1
Creo que el siglo XIX
en Europa produjo un tipo de autor singular que no debe ser confundido
con los "grandes" autores literarios, o los autores
de textos religiosos canónicos y los fundadores de las
ciencias. De manera algo arbitraria, podríamos llamarlos
"iniciadores de prácticas discursivas".
La contribución
distintiva de estos autores es que produjeron no sólo
su propia obra, sino también la posibilidad y las reglas
de formación de otros textos. En este sentido, su rol
difiere completamente de aquel novelista, por ejemplo, quien,
básicamente, nunca es más que el autor de su propio
texto. Freud no es simplemente el autor de La interpretación
de los sueños o de El chiste y su Relación
con lo Inconsciente, y Marx no es simplemente el autor del
Manifiesto Comunista o El Capital: ambos establecieron
la infinita posibilidad del discurso.
Obviamente, puede hacerse
una fácil objeción. El autor de una novela puede
ser responsable de algo más que su propio texto; si él
adquiere alguna "importancia" en el mundo literario,
su influencia puede tener ramificaciones significativas. Para
tomar un ejemplo muy simple, podría decirse que Ann Radclife
no escribió simplemente Los Misterios de Udolfo
y algunas otras novelas, sino que también hizo posible
la aparición de Romances Góticos
a comienzos del siglo XIX. En esta medida, su función
como autora excede los límites de su obra.
Sin embargo, esta objeción
puede ser refutada por el hecho de que las posibilidades reveladas
por los iniciadores de prácticas discursivas (usando los ejemplos de Marx y Freud,
quienes, creo, son los primeros y los más importantes) son significativamente diferentes
de aquellas sugeridas por los novelistas. Las novelas de Ann
Radclife pusieron en circulación un cierto número
de semejanzas y analogías pautadas en su obra, varios
signos, figuras, relaciones y estructuras que podían ser
integradas a otros libros. En pocas palabras, decir que Ann Radclife
creó el Romance Gótico significa que hay ciertos
elementos comunes a sus obras y al romance gótico del
siglo XIX: la heroína arruinada por su propia inocencia,
la fortaleza secreta que funciona como ciudad paralela, el héroe proscrito que
jura venganza al mundo que lo ha excomulgado, etc.
Por otro lado, Marx
y Freud, como "iniciadores de prácticas discursivas",
no sólo hicieron posible un cierto número de analogías
que podían ser adoptadas por textos futuros, sino que
también, y con igual importancia, hicieron posible un
cierto número de diferencias. Abrieron un espacio para
la introducción de elementos ajenos a ellos, los que,
sin embargo permanecen dentro del campo del discurso que ellos
iniciaron.
¿No es éste
el caso, sin embargo, del fundador de cualquier ciencia nueva
o de cualquier autor que exitosamente transforma una ciencia
existente? Después de todo, Galileo es indirectamente
responsable de los textos de aquellos quienes mecánicamente
aplicaron las leyes que él formuló; además
de haber preparado el terreno para la producción de afirmaciones
muy diferentes a las suyas. Superficialmente entonces, la iniciación
de prácticas discursivas parece similar a la fundación
de cualquier empresa científica, pero creo que hay una
diferencia fundamental.
2
En un programa científico, el acto fundacional se encuentra
en pie de igualdad con sus futuras transformaciones: es meramente
una entre las muchas que hace posible. Esta interdependencia
puede adoptar distintas formas. En el desarrollo futuro de una
ciencia, el acto fundacional puede parecer poco más que
una única instancia de un fenómeno más general
que ha sido descubierto. Podría ser cuestionado, en forma
retrospectiva, por ser demasiado intuitivo o empírico,
y sometido a los rigores de nuevas operaciones teóricas,
a los efectos de situarlos en un ámbito formal. Finalmente,
podría considerarse una generalización precipitada
cuya validez debería ser restringida. En otras palabras,
el acto fundacional de una ciencia puede ser siempre recanalizado
a través de la maquinaria de transformaciones que ha instituido.
Por otro lado, la iniciación
de una práctica discursiva es heterogénea con respecto
a sus transfromaciones ulteriores. Ampliar la práctica
sicoanalítica, tal como fuera iniciada por Freud, no es
conjeturar una generalidad formal no puesta de manifiesto en
su comienzo; es explorar un número de ampliaciones posibles.
