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Amir Hamed
ISSN 1688-1672

 



GANA - INTERPRETACIÓN - ESCRITURA/LECTURA


Ganas*

Amir Hamed
El arte de interpretar, borroneado, tal vez inintencionalmente, por Platón, constituye en asignar a un signo un significado segundo, más allá de su materialidad. Si vemos humo, decía Agustín debemos inferir que hay fuego


Entre dos intimidades, el trabajoso entramado de grafías que llamamos escritura y el arte de leer, se han movido los siglos de Occidente. Existen quienes, como el francoargelino Derrida, han propuesto que la escritura precede al humano, y quienes, a su turno, han hecho anteceder la lectura a lo que escribe. Entre estos últimos, no es ilícito contar a cualquiera que, desde los estoicos, pasando por San Agustín, los escolásticos, Lutero, Marx, Nietzsche y decenas de logias académicas de las últimas décadas, ha defendido la interpretación.

El arte de interpretar, borroneado, tal vez inintencionalmente, por Platón, constituye en asignar a un signo un significado segundo, más allá de su materialidad. Si vemos humo, decía Agustín, debemos inferir que hay fuego; si soñamos que se nos caen los dientes, afirma Freud, es que un deseo anegado, la inseguridad o una madre con tijeritas nos están acechando.

El siglo XX, heredero de la versión de Marx acerca de las ideologías y de la conclusión nietzscheana de que no existen los hechos sino sus interpretaciones, fue de arduo combate interpretativo. En las sombras de la doxa, alejados del paraguas protector de la verdad, quedamos todos los que desde entonces hemos querido leer, porque habíamos asumido que la lectura, necesariamente, consistía en interpretar.

Sin embargo, sería oportuno conjeturar acerca de ese entreacto entre lo escrito y la lectura, alejándose de la obstinación interpretativa (aunque no necesariamente de la tradición de leer) o de la lucha institucional por anteponer el acto de leer a lo escrito, o viceversa. Lo cierto es que alguien (¿Alguien? ¿algo?), alguna vez escribió y, de ahí en más, el resto siguió escribiendo. ¿Para comunicarse? Acaso. ¿Para que lo leyeran? Tal vez. ¿Por qué sí? Más que probable ¿Para la escritura? Definitivamente.

Desde esa primera inscripción, que fue un tajo que se le dio al tiempo (por algo se inventarió la noción de que, antes de la escritura, no nos fue dada la Historia), leemos y escribimos. Alguien, algo (¿qué? ¿quién?) leyó al escribir y escribió mientras (se) estaba leyendo. O acaso Alguien fueron dos, porque basta pensar que esa instancia inicializó un proceso por el cual usted, benévolo lector, y quien esto garabatea se han urdido a las letras. Estamos los dos ahí, en el texto: yo acabo de escribir, tal vez porque está usted leyendo; usted me lee, posiblemente porque mientras acumulaba perplejidades se fue llenando con letras una página.

De todos modos, queda sin señalar lo fundamental. Usted lee, sencillamente, porque tiene ganas, o porque tiene un vicio incurable de leer, en tanto esto se está escribiendo porque sobre un teclado están las dos manos de un incorregible adicto a esa forma de leer que es la escritura.
Y esto último
(sea ganas, sea vicio, pecado o lesa equivocación) como ambos sabemos, nunca es un mal comienzo. Y como no hay nada como las ganas, el vicio, el descarrío y el error para mover humanos y cosas, esta columna habrá de estirarse.

* Publicado originalmente en Insomnia, Nº 110

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