1
Si el motor de la historia
es la lucha de clases, una vez conquistada la sociedad sin clases,
la historia (es decir, una
estructura dialéctica de hechos o de eventos) se detiene, llega a su punto
terminal. Tal una objeción, un poco ingenua, aparentemente,
que Benedetto Croce hacía el marxismo.
Occidente se fascina,
se atemoriza y se fastidia nuevamente con la hipótesis
del fin de la historia. La historia es un discurso, una estructura
narrativa y un cuerpo mitológico, en el sentido, un poco
laxo, de ficcional. Desde el Iluminismo o Hegel -itinerario
de incremento y perfeccionamiento- al marxismo -caída
y progresiva alienación, pérdida de identidad
a recuperar en el salto revolucionario- la historia, en todo
el siglo pasado, no cesa de ser un programa narrativo que propone
un origen, un estado actual y una meta,
y por tanto, una sobreordenación de roles, papeles, agentes
y funciones.
La historia es un programa
narrativo, y por lo tanto, es la posibilidad teórica de
prever, de anticiparse, de diseñar hipótesis sobre
lo que vendrá. Ahora bien. Un capitalismo global
sin oponentes empieza a inhibir el artefacto dialéctico
que funcionaba como el motor de la máquina histórica,
en sus versiones de derecha o izquierda hegelianas. La guerra
(dos ideas, dos fundamentos que se enfrentan: el Este y el Oeste,
el Norte y el Sur, lo Sagrado y lo Profano, Oriente y Occidente,
lo Racional y lo Irracional, el Ayer y el Mañana, la Burguesía
y el Proletariado, en fin) había sido, tradicionalmente,
la forma misma de la historia: la épica.
Ahora el terrorismo
es la emergencia gestual de la catástrofe de la dialéctica.
Es el triunfo definitivo del accidente, del acontecimiento (lo no pensable, lo irracional, lo inconmensurable) sobre la estructura.
El terrorismo
no tiene signo (es económico,
político, religioso, estatal, privado), no tiene doctrina, no tiene enemigos:
es puro procedimiento, un golpe (de
dados) indialéctico,
sangriento, aparatoso. Es la imposibilidad misma de cálculo
conceptual, de anticipación teórica, que desata,
como contrapartida, una fiebre paranoica de prevención
policial.
Es el nuevo ingreso
accidental de la historia, el desplazamiento del eje público:
del editorial político a las páginas rojas.
Hay una historia laxa,
accidentada, microscópica, que fluye desde lo público
a lo privado, desde los ejércitos nacionales a las brigadas
corporativas, desde los grandes enfrentamientos irreductibles
a un murmullo mortal e incesante que todo lo penetra, como un
gas japonés (detrás
del inquietante y venenoso sarín, un gas intrusivo, expansivo,
letal, incontrolable: 180.000 sectas religiosas en Japón).
Si el accidente
y el terrorismo son
la helada explosión de la locura de esta historia, la
ecología es
el ejercicio de la vigilancia higiénica, del control y
de la prevención.
Greenpeace vigila al
Pacific Pintail: quiere prevenir otro Chernobyl, evitar el accidente
radiactivo: una tormenta, una ola, un maremoto (i.e.
el terrorismo natural)
lo pueden desatar en cualquier momento. Una policía verde
para controlar el desborde de la crónica roja.
2
Sam Beckett (el físico, el protagonista de
Quantum Leap)
vuela de historia en historia, retrocede: se vale de esa capacidad
que se reserva la cultura occidental de haber hecho, ya, la Historia,
para empezar a jugar con ella, citarla, revisarla, parasitarla.
Los fragmentos, retazos de la Historia reciente de los Estados
Unidos, son los episodios de la serie, historias privadas y pequeñas,
dramas triviales donde un negro en los '50, una prostituta en
los '60, un marine en los '70 o un niño en los
'40, son tomados por el espíritu parásito
del hombre del 2000. La física cuántica parece
ser el tesoro del Saber Absoluto ya conquistado, el último
peldaño de la escalera hegeliana. Sam Beckett, el superhombre, carece
de identidad:
condenado a una migración incesante de cuerpo
en cuerpo, su alma no coincide con ese envase que un espejo le
devuelve siempre sorpresivamente.
De pronto, cae en el
cuerpo de un paciente siquiátrico que está siendo
sometido a un intenso electroshock.
La cosa se complica:
su cerebro se trastorna y todo el proyecto cuántico también.
Beckett regresa de sus sucesivos desmayos siendo una personalidad
distinta, con la que ha vivido, antes, alguna de sus aventuras
migratorias. Para la institución siquiátrica en
la que está recluído, se trata de un caso particularmente
espectacular de personalidad múltiple: las personalidades
del paciente pertenecen al futuro, habla permanentemente (no importa qué personalidad lo
resida en ese momento) con
una entidad alucinatoria (es
el holograma de su socio en el futuro), no hay en el pasado del paciente algo
que pueda explicar una explosión sicótica tan repentina
como extravagante y grave.
La curiosidad científica,
la necesidad de investigarlo, explorarlo y conocerlo hacen peligrar
el proyecto de deriva cuántica, amenazan con dejar al
héroe internado
para siempre en un manicomio. La ciencia no respeta, pues no
reconoce a sus propios dioses: es capaz de encarcelarlos y abrirles
el cuerpo para ver qué
tienen dentro.