Limitarla es aislar en los textos originales un pequeño
grupo de proposiciones o afrimaciones a las que se les reconoce
un valor inaugural y que revelan a otros conceptos o teorías
freudianas como derivados. Finalmente, no hay afirmaciones "falsas"
en la obra de estos iniciadores; aquellas afirmaciones consideradas
inesenciales o "prehistóricas", por estar asociadas
con otro discurso, son simplemente ignoradas en favor de los
aspectos más pertinentes de su obra.
La iniciación
de una práctica discursiva, a diferencia de la fundación
de una ciencia, eclipsa y está necesariamente desligada
de sus desarrallos y transfromaciones posteriores. En consecuencia,
definimos la validez teórica de una afirmación
con respecto a la obra del iniciador, mientras que en el caso
de Galileo o Newton, está basada en las normas estructurales
e intrínsecas establecidas en Cosmología o Física.
Dicho esquemáticamente, la obra de estos iniciadores no
está situada en relación con la ciencia o en el
espacio que ésta define; más bien, es la ciencia
o la práctica discursiva que se relaciona con sus obras
como los puntos primarios de referencia.
3
De acuerdo con esta
definición, podemos entender por qué es inevitble
que los practicantes de tales discursos deban "regresar
al origen". Aquí, además, es necesario distinguir
el "regreso" de los "redescubriemientos"
o las "reactivaciones científicas". "Redescubrimientos"
son los efectos de la analogía o el isomorfismo con formas
actuales del conocimiento que permiten la percepción de
figuras olvidadas u ocultas. "Reactivación"
se refiere a algo muy diferente: la incersión del discurso
en ámbitos totalmente nuevos de generalización,
práctica y transformaciones.
La frase "regresar
a", designa un movimiento con su propia especificidad, que
caracteriza a la iniciación de prácticas discursivas.
Si regresamos, es debido a una omisión básica y
constructiva, una omisión que no es el resultado de un
accidente o incomprensión. En efecto, el acto de iniciación
es tal, en su esencia, que está inevitablemente sujeto
a sus propias deformaciones; aquello que expone este acto y deriva
de él es, al mismo tiempo, la raíz de sus divergencias
y parodias. Esta omisión deliberada debe estar regulada
por operaciones precisas que pueden ser situadas, analizadas
y reducidas a un regreso al acto de iniciación.
La barrera impuesta
por la omisión no fue agregada desde el exterior; se origina
en la práctica discursiva en cuestión, la que le
aporta su ley. Tanto la causa de la barrera como el medio para
su remoción -esta omisión- (también
responsable de los obstáculos que impiden regresar al
acto de iniciación)
sólo pueden ser resueltos por medio de un regreso. Además,
se trata siempre de un regerso al texto en sí mismo, específicamente,
a un texto primario y sin ornamentos, prestando particular atención
a aquellas cosas registradas en los intersticios del texto, sus
espacios en blanco y sus ausencias. Regresamos a aquellos espacios
vacíos que han estado cubiertos por omisión u ocultos
en una plenitud falsa y engañosa.
En estos redescubrimientos
de una carencia esencial, encontramos la oscilación de
dos respuestas características: "Esta observación
ha sido hecha, no puede evitar verla si sabe leer",
o a la inversa, "No, esa observación no está
hecha en ninguna de las palabras impresas en el texto, pero está
expresada a través de las palabras, en sus relaciones
y en la distancia que las separa". De ello resulta naturalmente
que este regreso, que es una parte del mecanismo discursivo,
introduce modificaciones constantemente y que el regreso a un
texto no es un suplemento histórico que se adheriría
a la discursividad primaria y la redoblaría bajo la forma
de un ornamento que después de todo, no es esencial. Es
más bien un medio efectivo y necesario para transformar
la práctica discursiva.
Un estudio de las obras
de Galileo podría alterar nuestro conocimiento de la historia,
pero no de la ciencia de la mecánica, mientras que un
reexamen de los libros de Freud o Marx puede transformar nuestra
interpretación del sicoanálisis o del marxismo.
Una última característica
de estos regresos es que tienden a reforzar el vínculo
enigmático entre un autor y sus obras. Un texto tiene
un valor inaugural precisamente porque es la obra de un autor
particular y nuestros regresos están condicionados por
este conocimiento. El redescubrimiento de un texto desconocido
de Newton o Cantor no modificará la cosmología
clásica o la teoría de grupos; a lo sumo, cambiará
nuestra apreciación de sus génesis históricas.
