Las primeras
versiones escritas de La Ilíada tenían algo
en común con Internet: para leerlas,
no se pasaban páginas, sino que se desplegaba un rollo
con una mano y se enrollaba en el otro extremo, con la otra, dejando
que las sucesivas partes del poema quedaran expuestas ante los
ojos del lector. Parece que el hecho de que La Ilíada
tenga
veinticuatro libros se debe a que eran necesarios veinticuatro
rollos para contenerla.
Esa era una desventaja de los rollos: ocupaban mucho lugar. En
primer término, una obra larga como La Ilíada
no podía ser escrita en un solo rollo. Para trasladarlos,
los letrados necesitaban accesorios especiales. Como un uruguayo
con matera, los literatos romanos se paseaban por el foro con
unos estuches cilíndricos donde guardaban sus valiosas
colecciones de manuscritos. Para leer un rollo, además,
era necesario utilizar ambas manos.
Este asunto
era de la mayor importancia, en vista de la preocupación
que los romanos tenían por la comida. Era frecuente, tal
vez también por ese motivo, que se organizaran reuniones
de lectura donde numerosos
oyentes se deleitaban con el sonido de la voz de un buen lector
profesional, al mismo tiempo que disfrutaban de golosinas exóticas,
reclinados en sus asientos.
Julio César envió una vez una serie de documentos
a las Galias, y lo hizo en forma de códice, es decir, de
libro con hojas escritas por ambos lados. Al parecer, se trató
de una cuestión de urgencia y economía. Pasó
cierto tiempo hasta que el libro tal como lo conocemos en nuestra
época se impusiera como la forma más común
de soporte para la escritura.
Escribir por ambos lados y usar una sola mano o poder apoyarlo
sobre un atril para leer fue sin dudas un conjunto importante
de ventajas. Nuevos materiales, como el pergamino (pieles curtidas
y pulidas, provenientes originariamente de Pérgamo), y
más tarde el papel, permitieron reducir los costos, aumentar
la producción y la
comodidad de lectura, de manera que se produjo un aumento
considerable de la cantidad de libros y de lectores.
Con la irrupción de Internet, se produjo un curioso giro
en la forma del soporte de la escritura. La pantalla
de las computadoras es un encuadre emparentado con el encuadre
cinematográfico: una especie de ventana fija a través
de la cual se puede percibir un mundo móvil. Nada más
natural que la lectura en pantalla reinventara el rollo de la
antigüedad. Mediante barras de deslizamiento, el lector
mueve el texto hacia arriba y hacia abajo.
Las computadoras también redescubrieron al lector profesional,
esta vez en forma de programas de sonido que transforman los
signos escritos en una voz sintética que fonetiza las
letras, o que a partirde fonemas escribe las palabras (como un
poeta romano podía dictar sus
poemas a un esclavo escribiente). Esta reinvención del
rollo, producto de la familiaridad con una ventana virtual que
se hizo posible con el nacimiento del cine y por lo tanto
del lenguaje visual-cinético (que algunos percibieron como
el comienzo del fin de la lectura), produjo un fenómeno
similar al que ocurrió cuando se inventó el códice:
una explosión lectora.
Internet
es el reino de la lectura, el universo de
la palabra escrita. Quizá, si el progreso técnico
así lo permite, Internet se cinematice, tal vez haya un
retorno a la utopía visual de la inmediatez y la globalidad
que hizo entrever el nacimiento de la televisión.
Pero da
la impresión de que la escritura, empecinadamente,
se apropia de cada nueva tecnología, de cada nuevo artilugio,
para volver a nacer, incansable, invencible, renovada, con nuevas
profundidades y densidades, haciéndose, con cada nacimiento,
de más espacio, captando más adeptos, generando
cada día más textos, que, como éste, se ocupan
de ella y de sus nuevas formas.
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