de la Comunicación.
Primera
parte:
¿Qué son las Humanidades?
Establecidas
mis premisas, voy a dar inicio a la conferencia (esto es un poco alemán:
las premisas son más largas que la conferencia): ¿Qué
son las Humanidades? Tanto histórica como sistemáticamente
es una pregunta difícil y, como soy fetichista decimal,
les voy a anunciar que tengo cuatro tesis para abordarla.
Si consideramos la historia institucional, las Humanidades vienen
de principios del siglo XlX; es entonces que se constituyen en
disciplinas universitarias en Europa.
Nacen en el contexto de la situación de reformas en la
situación post-revolucionaria en los estados de la Europa
Central. Esta situación en Francia, Inglaterra, Alemania,
y más tarde en España, estaba caracterizada por
una tensión macrosociológica interesante: una tensión
entre lo que yo llamaría un nivel normativo de la sociedad
(eso era
algo nuevo en el proceso histórico, la "promesa"
de una sociedad futura, la sociedad ideal) por un lado, y la vida cotidiana
por otro lado.
En esta situación la cultura y la lectura jugaban un papel
de mediación entre los niveles normativo y cotidiano de
la sociedad. Este papel de mediación tenía dos modalidades:
una de "compensación" en el sentido de actividades
de pasatiempo de modo que la cultura y la lectura ofrecían
lo que el nivel normativo de la sociedad prometía, pero
sin mantenerlo; otra era la de reconciliación, ya que ciertas
actividades culturales sugerían que la tensión no
era, de hecho, tan grande ni tan dramática.
Es claro que el Estado tenía interés en proteger
esta función de mediación de la cultura para aliviar
la tensión cotidiana. Así se iniciaron las Humanidades
y eso resulta claro, por ejemplo, en Prusia, con la Germanística.
Esta mediación financiada, estimulada por el Estado, conocía
dos variantes. En aquellos estados -como Prusia, por ejemplo-
en los que las reformas eran la reacción a una derrota
nacional (la
derrota contra Napoleón para Prusia) el nivel normativo de la sociedad,
la imagen de cómo debería estar la sociedad, estaba
constituido por la imagen idealizada del pasado; eso es precisamente
lo que llamamos romanticismo académico, o sea pensar en
la Edad Media alemana (lo
mismo pasó luego con los respectivos períodos medievales
en Francia, Italia y España; tal lo que ocurrió
con el "98" español) como en el ideal que se debería
alcanzar.
En los estados en los que las reformas devinieron de una victoria,
como en Inglaterra o Estados Unidos, el nivel normativo de la
sociedad estaba definido de un modo más abstracto, basado
en valores humanitarios generales. Eso implica que mientras en
Alemania, Italia o Francia las Humanidades nacen unidas a preocupaciones
históricas, en Inglaterra o Estados Unidos tales preocupaciones
históricas están ausentes.
Estas características propias del período de emergencia
de las Humanidades entran en una crisis global (estoy refiriéndome
a Europa)
hacia fines del siglo XlX, una crisis de tal entidad que se puede
decir que el fin del siglo XlX es también el del gran
éxito, de la época feliz de las Humanidades.
La razón principal para esta primera crisis fue una falta
de confianza en la sustancialidad, en el carácter ontológico
de los horizontes de referencia normativos. Ya no se creía,
por ejemplo, que esa Edad Media esa época tan ideal de
la nación había existido y con eso se perdió,
de repente, entre los años noventa del siglo XlX y los
primeros años del siglo XX la evidente función
social de las Humanidades. Este momento de crisis -yo creo que
es muy típico- fue el momento en que se formularon por
primera vez programas modestos y explícitos para las Humanidades.
Lo que me parece típico es que las instituciones siempre
encuentran sus formulaciones, sus descripciones explícitas
y programáticas en momentos de crisis. Por ejemplo, en
Alemania Wilhelm Dilthey, un filósofo que yo encuentro
bastante mediocre -con perdón de los que tengan otra opinión-
creyó en este sentido programático de "las
ciencias del espíritu" y las definía como
ciencias basadas en la interpretación; interpretar a los
hombres interpretando el mundo sería la tarea central
y unificadora de las Humanidades.
El programa fue diferente en el contexto anglo-americano donde
el primer programa de las ciencias humanas es -a mi juicio- el
New Criticism. Eso quiere decir que las Humanidades se
establecían como la enseñanza y la práctica
de una cierta cultura de la lectura; eso explica por qué
las Humanidades, tanto en Inglaterra como en Estados Unidos,
siempre están ligadas a un canon de textos absolutamente
obligatorios de lectura.
El tercer momento de esta breve historia, la segunda crisis de
las Humanidades, una crisis que yo ya viví personalmente,
se da entre los años 60 y 70; lo que llamamos bastante
globalmente la "revolución" de los estudiantes.
