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                Con escasas excepciones, la cultura 
                uruguaya manifestó siempre una obsesión por la identidad. 
                La tecnología utilizada fue la criba: una malla bastante 
                desprolijamente construída a base de mate, candombe, 
                tango, gauchos, fútbol, 
                carnaval, democracia, 
                truco y educación, 
                a través de la cual se intentó (y 
                se sigue intentando) 
                hacer pasar la realidad y la vida. Pero nadie pasa vivo a través 
                de una criba; en todo caso, si de un lado había una persona, 
                del otro lado se obtiene un montón de carne 
                picada. Es comprensible que numerosos, tal vez muchísimos, 
                incluso, seamos francos, la mayoría de los uruguayos se 
                resistan a atravesar ese peligroso tamiz. Pero los operarios de 
                la criba aseguran lo contrario. 
              La pregunta por la identidad 
                es tonta; identidad significa "calidad 
                de idéntico", pero hemos convertido su significado 
                en un descabellado "ser uno mismo". La psicología 
                habla tradicionalmente de la identidad 
                en un sentido de permanencia: uno es igual a sí mismo a 
                lo largo del tiempo. Pero los cribadores 
                uruguayos nos hablan de identidad 
                con la acepción de copia 
                de un modelo.  
 
                Educamos para evitar la pregunta 
                por el ser, la soslayamos, la sustituímos por la pregunta 
                por la identidad. Notorios escritores 
                hablan de "construir la identidad" uruguaya, 
                siguen haciéndolo. La gente de la radio 
                sigue explicándonos cómo construir nuestra identidad; termina siendo bastante 
                ofensivo, porque desde sus doctorales 
                impostaciones quieren convencernos de que estamos incompletos, 
                en el sentido de que aún no nos parecemos a lo que ellos 
                han dictaminado como uruguayo 
                auténtico.  
 
                La criba es hija del miedo a no ser. 
                Su eficiencia es asombrosa. Ha logrado que Uruguay 
                no produzca filósofos. 
                Si bien para poner un satélite en órbita se hace 
                necesario cierto desarrollo 
                de la tecnología 
                y de la industria, para pensar no hace falta más que cerebro; 
                pero la criba lo convierte en relleno 
                para ravioles académicos, 
                sin sal. 
              El Día del Patrimonio, 
                esa fiesta popular que cambia la cara de la ciudad, 
                se presenta mediante un discurso oficial que establece que sólo 
                seremos algo si tenemos riquezas; pero las personas 
                cultas que promueven esta protección de nuestras 
                posesiones hablan de valores trascendentes, no pueden reducirlo 
                todo al dinero, y entonces aparece el Arte, 
                mágica palabra sagrada.  
 
                Pero las personas, que por más que sean uruguayas y a cada 
                paso se encuentren con una criba, no tienen demasiados problemas 
                de percepción del yo, 
                y se toman el Patrimonio para la 
                chacota. Vamos a la casa presidencial porque queremos ver el bidé 
                del presidente.  
 
                Está muy mal que quieran hacernos creer que la casa presidencial 
                o la quinta de Berro son arquitectónicamente 
                valiosas; se trata de mamotretos, imitaciones serviles de 
                casas burguesas o palacios europeos, hechas para ricos, en una 
                sociedad injusta y abusiva. Rastros de un pasado de opresión, 
                miseria y violencia. ¿Qué 
                puede haber allí que me interese? Ni la obra 
                pobre, vulgar, ridícula, ni lo que ella albergaba. Prefiero 
                perder la memoria que detenerme a admirar los torpes 
                estilemas de lujo de los que se rodearon unas mentalidades 
                ansiosas por parecer aristocráticas y cultas, tan cultas 
                como quienes ahora nos presentan esas huellas de miseria moral 
                y artística como tesoros 
                nacionales.  
 
                Pero no hay peligro: se evitarán las discusiones, no se 
                enfrentarán opiniones acerca de la pertinencia de la protección, 
                porque simplemente no existen herramientas teóricas capaces 
                de defender el collar de barruecos de nuestro patrimonio 
                artístico y cultural. 
 
                No hay que olvidar la tecnología: la criba está 
                para que no pase lo indeseable. Mientras se exalta la moldura 
                recurriendo al bidé, se aplasta, se somete al olvido, se 
                convierte en nada lo 
                creativo, lo que interroga, lo que desestabiliza y descompensa. 
              Cuando se habla de Montevideo, 
                y en un discurso siempre enlazado con el Patrimonio y la identidad, 
                y el Estado nos 
                pide explícitamente que la convirtamos en "la Bruselas 
                del Mercosur", pienso en los motivos por los que no podemos 
                ser la Montevideo del Mercosur.  
 
                La gente sale el Día del Patrimonio porque sale la gente: 
                estar de fiesta, encontrarse con otros, tomar cerveza, entrar 
                a lugares prohibidos (lindos 
                o feos, valiosos o sin valor, da igual). Porque no somos nada, 
                y conviene no olvidarse. 
             
            * Publicado
            originalmente en Insomnia Nº 144
          
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