La medicina siquiátrica
de los '50 no podría entender que en el 2000 la Historia
ya ha concluído. Para ellos empieza la aventura creciente
de conocer. "Nadie detendrá el avance de la ciencia",
dice el siquiatra, ignorando que su paciente, su sucesor, su
futuro, el Dr. Samuel Beckett, es precisamente, un punto de retroceso.
Aquello, la epistemofilia carnívora,
el deseo ilimitado de saber y conocer del siquiatra de los '50,
ha posibilitado esto, el juego migratorio trans y retro del 2000,
pero también, extraña magia retrospectiva, está
a punto de hacerlo colapsar.
3
Esta literal locura
del futuro viene del enloquecimiento de la historia, la de una
época que ya no puede tener una Historia sino solamente
pasados, muchas historias (en
el sentido de cuentos).
Esa multiplicidad que me antecede no puede sino provocar mi crisis
de personalidad múltiple: no me reconozco como la consecuencia
de una Historia unitaria o como la herencia de una estirpe, no
soy el depósito de una memoria coherente, fabulativa,
parabólica o alegórica, no hay una épica
detrás de mí, que me sostenga o me conceda una
forma, como un don. Hay, ahora sí, y finalmente, un enloquecimiento
de la Historia, que se descompone y multiplica en pasados, en
personalidades múltiples, en distintas voces, identidades,
colores, sexos, edades.
Un relato fantástico.
Podría pensarse que la cultura europea, una vez planteado
el final de las formas dialécticas de la historia, llegado
su punto terminal, puede vivirse como la conclusión necesaria
o inevitable de ese gran proceso unitario, como su producido,
su objetivo definitivo, acabado, completo, fuera ya de todo proceso
y libre de todo proyecto. El debate ha concluido, la construcción
del conocimiento y su crítica
también (la aventura
colonial ha concluido).
Sólo resta mirar,
contemplar, reflexionar con esa herencia, es decir, repetirla
o recitarla, mientras se espera la muerte literal, definitiva,
indialéctica. (Esta
especie de muerte en vida puede ser una clave de lectura
interesante para una escritura como la de Baudrillard -renuncia
a métodos, teorías o protocolos, adopción
de una escritura de actualidad,
"periodística", indiscriminada, irónica,
fría, cínica).
Ahora bien. Por otro
lado, curiosamente, pasa otra cosa, y hasta cierto punto podría
decirse que pasa lo contrario. Una vez alcanzado o una vez que
se adivina el famoso fin de la historia se ensayan incesantes
retrospectivas y viajes al pasado, para advertir que esa Historia
que me ha construido y de la que provengo, no es sino una operación:
su unidad es ilusoria y su necesidad también. Es precisamente
lo que pasa en Quantum leap. Es también eso lo
que pasa en De Certeau, o en la arqueología (migración absoluta al pasado) y la genealogía (invención de una historia alternativa) de Foucault. Ambos franceses
son el Dr. Samuel Beckett (que
escribió en francés).
4
El problema consiste
en saber qué pasa con culturas de la periferia europea
fuera del primer mundo. El caso uruguayo es particularmente extravagante
y ya hemos escrito, en La República de Platón,
bastante sobre él. La urgencia, un poco atolondrada, de
releer (en el sentido, un
poco forzado, de reescribir)
la historia, de inventar alternativas, de descubrir minorías
desplazadas o discursos sepultados bajo formas hegemónicas
brutales, suele colisionar con la actitud sicológica de
una cultura que incesantemente plantea su imaginario como
problema, para desplazar la sospecha atroz de que ella no es
sino imaginario, fantasma.
Es el caso de Quantum
leap (o Foucault), pero en espejo.
Allá, el héroe, llegada la conclusión de
un proceso, el fin paradisíaco de la dialéctica
hegeliana, el nacimiento de un producto final (él
mismo), se vuelve
para desdibujar el proceso que lo fabrica, para desmentirlo,
para verificar que allí donde se fingía una unidad,
no había sino barullo. Acá, por el contrario, no
parece haber habido más que barullo, las crisis de identidad
múltiple (aquello
que al héroe,
allá le cuesta tanto conseguir o simular) son permanentes, comunes y
hasta triviales. Sin embargo nada parece poder detener el impulso
neurótico de querer organizar, continentar y dar forma
de proceso racional al barullo.
Si el sujeto, el yo,
es una construcción imaginaria que nace en cambio de procesos,
por así decirlo, "reales" (prácticas,
escrituras, discursos),
en Uruguay la "tecnología
del yo" ha sido usada, en forma radical y completa, para
crear un efecto de realidad corporal, de proceso unitario, allí
donde no hay nada. Acá
no se escribe, y esa trivialidad es decisiva, como síntoma
y también como conflicto -escribir es el proceso: inventar,
fabular, narrar, diagramar, esquematizar, interpretar.
Por eso molesta doblemente
el cinismo de las posturas oficiales que se han alternado en
Uruguay los últimos quince años: apresurarse a
abrazar al mercado, al consumo, a los servicios, a la causa ecológica,
insistir con el terrorismo, con la droga y los fundamentalismos,
plantear al Estado en una función policíaca -el
discurso neoliberal herrerista- o redialectizar la historia a
cualquier precio, situarse en "la modernidad como proyecto
inacabado", revitalizar la épica civil - el proyecto
intelectual socialdemócrata del partido Colorado, o mejor,
del Foro Batllista.
Una ignorancia alegre,
simpática y ligeramente irresponsable allá; una
sabiduría ciega, empecinada, ingenua y (auto) continentadora acá.
Ahora se juntan.
* Publicado
originalmente en La República de Platón,
Nº 71
|
|