Sin embargo, sacar a la luz Esquema del Psicoanálisis,
a tal punto que lo reconozcamos como un libro de Freud, puede
transformar no sólo nuestro conocimiento histórico
sino también el campo de la teoría sicoanalítica,
ya sea solamente a través de un cambio en la focalización
o a nivel medular. Estos regresos, componentes importantes de
las prácticas discursivas, construyen una relación
entre autores "fundamentales" y mediatos, que no es
idéntica a aquella que liga un texto ordinario a su autor
inmediato.
4
Desafortunadamente,
hay una decidida ausencia de proposiciones positivas en este
ensayo ya que se refiere a procedimientos analíticos o
directivas para investigaciones futuras, pero debo al menos dar
las razones por las cuales atribuyo tanta importancia a la continuación
de este trabajo. Desarrolllar un análisis similar podría
proveer la base para una tipología del discurso. Una tipología
de esta clase no puede ser entendida adecuadamente en relación
con los rasgos gramaticales, las estructuras formales y los objetos
del discurso ya que indudablemente existen propiedades discursivas
específicas o relaciones que son irreductibles a las reglas
de la gramática y de la lógica y a las leyes que
gobiernan los objetos.
Estas propiedades requieren
investigación si esperamos distinguir las grandes categorías
del discurso. Las diferentes formas de relaciones (o la ausencia de éstas) que un autor puede asumir
son evidentemente una de estas propiedades discursivas. Esta
forma de investigación podría también permitir
la introducción de un análisis histórico
del discurso. tal vez ha llegado la hora de estudiar no sólo
el valor expresivo y las transformaciones formales del discurso
sino su modo de existencia: las modificaciones y variaciones,
dentro de cualquier cultura, de los modos de circulación,
valorización, atribución y apropiación.
En parte a expensas de los temas y conceptos que un autor ubica
en su obra, el "autor-función" podría
también revelar la manera en que el discurso es articulado
sobre la base de las relaciones sociales.
¿No es posible
reexaminar, como una extensión legítima de este
tipo de análisis, los privilegios del sujeto? Claramente,
al emprender un análisis interno y arquitectónico
de una obra (tanto sea un
texto literario, un sistema filosófico o un trabajo científico) y al delimitar referencias
sicológicas y biográficas, surgen sospechas concernientes
a la naturaleza absoluta y al rol creativo del sujeto. Pero el
sujeto no debería ser abandonado por completo. Debería
ser reconsiderado, no para reestablecer el tema de un sujeto
originador, sino para captar sus funciones, su intervención
en el discurso y su sistema de dependencias.
Deberíamos suspender
las preguntas típicas: ¿cómo un sujeto
aislado penetra la densidad de las cosas y las dota de significado?
¿Cómo cumple su propósito dando vida
a las reglas del discurso desde el interior?
Más bien, deberíamos
preguntar: ¿bajo qué condiciones y a través
de qué formas puede una entidad como el sujeto aparecer
en el orden del discurso? ¿Qué posición
ocupa? ¿Qué funciones exhibe? y ¿qué
reglas sigue en cada tipo de discurso? En pocas palabras,
el sujeto (y sus sustitutos) debe ser despojado de su rol
creativo y analizado como una función, compleja y variable.
El autor, o lo que
he llamado "autor-función", es indudablemente
sólo una de las posibles especificaciones del sujeto y,
considerando transformaciones históricas pasadas, parece
ser que la forma, la complejidad, e incluso la existencia de
esta función, se encuentran muy lejos de ser inmutables.
Podemos imaginar fácilmente una cultura donde el discurso
circulase sin necesidad alguna de su autor. Los discursos, cualquiera
sea su status, forma o valor, e independientemente de
nuestra manera de manejarlos, se desarrollarían en un
generalizado anonimato.
No más repeticiones
agotadoras. "¿Quién es el verdadero autor?"
"¿Tenemos pruebas de su autenticidad y originalidad?"
"¿Qué ha revelado de su más profundo
ser a través de su lenguaje?". Nuevas preguntas
serán escuchadas: "¿Cuáles son los
modos de existencia de este discurso?" "¿De
dónde proviene? ¿Cómo se lo hace circular?
¿Quién lo controla?" "¿Qué
ubicaciones están determinadas para los posibles sujetos?"
"¿Quién puede cumplir estas diversas funciones
del sujeto?". Detrás de todas estas preguntas
escucharíamos poco más que el murmullo indiferente:
"¿Qué importa quién está
hablando?"
*
Fragmento
de "¿Wath is an author?" (1969), en Critical
Theory since 1965, Hazard Adams y Leroy Searle (eds.), Florida
State UP, Tallahassee, 1966 (138/148).
|
|