Esta crisis de las Humanidades de los años 60 y 70 se
caracterizó por el esfuerzo de transformar las Humanidades
en Ciencias Sociales.
Las Humanidades tuvieron la ambición -una ambición
suicida- de definirse como Ciencias Sociales principalmente porque
en aquel momento esa metamorfosis conllevaba una promesa -que
desde la perspectiva de hoy podemos ver como bastante vacía-
de recuperar funciones sociales concretas.
Lo que nos queda de aquel momento es un discurso bastante grandilocuente
en la autodefinición de las Humanidades: se hablaba de
funciones sociales de extrema importancia, cuya concretización
no resulta posible.
Finalmente, en la situación actual, creo que si los humanistas
somos sinceros, aceptaremos que ya no creemos en grandes funciones.
Nos encontramos inadecuados e ineficaces ante los desafíos
intelectuales y sociales del momento. Pero como hemos inventado
ese discurso grandilocuente para nuestra auto-representación
estamos en una situación bastante problemática porque
no podemos admitir oficialmente que ya no nos consideramos competentes
para cumplir con aquellos objetivos que diseñamos nosotros
mismos en los años 60 y 70. Y en este sentido parece casi
desafortunado que inventáramos nosotros mismos todas esas
metas tan grandilocuentes
que hoy en día parecen amenazarnos. Esto sería una
breve historia de las Humanidades...
Segunda
Parte:
las cinco inadecuaciones de las Humanidades
¿Cómo
podemos definir más precisamente esta situación
del presente, este sentimiento deinadecuación o de impotencia
frente a los desafíos intelectuales del momento? Para
dar una respuesta, siendo fiel a mi lema de fetichista decimal,
voy a describirles cinco situaciones -y pido disculpas a algunos,
a mi amiga Lisa Block de Behar, sobre todo, porque tres de ellas
son situaciones que ya mencioné hace once años
en una conferencia que di en Montevideo, pero, desgraciadamente,
no soy tan innovador como para encontrar una situación
totalmente nueva después de diez años.
Primera inadecuación: corresponde a lo que llamo "destemporalización"
en las Humanidades. Lo que caracterizaba tradicionalmente las
Humanidades era una concepción del tiempo histórico
que surgió casi con la primera modernidad, con la modernidad
del Renacimiento. En esta concepción del tiempo, en este
cronotopo, el futuro se consideraba como un horizonte abierto
de posibilidades y el pasado era un espacio de experiencias que
se podían aprovechar para seleccionar, para escoger el
futuro.
Precisamente, esta situación en la que el presente se
dispone entre un futuro pleno de posibilidades y un pasado vivido
como un tesoro de experiencias caracterizaba al presente como
espacio del sujeto. Lo que en Filosofía llamamos el "sujeto",
la subjetividad, solo puede existir en este cronotopo porque
según la tradición occidental filosófica
este sujeto tiene dos caras, dos funciones: la de agente (intenta escoger en el
presente entre futuros posibles) y la de intérprete (debe interpretar el
pasado para basar sobre esa interpretación la selección
del futuro).
En este sentido, el lugar del sujeto entre el pasado y el futuro
es -como dijo Baudelaire en Le temps pour la vie moderne-
un momento transitorio imperceptiblemente breve, por lo que ese
momento -el presente- no lo podemos definir en nuestro cronotopo
tradicional.
Lo que llamo "destemporalización", entonces,
es una disolución de esta situación, de la que
nos hemos dado cuenta en las últimas décadas. Tenemos,
cada vez más, el futuro como algo bloqueado. En virtud
de nuestro milenarismo creemos que no tenemos la confianza optimista
de dar el paso hacia el próximo futuro. Y al mismo tiempo
vivimos una posibilidad tecnológica infinita de reproducir
pasados (me
refiero, por ejemplo a la imitación de muebles antiguos,
a las películas históricas, etc.), tenemos una posibilidad tecnológica
infinita de llenar el presente con pasados.
Lo que eso nos produce es un presente "amplio" -hablando
metafóricamente- un presente que ya no puede ser el cronotopo
que necesita el sujeto.
Segunda inadecuación: la llamo "destotalización",
o pérdida de la capacidad de abstracción. Este
"presente amplio" ya no ofrece un lugar natural, un
lugar universal al sujeto agente y al sujeto interpretador. Y
eso quiere decir que ya no nos encontramos en un lugar desde
el que las interpretaciones individuales que hacemos se puedan
generalizar y puedan obtener validez universal.
En este sentido Jean François Lyotard hablaba del fin
de los "grands récits", de los grandes relatos.
Nosotros entendemos que solo podemos contar historias locales;
hoy en día la idea de hacer una historia mundial como
la hizo Hegel es muy lejana. Lo mismo pasa con nuestros juicios;
consideramos siempre que nuestros juicios son muy locales y por
eso tenemos esa reacción negativa a lo que llamamos "globalización".
