Las fiestas
tradicionales parecen iluminar a ciertos desmitificadores de sobremesa,
quienes revelan que nuestros hábitos alimenticios e iconográficos
son clonaciones bastardas, descontextualizadas e insignificantes
que repetimos acríticamente. En diciembre estamos en verano. Aquí no hay nieve. Las
coníferas son transplantes del Norte. El pan dulce, las
nueces y avellanas contienen demasiadas calorías. No son
necesarias las frutas secas cuando las hay frescas y abundantes.
Esta
enumeración de tópicos que cualquier conversador
de boliche pontifica con empaque de sicólogo astuto, de
iconoclasta o de nutricionista, dice lo mismo que se ha escrito
(demasiado) en La República
de Platón, nuestra cultura residual o (si se prefiere una figura
menos infecciosa)
especular, distorsiona o pervierte los usos generados en la metrópolis.
Contra esta
lógica
de basural
se ha propuesto a veces, como alternativa, la actitud de los brasileños;
ellos son -se sabe- hábiles antropófagos, ejercitados
en el sincretismo. En el hall de un hotel de la ciudad de Pelotas,
este cronista pudo ver un árbol de navidad con sus luces,
sus chirimbolos y su nieve de algodón o de plástico,
el árbol era una palmera.
Sin embargo
en Montevideo el Punta
Carretas Shopping
impostó en su centro un gigantesco abeto sintético.
Sobre ese simulacro caía, cada hora exacta, el simulacro de la nieve; un niño invitaba y advertía
a sus congéneres desde la televisión: debían
ir al Shopping con ropa de abrigo.
Este espacio (el Punta Carretas Shopping) surge desde una
cárcel mediante una fantástica maniobra de reciclaje; el referido ejercicio
publicitario, mientras tanto, pervierte el "mundo natural"
a través de la tecnología y del marketing (la
perversión no consiste sólo en fabricar un invierno
en diciembre sino en geometrizar o cronometrar el comportaminento
incivil y casual de la nieve).
El vacío reciclado
Con resignación,
con burla o con fastidio, se ha difundido y glosado otro lugar
común: Uruguay hiberna en verano; el calor genera
astenia y ocio potenciando nuestra habitual lentitud hasta convertirla
en inmovilidad. Esta peste cíclica que nos paraliza, que
retarda exasperantemente nuestra integración a la modernidad,
que traba nuestra eficacia y deprime nuestra productividad, sólo
puede ser superada mediante el reciclaje.
Entonces,
agentes estatales y privados aplican a la siesta veraniega un
enérgico tratamiento de marketing y de tecnología,
haciendo de ella un próspero mercado, un espectáculo
deslumbrante. Así, el ocio es laboriosamente producido;
para construir el sueño oriental (del Este) hace falta una desaforada vigilia;
para montar y fabular el escenario del vacío se necesitan
una ajetreada tramoya y un guión.
Se trata
de una máquina neumática
-arduo artilugio cuya finalidad es hacer vacío- es una
puesta en marcha de complejos ingenios de la civilización
para crear un "estado de naturaleza". Este reciclaje
condensado inicialmente en Punta del Este, emplea miles de horas-hombre
para poder suspender el tiempo del trabajo y hacer de la península
una isla donde transcurre el tiempo del placer, la autonomía
de horarios, la inutilidad.
La heroína puntaesteña
es la lolita de Pancho Dotto,
que se ofrece al voyeur indolente, desmarañada y
espontánea, virtudes que ha aprendido a simular mediante
el entrenamiento, la ascesis y la cosmética brutal. Otro
modelo: una película cómica que transcurre en un
restaurante. En el comedor todo es plácido y ceremonioso.
En la cocina (superpoblada
por -digamos- los hermanos Marx o los Tres chiflados, algún gato, el cocinero, varios artefactos)
el caos encadena frenéticamente
torpezas y gags, siempre a punto de desbordarse más allá
de una puerta vaivén, hacia el territorio en el que los
comensales no sospechan la ominosa trastienda que los amenaza.
Con
esos mecanismos, el país míticamente otoñal
y pequeño burgués logra recuperar el verano y transformarlo
en un buen negocio. Tan bueno que cominza a crecer. Punta del
Este se expande implicando con eficacia todo lo que encuentra
a su paso. Las chimeneas de la industria, taladas por la coyuntura
macroeconómica, van siendo sustituidas por el calor de
la arcadia ortopédica, por los tropos y las prótesis
del trópico tecno: off-shore, polo-cross, jet-sky, Dotto's
beach, topless, etcétera.
Hasta
los espacios bárbaros donde se aposentaban los sectores
primarios de la producción son colonizados; las estancias
y los tambos se transforman en hosterías o pubs donde
los turistas asisten a sofisticadas performances: un hombre ordeña
una vaca, pollos vivos discurren por los patios, alguien toca
música. Y es en esas estancias, cuando se verifica la
perversión, pues todo sitio debe ser transformado en balneario,
toda estación en verano, y todo tiempo en temporada.
El Uruguay que algunos consideran
definido y estigmatizado por su condición fronteriza, dramatiza
ahora una temporalidad de frontera, funciona como banda (oriental)
que
sirve a nuestros vecinos como frontera del tiempo de obligaciones,
franja de acronía donde toda normatividad se viola, se
reconstruye y se vuelve a violar, donde se institucionaliza la
transgresión, se intercambian y se reapropian roles.
El relleno y el residuo
La
inflación del ocio, la marcha hacia el este (1), parecen imparables,
pero conocen empantanamientos, nudos y accidentes. Algunos casos:
al querer territorializar ciertas zonas costeras de Rocha, el
verano se enfrenta con asentamientos precarios que debe arrollar
con abogados y bulldozers; más recientemente una muchacha
llegada del interior para trabajar como doméstica, desaparece
tragada por el agujero negro de la fiesta, en tanto los "Amigos
Argentinos de Punta del Este" organizan una elegante protesta
contra los impuestos.
Acaso lo
que ocurre es que la factoría que ensambla el verano, la
usina de las vacaciones, está creciendo demasiado, su sala
de máquinas trajinada de operarios que vienen del Cerro
o Bella Unión, está produciendo ya mucho calor,
ruido y residuos, comienza a hacerse manifiesta para quienes se
deslizan con expresión cool sobre el vacío.
Tal vez la comparsa de fámulos que detrás del escenario
trasuda y tropieza, ya no puede ser contenida por las bambalinas
y -complicada tumoración de émbolos, tubos, engranajes
y poleas, obscena invasión
de morlocks- aflora en los salones del verano. En tal caso, el
modelo hacia el cual podría evolucionar Punta del este
es Miami: primeramente edenizó los pantanos, para transformarse
luego en lucrativo ecosistema donde medra una fauna de camellos,
gusanos y otros anfibios.
Existe,
finalmente, una profecía que bien puede cerrar, algo tremendamente,
esta crónica. La enunció hace un tiempo un jerarca
municipal de Maldonado: si no se soluciona el problema del saneamiento,
en diez años ya nadie vendrá a Punta del Este. Luego
de haber escuchado este diagnóstico escatológico,
el televidente se estremece ante la fugaz visión del balneario devastado,
sustituido, por lo que se embosca, latente, en sus cloacas.
Nota:
(1) La portada
de la República de Platón Nº 62, nos informa
que esta extensión del verano ocurre también hacia
Montevideo, aunque, claro está, en la capital sus maneras
son más espurias y expresamente dionisíacas.
* Publicado originalmente en La República
de Platón, Nº 66
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