Lo único que podemos ver como positivo hoy en día
es lo local.
Tercera inadecuación: "desreferencialización"
o pérdida de contacto con el mundo concreto. La pérdida
del lugar central de observación de que hablaba hace un
momento nos hace dudar también de la pertinencia de nuestras
observaciones. La duda en la pertinencia de nuestras observaciones,
la duda de que podamos salir de nuestra conciencia, lleva a la
hipótesis de que el mundo que vemos, el mundo que pensamos
que logramos percibir, podría ser enteramente una proyección
de nuestra conciencia.
Eso es lo que llamo "desreferencialización",
es lo que se llama en forma positiva "constructivismo"
o "virtualismo". Lo que no podemos alcanzar es un referente
concreto. Esto tiene consecuencias sumamente graves en nuestra
relación con el mundo. Y todo eso parece estar reforzado
hoy en día por los medios, por la pequeña pantalla.
Cuarta inadecuación: "desdistribución"
o fin de una economía clásica. En un mundo en el
que una proporción creciente del trabajo diario es realizada
por autómatas podemos prescindir cada vez más del
trabajo humano físico; esta es una nueva situación,
una situación bastante inaudita que todavía no
hemos pensado adecuadamente. El problema emanado de esta situación,
de la posibilidad de prescindir del trabajo humano físico
-lo que era un sueño de antaño- es que en un mundo
donde sobra mano de obra no sabemos cómo distribuir las
riquezas que producimos.
No tenemos una clave, no tenemos un sistema de distribución
de riquezas. Esa clave era antiguamente el trabajo físico
-y, no solamente físico- realizado.
Al menos en Estados Unidos o en Europa el aspecto más
problemático del desempleo no es el económico;
se podría financiar y pagar a los desempleados, pero no
se sabe cómo distribuir los bienes. Por eso -y se trata
de una situación muy rara- se sustituye cada vez más
el tradicional sistema de distribución económica
por una Bolsa que se vuelve "rueda de fortuna".
No sé si eso ya se da en este subcontinente pero es interesante
que en Europa y en Estados Unidos los desempleados tienen una
tendencia creciente a invertir sus escasos ingresos en la Bolsa.
Debido a que la Bolsa es una rueda de fortuna, piensan que quizás
en la Bolsa, como en un Casino, pueden hacer ganancias y, en
algunos casos, eso ocurre. En este capítulo no hablo tanto
de "injusticia" como de una falta de criterio de distribución
económica.
Quinta inadecuación: "desclasificación"
o colapso, o pérdida de la sociedad clásica de
clases (permítanme
el juego retórico), es decir de la sociedad de clases tal
como la describieron -muy adecuadamente para el siglo XlX- Carlos
Marx o Federico Engels.
En esta nueva economía, todavía no pensada y que
quiero describir, las formas de vida de una clase media cada
vez más amplia son, también, cada vez más
parecidas globalmente. Somos parte de una clase media amorfa,
generalizada. Permítanme esta observación: yo creo
que a pesar de salarios diferentes, las formas de vida entre
un profesor de Harvard o de Sanford y un profesor de la Universidad
de la República son mínimas, como lo son entre
profesores de muy disímiles salarios en USA. En Sudáfrica,
India, Uruguay o Estados Unidos, la situación de los profesores
no es tan diferente.
Es más: la diferencia entre un profesor de Stanford que
tiene una condición financiera mediocre y un colega que
es muy rico -el inventor de la píldora anticonceptiva-
es mínima; la diferencia más grande es que yo tengo
en mi casa pósters de Paul Klee y él tiene originales.
Pero esa misma diferencia es tan mínima que cuando vi
sus originales pensé que eran reproducciones muy buenas.
Hay una clase media muy amplia, cada vez más amplia. La
verdadera diferencia social hoy en día es la que, por
falta de una mejor expresión, indico refiriéndome
a lo que se llama "social security" en USA. Es la diferencia
entre nosotros y los treinta o cuarenta millones de personas
(en Estados
Unidos) que
no tiene seguro social, los que mendigan en las calles de Manhatann
o San Francisco, que se mueren en el extremo sur de Manhatann
y que son tan flojos físicamente que nadie tiene interés
de explotarlos. Es un problema frente al que estamos sin recursos
analíticos y sin recursos políticos.
Yo creo que es un pretexto negativo de políticos ocuparse
constantemente de las escasas diferencias que se dan comparativamente
dentro de una clase social en vez de ocuparse de las diferencias
de los que ni siquiera -para hablar de un país vecino-
duermen en favelas sino que duermen únicamente en la calle.
Hoy existe una inadecuación radical entre los desafíos
intelectuales y nuestros instrumentos analíticos y las
teorías en que están basados.
*Conferencia
dictada para la celebración de los 150 años de
la Universidad de la República en el Instituto de Bellas
Artes
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